Todas las percepciones de la mente humana se dividen en dos clases distintas, que llamaré IMPRESIONES e IDEAS. Las diferencias entre ellas consisten en los grados de fuerza y viveza con que hacen huella en nuestra mente y penetran en nuestro pensamiento o conciencia. A aquellas percepciones que entran con más fuerza y violencia las podemos llamar impresiones; bajo este nombre se engloban todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones, tal como aparecen por primera vez en el alma. Llamo ideas a sus tenues imágenes en el pensar y razonar; tales como, por ejemplo, son todas las percepciones incitadas por este discurso, exceptuando solamente aquellas que se originan en la vista y el tacto y exceptuando también el placer o disgusto que puedan ocasionar.
Tratado de la Naturaleza Humana
(ed. L. Selby-Bigge), Libro 1, p. 1.
Hay otra división de nuestras percepciones que será conveniente observar y que comprende tanto nuestras impresiones como nuestras ideas. Se dividen en SIMPLES y COMPLEJAS. Percepciones, impresiones e ideas simples son aquellas que no admiten ninguna distinción o separación. Complejas son lo contrario y en ellas se pueden distinguir dos partes. Aunque un color, sabor y olor particulares son cualidades que se presentan todas juntas en esta manzana, es fácil discernir que no son lo mismo, sino que, al menos, se pueden distinguir unas de otras […] todas nuestras ideas simples se derivan, en su primera aparición, de impresiones simples, que les corresponden y a las que representan exactamente.
Tratado de la Naturaleza Humana, Libro 1,
p. 2.
Así, no sólo nuestra razón nos falla en el descubrimiento de la conexión última de causas y efectos, sino que, incluso después de que nuestra experiencia nos ha informado de su constante unión, nos es imposible satisfacemos por nuestra razón de por qué no podemos extender esa experiencia más allá de las particulares instancias que estábamos observando. Suponemos, pero no lo podemos nunca probar, que debe haber una cierta semejanza entre esos objetos de los que hemos tenido experiencia y aquellos que están más allá del alcance de nuestro descubrimiento.
Tratado de la Naturaleza Humana, Libro 1,
p. 91.
Podemos muy bien preguntarnos, ¿Qué causas nos inducen a creer en la existencia del cuerpo?; pero es preguntar en vano, ¿Hay o no hay cuerpo? Esto último es algo que debemos dar por supuesto en todos nuestros razonamientos […]. Examinemos con más detalle estas dos preguntas, pues se las suele comúnmente confundir, a saber, ¿por qué atribuimos existencia CONTINUA a los objetos, incluso cuando no están presentes a nuestros sentidos?; y ¿por qué les suponemos una existencia DISTINTA de la mente? Dentro de esta última frase incluyo tanto su situación como sus relaciones, tanto su posición externa como la independencia de su existencia y operatividad […]. Los sentidos no nos dan noción de la existencia continua, puesto que no pueden actuar más allá de donde les es realmente posible. Tampoco pueden producir la opinión de una existencia distinta, puesto que no pueden mostrarla a la mente, ni como representada, ni como original. Para mostrarla como representada, tendrían que presentar a la vez un objeto y su imagen. Para hacerla aparecer como original, tendrían que transmitir una falsedad; y esta falsedad debe estar en las relaciones y en las situaciones: para lo cual deben poder comparar el objeto con nosotros mismos; e incluso entonces no nos engañan ni es posible que puedan engañarnos. Por lo tanto, podemos concluir con certeza que la opinión de una existencia continua y distinta nunca se origina en los sentidos.
Tratado de la Naturaleza Humana,
Libro 1,pp. 187, 188, 191.
Los filósofos pueden imaginar toda clase de argumentos convincentes a fin de justificar la creencia en objetos independientes de la mente, pero es obvio que estos objetos son conocidos por muy pocos. No es por estas razones que niños, campesinos y la mayor parte de la humanidad atribuyen objetos a algunas impresiones y se los niegan a otras. Vemos, según esto, que las conclusiones que el vulgo deduce son contrarias a las confirmadas por la filosofía.
Pues la filosofía nos enseña que todo lo que aparece en la mente no es sino percepción, y se interrumpe, y depende de la mente mientras que el vulgo confunde percepciones y objetos, y atribuye una existencia continua y distinta a las cosas que siente o ve. A todo esto podemos añadir que, siempre que pensemos que nuestras percepciones y los objetos son lo mismo, nunca podremos inferir la existencia de uno de la del otro, ni argumentar a partir de la relación causa-efecto; que es lo único que puede darnos certeza sobre los hechos. Incluso después de distinguir nuestras percepciones de nuestros objetos, estará ahora claro que aún somos incapaces de razonar la existencia de uno a partir de la del otro. De modo que toda nuestra razón no puede, ni nunca podrá en ninguna circunstancia, darnos seguridad de la existencia continua y distinta del cuerpo. Esta opinión se debe enteramente a la IMAGINACIÓN.
Tratado de la Naturaleza Humana,
Libro 1, p. 193.
Los errores en religión son peligrosos; en filosofía, sólo ridículos.
Tratado de la Naturaleza Humana,
Libro 2, p. 272.
La razón es, y debe ser, sólo esclava de las pasiones, y no puede aspirar a otro oficio que servirles y obedecerlas.
Tratado de la Naturaleza Humana,
Libro 2, p. 415.
¿Qué verdades filosóficas pueden ser más ventajosas para la sociedad que las aquí expuestas, que presentan la virtud con todos sus genuinos y más atractivos encantos y nos acercan a ella con suavidad, familiaridad y afecto? Cae el sombrío vestido con el que la habían tapado muchos piadosos y algunos filósofos; aparece nada más que gentileza, humanidad, benevolencia, afabilidad; más aún, cuando es conveniente, juegos, travesuras, alegría. No nos habla de austeridades y rigores inútiles, sufrimientos, sacrificios. Declara que su única finalidad es hacer en lo posible alegres y felices a sus seguidores y a toda la humanidad, en todo instante de su existencia; tampoco quiere apartarse de nuestro lado de buen grado, sino con la esperanza de una amplia compensación en algún otro momento de nuestras vidas. El único esfuerzo que nos pide es el de un criterio justo y una constante preferencia por la mayor felicidad. Y si se le acercan pretendientes austeros, enemigos de la alegría y del placer, ella los rechaza por hipócritas y embusteros; o, si los admite en su cortejo, los colocará entre los menos favorecidos de sus seguidores.
Investigación sobre los Principios de la Moral
(ed. Selby-Bigge), p. 280.
A menudo he observado que las primeras preguntas que se hacen los franceses acerca de un extranjero son, ¿Es cortés? ¿Tiene ingenio? Entre nosotros, el mejor elogio es el de un sujeto bondadoso y sensato.
Investigación sobre los Principios de la
Moral, p. 262.
Si el disponer de la vida humana estuviera reservado a la sola potestad del Todopoderoso, de manera que su ejercicio por los hombres fuera una intrusión en sus dominios, sería igualmente criminal cualquier acción dirigida, tanto a la preservación de la vida, como a su destrucción. Si aparto una piedra que cae sobre mi cabeza, modifico el curso de la naturaleza. Yo invado los dominios propios del Todopoderoso si alargo mi vida más allá del tiempo que él le ha asignado por las leyes generales de la materia y del movimiento.
Un pelo, una mosca, un insecto, son capaces de acabar con este poderoso ser cuya vida es de tal importancia. ¿Es absurdo suponer que la humana prudencia pueda legalmente disponer de lo que depende de causas tan insignificantes?
No cometerla yo ningún crimen si desviara las aguas del Nilo o del Danubio, en caso de que fuera capaz de hacerlo. ¡Cuál es, pues, el crimen de desviar unas pocas onzas de sangre de sus conductos naturales!
Sobre el Suicidio. Ensayos
(ed. Copley), p. 320.
En esta vida, los poderes de los hombres no están por encima de sus deseos, en la misma medida en que no lo están los de los zorros o las liebres, cuando se comparan sus deseos y sus periodos de existencia.
Sobre la Inmortalidad del Alma. Ensayos
(ed. Copley), p. 326.
Nuestra insensibilidad antes de la composición de nuestro cuerpo aparece, ante los ojos de la razón natural, como una prueba de un estado similar después de su disolución.
Sobre la Inmortalidad del Alma. Ensayos
(ed. Copley), p. 330.
Con Newton puede esta isla presumir de haber producido el genio más grande y singular que hubo jamás, para adorno e instrucción de la especie. Cauteloso a la hora de no admitir otros principios que los fundamentados en la experiencia, pero resuelto para adoptarlos, por muy nuevos o inusitados que fueran; a fuer de modesto, ignorante de su superioridad sobre los demás hombres y, por ello, menos proclive a acomodar sus razonamientos a los recelos comunes; más deseoso del mérito que de la fama; fue, por todo ello, largo tiempo desconocido ante el mundo. Pero su reputación saltó finalmente con un brillo que quizá ningún escritor antes que él había conseguido en vida…
La mayor parte de los escritores que esta edad celebra son estatuas de genios pervertidos por la indecencia y el mal gusto; pero ninguno más que Dryden, tanto por la grandeza de sus talentos como por el abuso enorme que hizo de ellos. Sus piezas, salvo algunas escenas, están desfiguradas en extremo por el vicio o la locura, o por ambas; sus traducciones son, en demasía, el resultado de la prisa y el hambre; incluso sus fábulas son historias mal escogidas, comunicadas en una versificación incorrecta, aunque briosa. Sin embargo, entre este gran número de obras incoherentes —el desecho de nuestro idioma—, se pueden encontrar algunas pequeñas piezas —su Oda a Santa Cecilia, la mayor parte de Absalón y Achitofel, y otras pocas que descubren un genio tan grande, tal riqueza de expresión, tal pompa y variedad de efectos, que nos llenan de pesar e indignación por lo inferior y hasta absurdo de sus otros escritos.
Historia de Inglaterra (ed. Kilcup), c.71
El reinado de Jaime II, pp. 281, 282.
Mira este universo que te rodea. ¡Qué inmensa profusión de seres, animados y organizados, sensibles y activos! Admira su prodigiosa variedad y fecundidad. Pero mira un poco más de cerca estas existencias vivientes, los únicos seres dignos de nuestra atención. ¡Cuán hostiles y destructivos unos con otros!; ¡cuán insuficientes todos ellos para conseguir su propia felicidad!; ¡cuán despreciables y odiosos a los ojos del espectador! Todo ello no representa sino1aidea de una naturaleza ciega, impregnada de un gran principio vivificador, vertiendo desde su seno, sin discernimiento ni cuidado paternal alguno, sus hijos tullidos y abortivos.
Diálogos sobre la Religión Natural
(ed. Kemp Smith), p. 174.