4
Una propuesta sorprendente
LA LÁMPARA
Sus dedos son la llama
La oscilación es su ojo tal como la lluvia es la canción del grillo
Todo se puede vaticinar
Oráculos de Osario
Acertijo miró con tristeza la paloma que acababa de sacar de la manga. Ladeaba la cabeza en un ángulo muy poco natural, como si estuviera muerta.
—Mis disculpas, alteza. —Una mueca arrugó la cara enjuta del bufón. Algunos se reían con malicia en el fondo de la sala del trono. Un noble lanzó un exagerado gemido de pena por la infortunada paloma—. El truco funcionó perfectamente cuando lo practiqué antes. Quizá necesite encontrar un ave de constitución más fuerte…
Barrick revolvió los ojos y resopló, pero su hermano mayor era más diplomático. Acertijo era un viejo favorito de su padre.
—Un accidente, buen Acertijo. Sin duda lo resolverás con nuevos estudios.
—Y con más pájaros muertos —susurró Barrick. Su hermana frunció el ceño.
—Pero todavía debo a su alteza el entretenimiento del día. —El viejo se guardó la paloma en el pecho de su traje a cuadros.
—Bien, ya sabemos qué cenará —le dijo Barrick a Briony, que le pidió silencio.
—Encontraré otros entretenimientos para divertiros —continuó Acertijo, con una mirada lastimera a los mellizos que susurraban—. ¿Quizá una de mis renombradas piruetas? Hace tiempo que no hago malabarismos con teas encendidas… desde aquel infortunado accidente con el tapiz sianés. He reducido la cantidad de antorchas, así que ahora el truco es mucho más seguro…
—No hace falta —dijo amablemente Kendrick—. No hace falta. Ya nos has entretenido bastante… Ahora la corte debe ocuparse de sus asuntos.
Acertijo asintió con tristeza, se inclinó y se alejó del trono, poniendo una pierna detrás de la otra como haciendo algo que le habían obligado a practicar con mayor cuidado que el truco de la paloma. Barrick notó que el viejo parecía un saltamontes con traje de bufón. Los cortesanos reían y cuchicheaban.
Aquí todos somos bufones. Aunque las torpezas de Acertijo le habían mejorado el humor, volvió a ser presa de su ánimo sombrío. Sólo que la mayoría somos mejores que él. Siempre le costaba sentarse en esas sillas duras. A pesar de las ventanas abiertas en lo alto, la sala del trono estaba impregnada de olor a incienso y polvo y otras personas… demasiadas personas. Se volvió para mirar a su hermano, que deliberaba con Steffans Nynor, el castellano, haciendo una broma que provocó las risas de Estío y los demás nobles e hizo tartamudear y sonrojar al viejo Nynor. Mira a Kendrick, fingiendo que es nuestro padre. Pero aun nuestro padre fingía, pues odiaba todo esto. Al rey Olin nunca le habían gustado el presumido Gailon de Estío ni su vocinglero y bien alimentado padre, el viejo duque. Quizá padre quiso que lo tomaran prisionero, para liberarse de todo esto…
Este exótico pensamiento no llegó a formarse del todo, pues Briony le dio un codazo en las costillas.
—¡Basta! —rezongó. Su hermana siempre trataba de hacerlo sonreír, de obligarlo a pasarlo bien. ¿Por qué no veía el brete en que se encontraban, no sólo la familia sino toda Marca Sur? ¿Acaso era el único del reino que entendía lo mal que andaban las cosas?
—Kendrick nos llama —dijo ella.
Barrick se dejó arrastrar hacia la silla de su hermano mayor. No el verdadero trono, la Silla del Lobo, que habían cubierto con terciopelo cuando Olin se marchó y no se había usado desde entonces, sino una silla que antes ocupaba la cabecera de la gran mesa. Los mellizos se abrieron paso suavemente entre algunos cortesanos ansiosos de aprovechar ese momento con el príncipe regente. A Barrick le palpitaba el brazo. Deseaba estar de vuelta en la ladera, cabalgando a solas, lejos de esa canalla. Odiaba a toda la gente del castillo, salvo a su hermana y a su hermano mayor, y quizá a Chaven.
—Lord Nynor me dice que el embajador de Hierosol no se reunirá con nosotros hasta el mediodía —anunció Kendrick cuando se acercaron.
—Dijo que no se sentía bien después del viaje. —El viejo castellano parecía preocupado, como siempre; se había masticado la punta de la barba, un hábito realmente repulsivo, en opinión de Barrick—. Pero un sirviente me dijo que vio a este embajador hablando con Shaso esta mañana. Discutiendo, si hemos de confiar en ese haragán, lo cual no siempre es aconsejable.
—Eso suena ominoso, alteza —sugirió el duque de Estío.
Kendrick suspiró.
—Ambos son, al parecer, de las mismas tierras del sur —dijo con paciencia—. Shaso ve a pocos de los suyos aquí en el frío norte. Quizá tengan mucho de que hablar.
—¿Y discutir, alteza? —preguntó Estío.
—Ese hombre está al servicio del captor de nuestro padre —observó Kendrick—. Es motivo suficiente para que Shaso discuta con él, ¿verdad? —Se volvió hacia los mellizos—. Sé que no os agrada mucho estar aquí, así que podéis iros. Os mandaré buscar cuando este sujeto de Hierosol se digne honrarnos con su presencia. —Hablaba con tono jocoso, pero Barrick notó que la ausencia del embajador le causaba fastidio. Su hermano mayor, pensó Barrick, empezaba a desarrollar la impaciencia digna de un monarca.
—Ah, alteza, lo olvidaba. —Nynor chasqueó los dedos y un sirviente se adelantó con una cartera de cuero—. Me dio las cartas que envían vuestro padre y el presunto protector.
—¿Una carta de nuestro padre? —Briony batió las palmas—. ¡Léela!
Kendrick ya había roto el sello, el lobo de Eddon con una medialuna de estrellas en cera roja, y miraba las palabras con ojos entornados. Sacudió la cabeza.
—Más tarde, Briony.
—¡Kendrick…! —exclamó ella con angustia.
—Suficiente. —Su hermano mayor parecía distraído, pero su voz era tajante. Barrick notó la tensión en el abrupto silencio de Briony.
—¿Qué es ese alboroto? —preguntó Gailon Tolly un momento después, mirando en torno. Algo llamaba la atención de los cortesanos en el otro extremo de la sala del trono.
—Mira —le susurró Briony a su mellizo—. Es la doncella de Anissa.
Así era, y la hermana de Barrick no era la única que susurraba. Ahora que la madrastra de los mellizos estaba a punto de dar a luz, rara vez dejaba sus aposentos de la Torre de la Primavera. Selia, su doncella, se había transformado en la delegada de la reina Anissa ante el resto del castillo, sus ojos y oídos. En cuanto a los ojos, hasta Barrick tenía que conceder que eran muy atractivos.
—Mira cómo se menea. —Briony no ocultó su desagrado—. Camina como si tuviera un picor en la espalda y se quisiera rascar.
—Por favor, Briony —dijo el príncipe regente, pero aunque el duque de Estío quedó consternado por esa observación grosera, Kendrick se divertía. Aun así, había dejado de mirar la carta y observaba a la doncella tan atentamente como los demás.
Selia era joven pero curvilínea. Llevaba el cabello negro apilado al estilo de las mujeres de Devonis, la tierra donde habían nacido ella y su señora, pero aunque mantenía bajos los ojos de largas pestañas, no era precisamente una campesina tímida. Barrick la siguió con una mirada anhelante, pero la doncella, al alzar los ojos, sólo pareció ver a su hermano, el príncipe regente.
Desde luego, pensó Barrick. ¿Por qué ella sería diferente de los demás?…
—Por favor, alteza. —Hacía sólo una temporada que estaba en las Marcas, y aún hablaba con grueso acento devonisio—. Mi señora, vuestra madrastra, envía sus afectuosos saludos y pide vuestra venia para hablar con el médico real.
—¿De nuevo está enferma? —Kendrick era amable de verdad: aunque a ninguno de ellos les agradaba mucho la segunda esposa de su padre, hasta Barrick creyó que la preocupación de su hermano era sincera.
—Sufre un malestar, alteza, sí.
—Desde luego, pediremos al médico que atienda de inmediato a nuestra madrastra. ¿Quieres llevarle el mensaje personalmente?
Selia se ruborizó bonitamente.
—Aún no conozco tan bien este lugar.
Briony gruñó con irritación, pero Barrick intervino.
—Yo la llevaré, Kendrick.
—Oh, pobre muchacha —dijo Briony—, le resultará engorroso llegar a los aposentos de Chaven. Que vuelva a atender a nuestra sufrida madrastra. Barrick y yo iremos.
Éste miró a su melliza con furia, y por un instante lamentó haberla incluido en la lista de las personas que no despreciaba.
—Yo puedo hacerlo.
—Id ambos, y discutid en otra parte. —Kendrick agitó la mano—. Dejadme leer estas cartas. Decidle a Chaven que vea a nuestra madrastra de inmediato. Ambos quedáis excusados hasta el mediodía.
Escúchalo, pensó Barrick. De veras se cree que es rey.
Ni siquiera la compañía de la encantadora Selia mejoró el ánimo de Barrick, pero aun así procuró que su brazo malo, envuelto en los pliegues de su capa, estuviera del lado opuesto cuando salieron a la luz de una gris mañana de otoño. Mientras bajaban la escalera que conducía a las sombrías profundidades de la plaza del Templo, cuatro guardias que acababan de terminar el desayuno se apresuraron a seguirlos, aún masticando. La mirada de Barrick se cruzó un instante con la de la muchacha y ella sonrió tímidamente. Él casi se volvió para cerciorarse de que no estuviera mirando a otro.
—Gracias, príncipe Barrick. Sois muy amable.
—Sí —respondió Briony—. Lo es.
—Y también la princesa Briony, desde luego. —La muchacha sonrió con mayor cautela, pero no se dejó amedrentar por la voz gruñona de Briony—. Ambos, muy amables.
Cuando hubieron traspuesto la Puerta del Cuervo y recibido el saludo de los guardias, Selia se detuvo.
—De aquí iré a ver a la reina. ¿Seguro que no debo acompañaros?
—Sí —dijo Briony—. Estamos seguros.
La muchacha hizo otra reverencia y se dirigió hacia la Torre de la Primavera, en la muralla externa. Barrick la siguió con la mirada.
—¡Oye! —exclamó—. No empujes.
—Se te caerán los ojos. —Briony apuró el paso y se volvió hacia la larga calle que serpenteaba a lo largo de la muralla. La gente que veía a los mellizos les cedía el paso respetuosamente, pero era una calle atestada y bulliciosa, llena de carretas, y muchos ni repararon en ellos, o eso aparentaron. La corte del rey Olin nunca había sido tan formal como la de su padre, y la gente del castillo estaba habituada a que los hijos del rey caminaran por la fortaleza sin pompa, acompañados sólo por algunos guardias.
—Eres grosera —le dijo Barrick a su hermana—. Actúas como gentuza.
—Hablando de gentuza —replicó Briony—, todos los hombres son iguales. Una muchacha agita las pestañas y menea las caderas cuando entra en la sala, y todos os transformáis en osos babosos.
—A algunas muchachas les gusta que los hombres las miren. —La furia de Barrick se había reducido a una fría congoja. ¿Qué importaba? ¿Qué mujer se enamoraría de él, de un modo u otro, con todos sus problemas, su brazo estropeado y su… extrañeza? Encontraría esposa, desde luego, incluso una que fingiría idolatrarlo (a fin de cuentas, era un príncipe) pero sería una amable mentira.
Nunca lo sabré, pensó. No mientras pertenezca a esta familia. Nunca sabré lo que piensan los demás de mí, lo que piensan del príncipe tullido. ¿Quién se atrevería a burlarse del hijo del rey a la cara?
—¿Conque a algunas muchachas les gusta que los hombres las miren? ¿Qué sabes tú? —Briony no le miraba, lo cual significaba que estaba enfadada de veras—. Algunos hombres tienen un modo repulsivo de mirar.
—Tú piensas eso de todos ellos. —Barrick sabía que debía callarse, pero se sentía distante y afligido—. Odias a todos los hombres. Nuestro padre decía que no se imaginaba un prometido que te resultara aceptable y que estuviera dispuesto a soportar tu tozudez y tus modales varoniles.
Siguió un jadeo abrupto, luego un silencio mortal. Ahora ni siquiera le hablaba. Barrick sintió una punzada, pero se dijo que Briony había sido la primera en entrometerse. Además era cierto, y todos lo comentaban. Su hermana mantenía a distancia a las otras mujeres de la corte, y más aún a los hombres. Aun así, empezó a preocuparse cuando ella guardó silencio durante un centenar de pasos. Los dos eran inseparables, y aunque fueran de temperamento irritable, al lastimar al otro se lastimaban a sí mismos. Sus combates verbales casi siempre llevaban a rápidas heridas, y luego un abrazo antes de que las heridas hubieran dejado de sangrar.
—Lo siento —dijo, aunque no sonaba como una disculpa—. ¿Qué te importa lo que piensen Estío, Costazul y todos esos imbéciles? Son una sarta de inútiles, mentirosos y matones. Ojalá estallara la guerra con el autarca, y todos ardieran como un campo de hierba.
—¡No digas cosas tan horribles! —replicó Briony, pero había color en sus mejillas, en vez de la espantosa y conmocionada palidez de un instante antes.
—¿Por qué? No me importa ninguno de ellos. Pero no debí haber repetido las palabras de nuestro padre. Él lo decía en broma.
—Para mí no es ninguna broma. —Briony aún estaba enfadada, pero él notó que lo peor de la riña ya había terminado—. Oh, Barrick, encontrarás muchas mujeres que agitarán las pestañas. Eres un príncipe: hasta un hijo bastardo tuyo sería un premio. No sabes cómo son algunas muchachas, lo que piensan, de lo que son capaces…
Le sorprendió la asustada sinceridad de su voz. ¡Conque ella trataba de protegerlo de las mujeres voraces! Le dolía, pero le causaba gracia. No ha notado que hasta ahora el bello sexo no tiene problema en resistirse a mí.
Habían llegado al pie de la pequeña colina donde se hallaba el observatorio de Chaven, con su base en el interior de la Muralla Nueva, y su cima irguiéndose sobre todo lo demás en el castillo excepto las cuatro torres cardinales y la imponente Diente de Lobo. Mientras subían la escalera de caracol, dejaron atrás a los guardias con su pesada armadura.
—¡Gandules! —les dijo Barrick a los soldados—. ¿Y si hubiera asesinos esperándonos en la cima de la colina?
—No seas cruel —dijo Briony, pero reía entre dientes.
* * *
Chaven (quizá tuviera un segundo nombre, lleno de aes y oes ulosianas, pero los mellizos no lo conocían) se hallaba en un charco de luz bajo el techo del gran observatorio, que estaba abierto al cielo, aunque había nubarrones y algunas gotas de lluvia salpicaban el suelo de piedra. Su asistente, un joven alto y huraño, aguardaba junto a un complejo aparato de sogas y manivelas de madera. El médico estaba arrodillado ante una caja de madera forrada de terciopelo que parecía contener platos de varios tamaños. Alzó la vista al oír pasos.
Era bajo y rechoncho, con manos grandes y habilidosas. Los mellizos a menudo hacían bromas sobre los caprichosos dones de los dioses, pues el alto y huesudo Acertijo, con sus modales absortos y melancólicos, habría sido mejor astrólogo y médico real, y el jovial, exuberante y diestro Chaven parecía ideal para ser bufón de la corte.
Desde luego, Chaven también era un dechado de inteligencia, pero casi nunca estaba disponible.
—¿Sí? —dijo con impaciencia, volviéndose hacia ellos. El médico había vivido tanto tiempo en las Marcas que casi no tenía acento—. ¿Buscáis a alguien?
Los mellizos ya habían pasado por esto anteriormente.
—Somos nosotros, Chaven —anunció Briony.
Una sonrisa le iluminó la cara.
—¡Altezas! Mis disculpas. Estoy muy concentrado en algo que acabo de recibir, herramientas que me ayudarán a examinar con igual facilidad un astro o una mota de polvo. —Alzó con cuidado uno de los platos, que estaba hecho de cristal sólido y transparente—. Al margen de lo que opinemos sobre su desagradable monarca, Hierosol tiene los mejores fabricantes de lentes de todo Eion. —Su inquieto rostro se ensombreció—. Lo lamento; un comentario desconsiderado, ya que vuestro padre está preso allá.
Briony se agachó junto a la caja y acercó la mano a uno de los círculos de vidrio, que resplandecía en un oblicuo rayo de sol.
—El barco también nos trajo algo a nosotros, una carta de nuestro padre, pero Kendrick aún no nos la ha leído.
—¡Por favor, princesa! —exclamó Chaven—. ¡No las toquéis! El menor defecto puede estropearlas…
Briony retiró la mano y se la raspó con el broche de la caja de madera. Gruñó y alzó el dedo. Una gota roja creció en él, se deslizó hacia la palma.
—¡Qué horror! Lo lamento. Es culpa mía por sobresaltaros. —Chaven se hurgó en los bolsillos de su gran capa, sacando un puñado de cubos negros, luego un tubo de vidrio curvo, un puñado de plumas, y al fin un pañuelo que parecía haber sido usado para bruñir bronce.
Briony le dio las gracias, y discretamente guardó ese paño sucio y se sorbió la sangre del dedo.
—¿Conque aún no tenéis noticias? —preguntó el médico.
—El embajador no verá a Kendrick hasta el mediodía. —Barrick volvió a enfurruñarse. La sangre en la mano de su hermana lo había perturbado—. Entre tanto, hemos venido con un encargo. Nuestra madrastra desea verte.
—Ah. —Chaven miró en torno, como preguntándose qué había sido de su pañuelo, luego guardó las lentes en la caja—. Iré de inmediato. ¿Queréis acompañarme? Quiero saber cómo anduvo la caza del guiverno. Vuestro hermano me prometió el cuerpo para examinarlo y diseccionarlo, pero aún no lo he recibido, aunque he oído el inquietante rumor de que ya ha regalado las mejores partes como trofeos. —Ya se dirigía hacia la puerta, y llamó por encima del hombro—: Cierra el techo, Toby, he cambiado de parecer. Creo que esta noche estará demasiado nublado para observar.
Con una mirada de cansada desesperación, el joven empezó a hacer girar la enorme manivela. Lentamente, con un ruido semejante al gruñido agónico de una bestia mitológica, la tapa del gran techo se cerró.
Fuera, los cuatro guardias de los mellizos habían llegado a la puerta del laboratorio, y acababan de detenerse para recobrar el aliento cuando el trío enfiló hacia la escalera, dirigiéndose a la Torre de la Primavera.
* * *
En la torre, una niña de seis años abrió la puerta de los aposentos de Anissa, hizo una reverencia y les cedió el paso. La habitación resplandecía. Docenas de velas ardían frente a un altar cubierto de flores dedicado a Madi Surazem, diosa de los partos, y en cada rincón había macetas con espigas de trigo, para propiciar la bendición del fecundo Erilo. Media docena de doncellas silenciosas rondaban la gran cama como cocodrilos flotando en uno de los fosos de Xis. Una mujer mayor con el aire agriamente práctico de una comadrona o una bruja echó un vistazo a Barrick.
—Él no puede entrar. Éste es un lugar para mujeres.
El príncipe puso mala cara, pero su madrastra apartó las cortinas de la cama y se asomó. Tenía el cabello suelto, y llevaba un voluminoso camisón blanco.
—¿Quién es? ¿El doctor? Claro que él puede entrar.
—Pero también está el joven príncipe, majestad —explicó la anciana.
—¿Barrick? ¿Por qué eres tan necia, mujer? Estoy presentable. Hoy no daré a luz. —Soltó un suspiro y desapareció tras la cortina.
Cuando Chaven y los mellizos se acercaron a la cama, las cortinas estaban abiertas de nuevo, sostenidas por la doncella Selia, que le sonrió a Barrick, aunque luego vio a Briony y optó por un respetuoso cabeceo para ambos. Anissa estaba apoyada en muchas almohadas. Entre sus pies calzados con pantuflas, dos perros diminutos y gruñones tironeaban de un trapo. No llevaba su habitual maquillaje claro, así que parecía rubicunda y saludable. Barrick, que a diferencia de Briony ni siquiera procuraba que le gustase su madrastra, estaba seguro de que los habían llamado para un encargo ridículo cuyo único propósito era aliviar el tedio de Anissa.
—Hijos —dijo ella, abanicándose—, sois amables al haber venido. Estoy tan enferma que últimamente no veo a nadie. —Barrick notó que Briony temblaba cuando esta mujer la llamaba «hija». Al verla con el oscuro cabello suelto, y sin el maquillaje habitual, se sorprendió del aspecto juvenil de su madrastra. Sólo tenía cinco o seis años más que Kendrick. Era bonita, a pesar de sus melindres, aunque Barrick pensó que tenía una nariz demasiado larga para ser realmente bella.
No se compara con su doncella, pensó, echándole una ojeada, pero Selia miraba solícitamente a su señora.
—¿Os sentís mal, mi reina? —preguntó Chaven.
—Dolor de estómago. Ah, insufrible. —Aunque era de huesos pequeños y aún delgada, aunque le faltaba muy poco para el parto, Anissa tenía cierta habilidad para imponer su presencia. Briony la llamaba el Ratón Gritón.
—¿Y habéis tomado el elixir que os preparé?
Ella agitó la mano.
—¿Eso? Me cierra las tripas. ¿Es descortés que diga esto? Hace días que no muevo el vientre.
Barrick ya había oído suficiente sobre los secretos de la convaleciente. Saludó a su madrastra, retrocedió hacia la puerta y aguardó allí. Anissa acaparó a Briony con preguntas impacientes sobre la falta de noticias del embajador hierosolano y se quejó de que no le hubieran dado la carta de Olin antes que a Kendrick, y al fin Briony hizo una reverencia y se apartó para reunirse con él. Observaron juntos mientras Chaven examinaba amable y rápidamente a la reina, haciendo preguntas con una voz tan normal que Barrick apenas notó que el pequeño y redondo doctor le estaba plegando el párpado y oliendo el aliento mientras lo hacía. Las otras mujeres de la habitación habían vuelto a su costura y su plática, salvo la vieja comadrona, que observaba las actividades del médico con cierto celo territorial, y la doncella Selia, que sostenía la mano de Anissa y escuchaba a su señora como si fuera una fuente de sabiduría.
—Altezas, Briony, Barrick. —Aunque apoyaba una mano en la espalda de la reina, Chaven se las había apañado para sacar su reloj con cadenilla del bolsillo de la túnica. Lo alzó para que ellos lo vieran—. Se aproxima el mediodía… Por cierto, ¿os he mencionado mi plan de instalar un gran reloj de péndulo en la fachada del templo del Trígono, para que todos puedan saber la hora correcta? Por algún motivo, los jerarcas se oponen a esta idea…
Los mellizos escucharon cortésmente el ambicioso y desconcertante plan de Chaven, luego presentaron sus excusas a su madrastra antes de salir deprisa de la Torre de la Primavera: tenían un largo trecho hasta la sala del trono. Los guardias, que estaban chismorreando con los custodios de la reina, se apartaron con desgana de la muralla y los siguieron al trote.
* * *
La muchedumbre que estaba reunida en la sala de los reyes de la Marca (sólo la familia Eddon la llamaba «sala del trono», quizá porque el castillo era su hogar además de su sede de poder) parecía un grupo mucho más serio que el caótico abarrotamiento de esa mañana. Briony sintió una punzada de preocupación. El castillo parecía estar en pie de guerra: habían apostado medio penteconto de guardias, y no haraganeaban y cuchicheaban como los guardias de los mellizos, sino que estaban erguidos y en silencio. Avin Brone, conde de Finisterra, era uno de los muchos nobles que había comparecido para la audiencia. Brone era el condestable del castillo de Marca Sur y en consecuencia uno de los hombres más poderosos de las Marcas. Décadas antes, había tomado la astuta de decisión de respaldar a Olin Eddon, entonces un niño, después de la súbita muerte del príncipe Lorick, hermano de Olin, mientras el padre de ambos, el rey Ustin, agonizaba en su lecho de muerte con problemas del corazón. Durante un tiempo la guerra civil pareció inevitable, pues varias familias poderosas aspiraban a proteger al pequeño heredero, pero Brone había llegado a un trato con los Tolly de Estío, parientes de los Eddon que tenían derecho a desempeñar un papel más importante en el gobierno de Marca Sur. Luego, con Steffans Nynor y algunos otros, Brone había logrado mantener al niño Olin en el trono hasta que tuvo edad suficiente para gobernar sin cuestionamientos. El padre de los mellizos nunca había olvidado esa lealtad crucial, y había otorgado títulos, tierras y altas responsabilidades a Brone. No importaba si la lealtad del conde de Finisterra había sido impoluta, o impulsada por el hecho de que habría perdido todo acceso al poder bajo un protectorado Tolly: todos sabían que era astuto, que siempre se adelantaba a las circunstancias. Ahora, mientras conversaba con las damas y caballeros de la corte, echaba una ojeada a los efectivos de la guardia, buscando hombros flojos, rodillas arqueada, o una boca que se moviera para cuchichear con un camarada.
Gailon Tolly, duque de Estío, también estaba en la sala, junto con la mayoría de los demás integrantes del consejo del rey: Nynor el castellano, último de los aliados originales de Brone; Rorick, primo hermano de los mellizos y conde de Esponsales; Tyne Aldritch, conde de Costazul; y una docena de otros nobles, vestidos con su mejor atuendo.
Briony sintió indignación al observarlos. Este embajador es enviado del hombre que ha secuestrado a mi padre. ¿Por qué nos vestimos de punta en blanco, como si fuera un visitante digno de nuestros honores? Pero cuando le susurró esto a Barrick, él se encogió de hombros.
—Como bien sabes, es puro espectáculo, para demostrar que aquí está todo nuestro poder —dijo agriamente—. Como cuando los gallos se pavonean antes de la pelea.
Ella miró el atuendo negro de su hermano y contuvo un comentario. ¡Y dicen que las mujeres sólo pensamos en nuestra apariencia! Le costaba imaginar a una dama de la corte con el equivalente de las ostentosas braguetas que llevaban el conde Rorick y otros nobles, protuberancias macizas consteladas de gemas y bordados complejos. Trató de imaginar cómo sería el equivalente femenino y tuvo que contener una carcajada, pero no era una sensación placentera. Aún sentía el temor que la había carcomido toda la mañana, como si los dioses cerraran su puño sobre ella y su hogar, y si empezaba a reírse no se podría contener y tendrían que sacarla de la sala, mientras reía y lloraba al mismo tiempo.
Echó un vistazo a la vasta sala, alumbrada por velas en pleno mediodía. Los oscuros tapices de cada pared, que mostraban escenas de tiempos muertos y de antepasados muertos de los Eddon, la sofocaban como gruesas mantas. Más allá de las altas ventanas sólo veía la prominencia de piedra caliza de la Torre de Invierno, con retazos de cielo a ambos lados. Se preguntó por qué, en un castillo rodeado por agua, no había ningún lugar de esa sala desde donde una persona pudiera mirar el mar. De pronto le faltó el aliento. Dioses, ¿por qué no empiezan de una vez?
Como si los poderes celestiales se hubieran apiadado de ella, se elevó un murmullo cerca de la puerta, cuando un contingente de hombres con corazas y tabardos decorados con la caracola dorada de Hierosol se apostó en ambos lados de la entrada.
Cuando el embajador de tez oscura traspuso la puerta, Briony sintió desconcierto, y se preguntó por qué todos recibían con tanta pompa a Shaso. Luego recordó lo que había dicho Estío. Cuando el embajador se aproximó a la tarima y al improvisado trono de Kendrick, que había puesto frente al más suntuoso asiento de su padre, vio que ese hombre era mucho más joven que el maestro de armas de Marca Sur. El forastero parecía guapo, aunque a Briony le costaba juzgar a alguien tan diferente. Tenía la tez más oscura que Shaso, y llevaba el largo pelo rizado sujeto sobre la nuca, y era alto y delgado, mientras que el maestro de armas era fornido. Se movía con una gracia compacta y aplomada, y el corte de sus calzas negras y su jubón gris era tan elegante como el de un favorito de la corte sianesa. Los caballeros de Hierosol que lo seguían parecían torpes y pálidas marionetas en comparación.
En el último momento, cuando parecía que el embajador se proponía hacer lo impensable y caminar hasta la tarima donde estaba sentado el príncipe regente, ese hombre esbelto se detuvo. Uno de los caballeros con la insignia de la caracola se adelantó y se aclaró la garganta.
—Con la venia de vuestra alteza, presento a lord Dawet dan-Faar, enviado de Ludis Drakava, lord protector de Hierosol y todos los territorios kracios.
—Quizá Ludis sea protector de Hierosol —dijo Kendrick lentamente—, pero también es un maestro de la hospitalidad forzada… y mi padre goza de ella.
Dawet asintió, sonrió. Su voz era el gruñido un gran felino disponiéndose a rugir.
—Sí, el lord protector es un famoso anfitrión. En general sus huéspedes no se van de Hierosol sin sufrir cambios.
Esto provocó un murmullo de resentimiento. El embajador Dawet iba a decir algo más, pero se calló, y dirigió la mirada hacia las grandes puertas donde estaba el impasible Shaso, vestido con su coraza de cuero.
—Ah —dijo Dawet—, esperaba volver a ver a mi viejo maestro una vez más. Salve, mordiya Shaso.
La multitud volvió a murmurar. Briony miró a Barrick, pero él estaba tan confundido como ella. ¿Qué significarían las palabras del hombre moreno?
—Estáis aquí por un motivo —le dijo Kendrick con impaciencia—. Cuando hayáis terminado, todos tendremos tiempo de hablar, incluso de renovar viejas amistades, si son tales. Como aún no lo he dicho, declaro ante todos que lord Dawet está bajo la protección del sello del rey de la Marca, y mientras esté realizando esta misión pacífica nadie puede dañarlo ni amenazarlo. —Su rostro era adusto. Sólo había hecho lo que requería la cortesía—. Ahora hablad, caballero.
Kendrick no había sonreído, pero Dawet sonrió, examinando las caras hostiles que lo rodeaban con apacible satisfacción, como si todo lo que podía desear estuviera reunido en esa habitación. Su mirada resbaló sobre Briony, luego se detuvo y volvió a ella. Ensanchó la sonrisa y ella reprimió un temblor. Si no hubiera sabido quién era, le habría resultado interesante, incluso placentero, pero ahora era como el roce del ala oscura que había imaginado el día anterior, la sombra que revoloteaba sobre todos ellos.
El largo silencio del embajador, su descarada evaluación, la hizo sentir desnuda en el centro de la sala.
—¿Qué hay de nuestro padre? —exclamó con voz trémula, aunque hubiera deseado que fuera calma y aplomada—. ¿Cómo se encuentra? Espero, por el bien de vuestro señor, que goce de buena salud.
—¡Briony! —Barrick estaba abochornado, quizá avergonzado de que ella hablara sin tapujos. Pero no estaba dispuesta a que la examinaran como a una yegua en venta. Era la hija del rey.
Dawet hizo una pequeña reverencia.
—Sí, alteza, vuestro padre se encuentra bien, y he traído una carta de él para su familia. Quizá el príncipe regente aún no os la haya mostrado…
—Hablad de una vez —dijo Kendrick, a la defensiva. Briony comprendió que pasaba algo raro, aunque no lograba entender qué.
—Si la ha leído, el príncipe Kendrick tendrá algún indicio de lo que me trae aquí. Desde luego, está el asunto del rescate.
—Se nos concedió un año —protestó Gailon Tolly. Kendrick no lo silenció, aunque el duque había hablado a destiempo.
—Sí, pero mi señor Ludis ha decidido haceros otra propuesta que os resultará ventajosa. A despecho de lo que penséis, el lord protector de Hierosol es un hombre sabio y previsor. Entiende que todos tenemos un enemigo común, y que deberíamos buscar modos de unir nuestros dos países como baluartes gemelos contra la amenaza del codicioso señor de Xis, en vez de reñir por reparaciones.
—¿Reparaciones? —exclamó Kendrick, procurando mantener la calma—. Las cosas por su nombre, caballero. Un rescate. Rescate por un hombre inocente, un rey, que fue secuestrado mientras procuraba hacer precisamente lo que vos presuntamente queréis, organizar una liga contra el autarca.
Dawet se encogió de hombros con un gesto sinuoso.
—Las palabras pueden separarnos o unirnos, así que no discutiré con vos. Hay problemas más importantes, y estoy aquí para presentaros la nueva y generosa oferta del lord protector.
Kendrick asintió.
—Continuad. —El rostro del príncipe regente estaba tan vacío como el de Shaso, que aún observaba desde el extremo de la sala.
—El lord protector reducirá el rescate a veinte mil delfines de oro, un quinto de lo que había pedido y que vos aceptasteis. A cambio, solicita algo que os costará poco, y será beneficioso para vos y para todos nosotros.
Ahora los cortesanos murmuraban, tratando de entender lo que sucedía. Algunos nobles parecían esperanzados, pues los impuestos destinados al rescate del rey estaban causando malestar entre los campesinos. En cambio, Kendrick parecía abatido.
—Maldición, hablad de una vez —graznó.
Lord Dawet remedó una expresión de sorpresa. Parece un guerrero, pensó Briony, pero domina la escena como un actor. Está disfrutando de esto. Pero su hermano mayor no lo disfrutaba, y se le aceleró el corazón al verlo tan pálido e infeliz. Kendrick parecía un hombre atrapado en un sueño maléfico.
—Muy bien —dijo Dawet—. A cambio de reducir el rescate por el regreso del rey Olin, Ludis Drakava, lord protector de Hierosol, aceptará en matrimonio a Briony te Meriel te Krisanthe M’Connord Eddon de Marca Sur. —El embajador extendió sus manos grandes y gráciles—. En términos menos pomposos, vuestra princesa Briony.
Ahora era ella quien caía en una pesadilla. Los rostros se volvieron hacia ella como un campo de dulcilias siguiendo el sol, rostros pálidos, sorprendidos, calculadores. Oyó el jadeo de Barrick, que le aferró el brazo con la mano sana, pero ella se zafó. Le rugían los oídos, los susurros de la corte reunida eran ensordecedores como el trueno.
—¡No! —gritó—. ¡Jamás! —Encaró a Kendrick, entendiendo por qué tenía esa expresión helada y afligida—. ¡No lo aceptaré nunca!
—No es tu turno para hablar, Briony —rezongó él. Algo titiló en sus ojos. ¿Desesperación? ¿Furia? ¿Rendición?—. Y éste no es el lugar apropiado para hablar de este asunto.
—¡Ella no puede hacerlo! —gritó Barrick. Ahora los cortesanos hablaban en voz alta, sorprendidos y alborotados. Algunos se hacían eco del rechazo de Briony, pero no muchos—. ¡No lo permitiré!
—Tú no eres el príncipe regente —declaró Kendrick—. Nuestro padre no está. Hasta que él regrese, considerad que vuestro padre soy yo.
Se proponía aceptar. Briony estaba segura. La vendería a ese príncipe bandido, al cruel mercenario Ludis, para reducir el rescate y conformar a los nobles. El techo de la sala del trono y sus imágenes de los dioses parecieron arremolinarse y caer sobre ella en una nube de colores vertiginosos. Dio media vuelta y atravesó tambaleándose la muchedumbre que murmuraba y fisgoneaba, sin prestar atención a las exclamaciones de preocupación de Barrick ni a los gritos de Kendrick, luego apartó la mano de Shaso, que intentó frenarla, y traspuso las grandes puertas, derramando tantas lágrimas que el cielo y las piedras del castillo se emborronaron hasta fusionarse.