32

Deborah condujo hasta la Dixie Highway y giró al sur en dirección a mi casa sin hablar, pero al cabo de unos minutos la mirada encolerizada desapareció de su rostro y los nudillos de sus manos dejaron de estar blancos.

—En cualquier caso —dijo por fin—, lo importante es que rescatamos a Samantha.

Admiraba la capacidad de mi hermana de identificar lo «importante», pero pensé que debía señalar que estaba equivocada, porque no me incluía a mí.

—Samantha no quería que la rescataran —señalé—. Quiere que se la coman.

Deborah negó con la cabeza.

—Nadie desea eso. Lo dijo porque está un poco jodida, y había empezado a identificarse con los gilipollas que la secuestraron. Pero ¿quién lo desea? Quiero decir, ser devorado. —Compuso una nueva expresión avinagrada y sacudió la cabeza—. Vamos, Dex.

Podría haberle dicho que yo estaba muy convencido, y que ella también lo estaría si hubiera hablado con Samantha cinco minutos. Pero cuando Deborah toma una decisión, es necesaria una orden por escrito del jefe de policía para cambiarla, y creo que no había ninguna a mano.

—Además —continuó—, ahora ha vuelto con su familia, y podrán llevarla a un psiquiatra o lo que sea. Lo más importante para nosotros es acabar con esto, detener a Bobby Acosta y al resto del grupo.

—El aquelarre —dije, quizá con cierta pedantería—. Samantha dice que lo llaman aquelarre.

Deborah frunció el ceño.

—Pensaba que eso era cosa de brujas.

—Por lo visto, también incluye a los caníbales.

—No creo que se pueda llamar aquelarre a un grupo de tíos —replicó con tozudez—. Creo que ha de ser de brujas. Ya sabes, mujeres.

Me parecía una banalidad, sobre todo después de todo lo que había sufrido, y estaba demasiado cansado para discusiones. Por suerte, el tiempo pasado con Samantha me había preparado para dar la respuesta exacta.

—Como quieras —dije.

Deborah pareció contentarse con eso, y después de unos cuantos comentarios irrelevantes llegamos a mi calle. Me dejó delante de mi casa y se alejó, y yo no pensé en otra cosa que en el placer de estar en casa.

El hogar me estaba esperando, y por algún motivo consideré esa circunstancia sorprendente y conmovedora. Deborah había llamado a Rita para avisarla de que llegaría tarde, no había de qué preocuparse, todo iba bien, lo cual parecía un exceso de confianza por su parte. Rita había visto las noticias, que habían convertido la captura en el reportaje principal de la noche. ¿Quién podría resistirse? Caníbales, una adolescente desaparecida, tiroteo en los Everglades… Una historia perfecta. Una importante cadena por cable ya había llamado para hacerse con los derechos de la historia.

Pese a las palabras de aliento de Deborah, Rita se había enterado de que yo había sido uno de los protagonistas del incidente y de que había corrido un grave peligro, y reaccionó como una verdadera campeona. Me estaba esperando en la puerta en un estado de nervios que yo jamás había visto.

—Oh, Dexter —resolló, mientras se esforzaba por estrangularme entre abrazos y besos—. Estábamos tan… Salió en las noticias, y te vi allí, pero incluso después de que Deborah llamó… —Volvió a besarme—. Los niños estaban mirando la tele y Cody dijo: «Es Dexter», y yo miré… Fue un avance informativo —aclaró, como para asegurarme que no había aparecido como estrella invitada en Bob Esponja—. Oh, Dios mío —continuó, aunque hizo una pausa para estremecerse y volver a abrazarme, sepultando la cabeza hasta los hombros en mi cuello—. No tendrías que haber hecho esas cosas —observó, con un gran sentido de la justicia—. Sólo debes dedicarte a lo tuyo y… Ni siquiera llevas arma, y no es… ¿Cómo pueden…? Pero tu hermana dijo, y lo dijeron en la tele, que eran caníbales y que te habían capturado, y al menos encontraste a esa chica, que ya sé que es importante, pero, oh, Dios mío, caníbales, ni siquiera soy capaz de imaginar cómo… Y te tenían encerrado, y habrían podido…

Calló por fin, tal vez debido a la falta de oxígeno, y se concentró en sorber por la nariz sobre mi camisa durante un minuto.

Aproveché la interrupción para pasear la vista a mi alrededor con satisfacción y examinar mi modesto reino. Cody y Astor estaban sentados en el sofá y nos miraban con expresión de asco debido a la exhibición emocional, y a su lado estaba sentado mi hermano, Brian, quien nos dedicó una enorme y espantosa sonrisa a todos y cada uno de nosotros. Lily Anne estaba en su moisés al lado del sofá, y agitó los dedos de los pies a modo de cálida y cariñosa bienvenida. Era una perfecta foto de familia, adecuada para ser enmarcada. El Héroe Vuelve A Casa. Y si bien no me complacía del todo ver a Brian allí, no se me ocurrió ningún motivo para desear que se marchara. Además, tanto buen rollo era contagioso, incluso los fingimientos de mi hermano, y el aire estaba impregnado de un maravilloso aroma que reconocí, mientras se me hacía la boca agua, como uno de los grandes milagros del mundo moderno: el lechón al horno de Rita.

Dorothy tenía razón: no hay nada mejor que estar en casa.

Habría sido terriblemente grosero advertir a Rita de que ya había sorbido por la nariz bastante, pero yo había vivido una experiencia espantosa, incluida la inanición, y el olor que invadía la casa estaba disparando un frenesí en mis tripas que, comparado con él, la sobredosis de éxtasis no tenía color. El lechón de Rita era una gran obra de arte que podía obligar a una estatua a saltar de su pedestal y gritar: «¡Ñam ñam!». De manera que cuando conseguí soltarme y secarme el hombro, le di las gracias profusamente y me dirigí sin vacilar hacia la mesa, con tan sólo una breve pausa para ver a Lily Anne y contar los dedos de sus manos y pies, sólo para comprobar que todo seguía en su sitio.

De modo que nos sentamos alrededor de la mesa, como si fuéramos un retrato de familia perfecto, y pensé en lo engañosos que pueden llegar a ser los retratos. A la cabecera de la mesa, por supuesto, se sentaba Dex-Papi, un verdadero monstruo que intentaba ser un poco más humano. A su izquierda estaba Hermano Brian, un monstruo mucho peor que jamás se había arrepentido de nada. Y frente a él se sentaban dos niños de rostro angelical y apariencia inocente, quienes no deseaban otra cosa que ser igualitos a su malvado tío. Y todos ellos exhibían máscaras completamente falsas de profunda y prosaica humanidad. Habría sido un tema estupendo para Norman Rockwell, sobre todo si se hubiera sentido especialmente sardónico.

La cena fue un acontecimiento ciertamente sabroso, el silencio interrumpido tan sólo por los sonidos que emitían los comensales al relamerse, gemidos de placer y los chillidos de Lily Anne pidiendo comida, tal vez enloquecida por el olor del lechón. De vez en cuando, Rita rompía el silencio con pequeños comentarios de preocupación incongruentes, que se prolongaban hasta que alguien le alargaba el plato para pedir más, cosa que hicimos todos varias veces, excepto Lily Anne. Y cuando la cena se aproximaba a su fin, y volvimos a demostrar que «restos de lechón» era un oxímoron en nuestra casa, me sentí muy satisfecho de haber vuelto de una pieza a mi pequeño nido.

La sensación de abotargada satisfacción continuaba, incluso después de la cena, cuando Cody y Astor corrieron en busca de la Wii y un juego que consistía en matar monstruos de aspecto horroroso, y yo me senté en el sofá, intentando que Lily Anne eructara, mientras Rita despejaba la mesa. Brian se sentó a mi lado y contemplamos a los niños con aire ausente un rato, hasta que él habló por fin.

—Bien, así que sobreviviste a tu enfrentamiento con el aquelarre.

—Por lo visto.

Asintió y, mientras Cody pulverizaba a un ser de aspecto muy desagradable, Brian gritó:

—¡Muy buena, Cody! —Al cabo de un momento, se volvió hacia mí—. ¿Ya han cazado al jefe de los brujos?

—George Kukarov. Recibió un disparo y murió en el lugar de los hechos.

—¿El hombre que dirigía ese club, Fang? —preguntó, algo sorprendido.

—Exacto. Debo decir que fue un buen disparo, y justo a tiempo.

Brian guardó silencio un momento.

—Siempre he pensado que al frente de un aquelarre había una mujer.

Era la segunda vez aquella noche que alguien me llevaba la contraria en esto, y ya estaba un poco harto de oírlo.

—No es mi problema —dije—. Deborah y su destacamento especial detendrán a los demás.

—No, si cree que ese tal Kukarov era el líder.

Lily Anne lanzó un pequeño pero explosivo eructo, y sentí que se filtraba poco a poco a través de la toalla y empapaba mi camisa, mientras ella dejaba caer la cabeza y se dormía.

—Brian, he pasado un día fatal con esta gente, y estoy hecho polvo. Me da igual que el líder verdadero de un aquelarre sea un hombre, una mujer o un lagarto de dos cabezas del planeta Nardone. Es problema de Deborah, y yo ya he terminado. ¿Y por qué te interesa, de todos modos?

—Oh, me da igual, pero eres mi hermano menor. Es natural que esté interesado.

Podría haber dicho algo más, algo realmente cortante, pero Astor impidió cualquier respuesta posible con un «¡Noooooooo!» angustiado, y ambos nos dimos la vuelta sobresaltados para mirar la pantalla del televisor, justo a tiempo de ver que un monstruo devoraba la figura de pelo dorado que la representaba en la pantalla.

—Ja —dijo Cody, en voz baja pero triunfal, y levantó su controlador. El juego prosiguió, y ya no volví a pensar en brujos, aquelarres o en el interés de mi hermano por ello.

La velada continuó sin tregua hasta su conclusión. Me descubrí bostezando, con toda la boca abierta y ruidosamente, y aunque me dio un poco de vergüenza no pude reprimirme. Por supuesto, la espantosa odisea que había sufrido estaba afectando a mi pobre y baqueteado sistema, y estoy convencido de que el lechón va cargado de triptófano o algo por el estilo. Tal vez era debido a la combinación, pero fuera cual fuera el caso pronto quedó claro para todos que Dex-Papi estaba contra las cuerdas y a punto de reunirse con Lily Anne en el País de los Sueños.

Y justo cuando estaba a punto de excusarme de tan deliciosa compañía (algunos de cuyos componentes no se habrían dado cuenta, a juzgar por su concentración en el juego de vídeo), las notas de la «Cabalgata de las Valkirias» empezaron a brotar del móvil de Brian. Sacó el aparato de la funda y le echó un vistazo, frunció el ceño y se levantó casi al instante.

—Oh, maldición —dijo—. Temo que debo irme ahora mismo, por deliciosa que sea la compañía.

—Quizá —masculló Astor, mientras veía que Cody acumulaba puntos en la pantalla—, pero todavía no es el momento.

Brian exhibió su amplia y falsa sonrisa.

—Para mí sí, Astor —dijo—. Es la familia, pero —su sonrisa se ensanchó todavía más— el deber me llama, y he de ir a trabajar.

—Es de noche —dijo Cody sin levantar la vista.

—Sí —repuso Brian—, pero a veces he de trabajar de noche.

Me miró risueño, y estuvo a punto de guiñarme un ojo, y mi curiosidad se sobreimpuso a la somnolencia.

—¿A qué clase de trabajo te dedicas ahora? —pregunté.

—Actividades del sector servicios. Debo irme, de veras. —Me dio unas palmaditas en el hombro, el que Lily Anne no estaba utilizando—. Estoy seguro de que necesitas dormir después de todo lo que has padecido.

Bostecé de nuevo, lo cual imposibilitaba negar que necesitaba dormir.

—Creo que tienes razón —dije, y me levanté—. Te acompaño a la puerta.

—No es necesario. —Brian se encaminó hacia la cocina—. ¿Rita? Gracias de nuevo por otra cena maravillosa y una velada deliciosa.

—Oh —dijo ella, y salió de la cocina, mientras se secaba las manos con un paño—. Pero es temprano todavía y… ¿Quieres café? O tal vez…

—Por desgracia, he de irme ipso facto.

—¿Qué significa eso? —preguntó Astor—. ¿«Ipso facto»?

Brian le guiñó el ojo.

—Significa veloz como el rayo —respondió. Se volvió hacia Rita y le dio un abrazo desmañado—. Muchas gracias, querida dama, y buenas noches.

—Sólo siento que… O sea, se ha hecho un poco tarde para ir a trabajar, y tú… ¿Un trabajo nuevo, quizá? Porque esto no es en realidad…

—Lo sé —interrumpió Brian—, pero este trabajo se amolda como un guante a mis habilidades. —Me miró, y sentí náuseas en la boca del estómago. Que yo supiera, sólo poseía una habilidad, y yo diría que nadie pagaría por ella—. Además, tiene sus compensaciones, y en este momento necesito hacerlo. Por lo tanto, una cálida despedida a todos y cada uno.

Levantó la mano, supongo que a modo de cálida despedida, y se encaminó hacia la puerta.

—Brian —dije a su espalda, y tuve que callar cuando un bostezo que casi me desencaja la mandíbula se apoderó de todo mi cuerpo.

Él se volvió y enarcó una ceja.

—¿Dexter?

Intenté recordar lo que había estado a punto de decir, pero otro bostezo me sacudió la cabeza.

—Nada —repliqué—. Buenas noches.

Una vez más, su espantosa sonrisa falsa se desplegó en su rostro.

—Buenas noches, hermano —dijo—. Duerme un poco.

Abrió la puerta de la calle y desapareció en la noche.

—Bien —comentó Rita—. La verdad es que Brian se está convirtiendo en uno más de la familia.

Asentí, y noté que oscilaba un poco, como si asentir me hubiera hecho perder el equilibrio y estuviera a punto de precipitarme de cabeza al suelo.

—Sí —dije, y por supuesto, lo puntué con un bostezo.

—Oh, Dexter, pobrecito. Has de irte a la cama ahora mismo. Debes estar… Pásame la niña. —Tiró el paño a la cocina y corrió a coger a Lily Anne. En mi triste estado de agotamiento, me pareció casi asombroso que fuera capaz de moverse con tanta celeridad, pero tuvo a Lily Anne arropada en su cuna en un periquete, y ya me estaba empujando por el pasillo hacia el dormitorio—. Ahora te das una buena ducha caliente y te metes en la cama. Creo que te despertarás bien entrada la mañana. No esperarán que… O sea, ¿después de todo lo que has pasado?

Estaba demasiado cansado para responder. Conseguí darme una ducha antes de desplomarme en la cama, pero aunque sentía todo el limo y la mugre de un día horroroso sobre mí, me costó mantenerme despierto bajo el chorro de agua caliente el tiempo suficiente para purificarme a fondo, y fue con una sensación de dicha casi sobrenatural que me derrumbé por fin sobre la almohada, cerré los ojos y subí la sábana hasta la barbilla…

Y, por supuesto, en cuanto estuve en la cama, no pude dormir. Me quedé tendido con los ojos cerrados, y sentí que un profundo sueño se acumulaba al otro lado de la almohada, pero mantuvo las distancias. Oí a Cody y Astor al final del pasillo, jugando todavía con la Wii, ahora sin alzar tanto la voz debido a la insistencia de Rita, puesto que yo, tal como ella les dijo, estaba intentando dormir…, y lo estaba intentando, vaya que sí, pero sin éxito.

Los pensamientos atravesaban mi cerebro como un desfile a cámara lenta. Pensé en los cuatro reunidos al final del pasillo: mi pequeña familia. Aún se me antojaba algo esperpéntico. Dex-Papi, protector y sostén, hombre de familia. Lo más esperpéntico era que me gustaba.

Pensé en mi hermano. Aún no sabía qué estaba tramando, por qué no paraba de venir a vernos. ¿Era posible que sólo deseara establecer una especie de relación familiar? Costaba mucho creerlo, pero también habría costado creerlo de mí antes de Lily Anne, y aquí estaba yo, abjurando de todos los Placeres Oscuros y regodeándome en el seno de una familia de verdad. Tal vez Brian deseaba esa sencilla relación humana. Tal vez también él deseaba cambiar.

Y también podía yo dar tres palmadas y devolver la vida a Campanilla. Era igual de probable. Brian había pasado toda su vida en el Sendero Oscuro y no podía cambiar bajo ningún concepto, ni por asomo. Debía tener otro motivo para buscar refugio en mi nido, y tarde o temprano saldría a la luz. No creía que quisiera hacer daño a mi familia, pero le vigilaría hasta descubrir sin el menor asomo de duda lo que estaba haciendo.

Y por supuesto pensé en Samantha y en su amenaza de contarlo todo. ¿Era tan sólo una amenaza, una escenificación de su gran frustración por estar vivita, coleando y de una pieza? ¿O pensaba contar a todo el mundo una versión vengativa de lo que había sucedido? En el momento en que se pronunciara la horrible palabra «violación», todo cambiaría para siempre, y no para mejor. Sería Dexter Expedientado, convertido en fosfatina bajo las ruedas del sistema de la injusticia. Era más que horrible, y de lo más injusto. Nadie que me conociera podía considerarme un ogro lascivo enloquecido por el sexo. Siempre había sido un tipo de ogro muy diferente. Pero la gente cree en los tópicos, incluso cuando son falsos, y un adulto con una adolescente recaía en esa categoría. No había sido culpa mía, pero ¿quién oiría eso sin un guiño y una sonrisita de suficiencia? Yo no había ingerido drogas por voluntad propia. ¿Iba a castigarme Samantha por una situación en la que yo había sido la verdadera víctima? Era difícil saberlo con seguridad, pero pensé que sí. Y eso destruiría todas las piezas de mi vida, construida con tanto esmero.

Pero ¿qué podía hacer yo? No podía soslayar la idea de que matarla lo resolvería todo (y hasta podría conseguir su colaboración si le prometía mordisquear algunos pedacitos antes de acabar con ella de una vez por todas. Cosa que no haría, por supuesto, puaj), pero si una mentira piadosa logra la felicidad de alguien, ¿qué tiene de malo eso?

Nunca llegaría a tal extremo, en cualquier caso. Se me antojó otra gran ironía, pero no podía matar a Samantha por más que ambos lo deseáramos. Tampoco se trataba de que hubiera desarrollado ya una conciencia, sino de que era algo contrario por completo al Código de Harry, y demasiado peligroso, puesto que ahora la chica estaba en el candelero, demasiado vigilada para que yo consiguiera acercarme a ella. No, era demasiado peligroso. Tendría que pensar en otra forma de salvar la vida.

Pero ¿qué? No encontraba la solución, ni tampoco el sueño, y los pensamientos continuaban dando volteretas sobre el suelo empapado de mi cerebro ansioso de sueño. Aquelarres… ¿Qué más daba que su líder fuera un hombre o una mujer? Kukarov había muerto, y el aquelarre había terminado.

Salvo por Bobby Acosta. Tal vez podría localizarle para que se comiera a Samantha. Y después le entregaría a Deborah. Ambas se llevarían una gran alegría.

Debs necesitaba una alegría. Últimamente, se comportaba de una manera muy rara. ¿Significaría eso algo? ¿O se trataba tan sólo de la resaca emocional de la puñalada?

Puñales… ¿Podría renunciar a mis Placeres Oscuros definitivamente? ¿Por Lily Anne?

Lily Anne: pensé en ella durante lo que se me antojó mucho tiempo, y de repente había amanecido.