40: La fuga de Zoria

40

La fuga de Zoria

CORAZÓN DE REINA

Nada crece en el silencio

Una pila de hierba cortada, una caja de madera

Con pájaros labrados

Oráculos de Osario

Sonaban voces en el laberinto del jardín. Los invitados habían dejado la mesa y se habían abrigado para salir al aire libre, al menos los que buscaban una intimidad que no podían encontrar dentro de las iluminadas salas. ¿Pero cuánta intimidad podía haber con luna llena? Parecía que una docena de personas erraban por el laberinto, riendo y parloteando, las mujeres chistando a los hombres, un sujeto cantando una vieja canción procaz sobre Dawtrey el Hechizado, algo que no parecía muy apropiado con los crepusculares a las puertas.

El invierno llegaba de veras en esta Víspera de Invierno, con un aire cortante y un viento intenso. Briony no sentía frío, pero la verdad era que apenas podía sentir el cuerpo. Atravesó los aledaños del jardín con el mayor sigilo posible, manteniéndose cerca de los antiguos tejos, dirigiéndose a la fortaleza como un espíritu flotante en una nube de su propio hálito. No quería cruzarse con los cortesanos. Le había bastado con mirarlos esa noche en el comedor. Ahora, con el recuerdo de ese engendro que había matado a Kendrick alojado en su mente como una astilla de hielo, pensaba que no podría mirar esas caras vacías sin gritar.

Entró por una puerta trasera, pero en vez de atravesar los pasadizos habituales, cruzó una de las pequeñas cámaras que había detrás de la sala del trono, evitando a la multitud de sirvientes que trataban de terminar sus tareas a tiempo para su propia celebración de Víspera de Invierno. No había centinelas frente a la escalera que bajaba a la fortaleza, y cuando abrió la puerta del fondo, encontró a un solo hombre montando guardia con su pica. El centinela estaba adormilado: el ruido de la puerta lo sobresaltó, y se restregó los ojos. Briony ni se imaginaba qué aspecto tendría con su vestido rasgado, su cara y sus manos manchadas de sangre y ceniza.

—¡Princesa! —El guardia se levantó torpemente y empuñó el arma, que logró alzar con la punta hacia abajo. Habría sido cómico si todo no fuera tan lamentable, una horrenda noche de sangre y fuego, y si su cara estúpidamente seria no se hubiera parecido tanto a la de Heiyn Millward, el joven que ahora yacía en la cámara de Anissa en un charco de su propia sangre.

—¿Dónde están las llaves?

—Alteza…

—¡Las llaves! ¡Las llaves de la celda de Shaso! Dámelas.

—Pero…

Debo de tener el aspecto de una diablesa.

—No me hagas gritar, amigo. Sólo dame las llaves y ve en busca de tu capitán. ¿Quién está a cargo durante la ausencia de Vansen?

El hombre bajó el pesado llavero de un gancho de la pared.

—Tallow —dijo, al cabo de un titubeo—. Es Jem Tallow, alteza.

—Ve a buscarlo. Si está dormido, despiértalo, aunque no creo que esté durmiendo en Víspera de Invierno. —¿De veras era la misma noche? Tenía que serlo, pero la idea la desconcertaba—. Dile que traiga soldados y me encuentre aquí, que la princesa regente lo necesita. —Mientras no supiera por qué la bruja Selia había hecho lo que había hecho, mientras no averiguara si la muchacha sureña tenía cómplices en el asesinato de Kendrick, nadie debía dormir.

—Pero…

—¡Por todos los dioses, ya!

El hombre soltó las llaves, alarmado. Briony lanzó una imprecación muy poco femenina, se agachó y las recogió. El guardia vaciló un instante, abrió la puerta y corrió escalera arriba.

El cerrojo de la celda estaba duro, pero con ambas manos logró hacer girar la llave y al fin la puerta se abrió con un crujido. La sombra que estaba acurrucada en el fondo del calabozo no se movió, no alzó la vista.

¡Está muerto! Su fatigado corazón volvió a acelerarse y por un momento la oscuridad de esa celda húmeda y fría amenazó con devorarla.

—¡Shaso! ¡Shaso, soy yo, Briony! ¡Los dioses nos perdonen por lo que te hemos hecho!

Se le acercó y lo sacudió, aliviada al oír su respiración pero horrorizada por su delgadez. Él empezó a moverse.

—¿Briony…?

—Nos equivocamos. Perdónanos… Perdóname. Kendrick… —Lo ayudó a incorporarse. Tenía un olor espantoso y Briony retrocedió un paso—. Sé quién mató a Kendrick.

Él sacudió la cabeza. Estaba oscuro en la celda. El único brasero que había fuera no bastaba para alumbrar ni siquiera ese pequeño espacio. No podía verle los oíos.

—¿Mató…?

—Shaso, sé que tú no lo hiciste. Fue Selia, la doncella de Anissa. Es una bruja, una cambiaforma. Se transformó en… oh, Zoria misericordiosa, en algo. ¡Lo vi!

—Ayúdame a levantarme —dijo él, con la voz ronca por la falta de uso—. Por el amor de los dioses, muchacha, ayúdame a levantarme.

Ella le sostuvo el brazo mientras él procuraba ponerse de pie. Le contó lo que había ocurrido esa noche, sin saber si él podría entenderla en su debilidad y fatiga. Las cadenas tintinearon y él se desplomó, vencido por el peso.

—¿Dónde están las llaves de éstas? —preguntó ella.

—En ese tablero de la pared —dijo él, señalando. Le costaba pronunciar cada palabra—. No sé cuál es la llave de estos grilletes. Casi nunca me los quitan.

Sollozando, Briony se dirigió al tablero. No veía ninguna diferencia entre una llave y otra, así que las llevó todas, y el peso le estiraba los brazos cuando regresó a la celda.

—¿Por qué no me lo dijiste? —Empezó a probar las llaves. Tuvo que agacharse para probar cada una en la cerradura de los grilletes. El tufo del viejo le recordaba el monstruo de la cámara de Anissa, pero al menos era un olor más natural—. Tú no fuiste. ¿Por qué no me lo dijiste, entonces? ¿Qué pasó entre tú y Kendrick?

Él guardó silencio. Primero un grillete, luego el otro, se abrieron con un chasquido de hierro. Ella palpó las heridas húmedas que le habían abierto en las muñecas mientras lo ayudaba a incorporarse. Shaso estaba manchado de sangre, tal como ella.

Shaso se tambaleó, pero logró mantenerse erguido. Extendió las manos para equilibrarse.

—Te dije… que no maté a tu hermano. No puedo decir más —declaró al fin.

Briony soltó un chillido de frustración.

—¿A qué te refieres? Sé quién asesinó a Kendrick. ¿No lo entiendes? Ahora debes decirme por qué dejaste que te encarceláramos cuando no era culpa tuya.

Él sacudió la cabeza con fatiga.

—Mi juramento me impedía hablar. Aún me lo impide.

—No, no permitiré que tu terquedad…

La puerta de la fortaleza se abrió con un chirrido y entró el guardia que ella había enviado. Tenía una expresión perdida y se aferraba el estómago como si acunara algo pequeño y precioso. Dio un paso, se tambaleó, cayó de bruces. En su furia y confusión, Briony tardó un instante en comprender que no se levantaría, y otro instante en ver el charco oscuro que se extendía debajo de él.

—Tu maestro de armas es todavía el caballero perfecto, ¿verdad? —Hendon Tolly pasó de la escalera a la habitación. Estaba vestido como para un funeral, pero sonreía como un niño que ha recibido una golosina—. Un salvaje xandiano que está dispuesto a morir para preservar su honor. —Entraron tres hombres más, todos con la librea de los Tolly, todos con espadas desenvainadas—. Eso es lo que me facilita la vida: todos estos tontos dispuestos a morir por su honor.

—He averiguado quién mató a mi hermano —dijo Briony, sobresaltada—. No creía que tú tuvieras nada que ver con ello. ¿Por qué mataste al guardia? ¿Y por qué te presentas de este modo amenazador? —Irguió el cuerpo—. ¿Acaso tuviste algo que ver con ello? —No creía que pudiera lograr que Hendon Tolly dudara en atacar a la princesa regente, pero al menos podía lograr que sus esbirros lo pensaran dos veces.

—Sí, con el tiempo habrías sido reina —dijo Tolly—. Pero estás muy verde, niña, muy verde. Has venido aquí sin guardias. Has dejado un rastro de confusión y actos sangrientos en todo el castillo. La historia que te contaré lo explicará todo… pero no te dejará bien parada.

—Traidor —gruñó Shaso. Se apoyó en la pared, agotado—. Tú fuiste el causante de todo esto, con tu hermano.

—En parte, sí —rio Hendon Tolly—. Y tú, viejo, te cruzaste en mi camino como un borracho frente a un carruaje. Y ahora serás el asesino oficial de la princesa, no sólo del príncipe Kendrick.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Briony, esperando que Tolly siguiera hablando mientras ella pensaba en algo, o mientras alguien llegaba para salvarla—. ¿Has perdido el juicio? —Pero sabía que no vendría nadie. Por eso Tolly había apuñalado al guardia y lo había dejado morir frente a ella, para revelarle su indefensión. El Tolly menor era un gato al que le gustaba jugar con la presa arrinconada, y éste era un juego que había estado esperando toda su vida.

—Briony, pequeña Briony. —Sacudió la cabeza como un tío cariñoso—. Tan enfadada con mi hermano Gailon porque él quería desposarte y hacer de ti una mujer respetable en vez de la marimacho terca que tu padre te permitió ser. Lo considerabas un monstruo. Sin embargo, era lo único que impedía que mi hermano Caradon y yo concretáramos nuestros planes para Marca Sur. Por eso tuvo que morir.

—¿Tú mataste a Gailon?

—Desde luego. Se opuso a nuestros contactos con el autarca desde el principio. Incluso quiso discutirlo con Kendrick la noche en que murió tu hermano. Caradon y yo habíamos hablado con Kendrick por separado, porque Gailon se negaba a hacerlo, y le habíamos prometido que el autarca lo ayudaría a liberar a tu padre a cambio de ciertas concesiones sobre la soberanía de algunas naciones del sur. Kendrick había decidido aceptar la generosa oferta de nuestro aliado de Xis.

—¡Mi hermano jamás haría eso!

—Pues lo hizo, o al menos accedió a hacerlo. Su asesinato estropeó lo que habría sido un trato muy fructífero para Caradon y para mí. Y para el autarca, supongo. —Sacudió la cabeza—. Todavía me tiene intrigado. No entiendo cuál es el papel de esa criada devonisia.

Briony estaba a punto de hacerle otra pregunta, tan sólo para que siguiera hablando (estaba demasiado pasmada y aterrada para asimilar todo lo que decía Hendon Tolly), pero él la silenció con un gesto e hizo una señal a sus guardias.

—Suficiente —dijo—. Matadlos rápidamente. Todavía tenemos que encontrar a ese médico entrometido.

—¡No te saldrás con la tuya!

Tolly rio con auténtico placer.

—Claro que sí. Los Eddon hablan del vínculo sagrado y el amor del pueblo, pero el mundo no funciona así, aunque os empeñéis en creer lo contrario. Verás, alguien tendrá que proteger al hijo recién nacido de Anissa, el último heredero. Por cierto, es varón. La comadrona está con ella ahora. La pobre Anissa está muy confundida por los acontecimientos de esta noche, pero en breve se los explicaré. —Sonrió socarronamente—. Para entonces tú habrás muerto a manos de Shaso, un trágico eco del destino de tu hermano, y Shaso habrá muerto por mi mano, o eso oirá todo el mundo. Una vez que hayamos encontrado y despachado a ese médico gordo, no habrá más versión que la nuestra. Los Tolly tomarán al pequeño monarca bajo su protección. Mi hermano gobernará en Estío y yo gobernaré aquí… aunque Caradon todavía no sabe eso. —Hizo una reverencia, como si acabara de prestarle un servicio—. He ahí el secreto de la historia, pequeña Briony: la última versión es la que cuenta.

Loados sean los dioses, Chaven ha escapado, pensó ella. Por el momento, al menos. Su corazón latía tan aceleradamente que parecía sacarle el aire de los pulmones. Al menos alguien sabría la verdad después de su muerte, la versión de los Tolly no sería la única.

Hendon Tolly chasqueó los dedos. Los tres guardias avanzaron, pica en ristre, empujándola hacia Shaso. En este último momento sólo atinó a pensar en cosas insignificantes: Barrick enfurruñado por una nimiedad, la hermana Utta trazando un círculo en un pergamino, la radiante sonrisa de Zoria en un libro antiguo. Luego una forma negra voló sobre su hombro y se estrelló contra la cara del primer guardia, que cayó hacia atrás, tumbando a uno de sus camaradas. Una mano apartó a Briony, y algo brillante como un sol roto voló por la habitación y rebotó en la pared, esparciendo una luz ardiente sobre los guardias y Hendon Tolly, que gritó de dolor y sorpresa mientras las llamas consumían su ropa negra.

Shaso gemía como un moribundo tras el esfuerzo de haber arrojado la cadena y el brasero. Mientras la llevaba hacia el fondo de la fortaleza, Briony supo que sólo habían postergado la muerte. No había ningún sitio adonde ir, y el ataque sorpresivo no había sido suficiente: Tolly y sus dos guardias restantes ya apagaban las llamas, aunque uno de los soldados gemía de dolor.

Mientras retrocedía, miró con angustia el estante vacío donde normalmente guardaban las picas, donde en cualquier otra noche que no fuera esta rara combinación de asedio y festivo habrían encontrado armas, pero Shaso la metió en la última celda y cerró la puerta.

—Mantenía cerrada —jadeó el viejo—. Sólo… por un momento.

El enemigo estaba frente a la puerta, pero no se atrevía a forzarla sin saber qué planeaba Shaso.

—Me conformaré con asaros vivos ahí dentro —gritó Hendon Tolly. Respiraba entrecortadamente y ya no estaba de buen humor. Briony esperó que sus quemaduras fueran dolorosas—. Encajará bien en nuestra pequeña historia.

Algo crujió.

—¡Ayúdame! —susurró Shaso, la voz transida de dolor.

Briony dio un paso, tropezó, cayó de rodillas. Lo encontró al tacto, encontró la cosa de madera que él tenía en las manos huesudas.

—¡Levanta!

Ella obedeció, gruñendo con el esfuerzo. Un triángulo de luz que se ensanchaba sobre el suelo cubierto de paja les indicó que Hendon Tolly y sus guardias habían enfilado hacia la puerta y la abrían cautelosamente, pero Briony y Shaso habían logrado abrir el escotillón del fondo de la celda. Ella se asombró al descubrir que había semejante cosa, pero no era momento para hacer preguntas. Shaso le hizo una señal, y ella bajó por el escotillón y encontró la escalerilla, luego se detuvo para ayudar a Shaso a bajar, pero no se sintió muy animada: el pozo parecía un escondrijo tan poco seguro como la celda, por profundo que fuera. Shaso soltó el escotillón, y quedaron cubiertos de negrura. Oyó un chirrido y comprendió que él corría un pasador oculto. Un momento después Tolly y sus hombres golpeaban airadamente el escotillón, y el ruido retumbaba en el angosto pozo.

—Arrástrate —dijo Shaso cuando llegaron al fondo del pozo—. Pronto podrás ponerte de pie.

—Por los dioses… ¿Qué es esto?

Él le dio un empellón.

—¡En marcha! Ésta es la fortaleza del castillo, muchacha. El último baluarte en un asedio. ¿Crees que no habría una salida secreta, por si ocurriera lo peor?

—Pues ha ocurrido —dijo ella, y decidió ahorrar el aliento para arrastrarse.

La promesa de Shaso pronto se cumplió: ese espacio estrecho se ensanchó hasta que Briony no pudo palpar las paredes ni el techo.

—¿Adónde va esto?

—Hay una salida junto a la compuerta de la Torre de la Primavera.

—Debemos encontrar a Avin Brone. ¡Debemos alertar al resto de la guardia!

—¡No! —Él le aferró la pierna. En la oscuridad, fue como si la hubiera agarrado un monstruo cuyos dedos eran raíces. Shaso habló despacio mientras procuraba respirar—. No me fio de Brone. En todo caso, no sabemos dónde está. Si los hombres de Tolly nos encuentran, te matarán de inmediato. Luego dirán que yo te tomé como rehén, que tu muerte fue un accidente.

—¡Nadie lo creerá!

—Quizá no, a la luz del día de mañana, pero ¿de qué te servirá esta noche? ¿De qué me servirá a mí, mientras me apuñalan frente a una multitud airada? Maldición, Briony Eddon, no hay tiempo para esto. Debemos salir. Debemos… —Recobró el aliento. Era aterrador oír su voz tan débil. ¿Y si él moría? ¿Qué haría ella entonces?—. Ahora puedes ponerte de pie. Coge mi mano. Hay un sitio adonde podemos ir.

—¿Qué es este túnel? ¿Cómo sabías que existía?

—Soy el maestro de armas. —Gruñó de dolor al levantarse—. Es mi trabajo saber esas cosas. Avin Brone también lo conoce. Por eso me habían puesto en otra celda.

—¿Por qué no nos dijeron nada a Barrick y a mí?

Shaso suspiró, una mezcla de pena y dolor.

—Tendrían que habéroslo dicho. Coge mi mano.

* * *

El viaje duró una hora, por corredores de piedra húmedos y pasadizos traicioneros que parecían meros boquetes abiertos en la tierra dura, hasta que llegaron a un recinto de piedra que olía a barro de mareas y excremento de pájaro. Tenía una ventana alta por donde se derramaba el claro de luna, y por primera vez desde que habían entrado en el pozo Briony pudo ver el rostro huesudo y fatigado de Shaso dan-Heza.

—Estamos en un almacén junto a la compuerta —jadeó él. Le había oído gimotear mientras se arrastraba, un sonido tan inesperado que la había asustado casi tanto como todo lo demás que había experimentado en esa noche descabellada y espantosa. ¡Shaso demostrando dolor, casi llorando! ¡Debía de estar en últimas!—. La gente de Estío estará registrando el castillo. También habrá otros que te buscarán, pero no podemos confiar en nadie.

—Pero…

—¡Escúchame, muchacha! Es evidente que los Tolly han preparado esto concienzudamente y por largo tiempo, esperando un momento propicio. Aunque encontráramos a Brone, y aunque él sea leal, no sabemos si sus guardias también lo serán. Debes irte de aquí.

—¿Adonde? Si hay tanto peligro, ¿adónde podemos ir?

—Primero lo primero, Briony. —Él temblaba de frío—. El único modo seguro de salir del castillo es por agua.

—¡Los crepusculares están en la ciudad!

Él meneó la cabeza.

—Entonces iremos por otro lado. Cruzaremos la bahía e iremos al sur, costa abajo. Hay lugares en Mar del Timón… He preparado…

—¿Pensabas que podía ocurrir algo como esto?

El viejo rio. Ese sonido áspero pronto se transformó en una tos ronca.

—Es mi trabajo, Briony —dijo al fin—. El trabajo que juré hacer. Pensar en cualquier cosa que pudiera ocurrir, cualquier cosa, y prepararme para ello.

Estaba maltrecho y su vida pendía de un hilo, pero había una orgullosa porfía en sus palabras. A pesar de todo, ella se irritó.

—Shaso, ¿por qué no me dijiste la verdad sobre Kendrick?

—Más tarde. Si sobrevivimos. —Se levantó torpemente y le tendió la mano. Briony la rechazó y se levantó por su cuenta, notando que también ella estaba agotada, que le dolía todo el cuerpo.

—Silencio, ahora —dijo Shaso—. Quédate en las sombras.

Salieron a una calleja desierta, aunque oían la voz de unos centinelas en el muro y un fuego ardía en la casa de guardia junto a la compuerta. ¡Nunca había existido una noche como ésta! En el castillo celebraban el festival del invierno mientras terribles enemigos acampaban en la otra orilla, la doncella de su madrastra se había transformado en demonio: en semejante noche podía suceder cualquier cosa horrenda, siniestra e imposible, y Briony se preguntó si podía confiar en el juicio de Shaso. Siempre era tan envarado, tan seguro de sí, pero ¿quién podía juzgar bien en semejante noche? ¿Y si él se equivocaba? ¿Tenía que ceder el trono sin presentar pelea, escapar sólo por temor a Hendon Tolly? Si llamaba a los guardias, ¿no acudirían a ayudar a la princesa regente, no perseguirían a Tolly como el perro asesino que era?

¿Pero qué sucedería si no lo hacían, como temía Shaso? ¿Y si en secreto eran hombres de Tolly, seducidos con mentiras o con oro?

Briony trató de imaginar qué haría su padre, cómo pensaría él. Sobrevive, le habría dicho. Si sobrevives, demostrarás que todo lo que dice Tolly es mentira. Pero si alguien te clava una flecha, la gente no tendrá más remedio que creerle, porque Estío es la parte más poderosa del reino fuera de Marca Sur, y tienen lazos de sangre con el trono.

Notó que estaban cerca de la orilla de Laguna de los Acuanos. Nunca había estado en esa parte del castillo, con sus callejas bordeadas por precarias casas acuanas, con esas embarcaciones de forma extraña que parecían albergar tantos moradores como las viviendas más convencionales que se agolpaban junto a los muelles. Estaba muy tranquilo para ser Víspera de Invierno, y cayó en la cuenta de que ya debía ser medianoche; las calles estaban casi desiertas, y algunas ventanas iluminadas y jirones de música eran los únicos indicios de que allí vivía gente. Oyó el choque de los botes amarrados contra los muelles y el graznido ocasional de un ave marina.

—¿Adónde vamos? —susurró mientras esperaban en las sombras para cruzar una de las calles más anchas. Las viviendas estaban tan apiñadas e inclinadas que parecía más un avispero que un lugar humano. Shaso miró a ambos lados, le indicó que lo siguiera.

—Aquí —dijo—. Ésta es la casa del jefe Turley.

—¿Turley? —susurró ella. Tardó un instante en recordar el nombre—. ¡Yo le conocí!

Shaso no respondió, sino que llamó a la puerta ovalada; la secuencia de sonidos era demasiado estudiada para ser fortuita. Poco después entreabrieron la puerta y dos anchos ojos se asomaron.

—Debo hablar con tu padre —dijo Shaso—. Ahora. Déjanos entrar.

La muchacha lo reconocía, pero estaba sorprendida de verlo.

—Imposible, milord —dijo al fin—. Esta noche hay asamblea del cardumen.

—No me importa si es el fin del mundo, niña —gruñó el viejo—. En realidad, es el fin del maldito mundo. Dile a tu padre que Shaso dan-Heza está aquí por un asunto de vida o muerte.

La muchacha abrió la puerta y les cedió el paso. Briony notó que la había visto antes: la muchacha que, con su amante, había visto el misterioso bote que entraba en la laguna la noche anterior a la muerte de Kendrick. Ahora creía saber qué llevaba ese bote, y para quién.

La piedra mágica de Selia. Ojalá hubiera prestado más atención a lo que decían los acuanos…

La muchacha reconoció a Briony e hizo una desmañada reverencia.

—Alteza —dijo, aunque no parecía abrumada por su presencia. Briony no recordaba su nombre, así que saludó con un cabeceo.

El angosto pasadizo crujía como maderamen. Tenía un penetrante olor a pescado, sal y otros aromas menos identificables. La muchacha se adelantó para abrir la puerta del final del pasillo. Entraron en una habitación pequeña y fría donde ardía un fuego diminuto, más destinado a dar luz que calor. También ardían unas velas, pero la luz no alcanzaba para que Briony supiera con certeza cuánta gente estaba amontonada en ese pequeño espacio. Contó una docena de cabezas calvas y relucientes antes de desistir, pero había más personas agazapadas en las sombras contra las paredes. Todos parecían ser hombres, y la miraban con ojos brillantes que pestañeaban, como ranas en un estanque.

—Jefe Turley —dijo Shaso—. Necesito tu ayuda. Necesito un botero. La vida de la princesa corre peligro.

Todos le fijaron su mirada húmeda.

El jefe Turley deliberó en voz baja con sus camaradas antes de ponerse de pie.

—Es un honor, Shaso-na —dijo al fin con su extraño acento—, es un honor, pero todos estamos comprometidos a participar en una asamblea del cardumen. No podemos partir antes del fin de la noche, o sería blasfemia. Aunque uno de nosotros muriera, su cuerpo permanecería aquí hasta la salida del sol.

—¿La blasfemia es peor que la muerte de la princesa de Marca Sur, la hija de din? ¿Olvidas lo que le debéis?

Turley hizo una mueca, pero pronto recobró su expresión impasible.

—Aun así, gran Shaso-na.

Briony comprendió que el maestro de armas se había topado con alguien tan porfiado como él y lamentó que la situación no le permitiera disfrutar del espectáculo.

—¿No podemos esperar hasta el alba? —preguntó.

—No podemos salir en bote a la luz del día. Y Hendon Tolly no esperará, sino que pronto averiguará adonde lleva el pasaje que usamos, y no tardará en deducir que debe registrar la orilla de Laguna del Acuano. Y Brone, si cree que está actuando para salvarte, no vacilará en enviar hombres casa por casa.

—Pero queremos que Brone nos encuentre.

—Quizá. Pero, insisto, si un solo hombre es desleal, podría ocurrir un accidente… Digamos que me disparan una flecha que te acierta a ti por error… —El viejo guerrero tuaní sacudió la cabeza. Briony notó que le costaba mantenerse en pie—. Jefe, ¿no puedes recomendarnos a alguien de tu confianza? Necesitamos un botero.

—Yo seré el botero —anunció la muchacha acuana. Briony no había visto que ella esperaba y escuchaba en la puerta; la voz la sobresaltó. Los hombres reunidos tampoco habían reparado en ella, y murmuraron con desazón y sorpresa.

—¿Tú, Ena? —preguntó el padre.

—Yo. Soy tan capaz de navegar como la mayoría de los hombres. Ésta es la hija de Olin, no podemos negarnos. ¿Quién le dará refugio, quién la llevará adonde necesita ir? ¿Calkin? ¿Sawney Ojos Perdidos? Por algo ellos no están en la asamblea del cardumen. No, yo la llevaré.

Su padre titubeó, escuchando el murmullo de descontento de sus camaradas. Su piel se moteó y su garganta se abultó como si fuera a escupir un saco monstruoso y soltar un eructo de furia, pero en cambio tragó saliva y sacudió la cabeza con disgusto. Briony conocía ese gesto, pues su padre lo había hecho muchas veces.

—Sí, hija, no veo otra opción. Llévalos. Pero ten cuidado, mucho cuidado.

—Lo tendré. Ella es la hija de Olin, y Shaso-na es amigo del cardumen.

—Sí, pero también ten cuidado por ti, lucio travieso. —Abrió los brazos y ella se le acercó para darle un abrazo rápido—. ¿Aceptas, Shaso-na?

—Desde luego —respondió el viejo con voz ronca.

Ena miró a Shaso de arriba abajo.

—Necesitas que te atiendan, que revisen esos cortes y quemaduras. Pero primero una tina de agua de mar, para eliminar el tufo. —Volvió sus ojos de gruesos párpados a Briony. Sus cejas desnudas les daban un aire misterioso y distante, como los de alguien que hubiera vivido largo tiempo enferma—. También vos, señora… es decir, alteza. No podréis meter esa falda enorme y andrajosa en el bote, así que debemos encontrar ropa mía para que uséis, con vuestro perdón. Pero debemos apresurarnos. La luna está nadando, pero pronto se sumergirá.

* * *

Ferras Vansen alcanzó a su presa al pie de las colinas, o al menos eso le parecía. Meses atrás esto era el límite de la Línea de Sombra, un lugar normal aunque inquietante, pero ahora las colinas estaban cubiertas de niebla y eran casi invisibles y la comarca se había vuelto irreconocible.

—¡Príncipe Barrick! —El jinete no se volvió sino que siguió avanzando por la niebla ondeante. Por momentos Vansen pensó que se equivocaba, que quizá estuviera llamando a un fantasma arrojado por la Línea de Sombra, pero al acercarse para cerrar el paso del caballo negro pudo ver la cara pálida y distraída del muchacho—. ¡Barrick! Príncipe Barrick. Soy yo, Vansen. ¡Deteneos!

El joven príncipe ni siquiera lo miró. Vansen acercó aún más el caballo, hasta que estuvo hombro con hombro con la montura de Barrick, luego estiró el brazo y aferró el brazo del príncipe, y demasiado tarde recordó que era el brazo atrofiado.

Atrofiado o sano, no significó nada. Barrick se zafó sin mirar a Vansen, aunque habló por primera vez.

—Lárgate.

Había algo raro en la voz, un distanciamiento de sonámbulo; su negativa a mirarlo parecía más locura que desprecio. Vansen volvió a aterrarlo, esta vez con más fuerza, y el príncipe le asestó un codazo, tratando de liberarse. Los caballos chocaron y relincharon, sin saber si esto era un combate u otra cosa. Vansen esquivó un puñetazo, rodeó al príncipe con los brazos y lo atrajo hacia sí. Los pies de Barrick se trabaron en los estribos y cayó, arrastrando consigo al capitán de la guardia. Vansen esquivó las patas de los caballos, pero el choque contra el suelo fue como un puñetazo. Por largo rato quedó tendido de espaldas, jadeando.

Los caballos trotaron un poco más y se detuvieron. Cuando Vansen logró incorporarse, aún respirando con dificultad, vio consternado que Barrick ya estaba de pie y caminaba cojeando hacia su caballo negro, que pacía en la hierba a pocos pasos, medio oculto en la niebla. El príncipe se aferraba el costado como si le doliera, pero esto no lo detenía. Vansen se levantó con esfuerzo y corrió tras él, pero estaba fatigado y maltrecho por la lucha de ese día y la caída; el príncipe Barrick casi había llegado al caballo cuando Vansen lo alcanzó.

—¡Alteza, no puedo permitir que os internéis en esas tierras!

Por toda respuesta, Barrick sacó la daga e intentó apuñalar a Vansen sin siquiera mirarlo. Vansen retrocedió sorprendido, tropezó, cayó. El príncipe no parecía dispuesto a aprovechar su ventaja; dio media vuelta y volvió a coger al caballo, que se había alejado, asustado por la lucha. Cuando Barrick metía los dedos bajo la cincha para sostener el caballo y buscaba el estribo con el pie, Vansen volvió a alcanzarlo.

Esta vez esperaba el cuchillo y pudo arrancarlo de los dedos del príncipe. El muchacho soltó un gruñido de dolor, pero no prestaba atención a Vansen. Dio media vuelta para encaramarse a la silla. Vansen le aferró la cintura y tiró hacia atrás, y ambos cayeron al suelo. Esta vez apoyó el yelmo en la espalda del muchacho y lo sostuvo. Barrick jadeó de dolor y luchó con creciente desesperación, braceando y pataleando como un nadador que se ahoga. Cuando fue evidente que Vansen era el más fuerte, que el muchacho no podía llegar a los ojos ni los órganos vitales del otro con los dedos, Barrick se contorsionó cada vez más frenéticamente. El gemido que emitía mientras rodaban en el suelo se transformó en alarido, un ruido espantoso que se clavó en los oídos de Vansen como una vara afilada, y el príncipe empezó a agitar brazos y piernas. Vansen no cejó. Se sentía como el padre de un niño muy enfermo. Un niño demente.

¿Cómo lo llevaré a Marca Sur?, se preguntó. El alarido de Barrick era cada vez más entrecortado pero no cedía ni cesaba. Vansen empezó a arrastrarse, tratando de llevar al muchacho hacia el caballo. Tendré que amarrarlo. ¿Pero con qué? ¿Y cómo atravesaré las líneas del pueblo de sombra?

Los forcejeos de Barrick eran cada vez más rabiosos, para asombro de Vansen. Ya no podía arrastrar más al príncipe, y tuvo que detenerse a cierta distancia de los caballos, aferrando al muchacho con los brazos y las piernas mientras Barrick seguía chillando monótonamente, como un portón con los goznes rotos.

Al fin fue demasiado. Vansen sentía una dolorosa fatiga, y los gritos del muchacho eran tan desgarradores que empezó a temer que la mente del joven príncipe estuviera afectada. Lo soltó, y el muchacho dejó de gritar, se puso de pie, tambaleándose (era un alivio que volviera el silencio), y caminó a trompicones hacia el caballo, que esperaba con calma antinatural.

Vansen se puso de pie para seguirlo.

—¿Adónde vais, alteza? ¿No sabéis que os dirigís hacia el país de las sombras?

Barrick se encaramó a la silla, se resbaló, forcejeó, tan fatigado como Vansen. Se irguió, y volvió a tocarse el costado.

—Lo sé —dijo con voz hueca.

—¿Entonces por qué, alteza? —No hubo respuesta, y Vansen elevó la voz—. ¡Barrick, escúchame! ¿Por qué haces esto? ¿Por qué cabalgas hacia la tierra de las sombras?

El muchacho vaciló, buscando las riendas a tientas. Vansen notó que el caballo negro tenía ojos extraños y amarillos. Vansen estiró la mano y tocó el brazo del príncipe, esta vez con suavidad. Barrick lo miró un instante con sus ojos extraviados.

—No sé por qué. ¡No lo sé!

—Regresa conmigo. Hacia allá sólo hay peligro. —Pero Vansen sabía que también había peligro del otro lado, locura y muerte. Al principio había creído que Barrick huía de los horrores de la batalla—. Regresa conmigo a Marca Sur. Tu hermana estará preocupada por ti. La princesa Briony estará preocupada.

Por un instante creyó que el príncipe regente reaccionaría: Barrick suspiró, se aflojó en la silla. Ese instante pasó.

—No. He sido… convocado.

—¿Convocado para qué?

El muchacho meneó la cabeza, el gesto de un hombre condenado y perdido. Vansen había visto esa expresión, esos ojos vacíos y desencajados, en un habitante de los valles, un pariente lejano de su madre que había quedado atrapado en una disputa fronteriza entre dos grandes clanes y había presenciado la muerte de su esposa y sus hijos. Ese hombre tenía esa expresión cuando fue a despedirse antes de ir en busca de los asesinos de su familia, sabiendo que nadie lo acompañaría ni lo vengaría, que su propia muerte era inevitable.

Vansen se estremeció.

Barrick espoleó al caballo, enfilando hacia el norte. Vansen tomó su montura y se apresuró a alcanzarlo, hasta que cabalgaron lado a lado.

—Por favor, alteza, por última vez. Por favor, regresad a vuestra familia, vuestro reino, vuestra hermana Briony.

Barrick sacudió la cabeza, clavando los ojos en el vacío.

—Entonces tendré que seguiros a ese lugar espantoso del que apenas logré escapar la vez anterior. ¿Eso queréis, alteza, que os siga a la muerte? Porque mi juramento no me permitirá dejaros solo. —Ahora Vansen la veía con el ojo de su mente, su rostro adorable, su temor mal disimulado, la valentía que ese temor tomaba aún más admirable. Ahora pago la vida de tu hermano mayor, Briony. Ahora pago la muerte de Kendrick con la mía. Pero era improbable que ella llegara a saberlo.

Por un breve instante el verdadero Barrick pareció asomar en sus ojos, como si alguien atrapado en una casa en llamas apareciera en la ventana para pedir ayuda a gritos.

—¿A la muerte? —murmuró—. Quizá. Pero quizá no. —Cerró los ojos, los abrió lentamente—. Hay cosas más extrañas que la muerte, capitán Vansen; más extrañas y más antiguas. ¿No lo sabía?

No había nada que decir. Agotado en cuerpo y alma, Vansen sólo pudo seguir al príncipe loco hacia las colinas sombrías.

* * *

Briony nunca había pensado en el castillo de Marca Sur como un lugar opresivo o temible (había sido su hogar toda su vida, a fin de cuentas), pero mientras avanzaban sigilosamente por la orilla de la laguna, la fortaleza con sus altas torres y ventanas iluminadas parecía erguirse sobre ella como una calavera coronada.

Toda esa noche parecía una fantasía, una fantasía perversa en que las doncellas se transformaban en monstruos y las princesas tenían que andar por su propio reino disfrazadas con ropas acuanas que apestaban a pescado.

Ena los condujo por calles húmedas y estrechas hasta un muelle de Laguna Oeste donde la muralla externa de la fortaleza se cernía sobre la calle de los Entalladores, pero no abordaron un bote. En cambio, los llevó por una puerta desconchada que se abría en la ancha muralla de piedra que defendía el castillo desde la bahía. El pasadizo tallado en roca viva conducía a una escalera de caracol que subía un trecho por la pared del peñasco y luego descendía, y Briony se asombró al descubrir que estaba a orillas de otra laguna, totalmente rodeada por una caverna de roca alumbrada por faroles colgados a lo largo de la costa.

Esto debe estar oculto dentro de la muralla que da al mar, se maravilló. Dos acuanos estaban sentados con las piernas cruzadas en la costa pedregosa, custodiando una docena de botes, pero se pusieron de pie antes de que Briony y sus acompañantes bajaran de la escalera. Ambos empuñaban pértigas con una punta afilada y ganchuda, y no bajaron las armas hasta que Ena les habló en una lengua gutural.

¿Era verdad, entonces, que los acuanos tenían su propio idioma? Muchos decían que no podía ser cierto. Briony comprendió que había aprendido muy poco sobre esa gente que vivía dentro de su propio castillo. ¡Y una laguna oculta!

—¿Conocías la existencia de este lugar? —le preguntó a Shaso.

—Nunca lo había visto —dijo él, sin responder la pregunta del todo. Pero Briony no insistió; él apenas podía tenerse en pie.

Al parecer, Ena había explicado su misión a los centinelas acuanos. Condujo a Shaso y Briony a un bote largo y esbelto, subió después de ellos y remó hacia una apertura baja y aparentemente natural en la pared de roca que debía permanecer debajo del agua al menos la mitad de cada día. La muchacha movía los remos con soltura con sus manos fuertes de dedos largos. Al rato el bote se mecía en el suave oleaje de la bahía, bajo un cielo encapotado, mientras soplaba el viento de la noche.

—¿Por qué nunca supe que existía esa laguna? —Briony estaba entumecida en el asiento, apoyando los pies en el saco que habían provisto Ena y su padre, y que contenía pescado seco y odres llenos de agua. Miró hacia atrás—. Alguien podría invadir el castillo por ese boquete de la muralla.

—Está ahí sólo una parte del día. —La muchacha acuana sonrió tímidamente—. Cuando regresa la marea, debemos sacar los botes del agua y abandonar la caverna. También hay otros guardias, guardias que vos no visteis.

Briony hizo un gesto de resignación. Era evidente que aún tenía mucho que aprender sobre su propio hogar.

Al cabo de un rato, el vaivén del bote y el crujido monótono de los remos comenzaron a adormecerla. El sueño era muy tentador, pero aún no estaba dispuesta a rendirse.

—¿Shaso? Shaso.

Él respondió con un gruñido.

—Me dijiste que me explicarías lo que había pasado. ¿Por qué no me contaste la verdad?

—¿Éste es mi castigo, entonces? —preguntó él con voz queda.

—Si quieres considerarlo así. —Ella le apretó el brazo, y notó que el duro músculo había empezado a consumirse durante sus oscuras semanas de desnutrición en el calabozo—. Prometo que pronto te dejaré dormir. Pero cuéntame qué pasó aquella noche.

Shaso habló despacio, deteniéndose a menudo para recobrar el aliento.

—Tu hermano me llamó a sus aposentos. Acababa de visitarlo Gailon Tolly. Si ese chacal Hendon dijo la verdad en esto, Gailon debía oponerse al ofrecimiento del autarca. Yo pensaba que estaba a favor, pero parece que me equivocaba. En todo caso, tu hermano me dijo lo que pensaba hacer: abandonar la convicción de vuestro padre de que había que defender todas las naciones de Eion. Kendrick creía que podía convencer a los demás monarcas de permitir que el autarca tomara Hierosol, y a cambio el autarca liberaría a tu padre.

»Al margen de toda cuestión de honor, me parecía un riesgo tonto. Bebimos vino y discutimos. Discutimos largo tiempo, Kendrick y yo, y amargamente. Le dije que era un necio al negociar con semejante criatura, máxime cuando esa criatura tenía cada vez más poder, y que prefería matarme antes que permitir que le hiciera esto a su reino. Toda mi vida he observado la obra de los monarcas de Xis, Briony. Vi cómo Tuan y una docena de naciones de Xand eran arrastradas en cadenas ante el Trono del Halcón, y se dice que este autarca es el peor de su desquiciado linaje. Pero Kendrick sostenía que el único modo de resistir contra el autarca a la larga era que vuestro padre Olin dirigiera una coalición defensiva de países del norte, entregar Hierosol y las otras decadentes ciudades del sur. Un trueque diabólico, dije yo, una transacción donde sólo el diablo puede ganar. Al fin, ebrio, desesperado y un poco asqueado, me marché. En el pasillo me crucé con la doncella de Anissa… llamada por Kendrick, supuse. Era bonita y sensual, así que no le di importancia.

Briony recordó algo. Kendrick dijo: «Isss». No podía recordar el nombre de la muchacha. La llamaba «sirvienta» o «doncella de Anissa»… mientras moría. Era demasiado espantoso para pensar en ello mucho tiempo, y no quería dejarse distraer.

—Dices que te marchaste, Shaso. Pero cuando te encontramos, estabas cubierto de sangre.

—Mientras discutíamos, me encolericé con su tontería… y volví mi cuchillo contra mí mismo. Le dije… Ah, muchacha, lamento que éstas fueran las últimas palabras que le dije. —Por un largo momento pareció que no continuaría. Cuando lo hizo, su voz era más ronca—. Le dije a tu hermano que me cortaría los brazos, los brazos que tanto tiempo habían servido a su padre, antes de permitirles servir a un hijo traidor. Que me apuñalaría el corazón. Yo estaba borracho, muy borracho y muy furioso. Esa noche no habría tolerado la presencia de Dawet dan-Faar a la mesa sin vino, y ya había bebido varias copas antes de ir a la habitación de tu hermano. Muchas veces me he maldecido por ello en la oscuridad de esa celda. Kendrick trató de arrebatarme el cuchillo. Lo enfurecía que yo discutiera, que no sólo dudara de su estrategia sino que lo cuestionara a él. Forcejeamos por el cuchillo y recibí otro corte. También él, creo, aunque uno menor. Al fin volví a mis cabales. Me dijo que me fuera, haciéndome jurar, por la deuda que tenía con vuestro padre, que no hablaría de lo que había ocurrido, aunque disintiera con él.

»A decir verdad, aun después de que me liberaste, no habría mencionado lo que planeaba el pobre Kendrick, la deshonra de negociar con el maldito autarca… —Una vez más Shaso tuvo que callar. Briony se habría compadecido de él, pero tenía la sensación de que ambos la habían traicionado: Shaso, por mantener un porfiado silencio; su hermano, por pensar que sabía más que su padre, por creerse un rey antes de haber obtenido la sabiduría, por suponer que podía manipular a un enemigo grande y poderoso—. Regresé a mis aposentos. Bebí más vino, pensé que Kendrick todavía estaba furioso conmigo por haberle insultado, incluso que quizá estaba demasiado ebrio y lo había herido en nuestros forcejeos, que me encerrarían por agraviarlo, que volvería a ser un esclavo al cabo de tantos años. Sólo después llegué a comprender lo que había ocurrido.

—So necio, ¿por qué no nos lo contaste?

—¿Qué podía decir? Antes de su muerte, juré a tu hermano que no hablaría de lo que había pasado en esa habitación. Estaba avergonzado, por mí y por él. Y al principio, antes de entender la verdad, me sentí deshonrado porque vinisteis a aprehenderme como un criminal, sólo porque había disentido con el príncipe regente. Pero cuando supe lo que había sucedido, te dije que yo no lo había matado, y era la verdad. —Briony, que aún le tocaba el brazo, notó que seguía temblando—. ¿Qué posee un hombre si renuncia a su palabra? Está peor que muerto. Si Hendon Tolly no te hubiera dicho lo que planeaba tu hermano, aún guardaría silencio. —Briony se recostó, mirando la sombra del castillo. Tiritaba de frío y fatiga, y aún estaba aterrada por los acontecimientos de la noche. En alguna parte de esa fortaleza oscura, hombres armados la buscaban a ella y a Shaso.

—¿Adónde iremos?

—Al sur —respondió él al rato. Parecía que se había dormido unos momentos.

—¿Y después? ¿Una vez que desembarquemos? ¿Tienes en mente algún aliado? —El sur, pensó. Donde padre está prisionero—. Mi hermano… Temo por él, Shaso.

—Al margen de lo que haya pasado, él hizo lo que creía que debía hacer. Su alma está en paz, Briony.

Se le subió el corazón a la garganta. ¿Barrick? ¿Shaso sabía algo que ella no sabía? Entonces lo entendió.

—No me refería a Kendrick. Sí, hizo lo que consideraba mejor, los dioses lo guarden y bendigan. Pero me refería a Barrick. —Le costaba encontrar fuerzas para hablar; el largo día al fin la había vencido. Las lágrimas borroneaban las oscuras geometrías de la fortaleza—. Lo echo de menos, y temo que le haya pasado algo malo.

Shaso no dijo nada, pero le palmeó el brazo con timidez.

El bote siguió navegando, y los remos se movían parejamente en las manos habilidosas de Ena. Briony se sentía como Zoria en la famosa historia, huyendo de su hogar en medio de la noche. ¿Qué era lo que había escrito Tinwright, con su pomposo estilo? Con ojos claros y corazón de león, pensó en el día en que volvería a proclamar su honor… Pero la diosa Zoria escapaba de un enemigo y regresaba a la casa de su padre. Briony dejaba su hogar, quizá para siempre. Y Zoria era inmortal.

El monte Midlan, con sus murallas y torres, ya no se erguía sobre ellos como un padre severo, sino que empezaba a alejarse, y la bahía se ensanchaba entre el bote y el castillo. La costa boscosa se aproximaba, una negrura en el horizonte sur que bloqueaba el cielo estrellado. Sólo unas luces estaban encendidas en las alturas del castillo, algunas en la Torre de la Primavera, algunos faroles en las casas de guardia de la muralla y sobre los rompeolas del puerto. Sintió un inesperado y doloroso amor por su hogar. Todas las cosas que había dado por descontadas, incluso algunas que había desdeñado, esos recintos helados, antiguos y complejos como largas historias, los retratos de ceñudos ancestros, los árboles grises que florecían cada fría primavera… le habían arrebatado todo. Ansiaba recobrarlo.

Ahora Shaso estaba dormido, pero Briony había perdido su oportunidad de un sueño reparador. Permaneció un rato en vela, exhausta pero llena de pensamientos inquietantes. Se quedó mirando mientras la luna descendía en el cielo y las aguas de la bahía la separaban de la vida que había vivido hasta ese momento.

* * *

Los pasajes de Cavernal, iluminados pero desiertos, parecían obras inconclusas en vez de calles. Sílex, caminando como un hombre que últimamente había visto demasiados lugares extraños, oyó el eco de sus pasos en las paredes de piedra de sus vecinos mientras atravesaba la calle de la Cuña y entraba por su puerta.

Ópalo le oyó llegar y salió a recibirlo, llena de zozobra y temor. Pensó que le preguntaría dónde había estado en esas largas horas, pero ella sólo le cogió la mano y lo arrastró hacia el dormitorio. Estaba gimiendo, y él supo que había pasado lo peor: el niño había muerto.

Para su asombro, Pedernal no estaba muerto, sino despierto y alerta. Sílex miró a Ópalo, pero ella aún tenía la expresión de alguien que acaba de descubrir que le robaron su posesión más preciada.

—¿Niño? —preguntó, arrodillándose—. ¿Cómo te sientes?

—¿Quién eres?

Sílex miró ese rostro familiar, el cabello casi blanco, los ojos enormes y alerta. Todo era igual, pero el niño parecía distinto.

—¿Quién soy? Soy Sílex, y ella es Ópalo.

—No os conozco.

—Tú eres Pedernal, nosotros… hemos cuidado de ti. ¿No lo recuerdas?

El niño negó con la cabeza.

—No, no os recuerdo.

—Bien… Si no eres Pedernal, ¿quién eres? —Aguardó aterrado la respuesta—. ¿Cómo te llamas?

—¡Dije que no lo sé! —gimió el niño. Había en él algo que Sílex nunca había visto antes, un animal atrapado y asustado detrás de la cara angosta—. ¡No sé quién soy!

Ópalo se alejó con paso tambaleante, aferrándose la garganta como si no pudiera respirar. Sílex la siguió, pero cuando intentó abrazarla, ella lo rechazó y él retrocedió. Como no se le ocurría qué otra cosa hacer, regresó a la cama y cogió la mano del niño; el niño que se parecía a Pedernal trató de zafarse, pero al final se relajó y se dejó asir la mano. Impotente y fatigado, sin pensar en lo que acababa de ocurrirle fuera de las puertas de la ciudad, Sílex se quedó así una hora, tranquilizando a un niño aterrado mientras su esposa lloraba en la habitación contigua.