AHORA
Habían pasado trece días desde que Crystal y Diondra habían desaparecido sin dejar rastro, y la policía no había encontrado ninguna prueba física que relacionara a Diondra con Michelle. La caza se estaba quedando en un caso de piromanía, perdía fuerza.
Lyle vino a mi casa a ver cualquier cosa en la tele, su nueva costumbre. Le dejaba venir a cambio de que no hablara mucho, lo que suponía un gran reto para él, pero le echaba de menos cuando no venía. Estábamos viendo algún reality show especialmente grotesco cuando Lyle de repente se incorporó en su asiento.
—Eh, ese jersey es mío.
Yo llevaba puesta una de sus sudaderas demasiado ajustadas que en algún momento había cogido del asiento de atrás de su coche. A mí me quedaba mucho mejor, la verdad.
—A mí me queda mejor, la verdad —dije.
—Joder, Libby, podías preguntar al menos. —Se volvió hacia la tele, donde unas mujeres se peleaban entre ellas como perros furiosos—. Libby, la Ladrona. Qué pena que no te llevaras de casa de Diondra, no sé, su cepillo del pelo, por ejemplo. Tendríamos su ADN.
—Ah, el socorrido ADN —dije yo. Había dejado de creer en el ADN.
En la tele, una mujer rubia tenía agarrada por el pelo a otra mujer rubia y la arrastraba escalera abajo. Cambié a un canal en el que ponían un documental sobre cocodrilos.
—Oh, Dios mío. —Corrí a la habitación. Regresé y deposité el lápiz de labios y el termómetro de Diondra sobre la mesa—. Lyle Wirth, eres un puto genio —dije, y le di un abrazo.
—Bueno —dijo, y después se rió—. Yo un genio. Libby, la Ladrona piensa que soy un genio.
—Absolutamente.
* * *
El ADN extraído de ambos objetos coincidía con el de la sangre en la colcha de Michelle. La cacería humana se puso en marcha. No era de extrañar que Diondra no quisiera que nadie la relacionara con Ben. Todos esos avances científicos, uno detrás de otro, hacían cada vez más fácil obtener muestras de ADN. Cada año que pasaba, ella misma debía de sentirse más en peligro, y no menos. Dios.
A Diondra le echaron el guante en un tugurio de giros postales en Amarillo. No encontraron a Crystal por ninguna parte, pero habían pillado a su madre, aunque hicieron falta cuatro polis para meterla en el coche. Así que Diondra estaba en la cárcel y Calvin Diehl había confesado. Incluso cierto turbio agente de préstamos había caído en una redada, su simple nombre me ponía los pelos de punta: Len. Con todo eso, se podría pensar que la liberación de Ben sería inminente, pero las cosas no van tan rápido. Diondra no confesaba, y, hasta que se celebrara el juicio, retendrían a mi hermano, que se negaba a implicarla a ella. Finalmente fui a visitarle a finales de mayo.
Parecía más rellenito, cansado. Me dedicó una débil sonrisa mientras me sentaba.
—No estaba segura de que quisieras verme —dije—. Diondra siempre pensó que darías con ella. Y parece que estaba en lo cierto.
—Sí, eso parece.
Ninguno de nosotros parecía tener ganas de ir más allá de aquello. Ben había protegido a Diondra durante casi veinticinco años, y yo lo había desmontado todo. Parecía disgustado, pero no triste. Puede que él, en el fondo, albergara la esperanza de que ella quedara finalmente al descubierto. Yo estaba dispuesta a creer eso, sólo por mí. Resultaba sencillo no hacer la pregunta.
—Saldrás pronto de aquí, Ben. ¿Te lo puedes creer? Vas a salir de la cárcel. —De ningún modo aquello era seguro: una mancha de sangre en las sábanas de una niña muerta está bien, pero una confesión es mejor. No obstante, yo estaba esperanzada. No obstante.
—No me importaría que eso sucediera —dijo él—. Puede que ya sea hora. Puede que veinticuatro años sean suficientes por… haberme quedado allí sin hacer nada. Por dejar que ocurriera.
—Yo creo que sí.
Lyle y yo habíamos juntado las piezas de aquella noche a partir de lo que Diondra me había contado. Seguramente estaban en la casa, listos para largarse, ocurrió algo que enfureció a Diondra, y mató a Michelle. Ben no hizo nada por evitarlo. Yo creo que Michelle se enteró de su embarazo, la hija secreta. Ya le preguntaría por los detalles a Ben algún día, pero sabía que ahora no me iba a decir nada.
Los dos Day sentados, mirándose el uno al otro, pensando cosas y tragándoselas. Ben se rascó un grano en el brazo, la «Y» del tatuaje de Polly le asomaba por debajo de la manga.
—Bien, Libby, ¿y qué puedes contarme de Crystal? ¿Qué pasó aquella noche? He oído diferentes versiones. ¿Le va mal? ¿Es… mala persona?
Así que ahora era Ben el que se preguntaba lo que había pasado en una casa fría, solitaria, en las afueras de la ciudad. Señalé las dos cicatrices con forma de lágrima en mi pómulo, las marcas de los orificios del vapor de la plancha.
—Es lo bastante lista para haber podido esquivar a la policía todo este tiempo —dije—. Diondra nunca dirá dónde se encuentra.
—No es eso lo que te he preguntado.
—No lo sé, Ben, estaba protegiendo a su madre. Diondra dijo que le había contado todo a Crystal, y yo creo que es cierto. Todo: «Yo maté a Michelle y nadie lo puede saber». ¿Cómo afecta a una niña saber que su madre es una asesina? Se obsesiona, intenta encontrarle algún sentido, archiva fotos de sus familiares muertos, lee y se aprende de memoria el diario de su tía muerta, conoce cada punto de vista, se pasa la vida preparada para defender a su mamá. Y entonces aparezco yo, y Crystal se va de la lengua. ¿Y qué es lo que hace? Intenta arreglarlo. En cierto modo, lo entiendo. Mama no va a ir a la cárcel por mi culpa.
Había sido muy vaga con la policía en cuanto a Crystal, querían hablar con ella acerca del incendio, pero lo que no sabían era que había intentado matarme. No iba a acusar a otro miembro de mi familia, simplemente no iba a hacerlo, aunque éste resultara ser culpable; intenté convencerme de que ella no estaba tan perturbada. Podía tratarse de una locura transitoria, provocada por el amor. Aunque, claro, a su madre ya le había ocurrido eso, y el resultado fue mi hermana muerta.
Espero no volver a ver nunca a Crystal, pero si eso sucede me alegraré de llevar un arma encima, por decirlo de algún modo.
—¿De verdad lo entiendes?
—Sé algo sobre intentar hacer lo correcto y joderla del todo —añadí.
—¿Lo dices por mamá? —dijo Ben.
—Lo digo por mí.
—Podrías decirlo por todos nosotros.
Ben apoyó la mano en el cristal, e hicimos coincidir nuestras palmas.