23: La Torre del Verano

23

La Torre del Verano

DURMIENTES

Pies de piedra, piernas de piedra

Corazón de cedro aromático, cabeza de hielo

El rostro mira a otra parte

Oráculos de Osario

Tuvo que abrirse paso a empellones entre las mujeres para llegar a ella. El médico sentía su resentimiento, como si él fuera un amante ausente que hubiera engendrado ese hijo y después la hubiera dejado a solas con su vergüenza. Pero el padre es el rey, no yo, y Olin no está ausente por su propia voluntad.

El vientre de la reina Anissa había crecido tanto que el resto de su cuerpo parecía aún más menudo. Viéndola en el centro de la cama, rodeada por cortinas transparentes, pensó en ella como una araña, grávida y quieta. Era injusto, desde luego, pero le hizo pensar.

—¿Es Chaven? —Para dejarle lugar, ella echó a uno de sus pequeños perros, que estaba durmiendo contra la curva de su estómago como una rata que soñara con robar el huevo de un hipogrifo. El perro pestañeó, gruñó, bajó para reunirse con su compañero, que roncaba a los pies de la reina—. Venga, doctor. Creo que daré a luz en cualquier momento.

A juzgar por su aspecto, quizá tuviera razón. Chaven se sorprendió al ver los círculos oscuros que le aureolaban los ojos. En esa habitación de cortinas cerradas, donde la única luz era el fulgor trémulo de las velas del altar, parecía que la hubieran aporreado.

—Hace falta más aire en esta cámara. —Le cogió la mano y le dio un beso rápido y formal. La piel estaba excesivamente seca y caliente—. Y parece que no dormís lo suficiente, mi reina.

—¿Dormir? ¿Quién puede dormir en semejante momento? El pobre Kendrick asesinado en nuestra propia casa por un servidor de confianza, y luego una plaga por toda la ciudad. ¿Le extraña que mantenga las ventanas tapadas para impedir que entren malos aires?

Describir a Shaso como un servidor de confianza era un modo interesante de caracterizarlo, y también parecía extraño que no hubiera incluido la ausencia de su esposo en su lista de preocupaciones, pero Chaven no respondió. En cambio, se dedicó a examinar las palpitaciones de la reina, y el color de los ojos y encías; luego se inclinó para olerle el aliento, que estaba un poco agrio.

—La plaga ha concluido, alteza, y creo que vuestra doncella representaba mayor peligro, cuando se contagió, que el aire de la ciudad.

—Y le pedí que no viniera hasta que se sintiera mejor, desde luego. ¿Verdad, Selia? ¿Dónde está ella? ¿Habrá ido a ver por qué todavía no tengo el desayuno? ¡Ay! ¿Por qué me clava los dedos, Chaven?

—Sólo deseo cerciorarme de que estáis bien, y también el bebé. —Acarició el arco tenso del estómago. La vieja comadrona aún lo miraba con hostilidad—. ¿Qué piensas, Hisolda? Yo creo que la reina está bien, pero tú tienes más experiencia en estas cosas.

La vieja puso una sonrisa pícara, quizá reconociendo el truco.

—Ella es más fuerte de lo que aparenta, aunque el bebé es grande.

Anissa se incorporó.

—¡Tal como temía! Claro que es grande, yo lo noto. ¡Cómo patea! Una de mis hermanas murió al dar a luz a un niño grande: salvaron al bebé, pero mi hermana murió empapada de sangre. —Hizo una señal sureña para conjurar el mal. Chaven notó que tenía miedo, pero también había cierta falsedad en sus palabras, como si exagerase su temor para obtener compasión. Era comprensible. El parto era un asunto de cuidado, sobre todo la primera vez. Anissa ya había pasado de sobra los veinte inviernos, recordó. Todavía no era un momento de peligro para las madres primerizas, pero había pasado su etapa ideal, según todos los estudiosos que habían escrito sobre ello.

Era la primera vez que Chaven le oía hablar del bebé en masculino. El médico real supo que la comadrona y su aquelarre de ayudantes habían estado trabajando, quizá haciendo oscilar un péndulo sobre el vientre de Anissa o leyendo las salpicaduras de la cera de una vela.

—Si os receto un brebaje medicinal, ¿prometéis tomarlo todas las noches? —Se volvió hacia Hisolda—. No tendrás problema en hallar los ingredientes.

La vieja enarcó las cejas.

—Si usted lo dice, doctor.

—¿Qué es, Chaven? ¿Otra de esas pociones espantosas que me endurecerán las tripas?

—No, sólo algo para ayudaros a dormir. El bebé será fuerte y enérgico, estoy seguro, y también vos si no pasáis las noches en vela, presa del temor. —Se acercó a la comadrona y le enumeró los componentes y sus proporciones, principalmente lechuga silvestre y camomila, nada demasiado fuerte—. Todas las noches al caer el sol —le dijo a la vieja. Sospechaba que la adulación no daría resultado, así que recurrió a la verdad—. Me preocupa un poco verla tan agitada —susurró.

—¿Qué está diciendo? —Anissa se movió hacia el borde de la cama, molestando a los perros, que empezaron a gruñir—. ¿Hay algún problema con el niño?

—No, no. —Chaven volvió a su lado, le cogió la mano—. Como decía, alteza, os preocupáis sin necesidad. Vos estáis bien, y también el niño. La peste parece haber pasado, loados sean Kupilas, Madi Surazem y todos los dioses que velan por nosotros.

Le soltó la mano, le tocó la cara.

—Hace mucho que no salgo de este lugar. Debo parecer un monstruo.

—En absoluto, alteza.

—Los hijos de mi esposo creen que lo soy. Un monstruo.

Chaven se sorprendió.

—No es verdad, mi reina. ¿Por qué decís tal cosa?

—Porque no vienen a verme. Pasan los días y las semanas, y nunca los veo. —Cuando se alborotaba, se le notaba más el acento—. No pido que me amen como una madre, pero me tratan como una sirvienta.

—No creo que la princesa Briony y el príncipe Barrick piensen así, pero están muy ocupados —dijo él con delicadeza—. Ahora son regentes, y están pasando muchas cosas…

—Como ese guapo y joven Estío. Me enteré de que le pasó algo malo. ¿No te lo dije, Hisolda? Cuando oí que se iba del castillo, dije que algo no andaba bien, ¿verdad?

—Sí, reina Anissa.

Chaven le palmeó la mano.

—Lo único seguro que sé sobre Gailon Tolly es que circulan demasiados rumores. Y no debemos confiar en los rumores, ¿verdad? Menos en una casa tan dolorida por la muerte y por la ausencia de vuestro esposo.

Ella le aferró la mano.

—Dígales que vengan a verme.

—¿El príncipe y la princesa?

Ella asintió.

—Dígales que no puedo dormir porque ellos me eluden… que no sé qué he hecho para que estén tan enfadados conmigo.

Chaven decidió transmitir el mensaje de un modo menos acalorado. Sería útil convencer a los mellizos de que visitaran a su madrastra antes de que llegara el niño, por muchos motivos.

Apartó la mano, disfrazando su escapatoria con otro beso en los nudillos, luego se inclinó para despedirse. Quería estar a solas para pensar.

* * *

Habían despertado al paje y lo habían enviado a dormir en la antecámara. Al fin estaban solos.

—¿Qué te preocupa tanto? —preguntó Briony, sentándose en el borde de la cama—. Cuéntame.

Su hermano se cubrió el pecho con la bata de piel y se sumergió aún más en las mantas. No era una noche cálida, pues el invierno ya estaba a las puertas y el Día del Huérfano a menos de un mes, pero Briony no encontraba la habitación demasiado fría. ¿Todavía padece esa fiebre? Había transcurrido al menos una decena, pero sabía que algunas fiebres tardaban en sanar, o eran recurrentes.

—¿Por qué dejaste que ese poeta idiota se quedara en el castillo?

—Me divertía. —¿Tendría que hablar de esto con todo el mundo?—. En realidad, pensé que también te divertiría a ti. Trató de convencerme de que estaba escribiendo un poema épico sobre mí: un pantogírico, o como se diga. Comparándome con la mismísima Zoria. Los dioses sabrán con quién te comparará a ti. Perin, quizá… No, Erivor en su carro tirado por hipocampos. —Trató de sonreír—. A fin de cuentas, Acertijo no es tan ameno como antes. Empiezo a compadecerme de él. Creí que nos haría bien contar con alguien de quien burlarnos. Por cierto, Acertijo vino a verme cuando me iba de tu habitación un rato antes. Me dijo que en la noche que mataron a Kendrick, vio a Gailon en el pasillo.

Barrick frunció el ceño. No sólo parecía soñoliento, sino un poco aturdido.

—¿Kendrick vio a Gailon…?

—No, Acertijo vio a Gailon. —Briony repitió lo que había dicho el viejo bufón.

—Se enteró de que Gailon ha desaparecido —dijo Barrick, restándole importancia—. Eso es todo. Desea que lo recuerden como alguien que denunció a Gailon, en caso de que resulte ser un traidor.

—No creo. Acertijo nunca se interesó por la política.

—Porque nuestro padre estaba aquí para protegerlo. —Barrick adquirió una expresión borrosa y distante—. ¿Te agrada?

—¿Quién?

—El poeta. Es guapo. Habla bien.

—¿Guapo? Supongo que sí, aunque demasiado bonito. Tiene una barba ridícula. Pero no es por eso que dije que él podía… —Comprendió que había vuelto a desviarla—. Barrick, no quiero perder más aliento en ese idiota inmaduro. Si tanto te desagrada el poeta, dale dinero y échalo, me da igual. Estoy convencida de que no tiene nada que ver con lo más importante. Y de eso vamos a hablar.

—No quiero —dijo él, con ese tono tristón que había transformado en arte. Briony se preguntó si otros sentían lo mismo por sus hermanos, y llegaban a odiarlos y amarlos al mismo tiempo. ¿O eran sólo los mellizos, tan unidos que a veces parecía que tenía que esperar a que Barrick respirase para llenarse los pulmones de aire?

—Pues hablarás. Estuviste a punto de matar a ese mozo de taberna. ¿Por qué, Barrick? —Él no respondió, y ella se inclinó sobre la cama y le aferró el brazo—. ¡Santísima Zoria, estás hablando conmigo! ¡Conmigo, Briony! Kendrick ha muerto, nuestro padre no está; sólo quedamos nosotros dos.

Él la miró como un niño asustado.

—En realidad no te interesa saberlo. Sólo quieres que me porte bien. Te molesta que te haya abochornado frente a Brone… y ese poeta.

Ella resopló con exasperación.

—Eso no es cierto. Eres mi hermano. Eres… eres casi la otra mitad de mí. —Lo miró a los ojos, pero era como tratar de impedir que un animal escurridizo se escabullera—. Mírame, Barrick. Sabes que no fue eso lo que pasó. El mozo mencionó sueños. Tus sueños. Luego trataste de estrangularlo.

—No tenía derecho a hablar de mí de ese modo.

—¿De qué modo, Barrick?

Él se arrebujó más en las mantas, aún indeciso.

—Dijiste que volviste a leer la carta de nuestro padre —dijo al fin—. ¿Encontraste algo interesante?

—¿Sobre el autarca? Ya te he dicho…

—No, sobre el autarca no. ¿Encontraste algo interesante sobre mí?

Ella calló, confundida.

—¿Algo…? No. Te envía sus recuerdos. Me pide que te diga que está bien de salud.

Él meneó la cabeza. Tenía una expresión arisca, como si se asomara por un saliente angosto, tratando de no mirar al abismo.

—No entiendes.

—¿Cómo quieres que lo entienda? ¡Háblame! Dime por qué estás tan alterado. ¡Trataste de matar a un hombre inocente!

—¿Inocente? Ese mozo no es un hombre, es un demonio. Vio mis sueños, Briony. Habló de ellos frente a ti y Brone y ese poetastro. —A pesar del frío, Barrick tenía una pátina de sudor en la frente—. Tal vez esté hablando de ello con cualquiera que lo escuche. Él lo sabe. ¡Lo sabe! —Sepultó la cara en la almohada, aflojó los hombros.

—¿Qué es lo que sabe? —Ella le cogió el brazo con ambas manos y lo sacudió—. Barrick, ¿qué has hecho?

Él la miró con ojos húmedos e inflamados.

—¿Hecho? Nada. Todavía.

—No entiendo nada de esto. —Le apartó un mechón de pelo húmedo de la frente—. Tan sólo háblame. Sea lo que fuere, eres mi hermano. Aún te amo.

Él soltó un bufido de incredulidad, pero la tormenta había pasado. Apoyó la cabeza en la almohada y miró el techo de madera.

—Te diré lo que decía la carta de nuestro padre: Dile a Barrick que debe alegrarse por mí. Aunque estoy prisionero, mi salud ha mejorado este último medio año. Creo que me ha hecho bien alejarme del húmedo aire del norte. Eso fue lo que escribió.

Briony meneó la cabeza.

—¿Acaso crees que se encuentra más feliz lejos de nosotros… de ti? Está bromeando, Barrick. Tratando de tomar una situación tremenda con buen humor.

—No, no es eso. Tú no sabes de qué habla, y yo sí. —El fuego que lo consumía se había extinguido. Cerró los ojos—. ¿Recuerdas aquellas noches en que nuestro padre se desvelaba e iba a la Torre del Verano para pasar la noche allí con sus libros?

Ella asintió. Las primeras veces, la habilidad de Olin para escabullirse había causado mucha alarma en la residencia, hasta que su familia y los guardias aprendieron a buscarlo en la biblioteca de la torre. El rey regresaba de esas excursiones nocturnas con embarazo, como si lo hubieran encontrado ebrio en el suelo de la sala del trono. Briony pensaba que en esas noches de insomnio lo atormentaba el recuerdo de su esposa muerta: siempre hablaba de Meriel, la madre de ambos, como si la hubiera amado mucho, aunque el matrimonio había sido concertado por su padre, el rey Ustin, cuando Olin y Meriel, hija de un poderoso duque breniano, eran muy jóvenes. En el castillo todos sabían que la muerte de ella había sido un golpe durísimo para Olin.

—¿Y recuerdas que siempre atrancaba la puerta?

—Desde luego. —Los guardias, que no podían abrir, sólo podían despertar al rey golpeando la puerta hasta que él atendía, parpadeando como un búho y restregándose los ojos—. Creo que lloraba. No quería que nadie lo viera llorar. Por nuestra madre.

Barrick estiró los labios en una sonrisa.

—¿Llorar? Quizá. Pero no por nuestra madre.

—¿A qué te refieres?

Él miró el techo y aspiró profundamente, no sólo como si estuviera en un sitio alto y solitario, sino como disponiéndose a saltar.

—Una noche fui allí. Tenía una pesadilla. Creo que debía de estar caminando dormido, quizá por primera vez, pues me desperté frente a su cámara y estaba muy asustado y quería que él me dijera que todo estaría bien. Entré y no estaba allí, aunque sí estaban sus sirvientes, durmiendo. Supe que debía de estar en la biblioteca. Salí de la residencia por la puerta trasera de la capilla, para que los guardias no me detuvieran. Era pleno verano, creo; sólo recuerdo que hacía calor y me causaba una sensación extraña estar en el patio en camisón y descalzo. Me parecía que podía ir a cualquier parte, caminar hasta donde quisiera, incluso hasta otro país, como si la luna fuera a permanecer alta y brillante mientras durase el viaje, y que cuando despertara allá, sería otra persona. —Sacudió la cabeza—. Había luna llena, muy grande. También recuerdo eso.

—¿Cuánto hace de esto?

—Ese año se derrumbó parte del techo de la torre Diente de Lobo. Y murió el cocinero de los brazos flacos, y no nos permitieron entrar en la cocina en toda la primavera.

—Hace diez años. Fue el año… en que te lastimaste el brazo.

Él asintió despacio. Briony notó que buscaba un equilibrio, que trataba de decidirse. Intentó calmarse, pero su corazón latía con rapidez y estaba asustada.

—La puerta de abajo estaba cerrada con llave, pero la llave todavía estaba del otro lado y él no había corrido bien el pestillo. Se abrió cuando sacudí el cerrojo, y subí por la escalera a la biblioteca. En la torre no había guardias, no había nadie. No me pareció extraño mientras sucedía, pues toda esa noche parecía como un sueño, pero tendría que haberme preguntado por qué se había deshecho de los guardias para estar solo. De todos modos, lo habría averiguado pronto. Cuando llegué a la puerta, pude… oírlo.

—¿Estaba llorando?

Barrick tardó un instante en responder.

—Llorando, sí. Haciendo toda clase de ruidos, aunque apenas podía oírlos por la puerta. A veces parecían risas. O una charla. Al principio pensé que discutía con alguien, y luego pensé que estaba dormido y tenía una pesadilla, como la que me había despertado a mí. Llamé a la puerta. Suavemente, al principio, pero los ruidos del otro lado continuaban. Golpeé con los puños y le grité que se despertara. Entonces abrió.

Parecía que iba a continuar, pero en cambio aflojó los hombros y aspiró una bocanada de aire. Estaba sollozando.

—Barrick, ¿qué es? ¿Qué sucedió? —Ella se subió a la cama y lo rodeó con los brazos. Barrick tenía los músculos tensos como el cordaje del mango de un cuchillo, y temblaba como si de nuevo fuera presa de la fiebre—. ¿Estás enfermo?

—No hables… por favor. Quiero… —Aspiró más aire—. Abrió la puerta. Nuestro padre abrió la puerta. No me reconoció, o eso creo. ¡Sus ojos! Briony, sus ojos estaban desencajados, parecían los ojos de un animal. Y no tenía la camisa puesta, y tenía rasguños en el vientre… sangraba. Sí, sangraba. Me echó una ojeada y me aferró, me llevó a la biblioteca. Deliraba, y yo no le entendía una palabra. Tironeaba de mí, gruñía. ¡Como un animal! Creí que iba a matarme. Todavía lo creo.

—¡Zoria misericordiosa! —Briony no sabía qué pensar. El mundo estaba al revés. Se sentía como si se hubiera caído de la silla de Nieve y se hubiera quedado sin aire—. ¿Estás seguro? ¿Pudiste haberlo soñado…?

Él hizo una mueca de dolor y rabia.

—¿Soñado? Aquella noche mi brazo quedó atrofiado. ¿Crees que eso fue un sueño?

—¿Qué quieres decir? Oh, por todos los dioses… ¿Fue entonces cuando sucedió?

—Me zafé de él. Me persiguió. Traté de llegar a la puerta, pero me tropezaba con libros, pilas de ellos. Había puesto todos los libros de la biblioteca en el suelo, los había apilado como torres, con velas encima de cada una. Debo haber volcado media docena en mi intento de escapar; todavía no sé por qué esa maldita torre no se incendió esa noche. Ojalá hubiera sido así. Ojalá. —Ahora respiraba con dificultad, como alguien que termina una carrera—. Al fin llegué a la puerta. Él aún me perseguía, gruñendo y maldiciendo y delirando. Me aferró en el tope de la escalera y trató de llevarme de nuevo a la biblioteca. Le mordí la mano y me soltó. Caí rodando por la escalera.

»Cuando desperté, era el día siguiente y Chaven me estaba acomodando los huesos del brazo… o intentándolo. Yo apenas podía pensar por culpa del dolor, y por los golpes que había recibido en la cabeza al caer. Chaven dijo que nuestro padre me había encontrado al pie de la escalera en la Torre del Verano, lo cual quizá fuera cierto, y que él mismo me había llevado a Chaven, llorando por mis heridas, rogándole que me curase. Eso también debía ser cierto. Pero Chaven me dijo que mi padre me había llevado al alba, lo cual significa que me quedé tirado allí toda la noche. La versión que se difundió fue que yo había ido a buscarlo y me había caído en la escalera en la oscuridad.

Briony no podía pensar. Como Barrick aquella noche, vivía una pesadilla.

—¿Pero por qué padre haría semejante cosa? ¿Estaba ebrio? —Le costaba imaginar a su abstemio padre embriagándose hasta caer en ese estado frenético, pero nada más tenía sentido.

Barrick aún temblaba, pero menos. Trató de zafarse del abrazo, pero ella lo retuvo.

—No, Briony. No estaba ebrio. No has oído el resto, aunque sé que no querrás creerme.

Ella no quería oír más, pero temía soltar a Barrick, temía que él echara a volar como ese esmerejón que había perdido cuando se le cortó la cuerda y se fue para no volver nunca. Lo estrechó con tal fuerza que por un momento pareció que luchaban, ciñendo las mantas alrededor de las piernas de Barrick hasta que él desistió de escapar.

—Siempre he tenido pesadillas —murmuró al fin—. Soñaba que había hombres que me observaban, hombres de humo y sangre, siguiéndome por el castillo, acechando para pillarme a solas y secuestrarme, o transformarme en uno de ellos. Siempre creí que eran sueños, pero ahora no estoy tan seguro. Después de esa noche, empecé a tener uno que era peor que los demás. Siempre él… Su rostro, pero no es su rostro. Es el rostro de un desconocido. Cuando me perseguía, parecía una bestia.

—Oh, pobre Barrick.

—Quizá te convenga ser más prudente con tu compasión. —La almohada le sofocaba la voz. Parecía haberse encogido en brazos de Briony—. Recordarás que estuve en cama varias semanas. Kendrick venía a traerme cosas, y tú venías a jugar conmigo todos los días, o lo intentabas…

—Estabas callado y pálido. Me asustaba.

—A mí también. Y padre venía, pero sólo se quedaba unos momentos. Hasta podría haber creído que todo había sido una pesadilla, que realmente caminaba dormido y me caí por la escalera, salvo porque él se sentía tan incómodo cerca de mí y evitaba mis ojos. Un día, cuando ya estaba levantado y podía andar por la casa en vez de estar postrado en esa maldita cama, me llamó a su cámara. Me preguntó si recordaba. Yo asentí. Estaba tan asustado como aquella noche. Pensaba que era yo quien había hecho algo malo, aunque no sabía qué. Pensé que intentaría matarme de nuevo o me dejaría pudrir en una celda de la fortaleza. En cambio rompió a llorar… Te juro que es verdad. Me abrazó, me estrechó, me besó la cabeza, llorando a mares. Me hacía doler el brazo, pues lo tenía en cabestrillo. En cuanto se me pasó el susto, lo odié. Si hubiera podido matarlo en ese momento, lo habría hecho.

—¡Barrick!

—Querías la verdad, Briony. Pues ahí la tienes. —Al fin se zafó de ella—. Me dijo que había hecho algo terrible y me suplicó perdón. Interpreté que esa cosa terrible era haberme perseguido hasta que rodé por la escalera y me quebré el brazo, quedando inválido, de modo que ya no podría jugar ni montar ni disparar un arco como los otros chicos, pero mientras me abrazaba y me hablaba, comencé a entender que la cosa terrible que había hecho era engendrarme.

—¿Qué?

—¡Cállate y escucha! Es una locura de nuestro padre. Le empezó a afectar cuando era joven. Primero eran sueños terribles, luego un espíritu inquieto y furibundo que, cuando lo domina por las noches, adquiere tanta fuerza que es imposible resistirlo. Él sufre ese mal, y lo sufrió uno de sus tíos. Es una maldición familiar. Me dijo que se había hecho tan fuerte que aunque pasaban meses sin que lo atacara, en las noches en que lo sentía venir se encerraba para rabiar a solas. En ese estado lo encontré.

—¿Una maldición familiar?

Él puso su sonrisa amarga.

—No temas. Tú no la sufres, y Kendrick tampoco la sufría. Sois los afortunados: los rubios. Padre me dijo que había estudiado la historia de la familia, y que nunca había encontrado rastros de la maldición en los niños rubios. Sólo los dioses saben por qué. Sois los privilegiados.

—Pero tú… —De pronto Briony entendió. De nuevo, fue como recibir un duro golpe—. Oh, Barrick, ¿temes sufrir ese mal?

—¿Temo? No, hermana, ya lo sufro. Mis sueños empezaron cuando era aún más joven que mi padre.

—¡Tuviste la fiebre…!

—Mucho antes de la fiebre. —Resolló—. Pero desde entonces ha empeorado. Me despierto por la noche sudando frío, pensando sólo en matar, en la sangre. Y desde la fiebre también veo esas cosas. No importa si estoy despierto o dormido. Me vigilan. La casa está llena de sombras.

Ella estaba anonadada. Nunca se había sentido tan lejos de él, y para Briony era una sensación brutal, desgarradora, como si le hubieran arrancado parte del cuerpo.

—No sé qué decir… Es tan extraño. Pero… pero aunque nuestro padre sufra esta locura, ha logrado ser un buen hombre, un padre afectuoso. Quizá te preocupes demasiado…

—Un padre afectuoso que me arrojó por la escalera —interrumpió él—. Un padre afectuoso que me dijo que no tendría que haberme engendrado. —Su cara se endureció—. No me has escuchado con atención. En mí empezó temprano. Mi locura no será moderada, como la de nuestro padre; unos pocos días al año en que debe aislarse del resto de la humanidad. A eso se refería en la carta, ¿entiendes? Quería decir que la locura no lo ha afectado tanto desde que está prisionero. No se trata de una muestra de buen humor, sino que me hablaba de algo horrible que ambos compartimos: nuestra sangre impura. Pero lo suyo no será nada en comparación con lo mío. Mi locura crecerá hasta que no tengas más opción que encerrarme en una jaula como una bestia… o matarme.

—¡Barrick!

—Vete, Briony. —Él volvía a llorar, pero esta vez sin tanta agitación, y con los ojos entrecerrados: las lágrimas brotaban de un lugar duro y profundo, como agua a través de una piedra rajada—. Ya sabes lo que querías saber. No quiero hablar más.

—Pero… quiero ayudarte.

—Entonces déjame en paz.

* * *

La niebla se había espesado tanto que tenían que viajar como peregrinos ciegos, cada uno agarrado al que iba delante. Sauce era la única que no andaba siguiendo a nadie. Ahora caminaba más despacio en esa blancura sofocante, pero con deliberación, siempre avanzando.

Dab Dawley aferraba la capa de Vansen. Los sonidos eran confusos en la niebla y a veces costaba oír siquiera las palabras dichas en voz alta por alguien que estaba cerca, pero Vansen pensaba que el joven guardia estaba gimoteando.

Habían dormido dos veces y habían caminado la mayor parte de las horas de vigilia, pero aún no lograban salir de ese bosque espantoso. Ferras Vansen no tenía la sensación de estar andando en círculos, como le había pasado con Collum Dyer, pero lo abatía que una marcha de dos días no los hubiera llevado de vuelta al territorio de los hombres.

Aunque no estemos andando en círculos, quizá nos hayamos equivocado de dirección. Quizá he confiado demasiado en la muchacha. La luna, tras su aparición inicial cuando emprendieron la marcha, había escaseado tanto como el sol. Pero quizá sigamos la dirección correcta, sólo que la Línea de Sombra se ha seguido expandiendo. Era un pensamiento escalofriante. Quizá todas las tierras ahora estén bajo las sombras.

* * *

—¿Estás segura de saber dónde está tu casa? —le susurró a la muchacha cuando todos estaban en un borde de roca encima de lo que sonaba como un arroyo apacible en las cercanías, o uno muy ruidoso a lo lejos. Aunque no sabían a qué altura estaban, no corrieron riesgos; se apoyaron en la pared del peñasco lado a lado mientras descansaban.

Ella le sonrió. Su cara sucia y delgada estaba demacrada, pero ya no tenía esa expresión de éxtasis casi religioso, y no parecía tan temerosa ni confundida.

—Lo encontraré. Sólo lo han desplazado.

—¿Desplazado qué?

Sauce sacudió la cabeza.

—Confía en los dioses. Ellos ven a través de la oscuridad. Ven tus buenas obras.

Y las malas, pensó Vansen. Dos días de lento avance por la bruma le habían dado mucho tiempo para pensar en sus fallos como comandante. Ahora que la conmoción de haber perdido la mayor parte de su tropa se había reducido a un dolor persistente, sentía aflicción por haber perdido a Raemon Beck, el sobrino del mercader. Recordaba la cara angustiada de Beck. El pobre diablo estaba seguro de que le pasaría algo, de que lo arrastraríamos de vuelta a las sombras, de que aquí sufriría una desgracia. Y parece que tenía razón. Pero quizá Raemon Beck y los demás guardias estuvieran con vida, y sólo se hubieran extraviado como Dyer y él. Quizá lograra encontrarlos antes de salir de la comarca de las sombras. Quería aferrarse a esa esperanza para que esas horas lúgubres fueran menos agobiantes.

—¿Qué es eso? —susurró Dawley, arrancando a Vansen de sus cavilaciones y obligándolo a volver a la ladera brumosa donde descansaba el grupo.

—No oí nada. ¿Qué fue?

—Un castañeteo… ¡Ahí está de nuevo! Suena como… como zarpas golpeando piedra.

Vansen sabía que ese pensamiento no alegraría a nadie. Él no lo oía, pero Dawley tenía el oído más agudo del grupo.

—Vamos, pues —dijo Vansen, tratando de aparentar calma—. Sauce, necesitamos que vuelvas a guiarnos.

—¿Que nos guíe adonde? —preguntó Southstead—. ¿Al cubil de un oso cavernario?

—No hables así —replicó Dyer. Habían vuelto a encontrar algo parecido a la disciplina militar, pero era frágil.

Avanzaron cautelosamente por el angosto sendero. Vansen asía apenas la camisa andrajosa de la muchacha, pues deseaba tener los brazos libres si tropezaba y perdía el equilibrio. El barranco del lado le daba miedo. Vansen se imaginaba que el invisible abismo era cada vez más profundo, y se alejaba de ellos como agua que cae de un cubo que gotea.

—¡Hay algo allí! —gritó Balk, el último de la fila. Su voz parecía llegar a través de un largo túnel—. ¡Allá arriba! ¡Detrás de nosotros!

Vansen agarró con fuerza el vestido de la muchacha y se volvió para mirar. Lo vio venir encima de la pared del peñasco, un espantajo grotesco que corría en cuatro patas, harapiento y monstruoso, y se erguía sobre patas que parecían zancos, hasta que la niebla volvió a envolverlo.

El terror le hizo palpitar el corazón.

—¡Que Perin nos guarde! ¡Rápido, muchacha!

Ella hizo lo posible, pero el camino era angosto y precario. A sus espaldas los hombres maldecían, sollozaban. La gravilla se deslizó bajo los pies de Vansen.

Esa criatura estaba encima de ellos, haciendo ruidos chirriantes como las pinzas de un cangrejo que se arrastra por la roca húmeda entre los charcos de la marea. La niebla era más densa. Apenas lograba ver a la muchacha que avanzaba delante de él trepando por una elevación, aunque aún se aferraba a su dobladillo. Una lluvia de piedras cayó entre ellos y al mirar arriba vio una forma oscura y difusa que asomaba en la cortina de niebla. Si ésa era la cabeza de la criatura, era deforme como el tocón de un árbol nudoso. Oyó su respiración, un jadeo áspero, mientras una pata raspaba la pared de roca. Vansen soltó el vestido de Sauce para desenvainar la espada, pero el movimiento cesó. La criatura aún estaba a gran altura. Se replegó en la niebla.

—¡Ve hacia terreno abierto lo más rápido que puedas! —le dijo a la muchacha, y se volvió hacia los demás—. Dawley, ¿aún tienes flechas? —El joven guardia gruñó algo que él no llegó a entender—. Trata de dispararle si llegas a verla.

Vansen trepó detrás de la muchacha, pegándose a la pared, aunque el instinto le decía que se echara hacia atrás para alejarse de los brazos de la criatura que merodeaba por la cuesta. A sus espaldas sus hombres se habían dispersado, pero no sabía qué otra cosa hacer; si los obligaba a seguir caminando sin soltarse provocaría un desastre. Tenían que llegar a un espacio abierto donde el arco de Dawley y sus espadas pudieran salvarlos.

Se tambaleó y apoyó el pie en un terreno flojo, extendió los brazos para no caer de espaldas en la niebla. Mientras recobraba el equilibrio, oyó otro sonido rechinante, y luego un crujido de madera y el alarido de uno de sus hombres, un grito tan animal que ni siquiera reconoció quién era. Se giró, alzando la espada, y vio que la criatura había emergido de la niebla como una araña deslizándose por la tela. Los hombres vociferaban y lanzaban estocadas. A pesar de su cercanía, ese engendro no tenía una forma definida o comprensible: brazos esqueléticos largos como ramas, colgajos de piel o pelambre que parecían pergamino chamuscado. Era una locura, una obscenidad. Por un instante vio, en medio de ese caos, un agujero que parecía una boca abierta y un ojo negro y vacío, luego la enorme criatura trepó por la pared de roca llevándose un bulto que gritaba y pataleaba. Dawley maldijo y sollozó mientras lanzaba una flecha, que se perdió en la niebla.

Se había llevado a Collum Dyer.

* * *

Ahora andaban en silencio. Vansen estaba desesperado. La criatura se había llevado lo que quería y no volvieron a verla, pero fue como si les hubiera arrancado el corazón junto con su camarada. Vansen conocía a Collum Dyer desde que había llegado a Marca Sur. Evocaba una y otra vez ese momento, y los alaridos de Dyer. Una vez tuvo que detenerse para vomitar, pero no tenía casi nada en el estómago.

Cuando llegaron al extremo del sendero se detuvieron, recobrando el aliento como si hubieran corrido a toda prisa, aunque habían andado con lentitud en la hora transcurrida desde el ataque. Mickael Southstead y Balk estaban grises de miedo; se arrodillaron en el suelo, rezando, aunque Vansen no sabía a qué dioses. Sauce también estaba asustada, pero se sentó pacientemente en una piedra, como una niña castigada.

El joven Dawley sollozaba; tenía el arco en la mano y la última flecha contra la cuerda.

—¿Qué era eso? —le preguntó al capitán.

Ferras Vansen meneó la cabeza.

—¿Le acertaste?

Dawley tardó un instante en responder, como si tuviera que esperar a que la voz de Vansen le llegara por un largo desfiladero.

—¿Acertarle?

—Le disparaste. Quiero saber qué sucedió, por si regresa. ¿Le acertaste?

—No trataba de acertarle, capitán. —Dawley se enjugó la cara con el dorso de la mano—. Trataba de matar a Collum, antes de que se lo llevara. Pero no pude ver si… si…

Vansen cerró los ojos, reprimiendo las lágrimas. Apoyó la mano en el hombro tembloroso del joven guardia.

—Quieran los dioses que haya sido un buen disparo, Dab.

* * *

Tan abatidos estaban, tan derrotados, que cuando Vansen volvió a ver la luna no habló de ello, pues no quería alentar esperanzas que condujeran a una nueva frustración. Pero al cabo de una hora de marcha silenciosa detrás de la muchacha notó que la bruma se despejaba. La luna no estaba sola. El cielo estaba constelado de estrellas frías y brillantes como cristales de hielo.

Todos estaban rendidos, y pensó en hacer un alto para encender una fogata, secar la ropa húmeda y dormir un poco, pero temía cerrar los ojos y volver a encontrarse con ese paisaje brumoso al abrirlos. Además, la muchacha caminaba resueltamente a pesar de su fatiga, como un caballo que regresa al establo tras una larga jornada, y no quería distraerla. Ahora que la niebla se había disipado un poco, soltó el vestido harapiento y se rezagó para caminar con cada uno de sus hombres, Southstead, Dawley, Balk, sin decir nada a menos que le hablaran, tratando de transformar ese grupo de supervivientes en algo que tuviera una semblanza de humanidad. No podía fingir que no se trataba de un desastre, pero podía tratar de rescatar lo que pudiera.

Atravesaron valles sombríos y colinas iluminadas por la luna. El cielo empezó a cambiar de color, pasando del negro a un gris rojizo, y por primera vez en días Vansen se animó a creer que quizá lograran salir.

¿Pero dónde? ¿En medio de ese ejército de hadas? ¿O descubriremos que hemos errado durante cien años, como en las viejas leyendas, y que el mundo y la gente que conocimos han muerto?

A pesar de estos pensamientos agobiantes, no pudo contener una sonrisa cuando vio el primer destello del sol en el horizonte. Se le humedecieron los ojos, y por un instante ese retazo de cielo brillante se borroneó. Volvería el día. Volvería a haber este y oeste y norte y sur.

El sol no atravesó la niebla hasta que estuvo en lo alto del cielo, pero era un sol auténtico en un cielo auténtico. Nadie quería detenerse.

Asombrosamente, antes de que el sol estuviera en lo alto, llegaron a la carretera de Setia.

—¡Loados sean todos los dioses! —gritó Balk. Echó a correr, bailó torpemente sobre el terreno lleno de surcos que cubría las antiguas piedras y maderas—. ¡Loado sea cada uno de ellos!

Mientras los demás se echaban en la hierba junto al camino, riendo y palmeándose la espalda con alegría, Vansen miró hacia ambos lados, aún con desconfianza. Era la misma carretera, pero se sorprendió al ver dónde estaban.

—¡Por Perin Caminante de las Nubes! —murmuró—. Nos ha traído de vuelta al lugar donde la encontramos. Eso está muy lejos del sitio donde cruzamos. Y mucho más cerca de Marca Sur, gracias a los dioses. —Caminó con paso tambaleante hasta la muchacha, que sonreía y miraba en torno con calma confusión. Él la aferró y le besó la mejilla, la alzó y la bajó. Se le ocurrió una idea y echó a andar hacia el este mientras los hombres le gritaban preguntas. En el siguiente tramo recto, tal como esperaba, encontró una loma desde donde pudo confirmar que una milla al este la niebla había envuelto el camino. Nos trajo de vuelta a nuestro lado de la Línea de Sombra, y además ahora estamos entre el ejército de crepusculares y la ciudad, bendita sea. ¿Cómo lo hizo? Trató de entender lo que había ocurrido pero sólo pudo deducir que la sustancia de las tierras que estaban allende la Línea de Sombra era diferente de la de otras tierras, y no sólo por la bruma y los monstruos. La muchacha había logrado orientarse a través de un pliegue de sombra y llevarlos de vuelta al lugar donde ella había cruzado, mucho antes de que la encontraran.

Regresó hacia los demás.

—Descansaremos un rato —dijo—, pero tenemos que encontrar caballos y galopar a toda prisa. Marca Sur está delante y el enemigo está detrás, pero quizá no tarde en alcanzarnos. La muchacha nos ha dado un regalo valioso, y no debemos desperdiciarlo, ni permitir que nuestros camaradas hayan muerto en vano. —Se volvió hacia Sauce—. Quizá termine cargado de cadenas por mi participación en esto, pero si Marca Sur sobrevive, lograré que te vistan de seda y te carguen de oro. ¡Quizá nos hayas salvado a todos!