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La prueba que debía llevar a cabo para averiguar si se trataba de sangre humana era básica, sencilla y relativamente rápida, de modo que me paré a comer aunque Deborah me lo hubiera prohibido. Para no pasarme, no fue más que un bocadillo para llevar, pero, al fin y al cabo, casi había perecido de hambre en el hospital, y había huido del lado de Lily Anne para trabajar en un día de asueto, de manera que un pequeño bocadillo cubano no me pareció demasiado. De hecho, se me antojó casi inexistente, y lo terminé en el coche incluso antes de salir de la I-95, pero llegué a mi pequeño laboratorio de mucho mejor humor.

Vince Masuoka estaba en el laboratorio, examinando algo bajo un microscopio. Alzó la vista cuando entré y parpadeó varias veces.

—Dexter —dijo—. ¿La niña está bien?

—Mejor que nunca —contesté, una combinación de verdad y poesía que me complació más de lo que habría debido.

Por lo visto, Vince no quedó convencido. Me miró con el ceño fruncido.

—No deberías estar aquí.

—Solicitaron el placer de mi compañía.

Volvió a parpadear.

—Ah. Tu hermana, ¿eh? —Meneó la cabeza, y volvió a inclinarse sobre el microscopio—. Hay café recién hecho.

Tal vez el café estuviera recién hecho, pero al parecer los granos habían estado reposando en una cuba de productos químicos tóxicos durante varios años, porque el brebaje era lo más cercano a imbebible que puede resultar algo sin dejar de ser líquido. De todos modos, la vida es una serie de pruebas, y sólo los más aptos sobreviven, de modo que bebí una taza de la horrorosa pócima sin lloriquear, mientras analizaba la muestra de sangre. Teníamos varios frascos de antisuero en el laboratorio, así que sólo fue cuestión de añadir mi muestra a uno de ellos y remover los dos juntos en un tubo de ensayo. Acababa de terminar cuando sonó mi móvil. Durante un breve e irracional segundo, pensé que tal vez me llamaba Lily Anne, pero la realidad asomó su fea cabeza en la forma de mi hermana Deborah. No era que su cabeza fuera fea, pero sí muy exigente.

—¿Qué tienes? —me preguntó en tono conminatorio.

—Creo que disentería por culpa del café.

—No me fastidies. Ya tengo bastante con los federales.

—Me temo que quizá tengas que aguantar algo más —repliqué, mientras contemplaba mi tubo de ensayo. Una delgada línea de precipitado se había formado entre el antisuero y la muestra de la escena del crimen—. Parece sangre humana.

Deborah guardó silencio un momento.

—Joder. ¿Estás seguro?

—Las cartas nunca mienten —contesté, con mi mejor acento gitano.

—Necesito saber de quién es esa sangre.

—Estás buscando a un hombre delgado con bigote y que cojea. Zurdo y calzado con zapatos negros puntiagudos.

Guardó silencio otro segundo.

—Ya basta. Necesito un poco de ayuda, maldita sea.

—Deborah, no puedo hacer gran cosa con una muestra de sangre.

—¿Puedes decirme al menos si pertenece a Samantha Aldovar?

—Puedo hacer otra prueba y averiguar el tipo de sangre. Tendrás que preguntar a la familia cuál es el de la chica.

—Hazlo —bramó, y colgó.

¿Os habéis dado cuenta de lo difícil que es sobrevivir en este mundo? Si no eres bueno en tu trabajo, la gente te trata mal, y a la larga acabas en el paro. Y si eres un poco mejor que competente, todo el mundo espera milagros de ti, siempre y en todo momento. Como casi todo en la vida, es una situación en la que llevas las de perder. Y si osas mencionarlo, por creativa que sea la forma de verbalizar tus quejas, te rehúyen por quejica.

La verdad, no me importa que me rehúyan. Si Deborah me hubiera rehuido, todavía estaría en el hospital admirando a Lily Anne y sus florecientes aptitudes de control de la motricidad. Pero no podía correr el riesgo de que me rehuyeran siempre, con la economía tan mal como está y una familia numerosa en la que pensar. De modo que, con un suspiro que expresaba lo harto que estaba del mundo, doblé mi dolorida espalda y me dispuse a llevar a cabo la espeluznante tarea que me esperaba.

A última hora de la tarde llamé a Deborah para comunicarle el resultado de mi análisis.

—Es tipo O —le anuncié. No esperaba que respondiera con florida gratitud, y no lo hizo. Se limitó a gruñir.

—Trae tu culo para acá —dijo, y colgó.

Llevé mi culo hasta el coche y conduje en dirección sur, hasta Coconut Grove y la casa de los Aldovar. La fiesta continuaba en pleno apogeo cuando mi culo llegó, y mi aparcamiento junto al bambú alimentado con asteroides había desaparecido. Di una vuelta a la manzana, mientras me preguntaba si Lily Anne me echaría de menos. Quería estar con ella, no aquí, en el mundo insípido y mortífero de las salpicaduras de sangre y el mal genio de Deborah. Entraría a toda prisa, diría a Debs que me marchaba y volvería al hospital, suponiendo que pudiera encontrar un hueco donde dejar el coche, cosa que de momento no era factible.

Di una vuelta más, y por fin encontré un lugar el doble de lejos, al lado de un contenedor de basura grande que florecía en el patio de una casa pequeña y vacía. Los contenedores de basura son los nuevos y elegantes ornamentos de jardines del sur de Florida, y brotan por toda nuestra ciudad como setas tras un chubasco de verano. Cuando una casa es víctima de la ejecución hipotecaria, cosa que sucede con mucha frecuencia en la actualidad, llega un equipo con el contenedor y vacía la casa en su interior, casi como si la levantaran por un lado y lo arrojaran todo fuera. Es de suponer que los antiguos ocupantes de la casa encuentran un bonito paso elevado de autopista bajo el cual vivir, el banco vuelve a vender la casa por diez centavos el dólar, y todo el mundo está contento…, sobre todo la empresa que alquila los contenedores.

Volví caminando a casa de los Aldovar desde mi flamante aparcamiento con vistas al contenedor. El paseo no fue tan horrible como esperaba. El día era fresco para Miami, con la temperatura alrededor de los veinticinco grados y la humedad propia de un baño de vapor, de modo que todavía quedaban algunos puntos secos en mi camisa cuando me abrí paso entre la bandada de reporteros congregados delante de la casa y entré.

Deborah estaba con otro grupo que daba la impresión de estar preparándose para un combate de lucha libre de la modalidad tag team. No cabía duda de que la atracción principal iba a ser Debs contra la Agente Especial Recht. Ya se encontraban tan cerca que casi se tocaban la nariz, mientras intercambiaban acaloradas opiniones. Sus respectivos compañeros, Deke y el Federal Genérico, se mantenían a un lado de la pareja protagonista como buenos adláteres, mientras se observaban con frialdad, y al otro lado de Deborah había una mujer gorda y angustiada de unos cuarenta y cinco años, que al parecer estaba intentando decidir qué debía hacer con las manos. Las levantó, después dejó caer una, luego se rodeó el cuerpo con ellas, y por fin volvió a levantar la izquierda, y así pude ver que aferraba una hoja de papel. La agitó y dejó caer ambas manos de nuevo, todo ello en el espacio de los tres segundos que tardé en cruzar el vestíbulo para reunirme con el alegre grupito.

—No tengo tiempo para ti, Recht —estaba aullando Debs—. Así que te lo diré en pocas palabras: con tanta sangre, tengo agresión e intento de asesinato como mínimo. —Me miró, y después volvió la vista hacia Recht—. Eso dice mi experto, y también mi experiencia.

—Experto —repitió Recht, con la ironía propia de los federales en la voz—. ¿Te refieres a tu hermano? ¿Él es tu experto?

Dijo «hermano» como si fuera algo que comiera basura y viviera bajo una piedra.

—¿Tienes uno mejor? —preguntó Debs muy furiosa, y fue muy halagador que se batiera por mí.

—No lo necesito. Tengo una adolescente desaparecida —replicó Recht, también con cierto apasionamiento—, y eso es secuestro hasta nuevo aviso.

—Perdón —terció la mujer angustiada. Debs y Recht no le hicieron caso.

—Paparruchas —le espetó Deborah—. No hay nota, ni llamada telefónica, nada, salvo una habitación llena de sangre, y eso no es secuestro.

—Sí, en caso de que sea su sangre.

—Perdonen. Si yo… ¿Agente? —insistió la mujer angustiada, mientras agitaba la hoja de papel.

Deborah sostuvo la mirada de Recht un momento, y después se volvió hacia la mujer.

—Sí, señora Aldovar —dijo, y miré interesado a la mujer. Si era la madre de la chica desaparecida, eso explicaría los excéntricos movimientos de manos.

—Esto podría… Yo… la encontré —observó la señora Aldovar, y alzó ambas manos un momento en señal de impotencia. Después, la derecha cayó a un lado, y la izquierda permaneció inmóvil en el aire con la hoja de papel.

—¿Qué ha encontrado, señora? —preguntó Debs, que ya estaba mirando de nuevo a Recht como si estuviera preparándose para saltar y apoderarse del papel.

—Esto es… Usted dijo que buscara, mmm…, un informe médico —dijo la mujer, y retorció la hoja de papel—. Lo encontré. Con el tipo de sangre de Samantha.

Deborah ejecutó un maravilloso movimiento, como si hubiera jugado al baloncesto profesional toda la vida. Se interpuso entre la mujer y los federales, con el trasero justo delante de Recht, lo cual impedía a ésta toda posibilidad de ver el papel, al tiempo que extendía la mano y se apoderaba con delicadeza de la hoja que sostenía la mano de la señora Aldovar.

—Gracias, señora —dijo, y recorrió la página con un dedo. Al cabo de escasos segundos, alzó la vista y me fulminó con la mirada.

—Dijiste que era de tipo O.

—Exacto.

Golpeó la hoja con la yema de un dedo.

—Aquí pone AB positivo.

—Déjame ver —dijo Recht, al tiempo que intentaba saltar para agarrar el papel, pero el bloqueo de culo tipo NBA que empleaba Deborah fue demasiado para ella.

—¿Qué pasa aquí, Dexter? —me recriminó Deborah en tono acusador, como si yo fuera el culpable de que los dos tipos de sangre no coincidieran.

—Lo siento —repliqué, aunque no estaba seguro de por qué me estaba disculpando, pero por su tono de voz sabía que debía hacerlo.

—Esta chica, Samantha, es del tipo AB positivo. ¿Quién es del tipo O?

—Montones de personas. —La tranquilicé—. Es muy común.

—¿Está diciendo…? —intentó preguntar la señora Aldovar, pero Deborah continuó.

—Esto no me sirve de nada. Si ésa no es su sangre… ¿Quién tira contra la pared sangre de otra persona?

—Un secuestrador —intervino la Agente Especial Recht—. Que intenta borrar su rastro.

Deborah se volvió a mirarla, y la expresión de su rostro fue algo maravilloso de ver. Con tan sólo unos cuantos músculos faciales reordenados y una pequeña ceja arqueada, Debs logró transmitir: ¿Cómo es posible que alguien tan estúpido sepa abrocharse los zapatos y caminar entre nosotros?

—Dime —empezó Deborah, al tiempo que la miraba con incredulidad—, ¿lo de «agente especial» es algo así como «educación especial»?

El nuevo compañero de Deborah, Deke, emitió una carcajada y Recht enrojeció.

—Déjame ver ese papel —repitió.

—Fuiste a la universidad, ¿verdad? —continuó Deborah en plan coloquial—. Y a esa elegante escuela del FBI en Quantico.

—Agente Morgan —dijo con severidad Recht, pero mi hermana agitó el papel ante sus narices.

—Sargento Morgan. Necesito que saques a tu gente de mi escena del crimen.

—Tengo jurisdicción sobre los secuestros… —empezó a decir Recht, pero Deborah estaba tomando impulso y la interrumpió sin hacer un gran esfuerzo.

—¿Quieres decirme que el secuestrador arrojó una buena parte de su propia sangre contra la pared y que aún tuvo fuerzas para llevarse a una adolescente que debió oponer resistencia? ¿O trajo un poco de sangre en un frasco de mayonesa y dijo: «Plaf, vente conmigo?» —Deborah sacudió la cabeza y añadió una leve sonrisa de suficiencia—. Porque no me creo ninguna de ambas posibilidades, Agente Especial. —Hizo una pausa, y como estaba en racha, Recht no se atrevió ni a hablar—. Lo que creo es que una chica nos está tomando el pelo y fingiendo su propio secuestro. Y si tienes pruebas de que es otra cosa, éste es el momento de sacarlas a relucir.

—Sacarlas a relucir —repitió Deke con una risita tontorrona, pero por lo visto nadie se dio cuenta, salvo yo.

—Sabes muy bien… —empezó la agente Recht, pero de nuevo fue interrumpida, esta vez por el nuevo compañero de Deborah, Deke.

—Eh —dijo, y todos nos volvimos a mirarle.

Deke indicó el suelo con un cabeceo.

—La señora se ha desmayado —observó, y todos nos volvimos a mirar el lugar que señalaba.

Tal como nos había advertido, la señora Aldovar estaba caída en el suelo.