13
El protegido de Vansen
SALA DE LA BÚSQUEDA
Un hombre fuerte que no canta
Un cantor que no se da la vuelta
Aunque la puerta se cierre
Oráculos de Osario
—No quiero oír más. —Estaba cansado y le dolía la cabeza. Aún se sentía muy enfermo, como si nunca pudiera recobrarse del todo. No quería pensar en nada, sólo seguir arrojando la pelota de cuero contra ese suelo que ya estaba desgastado en la época de su bisabuelo.
—Por favor, Barrick, te lo ruego. —Gailon Tolly, duque de Estío, procuraba ocultar su impaciencia. A Barrick lo divertía, pero también lo irritaba.
—Príncipe Barrick. Ahora soy el príncipe regente. Ya no soy tu primita, y no puedes tratarme así.
Gailon asintió.
—Desde luego, alteza. Disculpad mi impertinencia.
Barrick sonrió.
—Así está mejor. Bien, dímelo de nuevo.
—Yo… —El duque se tranquilizó—. Es sólo esto. Vuestra hermana ha vuelto a ver al enviado de Ludis esta mañana. El hombre negro, Dawet.
—¿A solas? ¿A puerta cerrada?
Gailon se ruborizó.
—No, alteza. En el jardín, en presencia de otros.
—Ah. —Barrick volvió a arrojar la pelota. Le preocupaba, pero no quería darle a Gailon la satisfacción de demostrarlo—. Conque mi hermana, la princesa regente, hablaba en el jardín con el enviado del hombre que tiene cautivo a nuestro padre.
—Sí, pero… —Gailon frunció el ceño y se volvió hacia Avin Brone—. El príncipe Barrick se niega a entenderme, Brone. Explicádselo.
El condestable se encogió de hombros. Parecía una montaña a punto de sufrir una avalancha.
—Parece disfrutar de la compañía de ese hombre. Escucha atentamente sus palabras.
—Mientras estabais enfermo, alteza, tuvieron una larga audiencia —dijo Gailon—. Ella pasó por alto al resto de los presentes.
Pasó por alto, pensó Barrick. A través de las imágenes perturbadoras que aún lo acuciaban, a través de la fatiga y las rachas de fiebre que aún se le adherían como telarañas, entendió de inmediato el sentido de esa expresión.
—Dicho de otro modo, le presta más atención a él que a ti, ¿verdad, Gailon?
—No…
—Tengo la impresión de que tratas de introducir una cuña entre mi hermana y yo. —Barrick arrojó la pelota contra el suelo. Golpeó el borde de una baldosa y brincó botando por la sala. Dos pajes se apartaron del camino cuando uno de los grandes perros la persiguió hasta acorralarla en un rincón detrás de un cofre y gruñó con alborotada frustración—. Pero mi hermana y yo somos casi la misma cosa, duque Gailon. Eso es lo que debéis saber.
—Me ofendéis, alteza. —Gailon se volvió hacia Brone, pero el hombretón se dedicó a observar al perro que hurgaba detrás del cofre, dando a entender que no se hacía responsable del mensaje del duque—. Vivimos momentos terribles. Necesitamos ser fuertes. Todas las casas de Marca Sur deben permanecer unidas, los Eddon, los Tolly, todos nosotros. Lo sé. Pero no es conveniente que la gente del común comience a murmurar sobre… simpatías entre vuestra hermana y los secuestradores de vuestro padre.
—Vas demasiado lejos —replicó Barrick, pero era una furia distante, como un relámpago sobre colinas lejanas—. Lárgate ahora y perdonaré tu torpe lengua, Gailon, pero ojo. Si dices estas cosas delante de mi hermana, quizá tengas que pelear en defensa de tu honor, y ella no se hará representar por un campeón. Se batirá personalmente.
—Por los dioses, ¿toda esta familia está loca? —exclamó el duque, pero Brone ya había cogido los hombros de Gailon Tolly y lo conducía a la puerta, susurrándole para calmarlo. El condestable le dirigió a Barrick una mirada extraña mientras se llevaba a Gailon, una expresión que podría haber sido sorprendida aprobación o un desdén mal disimulado.
Barrick no tenía fuerzas para hacer interpretaciones. En los tres días que había estado levantado, durante el lúgubre funeral y la larga y agotadora ceremonia en el enorme templo del Trígono del castillo, lleno de incienso, en que le habían otorgado la regencia a Briony y a él, nunca se había sentido del todo bien. Esa fiebre espantosa lo había asolado como un incendio forestal. Había perdido raíces y ramas fundamentales, y tardarían en volver a crecer. Al mismo tiempo, la fiebre parecía haber dejado esporas desconocidas, semillas de ideas nuevas que germinaban en su interior, esperando el momento de brotar.
Mirándose la encorvada mano izquierda, se preguntó en qué se transformaría. Ya era un monstruo, el blanco de las burlas, acechado por esos sueños terribles, por… por el legado de nuestro padre. ¿Ahora también seré blanco de las traiciones? Estos nuevos pensamientos se negaban a abandonarlo, sentimientos de desconfianza que lo roían a todas horas, durante el sueño y la vigilia, como ratas en las paredes. Había orado sin cesar, pero los dioses no parecían interesados en aliviar su desdicha.
¿Debería prestar más atención a lo que dice Gailon? Pero Barrick no confiaba en su primo. Todos sabían que Gailon era ambicioso, aunque no era el peor de su familia: en comparación con sus hermanos, el artero Caradon y el temerario Hendon, el duque de Estío era medroso como una doncella. En verdad, Barrick no confiaba en ningún noble de Marca Sur, ni Brone, ni Tyne Aldritch de Costazul, ni siquiera Nynor, el viejo castellano, por bien que hubieran servido a su padre. Sólo confiaba en su hermana, y ahora las palabras de Gailon comenzaban a carcomer ese lazo. Barrick se levantó, tan airado y afligido que hasta el perro se alejó. Sus dos pajes aguardaban con rostro solemne, observándolo tal como los animales pequeños observan a un animal grande que podría estar hambriento. Les había gritado varias veces desde que se había levantado de su lecho de convaleciente, y en alguna ocasión les había pegado.
—Ahora debo vestirme —dijo, tratando de mantener la voz firme.
El consejo se reuniría en una hora. Quizá debiera preguntarle a Briony sin rodeos cuál era su interés en el hombre oscuro, el enviado. El recuerdo del rostro delgado y pardo de Dawet y su sonrisa de superioridad le provocó un escalofrío de inquietud en la espalda. Parecía algo salido de sus sueños febriles, esas criaturas sombrías y despiadadas que lo perseguían. Pero la vigilia también había sido una pesadilla desde entonces. Le costaba recordar que estaba despierto, que las paredes eran sólidas, que no había ojos observándolo desde cada rincón.
Casi le dije a Briony lo de nuestro padre, recordó. Eso era algo que no debía hacer nunca. Podría ser el final de toda felicidad que pudieran compartir.
—¡Estoy esperando, maldición!
Los pajes habían sacado del baúl un traje oscuro, forrado de piel; se lo llevaron deprisa, tambaleándose bajo el peso, como si fuera el cuerpo de un enemigo muerto.
¿Qué quería Briony con ese enviado? Más importante aún, ¿por qué no le había dicho nada a él, su hermano? Recordó a su pesar que ella parecía dispuesta a aceptar la regencia sin él, a dejarlo solo en su lecho de dolor…
No. Ahuyentó esos pensamientos, pero no se distanciaron demasiado: como mendigos hambrientos rechazados, sólo se alejaron unos pasos. No, Briony no. Si hay alguien en quien puedo confiar, es Briony.
Le temblaban las rodillas cuando los dos pajes se pusieron de puntillas para acomodarle el traje sobre los hombros. No necesitaba ver la cara de esos niños. Sabía que se miraban el uno al otro. Sabía que creían que él no estaba en su sano juicio.
¿Todavía tengo fiebre? ¿O ésta es la cosa de que habló mi padre? ¿Es éste el verdadero comienzo de ello?
Por un instante estuvo de vuelta en los pasajes sombríos de su enfermedad, escrutando la oscuridad jaspeada de rojo. No veía ninguna salida.
* * *
Utta sonreía, pero también parecía preocupada.
—Creo que es una idea muy audaz, alteza —dijo con cautela.
—Pero no crees que sea buena, ¿verdad? —Briony estaba inquieta. Sentía una gran agitación en su interior, un torrente de sensaciones y necesidades y a veces de… bien, de fuerza, la fuerza que una y otra vez le habían pedido que ocultara. Estos impulsos conflictivos tironeaban de su cuerpo y sus pensamientos como si fuera una marioneta—. Crees que me estoy creando problemas. No quieres que lo haga.
—Ahora eres la princesa regente —dijo Utta—. Harás lo que consideres conveniente. Pero éstos son tiempos turbulentos, las aguas están agitadas y embarradas. ¿Es momento para que la dama que gobierna el país use algo que todos considerarán ropas de varón?
—¿Es el momento? —Briony unió las manos con frustración—. Si no ahora, ¿cuándo? Todo está cambiando. Hace sólo una semana, Kendrick iba a entregarme a ese forajido de Hierosol. Ahora gobierno Marca Sur.
—Con tu hermano.
—Con mi hermano, sí. Mi mellizo. Podemos hacer lo que deseemos, lo que consideremos correcto.
—Sí, Barrick es tu mellizo, pero no sois la misma persona.
—¿Dices que él se enfadará conmigo? ¿Por vestirme como quiero, usando ropas sensatas y resistentes en vez de los volantes de una criatura sin cerebro que sólo está destinada a ser vistosa?
—Sólo digo que también tu hermano ha sufrido una alteración total de su mundo. Y toda la gente del país. No han sido sólo unos días de cambio, princesa Briony. Hace un año, en la cosecha de otoño, vuestro padre estaba en el trono y los dioses parecían felices. Ahora todo ha cambiado. ¡Recuérdalo! Se aproxima un invierno oscuro y frío; ya hay nieve en las altas colinas. La gente se reunirá alrededor de las fogatas y escuchará el silbido del viento en el techo y se preguntará qué viene a continuación. Su rey está prisionero. El heredero del rey ha muerto asesinado, y nadie sabe por qué. No creo que en esas noches frías y oscuras den gracias a los dioses por tener en el trono a dos niños que no temen trastocar las viejas costumbres.
Briony estudió el rostro bello y austero de la hermana zoriana. Qué no daría por tener su aspecto, pensó. Sabia, tan sabia y calma. Entonces nadie dudaría de mí. En cambio yo siempre parezco una sirvienta, con la cara roja y sudorosa.
—Vine a pedirte consejo, ¿verdad? —dijo.
Utta se encogió grácilmente de hombros.
—Viniste por tu lección.
—Gracias, hermana. Pensaré en lo que me has dicho.
Habían vuelto a la lectura del libro de Clemon, Historia de Eion y sus naciones, cuando alguien llamó suavemente a la puerta.
—¿Princesa Briony? —llamó Rose Trelling desde el corredor—. ¿Alteza? Es casi la hora de ver al consejo.
Briony se levantó y le dio a Utta un beso en la fresca mejilla antes de reunirse con sus damas de honor. No había espacio para que las tres caminaran lado a lado en el angosto pasillo, así que Rose y Moina se rezagaron; Briony oía el roce de sus faldas contra las paredes.
Moina Hartsbrook se aclaró la garganta.
—Ese hombre… dice que se sentiría honrado si pudiera volver a veros mañana en el jardín.
Briony no pudo contener una sonrisa al oír el tono reprobatorio de la muchacha.
—¿«Ese hombre» es Dawet?
—Sí, alteza. —Las tres caminaron un rato en silencio, pero Briony intuía que Moina trataba de armarse de coraje para hablar de nuevo. Al fin dijo—: Princesa, perdonadme, ¿por qué lo veis? Es un enemigo del reino.
—Al igual que muchos enviados extranjeros. El conde Evander de Sian y ese viejo agitador de Sessio que huele a estiércol… no creerás que son nuestros amigos, ¿verdad? Y recordarás a ese cerdo de Angelos, el enviado de Jellon, que me sonreía todos los días y adulaba a Kendrick, hasta que descubrimos que su amo el rey Hesper había vendido a mi padre a Hierosol. Habría matado a Angelos con mis propias manos si no hubiera aprovechado la excusa de una cacería para escabullirse y regresar a Jellon. Pero mientras no los pillemos haciendo algo malo, los soportamos. Es el arte del estadista.
—Pero… ¿de veras habláis con él por eso? —insistió Moina; Rose le dio un codazo en las costillas, pero no le hizo caso—. ¿Sólo para ser buena estadista?
—¿Me estás preguntando si paso tiempo con él porque lo encuentro atractivo?
Moina se sonrojó y bajó la vista. La otra joven tampoco se animaba a mirarla a los ojos.
—A mí tampoco me agrada —confesó Rose.
—No planeo casarme con él, si eso teméis.
—¡Alteza! —exclamaron sus escandalizadas damas—. ¡Claro que no!
—Sí, es guapo. Pero no olvidéis que tiene casi la edad de mi padre. Me interesa lo que puede contarme sobre los muchos lugares que ha visto, el continente meridional donde nació y sus desiertos, o la vieja Hierosol con todas sus ruinas. No he tenido la oportunidad de conocer otros lugares. —Sus damas la miraron con la expresión de jóvenes que asociaban los viajes por tierras extranjeras con privaciones y una posible violación. Sabía que nunca entenderían su anhelo de conocer cosas que estuvieran más allá de ese húmedo y oscuro castillo—. Pero más me interesa lo que pueda contarme sobre Shaso. Recordaréis que él está en cadenas porque está acusado de la muerte de mi hermano. ¿Os resulta aceptable que yo trate de entender los motivos por los que asesinaron al príncipe Kendrick?
Rose y Moina se disculparon con tartamudeos, pero Briony sabía que no había sido del todo franca: sus sentimientos por Dawet no se limitaban a mera admiración por su vasta experiencia, aunque no sabía bien cuáles eran esos sentimientos. No era una chiquilla, se decía, para embelesarse con una cara bonita, pero ese hombre le llamaba realmente la atención y lo tenía muy en cuenta, se preguntaba qué pensaba de ella y de su corte.
Me habría entregado a Ludís sin pensarlo dos veces, se recordó. Así es él. Si Kendrick lo hubiera anunciado un día antes, yo ya estaría viajando a Hierosol, disponiéndome a conocer a mi futuro esposo, el lord protector.
Tuvo la certeza de que Kendrick había decidido entregarla a Ludis por el bien de Marca Sur, así que la muerte del príncipe regente se había producido justo a tiempo para impedir que eso ocurriera. La idea era tan obvia y sorprendente que se detuvo en medio del pasillo y sus damas tropezaron con ella. Tardaron un momento en reponerse y echar a andar, pero ahora Briony lamentaba tener que ir a la cámara del consejo. Este pensamiento nuevo y extraño lo cambiaba todo, como una nube que pasa frente al sol transforma un día brillante en un súbito crepúsculo.
¿Quién querría impedir que Kendrick me enviara al extranjero? ¿Y cómo encajaría Shaso en semejante conspiración? Quizá los conspiradores sólo deseaban adueñarse del trono y no se interesaban en el destino de Briony. Pero si alguien de la familia aspira a la corona, alguien como Gailon Tolly o Rorick, tendría que sortear dos obstáculos, Barrick y yo. También tendrían que matamos.
No, recordó Briony, no dos obstáculos sino tres. También está el niño que Anissa lleva en el vientre.
Y ese niño sería el heredero del trono si llegaba al mundo sin hermanos.
¿Anissa? Briony prefirió no pensar más en esas cosas. Nunca había sentido gran afecto por su madrastra, pero ninguna mujer asesinaría a una familia inocente por un niño que aún no había nacido, que quizá ni siquiera viviera. Claro que no. Pero era muy difícil ahuyentar esas sospechas una vez que comenzaban a echar raíz. ¿Acaso la familia de Anissa en Devonis no estaba emparentada con el rey Hesper de Jellon, que había vendido a su padre a Hierosol?
Gailon, Rorick Longarren, la esposa de su padre… ahora no podía pensar en ellos sin sospechar. Un asesinato provoca estos sentimientos, comprendió. Había llegado a la puerta de la cámara del consejo y aguardó a que la anunciaran. Barrick estaba repantigado en una de las dos altas sillas de la cabecera de la mesa, los brazos cruzados sobre el pecho como si tuviera frío, el rostro enmarcado en el cuello de piel negra aún más pálido que de costumbre. No sólo crea un fantasma, sino cientos.
Antes estos recintos estaban llenos de gente que conocía, aunque no todos me agradaran. Ahora la casa está atestada de espectros y demonios.
* * *
Espere mi llamada, ordenaba el mensaje de Avin Brone. Aun sin el lobo y las estrellas y el sello de Brone estampado en cera al pie, los plumazos enérgicos del condestable habrían sido inconfundibles.
Envuelto en su capa, Ferras Vansen aguardaba a un paso de la puerta de la cámara del consejo, entre dos guardias. Dos guardias más esperaban en el pasillo con el hombre que comparecería ante los consejeros. La sala, conocida como Cámara del Roble por la maciza mesa de madera del centro, era una vieja habitación que había sido la tesorería del castillo en los peligrosos días de las Compañías Grises, un espacio amplio y sin ventanas con sólo dos puertas, anidado en el laberinto de corredores que había detrás de la sala del trono. Al capitán de la guardia real nunca le había gustado ese recinto austero y pétreo: era un lugar construido para la última defensa, para el atroz heroísmo de la derrota y el desastre.
Al principio le había irritado que el condestable recibiera la noticia con tanta displicencia, reservándola para el final de una larga sesión del consejo llena de asuntos más triviales, pero con el transcurso de las horas Vansen llegó a comprender el propósito de Brone. Habían pasado muchos días desde la muerte del príncipe Kendrick, y aún no había explicaciones para esa muerte, aunque hubieran capturado al asesino. Los asuntos del país se habían desatendido desde entonces, y muchas cosas ya esperaban una respuesta urgente antes de la muerte del príncipe. Si Vansen hubiera presentado la noticia en primer lugar, habrían vuelto a postergar esos asuntos.
Así que esperó, pero no era fácil.
Echó una ojeada a la docena de nobles que constituían el consejo de hoy, imaginando que alguno de ellos atacaba a los mellizos y él debía contrarrestar el ataque. Los nobles parecían aburridos, pensó Vansen. No entendían que después de los sucesos recientes el aburrimiento era un privilegio, un lujo que nadie podía costearse.
Ferras también pensó que el príncipe Barrick aún parecía muy enfermo, aunque quizá el muchacho sólo estuviera consumido por la pesadumbre. De un modo u otro, Barrick no prestaba la menor atención a los asuntos del reino. Los oradores expusieron una causa tras otra (rentas sobre terrenos reales que exigían atención, embajadas oficiales de condolencias de Talleno, Sessio y Perikal, importantes disputas sobre propiedades que habían llegado de los tribunales locales y requerían una decisión definitiva), pero el príncipe no los escuchaba. Dejaba hablar a Briony y asentía con un cabeceo, frotándose el brazo tullido que sostenía sobre las rodillas como un perro faldero. Sólo una pregunta de lord Nynor pareció arrancar al muchacho de su letargo e iluminarle los ojos: el castellano quería saber cuánto tiempo se quedaría el enviado hierosolano Dawet dan-Faar, pues el tesoro había fijado un presupuesto para una estancia de sólo quince días. Pero aunque sin duda estaba interesado, Barrick se quedó aún más callado e inmóvil mientras Briony contestaba a la pregunta. La princesa declaró que no podían apremiar al hombre que tenía en sus manos la seguridad de su padre, y menos en tiempos tan turbulentos. Parecía casi tan distraída como su hermano. Ferras Vansen pensó que Barrick no estaba complacido con la respuesta, pero el príncipe no presentó ningún reparo y Nynor tuvo que resignarse a reorganizar las finanzas domésticas.
La princesa y su hermano abordaron varias preguntas de ese tenor durante dos horas. Los nobles ofrecían sugerencias, y a veces opiniones conflictivas, pero en general observaban el comportamiento de los mellizos en su nueva tarea. Observaban y juzgaban. Gailon de Estío no presentó sus objeciones habituales, y parecía tan enfrascado en sus propios pensamientos como el príncipe y la princesa en los suyos. Cuando se mencionó al embajador Dawet, pareció que Gailon diría algo, pero el momento pasó y el apuesto duque siguió pinchando la pata de la mesa con una pequeña daga ceremonial, sin ocultar su gran frustración, aunque Ferras Vansen ignoraba la causa. Por primera vez el capitán vio la verdadera cara del duque de Estío, a pesar de su poder y riqueza: un hombre más joven que Vansen, y con menos entrenamiento en el silencio y la paciencia.
Debe de haber sido difícil para él, con ese padre fanfarrón y borracho. Fuera de la corte de Estío nadie extrañaba mucho al viejo duque Lindon, y Vansen sospechaba que quizá tampoco lo extrañara mucha gente en su ducado.
La tarde continuó, y lo único interesante fueron los informes sobre un gran aumento en la cantidad de seres extraños que cruzaban la Línea de Sombra. Una criatura espinosa y dentuda había lastimado a unos niños cerca de Árbol Rojo, y un hombre había sido muerto por una cabra con cuernos negros y sin ojos que los lugareños pronto habían capturado, matado e incinerado, pero la mayoría de los informes eran sobre criaturas que parecían inofensivas a pesar de su extrañeza, muchas de ellas lisiadas o moribundas, como si no estuvieran preparadas para el mundo que había de este lado de la brumosa barrera.
El interés en estas historias se disipó gradualmente. Algunos miembros del consejo dejaron de prestar atención y se pusieron a conversar sin disimulo a pesar de las miradas severas de Brone. Vansen notó que el condestable parecía haber adoptado el papel de primer ministro, un puesto que permanecía vacante desde la muerte del viejo duque de Estío, un año atrás. Se preguntó si esto explicaría el mal humor del joven duque.
Muchas cosas se han desquiciado desde que se fue el rey, pensó.
—Y ahora, con la venia de vuestras altezas —anunció Avin Brone tras una larga disputa sobre la construcción de un nuevo templo del Trígono, que había provocado los bostezos de casi todos los presentes—, hay un asunto importante que hemos reservado para el final.
Varios nobles abandonaron su postura indolente, interesados al fin. Vansen estaba a punto de ir en busca del testigo, pero Brone lo sorprendió al darle la espalda para convocar a dos personas que Vansen nunca había visto, un hombre de ojos redondos y una muchacha. El hombre era calvo como una tortuga, aunque por lo demás parecía gozar de una saludable madurez, y la muchacha también era rara: parecía haberse depilado las cejas, según la moda de cien años atrás, y tenía la frente muy ancha. Llevaba una falda y un chal que ocultaban su silueta, pero el hombre tenía el pecho abultado y los brazos largos y musculosos típicos de su especie.
¡Acuarios! Cientos de esos seres amantes del agua vivían dentro de las murallas del castillo. Vansen se había topado con muchos de ellos, aunque en general no se apartaban de su gente y sus lugares. Pero le sorprendía verlos en la cámara del consejo, máxime porque pensaba que primero debía dar su propia noticia.
—Altezas —declaró Avin Brone—, he aquí al pescador Turley Dedos Largos y su hija. Hay algo que desean contaros.
—¿Qué es esto, el entretenimiento? —comentó Barrick—. ¿Al fin hemos jubilado al viejo Acertijo y hemos hallado nuevos talentos?
Briony miró a su hermano con irritación.
—El príncipe está cansado, pero tiene razón en una cosa. Esto es inusitado, condestable. Parece que habéis reservado el último lugar para un espectáculo.
—No el último, me temo —respondió el condestable—. Queda algo más. Pero perdonad la sorpresa. Sólo pude confirmar que se animarían a contar su historia una vez que el consejo estuvo reunido. Hace días que investigo este rumor.
—Muy bien. —Briony encaró al pescador, que estrujaba una capucha o sombrero deforme en las manos ganchudas que sin duda le daban su nombre—. ¿Tu nombre era Turley?
El hombre tragó saliva. Vansen se preguntó qué podía intimidar tanto a un imperturbable acuano, gente que cotidianamente nadaba con tiburones y los mataba a puñaladas si era necesario.
—Turley, sí —dijo con voz gruesa—. En efecto, mi reina.
—No soy reina, y mi hermano no es rey. El rey es nuestro padre, y todavía vive, gracias a los dioses. —Lo examinó con atención—. He oído decir que entre vosotros los acuanos no usáis nombres connordianos.
Turley ensanchó los ojos. Tenían muy poco blanco en los bordes.
—Tenemos nuestra manera de hablar, majestad, es cierto.
—Bien, si prefieres usar un nombre como ése, está permitido.
Por un instante pareció que el acuano pondría pies en polvorosa, pero al fin sacudió la cabeza reluciente.
—Preferiría que no, majestad. Somos reservados con nuestros nombres. Pero nada me impide hablaros de nuestro clan. Nos llamamos Volver-con-la-Marea-del-Ocaso.
Ella sonrió un poco, pero su hermano sólo demostraba fastidio.
—Un nombre estupendo. Ahora bien, ¿por qué el condestable os ha traído ante el consejo?
—Por la historia de mi hija Ena, pero ella tenía miedo de hablar ante gente tan elevada, así que vine a acompañarla. —El hombre estiró el largo brazo y su hija se acurrucó contra él. Vansen pensó que la muchacha era bonita a su manera, con su baja estatura y sus ojos saltones, pero no podía pasar por alto su rareza: la extrañeza de los acuanos saltaba a la vista. Nunca había hablado con ninguno de ellos sin recordar, por los ojos y los oídos y la nariz, que trataba con un acuano y no con una persona común.
—Muy bien, pues —dijo Briony—. Estamos escuchando.
—En la noche… Esto sucedió en la noche anterior al asesinato —dijo Turley.
Briony se irguió en el asiento. El silencio era tal que Vansen oyó el susurro de sus faldas.
—¿El asesinato?
—Del príncipe. El que acaban de enterrar.
Barrick se había puesto alerta.
—Continúa.
—Mi hija estaba… estaba… —El hombre calvo parecía agitado, como si lo hubieran arrancado de un lugar sombreado y seguro para exponerlo a una luz brillante—. Había salido cuando no debía. Con un irrespetuoso joven del clan Casco-Raspa-la-Arena.
—¿Y dónde está este joven? —preguntó Briony.
—Reponiéndose de sus magulladuras —dijo Turley Dedos Largos con oscura satisfacción—. Por un tiempo no irá a nadar con muchachas a medianoche en nuestra laguna.
—Continúa, pues. O quizá tu hija pueda contar su historia por su cuenta, ahora que nos ha visto y oído. ¿Ena?
La muchacha se sobresaltó al oír su nombre, aunque había escuchado cada palabra. Se sonrojó, y Vansen pensó que el rubor oscuro del cuello y las mejillas la despojaba de la momentánea belleza que había mostrado antes.
—Sí, majestad —dijo—. Vi un bote, majestad.
—¿Un bote?
—Sin luces. Pasó junto al lugar donde yo nadaba con… con mi amigo. Con los remos al sesgo.
—¿Remos al sesgo?
—Cuando se hunden las palas del remo oblicuamente —explicó Turley con gesticulaciones—. Así decimos cuando alguien trata de ser silencioso.
—¿Esto fue en la Laguna Oeste? —preguntó Barrick—. ¿Dónde?
—Cerca de la costa, en la calle de los Cueros. Alguien lo esperaba en el muelle de la Vieja Curtiduría. Así lo llamamos nosotros. El que está más cerca de la torre que tiene todos los estandartes. En el muelle tenían una luz encendida, pero tapada. El bote se acercó, siempre remando al sesgo, y entonces le dio algo.
—¿Quiénes? —Briony se inclinó hacia delante. La princesa estaba inusitadamente calma, pero Ferras Vansen creyó ver otra cosa tras sus rasgos pálidos, un temor que procuraba ocultar, y se sintió desbordado por el afecto que sentía por ella. Haría cualquier cosa por Briony Eddon, comprendió, cualquier cosa por protegerla, aunque ella lo despreciara.
¿Bromeas, Vansen? No necesitaba el desprecio ajeno, pues bastante tenía con el propio. ¿Cualquier cosa por protegerla? Debías proteger a su hermano mayor, y ahora está muerto.
—El del bote —dijo la muchacha— le dio algo al del muelle. No vimos qué era ni quiénes eran. Luego el bote enfiló hacia el espigón.
—¿Y no viniste a declararlo, aunque el príncipe fue asesinado la noche siguiente? —preguntó Briony, endureciendo el rostro—. ¿Aunque el gobernante de Marca Sur fue asesinado? ¿Estás tan habituada a ver cosas así en la laguna?
—Botes oscuros que reman en silencio, sí, a veces —respondió la muchacha, armándose de coraje—. Nuestra gente y los pescadores tienen reyertas y la gente se mete en problemas, y… suceden otras cosas. Pero sospeché que esa luz tapada no significaba nada bueno. Temía hablar, sin embargo, por… por mi Rafe.
—¡Tu Rafe! —resopló el padre—. No será el Rafe de nadie si vuelvo a verlo cerca de nuestro embarcadero. Tiene las manos suaves como piel de raya, y es del clan del Casco.
—Es bondadoso —murmuró la muchacha.
—Suficiente —intervino Avin Brone—. A menos que vuestras altezas tengan más preguntas…
—Pueden marcharse —dijo Briony. Ella y Barrick parecían contrariados. Ferras Vansen reflexionó y comprendió que la torre que había mencionado la muchacha debía de ser la Torre de la Primavera, y que el príncipe y la princesa también debían de saberlo.
La residencia de la reina Anissa, pensó. Pero en ese lado del castillo también hay otras cosas. El observatorio, algunas tabernas, y por lo menos cuatro de nuestras casas de guardia, por no mencionar los hogares de cientos de acuanos y gente del común. No nos revela nada útil. Aun así, la idea era perturbadora, y por un instante casi se olvidó de su importante misión.
Mientras los hombres armados de Brone se llevaban a los dos acuanos, el médico Chaven entró en la cámara y se quedó cerca de la puerta, con una expresión inquieta.
—Nos queda un tema pendiente —dijo Brone—. Es un asunto menor, así que después de tan largas deliberaciones podríamos pedir a los guardias adicionales y sirvientes que se retiren y se dediquen a preparar la comida del mediodía. ¿Cuento con vuestra autorización, príncipe Barrick, princesa Briony?
Los mellizos dieron su asentimiento y al cabo de unos instantes sólo quedaron los consejeros, Vansen y sus guardias, y Chaven, que aún permanecía cerca de la puerta como un estudiante esperando el castigo.
—¿Y bien? —preguntó Barrick con voz fatigada y pueril irritación; costaba creer que él y Briony fueran de la misma edad—. Obviamente queréis evitar que cundan los rumores, lord Brone, así que, ¿por qué esperar a que nos hablaran de ese bote misterioso? En este momento, la mitad de la gente que se retiró se apresura a encontrar a alguien para contarle esto.
—Porque queremos que la gente hable de eso, alteza —dijo Brone—. Lo del bote es cierto, pero a estas alturas no sirve de nada. No asustará a nadie, sólo despertará curiosidad. Mejor aún, nadie se preocupará por averiguar lo que decimos aquí y ahora.
—Pero ya saben lo que vamos a decir, ¿verdad? —intervino Briony—. Vamos a hablar sobre lo que vio esa chica acuana y sus implicaciones.
—Quizá sí, quizá no. Perdonadme por estos enredos, alteza, pero tengo otra noticia que provocaría rumores mucho más temibles. Capitán Vansen, por favor.
El momento llegó tan de repente, y él aún tenía la cabeza tan llena de preguntas sobre los acuanos y de pensamientos sobre la princesa, que por un momento dolorosamente largo Ferras Vansen se quedó mudo, pues no había oído. De pronto notó que el condestable lo miraba expectante, como todos los demás. Brincó hacia la puerta, seguro de que el príncipe y la princesa se reían de él, y salió al pasillo para pedir a los guardias que trajeran al joven.
—Así que comparece una vez más ante nosotros, Vansen —dijo Briony cuando regresaron a la cámara—. Espero que no esté buscando un ascenso.
Él aguardó un instante para asegurarse de que dominaba la voz, de que no se equivocaría. Si ella lo odiaba, tenía conceder que él se lo merecía.
—Altezas, eminencias, este hombre que está junto a mí se llama Raemon Beck. Ha llegado a Marca Sur esta mañana. Es preciso que lo escuchéis.
Cuando Beck hubo concluido y respondido a la primera andanada de asombradas preguntas, se hizo el silencio en la habitación helada y sin ventanas.
—¿Qué significa todo eso? —preguntó la princesa—. ¿Monstruos? ¿Elfos? ¿Fantasmas? Qué historia más rebuscada. —Clavó los ojos en Raemon Beck, que temblaba como si acabara de llegar en medio de una nevada, y no de un radiante y soleado día otoñal—. ¿Qué hemos de hacer ante estas nuevas?
—Pamplinas —gruñó Tyne de Costazul. Otros miembros del consejo asintieron enfáticamente—. Bandidos, sí: las carreteras del oeste no son seguras ni siquiera hoy en día. Pero este hombre ha recibido un golpe en la cabeza y soñado el resto. O bien busca hacerse famoso.
—¡No! —exclamó Beck. Tenía lágrimas en los ojos. Se tapó la cabeza con las manos, sofocando su voz—. Sucedió… Es cierto.
—Fueran bandidos o espectros, ¿por qué fuiste el único que sobrevivió? —preguntó uno de los barones.
Chaven avanzó un paso.
—Perdonadme, eminencias, pero sospecho que este hombre fue escogido para traer un mensaje.
—¿Qué mensaje? —Pequeñas manchas ardieron en las mejillas del príncipe Barrick, como si la fiebre hubiera regresado. Parecía tan asustado como Raemon Beck—. ¿Que el mundo se ha vuelto loco?
—No sé cuál es el mensaje —dijo Chaven—. Pero creo saber quién lo envía. Alguien de confianza me ha dicho que la Línea de Sombra ha empezado a desplazarse.
—¿Desplazarse? —Avin Brone, que ya había oído la historia del joven mercader, se sobresaltó por primera vez—. ¿Cómo?
Chaven explicó que un cavernero que buscaba piedras raras en las colinas había descubierto que la línea se había desplazado en dirección del castillo, el primer movimiento desde que todos tenían memoria.
—Pensaba hablaros de esto, altezas, pero los trágicos acontecimientos que conocéis me mantuvieron ocupado, y no deseaba inquietaros cuando todavía debíais sepultar a vuestro hermano.
—Eso fue hace muchos días —replicó Briony—. ¿Por qué has guardado silencio desde entonces?
Gailon Tolly salvó al médico de tener que responder de inmediato.
—¿A qué viene todo esto? —preguntó el duque de Estío—. Galeno, tú y este zoquete de Mar del Timón contáis historias de comadres como si hablarais de lugares reales como Fael o Hierosol. ¿La Línea de Sombra? No hay nada más allá de ella, salvo niebla y tierras pantanosas y estériles y… viejas historias.
—Sois joven, mi señor —murmuró Chaven—. Pero vuestro padre lo sabía. Y el padre de él. Y vuestro tátaratatarabuelo estuvo entre los hombres que reconquistaron Marca Sur y este castillo, que estaban en manos de los crepusculares. —El hombrecillo se encogió de hombros, pero había algo terrible en el gesto, todo un idioma de resignación que no ocultaba el miedo—. Es posible que al cabo de tantos años el Pueblo Silente procure recobrarlo.
Todos los consejeros se pusieron a gritar al unísono, y ninguno escuchaba al otro. Briony se puso de pie y extendió una mano trémula.
—¡Silencio! Chaven, te reunirás con mi hermano y conmigo en la capilla, de inmediato, o en alguna otra parte donde podamos estar a solas. Nos contarás todo lo que sabes. Pero eso no es suficiente. Muchos compatriotas han sido atacados y quizá asesinados en la carretera de Setia. Debemos averiguar todo lo posible, de inmediato, antes de que se pierda todo rastro de los atacantes. —Miró a su mellizo, que asintió, aunque de mala gana—. Debemos ir al sitio donde esto ocurrió, con una tropa numerosa. Debemos encontrar el rastro de estas criaturas y seguirlo. Si pueden capturar hombres en la carretera, habrán dejado alguna huella de su paso. —Se volvió hacia Raemon Beck, que se había acuclillado como si las piernas ya no pudieran sostenerlo—. ¿Juras que nos has dicho la verdad, hombre? Porque si descubro… si descubrimos que has inventado esta historia, pasarás el resto de una vida breve y desdichada en cadenas.
El mercader sacudió la cabeza.
—¡Es totalmente cierto!
—Entonces enviaremos un contingente de inmediato. Seguiremos el rastro adondequiera conduzca. Al menos podemos hacer eso mientras analizamos qué puede significar esto… qué mensaje nos han enviado.
—¿Más allá de la Línea de Sombra? —Avin Brone parecía sorprendido por la idea—. ¿Enviaréis hombres más allá de la Línea de Sombra?
—No a vos —dijo Briony con desdén—. No temáis.
El condestable se incorporó.
—No hay necesidad de insultarme, princesa.
Eran los dos únicos que estaban de pie. Sus miradas se cruzaron encima de las cabezas de los demás.
—Una vez más he actuado con precipitación, lord Brone —dijo Briony al cabo de un momento de silencio, y cada palabra vibró como una campana—. A pesar de los trucos que habéis usado hoy para montar este pequeño espectáculo, no merecéis la cólera que he demostrado. Mis disculpas.
Él se inclinó rígidamente.
—Aceptadas, alteza, desde luego. Con mi gratitud, aunque me hacéis un honor excesivo.
—Yo iré —dijo de pronto Gailon. También se levantó, el rostro encendido como si hubiera bebido—. Conduciré tropas hasta ese lugar. Encontraré a esos bandidos; y apuesto mi buen nombre a que no serán más que eso. Pero sean lo que fueren, los traeré vivos o muertos para que respondan por sus crímenes.
Vansen vio que Briony intercambiaba una mirada con su hermano, pero no logró entenderla.
—No —dijo Barrick.
—¿Qué? —El duque encaró al príncipe airadamente. Gailon Tolly parecía haber perdido su compostura habitual. Vansen tensó los músculos—. ¡No puedes ir tú, Barrick! ¡Estás enfermo, tullido! ¡Y tu hermana se creerá que es un hombre, pero los dioses saben que no lo es! ¡Exijo el honor de encabezar esta ropa!
—Pero de eso se trata, primo —dijo Briony, hablando con fría cautela—. No es un honor. Y quien vaya debe ir con el corazón abierto, no con el propósito de demostrar que tiene razón.
—Pero…
Ella le dio la espalda y echó una ojeada a los nobles que estaban a la mesa, Tyne y Rorick y muchos otros, antes de posarla en Ferras Vansen, que se hallaba detrás del apabullado mercader Raemon Beck. Sus miradas se cruzaron y Vansen creyó ver el asomo de una sonrisa en los labios de Briony. No era una sonrisa amable.
—Usted, capitán, no logró impedir el asesinato de mi hermano ni pudo averiguar por qué el maestro Shaso, uno de los más leales servidores de nuestra familia, habría cometido ese asesinato. Quizá tenga mayor éxito en el cumplimiento de este encargo.
Él desvió los ojos.
—Sí, alteza. Acepto la misión —dijo, mirándose las botas.
—¡No! —Gailon había vuelto a levantarse, tan furioso que por un momento Ferras temió que realmente atacara al príncipe y la princesa. Vansen no era el único. Los nobles que estaban a los lados de Gailon Tolly intentaron aterrarle los brazos, pero no lograron retenerlo. El condestable Brone llevó la mano a la empuñadura de su espada, pero estaba tan lejos como Vansen y era más lento.
¡Dioses! Ferras dio un paso tambaleante. ¡Demasiado tarde, he fallado de nuevo! Pero Estío sólo dio media vuelta y enfiló hacia la puerta de la cámara. Se volvió antes de salir. El joven duque había recobrado la compostura, y su expresión era casi temible.
—Veo que nadie me necesita en este consejo ni en este castillo. Con vuestra venia, príncipe Barrick, princesa Briony, regresaré a mis tierras, donde quizá pueda ser de utilidad. —Aunque Gailon Tolly les había pedido su venia, no esperó a recibirla para marcharse. El taconeo de sus botas resonó en el corredor.
Briony volvió a encarar a Vansen, como si Gailon nunca hubiera estado en el recinto.
—Lleve a tantos hombres como usted y el condestable consideren adecuado, capitán. También lleve a este hombre… —Señaló a Beck—. Vaya al sitio donde la caravana fue atacada. Desde allí, envíe mensajeros para contarnos lo que encontró, y si es posible persiga a los salteadores.
Raemon Beck cayó en la cuenta de lo que decían.
—¡No me enviéis de vuelta, alteza! —gimió, arrastrándose por el suelo hacia el príncipe y la princesa—. ¡Por los dioses misericordiosos, no me mandéis allí! Encadenadme como prometisteis, pero no me mandéis a ese lugar.
Barrick apartó el pie para que el hombre no lo tocara.
—¿Cómo sabremos que es el lugar indicado? —preguntó suavemente la princesa—. Has dicho que no quedan rastros. Es posible que tus camaradas estén con vida. ¿Los privarías de un posible rescate? —Se volvió hacia los boquiabiertos consejeros, una fila de máscaras desconcertadas semejante al coro de una antigua obra teatral—. Los demás pueden retirarse, pero deben guardar el secreto de este ataque. Quien diga una sola palabra sobre ello le hará compañía a Shaso en la mazmorra. Chaven, tú y el condestable vendréis a la capilla con mi hermano y conmigo. Rorick y Tyne, venid a vernos dentro de una hora, por favor. Capitán Vansen, partirá mañana al amanecer.
Una vez que ella se fue y la cámara quedó vacía, Vansen y sus dos guardias ayudaron al desconsolado Raemon Beck a levantarse.
—A la princesa no le gusta que le supliquen —le dijo Ferras Vansen al mercader mientras lo conducían a la puerta. Los pensamientos del capitán eran lentos y letárgicos como peces en el fondo de un arroyo congelado—. Mataron a su hermano mayor… ¿Lo sabías? Pero serás nuestro protegido. Por ahora, te conseguiremos un poco de vino y una cama. Es lo mejor que cualquiera de nosotros obtendrá esta noche… y quizá por largo tiempo.