No había visto a mi hermano desde aquella memorable noche de varios años atrás, cuando nos habíamos encontrado, por primera vez siendo adultos, en un contenedor del puerto de Miami, y me había ofrecido un cuchillo para que le ayudara en la vivisección del compañero de juegos que había elegido. Resultó que no tuve ánimos para hacerlo, aunque parezca raro. Tal vez fuera porque había elegido a Deborah, y la mano muerta de Harry había estrujado mi hipotética alma con tanta fuerza que fui incapaz de hacerle daño, aunque no fuéramos parientes biológicos y Brian sí.
De hecho, era mi único pariente biológico, por lo que yo sabía, aunque teniendo en cuenta lo poco que había descubierto sobre nuestra promiscua madre, todo era posible. Por lo que yo sabía, podría tener media docena de hermanos y hermanas viviendo en un aparcamiento de caravanas de Immokalee. En cualquier caso, mucho más importante que los vínculos de sangre que compartíamos era… Bien, otro vínculo de sangre muy diferente. Porque Brian se había forjado en el mismísimo fuego que me había transformado en Dexter el Oscuro, el cual también le había instilado la compulsiva necesidad de desmenuzar y trinchar. Por desgracia, había alcanzado la madurez sin las restricciones del Código de Harry, y se sentía muy feliz de practicar su arte con el primero que cayera en sus manos, siempre que fuera joven y de sexo femenino. Había estado practicando con una serie de prostitutas de Miami cuando nuestros caminos se habían cruzado por primera vez.
La última vez que le había visto, se alejaba tambaleante en la noche con una bala en el costado, la única ventaja que podía otorgarle, teniendo en cuenta que Deborah estaba allí, algo ansiosa por hablar con él en calidad oficial. Por lo visto, había recibido atención médica, porque tenía un aspecto muy saludable. Un poco más viejo, por supuesto, pero aún se me parecía un montón. Su estatura y complexión eran muy similares a las mías, y hasta sus facciones parecían una imitación tosca y maltrecha de las mías, y la vivaz mirada burlona que recordaba continuaba en sus ojos cuando me miró desde su cochecito rojo.
—¿Recibiste mis flores? —preguntó, y yo asentí mientras me acercaba.
—Brian —dije, y me apoyé sobre el coche—. Tienes buen aspecto.
—Igual que tú, querido hermano —contestó, sin dejar de sonreír. Extendió la mano y palmeó mi estómago—. Creo que has engordado un poco… Tu esposa debe ser buena cocinera.
—Lo es. Me cuida muy bien. En cuerpo y… alma.
Reímos juntos por haber utilizado aquella palabra de cuento de hadas, y pensé una vez más en que era estupendo conocer a alguien que me comprendiera. La noche que habíamos estado juntos había vislumbrado por un breve y tentador momento este vínculo que lo aceptaba todo, y ahora comprendí a lo que había renunciado, y tal vez él también, porque aquí estaba.
Pero, por supuesto, nada es nunca tan sencillo, sobre todo en el caso de los que residimos en la Torre Oscura, y experimenté una leve punzada de suspicacia.
—¿Qué estás haciendo aquí, Brian?
Sacudió la cabeza con fingida autocompasión.
—¿Ya te sientes suspicaz? ¿De tu propio hermano?
—Bien, o sea, la verdad. Mmm…, teniendo en cuenta…
—Muy cierto. ¿Por qué no me invitas a entrar y hablamos?
La sugerencia me sentó como un jarro de agua fría. ¿Invitarle a entrar? ¿En mi casa, donde mi otra vida yacía acunada en su lecho de prístino algodón blanco? ¿Permitir que una gota de sangre manchara el inmaculado damasco de mi disfraz? Era una idea terrible, que me provocó un espantoso escalofrío de incomodidad. Además, jamás había dicho a nadie que tenía un hermano, y en este caso «nadie» era Rita, la cual se quedaría intrigada por dicha omisión. ¿Cómo podía invitarle a entrar en el mundo de las crepes de Rita, los DVD de Disney y las sábanas limpias? ¿Invitarle a entrar, por todo lo que era impío, en el sanctasanctórum de Lily Anne? No era justo. Era un sacrilegio, una violación blasfema de…
¿De qué? ¿Acaso no era mi hermano? ¿No debía cubrir eso todo lo demás con un manto de santidad? Debía confiar en él, sin duda…, pero ¿todo? ¿Mi identidad secreta, mi Fortaleza de Soledad, y hasta Lily Anne, mi kriptonita?
—No babees, hermano —interrumpió Brian mis meditaciones aterradas—. Es impropio de ti.
Sin pensar, me sequé la comisura de la boca con la manga, mientras intentaba improvisar todavía una respuesta coherente. Pero antes de que fuera capaz de articular una sola sílaba, la bocina de un coche sonó cerca, y al volverme vi la cara malhumorada de Astor, que me fulminaba con la mirada a través del parabrisas de mi coche. La cabeza de Cody estaba al lado de ella, silenciosa y vigilante. Vi que Astor se retorcía y pronunciaba las palabras ¡Venga, Dexter! Volvió a tocar la bocina.
—Tus hijastros —comentó Brian—. Unos críos encantadores, estoy seguro. ¿Puedo conocerlos?
—Eh… —dije, con una autoridad realmente impresionante.
—Vamos, Dexter. No me los voy a comer.
Emitió una extraña risita que no logró tranquilizarme, pero al mismo tiempo caí en la cuenta de que, al fin y al cabo, era mi hermano, y Cody y Astor estaban lejos de estar indefensos, como habían demostrado en diversas ocasiones. No podía perjudicarles permitir que conocieran a su… ¿tiastro?
—De acuerdo —dije, e indiqué a Astor con un ademán que se acercara. Los dos niños bajaron del coche con encomiable celeridad y corrieron hacia nosotros, de modo que Brian tuvo el tiempo justo de bajar del vehículo y quedarse a mi lado.
—Vaya, vaya. ¡Qué niños más guapos!
—Él es guapo —dijo Astor—. Yo sólo seré mona hasta que me crezcan las tetas, y después estaré buena.
—Sin duda alguna —replicó Brian, y dedicó su atención a Cody—. Y tú, hombrecito, ¿eres…?
Enmudeció cuando vio la mirada de Cody.
El chico se quedó mirando a Brian, con los pies separados y las manos caídas a los costados con rigidez. Sus ojos se encontraron y oí el despliegue de alas correosas entre ellos, el oscuro y sibilante saludo de sus espectros interiores gemelos. Había una expresión de arrobo beligerante en el rostro de Cody. Mi hermano y él permanecieron así un largo momento, hasta que Cody me miró al fin.
—Como yo —manifestó—. El Tío Sombra.
—Asombroso —comentó Brian, y mi hijo se volvió a mirarle—. ¿Qué has hecho, hermano?
—¿Hermano? —preguntó Astor, que reclamaba el mismo rato de atención—. ¿Es tu hermano?
—Sí, es mi hermano —dije a Astor—. No he hecho nada —expliqué a Brian—. Fue su padre biológico.
—Nos daba unas palizas de muerte —aclaró Astor como si tal cosa.
—Entiendo —dijo Brian—. Aportando así el Acontecimiento Traumático que nos engendró a todos.
—Supongo —comenté.
—¿Y qué has hecho con este maravilloso potencial sin explotar? —preguntó Brian, con los ojos clavados en Cody.
Me encontraba ahora en un territorio muy incómodo, teniendo en cuenta que mi plan había sido adiestrarles en el Camino de Harry, un camino que ahora estaba decidido a evitar, y descubrí que no tenía ganas de hablar de aquello, al menos en aquel momento.
—Entremos —dije—. ¿Te apetece un café o algo?
Brian desvió poco a poco sus ojos vacíos de Cody y me miró.
—Será un placer, hermano —corroboró, y con otra mirada a los niños dio media vuelta y se encaminó hacia la puerta de mi casa.
—Nunca dijiste que tenías un hermano —comentó Astor.
—Como nosotros —añadió Cody.
—Nunca lo preguntasteis —contesté, con una extraña sensación de ponerme a la defensiva.
—Tendrías que haberlo dicho —rezongó Astor, y Cody me dirigió una mirada acusadora silenciosa, como si hubiera violado alguna confianza básica.
Pero Brian ya estaba delante de la puerta de casa, de modo que le seguí. Los niños me pisaban los talones, claramente enfurecidos, y se me ocurrió que no sería la última vez que oyera palabras similares. ¿Qué diría a Rita cuando me preguntara lo mismo, como sin duda haría? Considerando que Brian era como yo, pero sin ninguna de las restricciones de Harry, una especie de Dexter Desencadenado, ¿qué podía decir? La única presentación apropiada sería: «Es mi hermano. ¡Sálvese quien pueda!».
En cualquier caso, no había esperado volver a verle después de aquel único encuentro tan breve y vertiginoso. Ni siquiera había sabido que iba a sobrevivir. No cabía duda de que lo había conseguido, pero ¿por qué había vuelto? Yo habría pensado que lo más sensato sería mantenerse alejado. Deborah se acordaría de él. Su encuentro había sido de los que no se olvidan, y ella, al fin y al cabo, era el tipo de persona que obtenía una gran satisfacción profesional cuando detenía a gente como él.
Yo también sabía muy bien que no había vuelto porque sintiera algo por mí. Carecía de sentimientos. De modo que ¿por qué había venido, y qué iba a hacer yo al respecto?
Brian llegó a la puerta y se volvió a mirarme, al tiempo que enarcaba una ceja. Por lo visto, lo primero que debía hacer al respecto era abrir la puerta y dejarle entrar. Lo hice. Me dedicó una breve reverencia y entró, y Cody y Astor corrieron tras él.
—Qué hogar tan agradable —dijo Brian, al tiempo que paseaba la vista alrededor de la sala de estar—. Qué acogedor.
Había montañas de DVD tirados sobre el raído sofá, y una pila de calcetines en el suelo, y dos cajas de pizza vacías sobre la mesita auxiliar. Rita había estado en el hospital casi tres días, y por lo tanto carecía de energías para limpiar, puesto que había llegado aquella mañana. Y aunque yo prefiero un entorno limpio, había estado demasiado distraído para hacer algo, y la casa no presentaba su mejor aspecto. En realidad, estaba hecha un desastre.
—Lo siento —dije a Brian—. Hemos estado, mmm…
—Sí, ya lo sé, el dichoso evento. La vida casera ya se sabe.
—¿Qué significa eso? —preguntó Astor.
—¿Dexter? —llamó Rita desde el dormitorio—. ¿Es que…? ¿Hay alguien contigo?
—Soy yo —dije.
—Su hermano está aquí —comentó Astor en tono beligerante.
Siguió una pausa, sustituida por una especie de susurro aterrado, y después salió Rita, todavía cepillándose el pelo con una mano.
—¿Hermano? Pero eso es… Oh.
Y se detuvo, con la vista fija en Brian.
—Querida dama —dijo él, con su alegría burlona, acerada como un cuchillo—, eres encantadora. Dexter siempre tuvo buen ojo para la belleza.
Rita se pasó las manos por el pelo.
—Oh, Dios mío, estoy hecha un adefesio. Y la casa está… Pero, Dexter, nunca habías dicho que tenías un hermano, y esto es…
—En efecto —interrumpió Brian—. Te pido disculpas por la molestia.
—Pero tu hermano… —repitió Rita—. Nunca dijiste nada.
Sentí que los músculos de mi mandíbula se movían, pero por más que me esforcé en escuchar, no me oí decir nada. Brian me miró un momento con auténtico placer antes de hablar por fin.
—Temo que todo es culpa mía —dijo—. Dexter creía que había muerto hace mucho tiempo.
—Exacto —corroboré, y me sentí como uno de los Tres Chiflados dando la réplica a los demás.
—Aun así —dijo Rita, sin dejar de toquetearse el pelo—. O sea, tú nunca… dijiste que él estaba… O sea, ¿cómo es posible que no…?
—Es muy doloroso —sentencié vacilante—. No me gusta hablar de eso.
—Aun así —repitió Rita, y aunque no existía guía del territorio en que nos habíamos adentrado, sabía que el problema todavía no se había resuelto. Por lo tanto, con la esperanza de volver a un terreno más firme, solté las únicas palabras que se me ocurrieron.
—¿Podríamos tomar café?
—Oh —dijo Rita, y su mal humor se transformó al instante en una asustada expresión de culpa—. Lo siento, ¿te gustaría…? O sea, sí, siéntate. —Se acercó al sofá y quitó la basura diversa que lo bloqueaba con una veloz serie de movimientos precisos de la que nos sentimos todos orgullosos, hablando desde un punto de vista doméstico—. Ya está —dijo, mientras apilaba los trastos al lado del sofá y llamaba a Brian con un ademán—. Por favor, siéntate y… ¡Oh! Soy Rita.
Él avanzó con crispada galantería y estrechó su mano.
—Me llamo Brian, pero siéntate, por favor, querida dama. No deberías estar levantada tan pronto.
—¡Oh! —exclamó Rita, y enrojeció—. Pero el café, debería…
—Estoy seguro de que Dexter no será tan inútil como para no saber preparar café, ¿verdad? —dijo Brian, al tiempo que arqueaba una ceja, y ella rió.
—Supongo que nunca lo sabremos, a menos que le dejemos intentarlo —aventuró Rita, y le dedicó una sonrisa tonta mientras se dejaba caer en el sofá—. Dexter, ¿serías tan amable…? Son tres cucharadas para seis tazas, y has de poner agua en el…
—Creo que me las arreglaré —repliqué, y si el tono fue un poco hosco, ¿quién podía recriminármelo? Y cuando Brian se sentó al lado de mi mujer, en mi sofá, entré en la cocina para preparar café. Y mientras repetía los gestos de llenar el cazo con agua del grifo y verter el agua en la máquina, oí en las profundidades de mi ser un silencioso batir de alas de murciélago cuando el Pasajero se retiró. Pero desde los helados recovecos del poderoso cerebro de Dexter sólo oí tartamudeos confusos y vacilantes. Tuve la impresión de que el suelo giraba bajo mis pies. Me sentía desprotegido, amenazado y atacado por todos los ejércitos malvados de la noche.
¿Por qué había vuelto mi hermano? ¿Y por qué me sentía tan terriblemente inseguro debido a esa circunstancia?