10: Recintos de fuego

10

Recintos de fuego

INVOCACIÓN

He aquí el reino, he aquí sus lágrimas

Dos varas

Sobre el pasado no sabemos nada

Oráculos de Osario

Siempre lo pasaba mal en las tierras del sueño, pero esta noche era peor que las otras. Los largos corredores de Marca Sur de nuevo estaban llenos de hombres de sombra, siluetas insustanciales pero implacables que goteaban y fluían como sangre negra, que brotaban de las grietas y cobraban forma, sin rostro y susurrantes. Pero esta noche los seguían llamas que se encendían a su paso, y parecía que el aire se mismo se inflamaría.

Dondequiera iba, aparecían más, surgiendo entre las baldosas, coagulándose mientras lo seguían con su andar sigiloso, adquiriendo contornos vagamente humanos. Lo miraban sin ojos y lo llamaban sin boca, ruidos de amenaza y promesa. Los hombres sin rostro lo seguían, muchos aún unidos a sus hermanos en una masa casi sólida, y el fuego venía detrás, envolviendo los tapices y lamiendo el antiguo techo mientras él insistía en su vano intento de escapar de habitación en habitación, de corredor en corredor.

¡Mataron a Kendrick! Su corazón parecía deformado; le ardían los pulmones. Una habitación tras otra quedó envuelta en llamas, pero aún lo seguía un enjambre de hombres oscuros.

Quieren matarme a mí también, quieren matamos a todos… El aire tórrido le quemaba las fosas nasales y crepitaba en su garganta, como si el palacio fuera un horno. Esos fantasmas de hollín, sombra y sangre habían matado a su hermano y ahora lo matarían él, lo perseguirían como un ciervo herido y lo abatirían en los interminables recintos ardientes.

* * *

—¡Haz que se ponga bien!

Chaven se levantó despacio. A sus pies, el paje que se acuclillaba junto a la cama de Barrick enjugaba la frente del príncipe con un paño húmedo.

—No es tan fácil, princesa…

—¡No me importa! ¡Mi hermano está ardiendo de fiebre! —Briony notó que su equilibrio interior peligraba—. ¡Siente dolor!

Chaven meneó la cabeza.

—Con todo respeto, alteza, creo que no. Es una de las bendiciones de la fiebre, mitiga el dolor y permite que la mente flote libre del cuerpo.

—¿Libre? —Briony procuró dominarse, pero le temblaba el dedo con que señalaba a su gemebundo mellizo—. ¡Míralo! ¿Crees que está libre de algo?

El otro médico, el hermano Okros, se aclaró la garganta.

—En verdad, alteza, hemos visto a otros que padecían el mismo mal, y se repusieron en pocos días.

Ella se volvió hacia ese hombrecillo tímido que había llegado de la Academia de Marca Este, en el lado de tierra firme de la ciudad, para ayudar a Chaven. Okros retrocedió un paso como si ella fuera a pegarle, y por un instante ella sintió un placer histérico ante ese temor, ante el poder de su propia furia.

—¿Sí? ¿Muchos? ¿Qué significa eso? ¿Y cuánto hace que sabéis sobre esta plaga de fiebre?

—Desde el final del último mes festivo, alteza —gimió Okros. Era sacerdote, pero ante todo era un maestro de ciencias que quizá no hubiera pisado un templo del Trígono desde su ordenación—. Vuestro hermano… vuestro otro hermano… fue informado por la Academia cuando los primeros grupos de afectados acudieron a nosotros. Pero él…

—¿Fue asesinado? Sí. —Briony inhaló profundamente, pero eso no la calmó—. Sí, eso explicaría por qué no ha dedicado tiempo a este problema. ¿Pensabais esperar a que toda mi familia hubiera muerto de una cosa o de otra antes de mencionarme esta plaga?

—Por favor, princesa —dijo Chaven—. Briony, te lo suplico.

El uso del nombre la contuvo un instante, la obligó a mirar al médico de la corte. No entendía bien su expresión, pero era evidente que él intentaba decirle algo. Me estoy poniendo en ridículo, es eso. Miró a los sirvientes y guardias que estaban en la habitación y supo que había más gente fuera, sin duda con los oídos pegados a la puerta. Parpadeó para contener el llanto. Estoy asustando a todos.

—No es una plaga, alteza —dijo Okros con cautela—. Todavía no. Todos los años tenemos temporadas de fiebre como ésta. Sólo que ésta es más grave que las demás.

—Sólo dime qué le ocurrirá a mi hermano.

—Sus elementos están desequilibrados —explicó Chaven—. Está lleno de fuego, en cierto sentido. No quiero insultarte con lo que parecerán viejas supersticiones, pero es difícil explicar la enfermedad sin explicar cómo los elementos de nuestro interior se corresponden con los elementos del exterior… de la tierra y del firmamento. —Se frotó la cabeza—. Sólo diré, pues, que su sangre está demasiado caliente porque los elementos están desequilibrados. Normalmente los elementos tierra y agua de su interior conservarían el equilibrio, tal como las piedras cercan un incendio y el agua lo extingue cuando es necesario. Pero en este momento él es puro fuego y aire, soplo y ardor.

Soplo y ardor. Miró horrorizada la querida cara de Barrick, tan contorsionada y tan distante. Zoria misericordiosa, no me lo arrebates. No me dejes sola en este lugar maldito. Por favor.

—Muchos han sobrevivido a esta fiebre, princesa —dijo el hermano Okros—. Hemos recibido noticias de viajeros del sur en días anteriores. Ya se ha visto en Sian y Jellon durante meses.

—Quizá haya venido con la nave de Hierosol —sugirió Chaven. Había apartado al paje y volvía a examinar a Barrick, oliendo el aliento. El mellizo de Briony estaba un poco más tranquilo, pero aún deliraba en sueños, y la cara relucía de sudor.

—No importa —dijo Briony. Era la lúgubre e implacable voluntad de los dioses, las alas oscuras que había presentido. Era cada una de sus ominosas premoniciones haciéndose realidad—. No importa de dónde vino. Sólo dime esto: ¿cuántos mueren por esta causa, y cuántos sobreviven?

—Evitamos hacer declaraciones de ese tipo, alteza… —comenzó el médico de la Academia.

Chaven lo miró con el ceño fruncido.

—La mitad ha sobrevivido. A menos que fueran bebés o ancianos.

—¿La mitad? —Briony estaba a punto de volver a gritar. Cerró los ojos y sintió que el mundo giraba a su alrededor. Todo estaba desquiciado, totalmente desquiciado—. ¿Y cuál es el tratamiento?

—Ventanas abiertas —se apresuró a decir Okros—. Tierra del templo de Kernios bajo el cabezal y el pie de la cama. Y envolverlo en ropa húmeda; el agua de las pilas del templo de Erivor sería beneficiosa, y debemos elevar plegarias a Erivor, ya que es el patrono de vuestra familia. Todo esto servirá para morigerar la influencia del fuego y del aire.

—También hay hierbas que pueden ayudar. —Mientras Chaven se volvía a frotar la frente, reflexionando, Briony notó que el médico de la corte tenía pésimo aspecto. Estaba pálido y demacrado, y sus ojeras parecían magulladuras—. Corteza de sauce. Y un té de flores de saúco contribuiría a bajar la fiebre.

—También deberíamos sangrarlo —añadió Okros, feliz de hablar de medidas concretas—. Un poco menos de sangre aliviará su sufrimiento.

Briony llevó a Chaven aparte, con cierta brusquedad, y con un gran susurro de faldas se acuclilló junto a su hermano. Esta ropa me mantiene sujeta como un caballo revoltoso, pensó mientras procuraba encontrar una posición cómoda. O un ladrón capturado. No puedo agacharme sin dolor.

Los ojos de su hermano eran como tajos, pero sus pupilas se movían entre los párpados.

—Barrick, soy Briony. Por favor, ¿no me oyes? —Le tocó la mejilla y le cogió la mano; a pesar de su calidez, estaba húmeda como algo salido de un estanque—. No te abandonaré.

—Debéis abandonarlo, alteza —dijo una nueva voz. Al volverse, Briony vio a Avin Brone, que llenaba la entrada con su mole—. Disculpadme, pero debo decir la verdad. Hay mucho que hacer. Mañana sepultaremos al príncipe regente. Mañana alguien debe tomar el cetro para que el pueblo vea que un Eddon aún ocupa el trono. Si el príncipe Barrick está enfermo, debéis ser vos. Y también tengo otras noticias.

Sintió un extraño cosquilleo. Así que la única persona que puedo confiar que no me entregará a Ludis, comprendió, ocupará ese trono. Por un instante tuvo una imagen de todas las cosas que podía hacer, todos los entuertos que podía enderezar. Luego miró de nuevo a Barrick y esos posibles logros perdieron importancia.

—¿Cuánta gente sufre esta enfermedad? —le preguntó a Chaven.

—¿Cuánta gente tiene la fiebre? —le preguntó Chaven al médico de la Academia—. Unos centenares en la ciudad, ¿verdad, Okros? Y una docena en el castillo. Tres pinches de cocina, creo. La doncella de vuestra madrastra y dos pajes de Barrick. —Palmeó la cabeza del niño que sostenía el paño húmedo—. Éstos eran los casos que yo conocía cuando vuestro hermano empezó a enfermar.

—¿La doncella de Anissa? ¿Y cómo está Anissa?

—Vuestra madrastra está bien, y también el bebé en su vientre.

—¿Y ningún miembro del séquito de Dawet tiene la fiebre?

Chaven negó con la cabeza.

—Es raro que viniera en el barco y ninguno de ellos se contagiara.

—Sí, pero la fiebre es una cosa rara —dijo el demacrado Chaven, un hombre que casi le parecía un desconocido. Se preguntó, quizá por primera vez, qué hacía cuando estaba a solas, qué vida y pensamientos ocultaba a los demás, como hacían todos—. Puede contagiar a alguien sin afectar al que está al lado.

—Como el asesinato —dijo ella.

Briony fue la única de la habitación que no hizo la señal del conjuro después de decir esas palabras. Hasta Barrick gruñó en su sueño afiebrado.

* * *

Había corrido hasta dejar atrás las susurrantes sombras sin cara, pero sabía que lo seguían, fluyendo por las habitaciones apandadas, oliéndolo como perros. Estaba en un ala del castillo que no conocía, con cámaras llenas de objetos desconocidos y polvorientos, amontonados sin orden ni concierto. Sobre una mesa había un planetario roto, con los brazos de metal tan deformados que parecían las púas de una criatura espinosa. Había alfombras y tapices arrumbados, con los bordes arrugados, incluso extendidos sobre el techo de madera, de tal modo que costaba distinguir entre arriba y abajo, y comenzaban a rizarse con el creciente calor.

Se detuvo. Alguien lo llamaba por su nombre.

—¡Barrick! ¿Dónde estás?

Con un espasmo de terror, comprendió que no sólo lo buscaban los hombres de sombra, los hombres de humo y sangre, sino alguien más. Alguien oscuro y alto y especial. Alguien que lo perseguía desde tiempo atrás.

Su andar rápido se transformó en carrera, y después en fuga desesperada. Su nombre aún flotaba como un eco solitario en la montaña, o como el grito de un alma perdida varada en la luna.

—¡Barrick, regresa!

Vio que estaba en un corredor largo, con un flanco abierto, brincando por una galería que tenía un declive abrupto al lado. Un mal paso y sufriría una caída vertiginosa. Todo el castillo debía estar en llamas. Las llamas consumían el borde inferior de los tapices, y comenzaban a trepar hacia las estilizadas escenas de caza y las representaciones de dioses aventureros y reyes sedentes.

—¿Barrick?

Se detuvo, el corazón acelerado. Las llamas crecían, la galería se llenaba de humo negro. En el flanco derecho sentía un calor intenso que le escocía la piel. Quería correr, pero algo se movía en el humo delante de él, algo teñido de rojo y naranja por la saltarina luz del fuego.

—Estoy furioso. Muy furioso.

Barrick pensó que el corazón le partiría el pecho. La sombra salió de la turbiedad, goteando humo como si fuera agua, con rizos de fuego en la barba oscura.

No deberías huir de mí, muchacho. —La vacía mirada de su padre era nublada como los ojos de un pez muerto—. No deberías huir. Eso me pone furioso.

* * *

Aunque detestaba esa ropa, Briony se alegraba de que Moina y Rose la hubieran ceñido tanto, se alegraba de que su pechera estuviera rígida como una coraza. Parecía ser lo único que la mantenía erguida en su vapuleada silla de madera, la silla que por el momento era el trono de los reinos de la Marca.

¿Alguien más sentía lo mismo que ella? ¿Lo sentían todos? ¿Acaso las personas del castillo, con su guarnecida indumentaria, eran sólo almas confundidas que se ocultaban en disfraces, así como la concha de los caracoles protegía a las criaturas indefensas y desnudas que vivían en ellos?

—¿Eso ha dicho? —Estaba asustada de nuevo, aunque se obligara a no mostrarlo. Procuró fijar los ojos en el condestable, para no escudriñar las sombras en busca de los asesinos y traidores que parecían rodearla por doquier en la terrible hora de la muerte de Kendrick, pero cuya presencia fantasmal había estado ausente desde la captura de Shaso—. Pero encontramos el cuchillo ensangrentado… Sin duda se lo habréis dicho. ¿Qué alega él?

—Se niega a decir otra cosa. —Alvin Brone parecía tan cansado y débil como Chaven. Sin duda habría querido sentarse, pero Briony no pidió un asiento para él—. Afirma que él no mató a vuestro hermano ni a los guardias.

—No prestes atención a esos disparates, Briony. —La furia de Gailon Tolly parecía genuina, y esta vez no iba dirigida contra ella—. ¿Acaso un hombre inocente no diría todo lo que sabe? Shaso está avergonzado, eso es todo. Aunque me sorprende que semejante truhán se avergüence.

—¿Y si dice la verdad, duque Gailon? —Briony se volvió hacia Brone—. O quizá no sea el único asesino. Parece extraño que él solo matara a los tres.

—No tan extraño, alteza —sugirió el condestable—. Es un guerrero mortífero, y ellos no habrían estado preparados. Los habría tomado por sorpresa. Es probable que haya apuñalado al primer guardia y haya despachado al segundo en un instante. Una vez muerto el segundo guardia, atacó a vuestro inerme hermano.

Briony sentía náuseas. No soportaba pensar demasiado en ello, en Kendrick solo, indefenso, extendiendo los brazos, quizá enfrentándose a un hombre en quien había confiado toda la vida.

—¿Y sostenéis que no hay nadie más en el castillo que pudiera hacerlo, o que pudiera haberle ayudado?

—No he dicho eso, alteza. He dicho que no podemos encontrar a alguien que reúna esas características, a pesar de nuestros esfuerzos, pero es dudoso que pudiéramos. Aun de noche, hay cientos de personas en esta fortaleza. El capitán Vansen y sus guardias han hablado con casi todos, han revisado casi todas las habitaciones, pero hay un millar más que entran aquí durante el día y podrían haberse escondido y escapado en medio de la alarma y la confusión que reinaban después del asesinato.

—Vansen —resopló Briony, perdiendo los estribos—. ¡En el mundo no hay un millar de personas que quisieran matar a mi hermano! Pero hay algunas, y sospecho que conozco a muchas de ellas. —Los cortesanos se movieron con nerviosismo y sus susurros se volvieron aún más discretos. En la sala del trono había menos que de costumbre: muchos se quedaban en sus aposentos o sus casas, atemorizados por los asesinos y la fiebre—. Un millar, lord Brone… ¡Meras palabras! ¿Me estáis diciendo que ese muchacho rústico que trae los nabos de las carretas de Marrinswalk podría ser uno de los asesinos de Kendrick? No, es alguien que tiene algo que ganar.

Brone frunció el ceño y carraspeó.

—Me ponéis en un aprieto, alteza… y también a vos misma. Sí, lo que decís es verdad. Pero aunque debemos sospechar de todo el mundo, no debemos insultar a nadie sin necesidad. ¿Queréis que interrogue a cada noble que pudiera beneficiarse con la muerte del príncipe regente? ¿Ésa es vuestra orden? —Miró en torno y se hizo un súbito silencio en la sala. Los cortesanos parecían sobresaltados, como gansos sorprendidos en el llano por una tormenta.

Le habría gustado que todos esos petimetres maquillados y ociosos tuvieran que rendir cuentas, pero Briony sabía que eso era sólo rabia y desesperación. Quizá un par de ellos fueran culpables, cómplices de una conspiración con Shaso, pero los demás serian inocentes y le guardarían rencor por el mal trato. La nobleza terrateniente no era famosa por su paciencia y humildad. Y los Eddon no eran nada si no contaban con el respaldo de la nobleza.

Hemos perdido a nuestro padre y a Kendrick. No quiero perder también el trono.

—Claro que no quiero eso —dijo, midiendo sus palabras—. Los tiempos amargos propician un humor amargo, lord Avin, así que os perdonaré, pero haced el favor de no darme instrucciones. Puedo ser joven e inexperta, pero en ausencia de mi padre, y con la enfermedad de mi hermano Barrick, yo soy el trono de Marca Sur.

Un destello aleteó en los ojos de Brone, pero el condestable inclinó la cabeza.

—Acepto vuestra justa reprimenda, alteza.

A Briony le fallaban las fuerzas. Necesitaba dormir. Sólo había tenido unas horas de reposo seguidas en varias noches. Y quería que su otro hermano, su mellizo, volviera a la vida. Sobre todo, quería el regreso de su padre, alguien que la abrazara y la protegiera. Aspiró lenta y profundamente. No importaba lo que ella quería: por el momento no podría descansar.

—Todos hemos recibido una reprimenda, lord Brone —declaró—. Los dioses nos humillan a todos.

Tenía el rostro deformado e irreconocible, pero no había dudas sobre quién era. Barrick dio media vuelta y corrió. Estaba en medio de un remolino de humo y llamas, como si hubiera caído por una chimenea, o por una grieta que bajaba a las regiones de fuego. Su padre lo seguía, y sus botas reverberaban en las baldosas, un Kernios humeante de barba ardiente y voz atronadora.

—¡Ven aquí, niño! ¡Me estás poniendo muy furioso!

La escalera descendente se curvaba como las ramas de un árbol torturado por el viento, borrosa en el humo como un objeto bajo el agua, pero era su única escapatoria y no vaciló. Estaba bien plantado, pero una mano le arañó la espalda, tiró de su ropa, trató de aferrarlo.

—¡Alto!

Perdió pie y cayó por la escalera junto al abismo, rodando como un guijarro, y se golpeó y botó en la dura piedra hasta perder el aliento y la lucidez. Mientras caía, las voces de las sombras susurrantes se transformaron en un grito, un bramido.

Otra vez no, pensó. ¡Oh, dioses, otra vez no!

* * *

Se despertó, temblando y sollozando. No sabía dónde estaba ni quién era.

Un hombre redondo de rostro sombrío y amable estaba inclinado sobre él, pero por un instante vio ese otro rostro, ese rostro familiar transformado en una máscara odiosa con barbas de fuego, y soltó un grito y tendió los brazos. En su debilidad, apenas movió la mano; el alarido fue un gemido sofocado.

—Descansa —dijo el hombre. Chaven. Se llamaba Chaven—. Tienes fiebre, pero hay gente que te está cuidando.

¿Fiebre? No es ninguna fiebre. El castillo estaba en llamas y sufrían un ataque. El mal circulaba por las paredes como sangre envenenada en un moribundo. ¡Briony! La recordó de pronto, y como en imitación de su nacimiento conjunto, con el nombre de ella también recordó el suyo. Tiene que enterarse, tengo que contárselo. Procuró emitir un sonido, hablar.

—Briony…

—Ella se encuentra bien, alteza. Bebed esto. —Sintió una grata frescura en la garganta, pero no recordó de inmediato cómo tragar. Cuando terminó de escupir y toser, y hubo bebido un poco más, la mano fría de Chaven le tocó la frente—. Ahora dormid, alteza.

Barrick trató de negar con la cabeza. ¿Acaso no entendían? Sintió que la oscuridad estiraba los brazos para arrastrarlo. Tenía que hablarles de los hombres de sombra que invadían el castillo, de las llamas. Se habían escondido allí durante años, pero ahora habían atacado con todo su poderío. Quizá los enemigos de la familia estuvieran a pocas cámaras de distancia. Y tenía que hablarle a Briony sobre su padre, por si él la atacaba. ¿Qué sucedería si ella no sabía, si ella no entendía, y lo dejaba entrar?

La oscuridad lo arrastraba, lo succionaba, lo diluía.

—Dile a Briony… —logró decir, pero una vez más se hundió, cayó en las llameantes profundidades.

* * *

El joven Raemon Beck sólo pensaba en Mar del Timón. Aún estaban a dos días de Marca Sur y su hogar se encontraba a dos días de marcha más, pero hacía un mes y medio que no iba y le costaba no pensar en su esposa y sus dos pequeños, le costaba contener su ansiedad.

Era más fácil cuando estábamos en Setia, a semanas de casa, pensó. Era más fácil cuando estábamos ocupados con regateos, compras y ventas. Ahora no queda nada salvo andar y pensar

Miró adelante, la línea de su pequeña caravana, una veintena de mulas bien cargadas y una decena de caballos arrastrando carretas, todo al mando de su primo Dannet Beck, que a su vez dirigía esta empresa mercantil en representación de su padre, el tío de Raemon. Dannet había cometido algunos errores en las últimas semanas, pensó Raemon. Como mucha gente inexperta, se apresuraba a considerar toda resistencia contra su autoridad como una ofensa personal, pero en general no le había ido mal, y las mulas y carretas estaban cargadas con millas del mejor hilo de lana teñido de Setia, listo para las fábricas de los reinos de la Marca. Y Raemon también sacaría partido de la empresa, no sólo por su parte (aunque era diminuta, representaría más dinero del que había ganado nunca en sus veinticinco años, suficiente para abandonar la casa de sus padres y quizá construir la propia), sino porque obtendría mayores responsabilidades en el futuro, y quizá una importante participación en la empresa familiar.

Al margen de su creciente fortuna, estaba impaciente por volver a ver a Derla y estrecharla, por ver a sus hijos y a sus padres y comer el pan a su propia mesa. Sólo unos días, pero la espera parecía más larga ahora que cuando el viaje acababa de comenzar.

Iríamos más rápido si no nos hubiéramos juntado con la hija de ese príncipe setiano y su comitiva. La muchacha, que apenas tenía catorce años, con ojos de cervatillo asustado, viajaba para casarse con Rorick Longarren, conde de Esponsales y primo de la familia Eddon. Por lo que Beck sabía de Rorick, parecía sorprendente que se casara, máxime con una muchacha de las remotas y montañosas tierras del oeste, pero la realeza era la realeza, y la hija de un príncipe era un trofeo valioso.

Beck no tenía nada contra la muchacha, y aun en estos tiempos pacíficos era tranquilizador contar con una docena de guardias armados en la caravana, pero se había puesto enferma con frecuencia; por lo menos tres veces habían tenido que detener la marcha por esa causa, y la nostalgia de Raemon Beck por su hogar se había agudizado hasta la desesperación.

Miró a los setianos, luego la despareja procesión de mulas de carga. Un arriero lo vio mirando y saludó, señaló las brechas en la arboleda y el despejado cielo de otoño, como diciendo: «Mira qué suerte tenemos». En los primeros días del viaje de regreso habían tenido que aguantar la fría lluvia de las montañas del oeste, así que el cambio era bienvenido.

Devolvió el saludo, pero no le agradaban mucho estas colinas boscosas. Recordaba que en el viaje de ida parecían estar al acecho bajo la lluvia, y aun a la luz del sol se veían amenazadoras. Aun en un día cálido como éste, la cumbre y las hondonadas estaban cubiertas de espesa bruma. Una lengua de niebla descendía por la ladera, arrastrándose entre los árboles y por la hierba oscura y verde hacia la carretera.

Pero es más rápido que viajar por mar, pensó. Toda esa travesía hacia el sur, por los estrechos y subiendo por la costa occidental para llegar allá… Habría estado separado de Derla y los niños medio año

Alguien gritó adelante. Raemon Beck se sobresaltó al ver que la lengua de niebla ya había cubierto la carretera frente a la caravana. A lo lejos sólo veía las oscuras sombras de los árboles y el borroso contorno de los hombres y las bestias de carga. Alzó la vista. El cielo se había oscurecido rápidamente, como si la niebla también se deslizara encima de los árboles.

¿Una tormenta?

Ahora los gritos eran estentóreos, y había algo raro en ellos. En la voz de esos hombres no sólo había confusión o irritación, sino auténtico temor. Se le erizó el vello del cuello y los brazos.

¿Un ataque? ¿Bandidos, aprovechando la súbita niebla? Buscó a los hombres con armadura que escoltaban a la hija del príncipe, vio que dos de ellos irrumpían de la bruma y pasaban de largo, y comprendió consternado que ahora la niebla también estaba a sus espaldas. Flotaban en ella como un barco en el mar.

Su aterrado caballo se encabritó. Raemon Beck tuvo sólo un momento para ver lo que había asustado a su montura, pero le bastó para oprimirle el corazón de espanto; lo atacaba una criatura harapienta y pegajosa, pálida, de brazos largos, sin ojos, con una boca que parecía un saco rasgado.

Su caballo volvió a corcovear y se tambaleó al apoyar las patas en el suelo. Beck se aferró con fuerza. Los hombres soltaban alaridos en derredor, y los caballos lanzaban relinchos espantosos como nunca había oído.

Las formas entraban y salían de la niebla, hombres y otras criaturas, forcejeando, luchando. Oyó voces que llamaban o cantaban en un lenguaje desconocido. Más criaturas harapientas salieron de los matorrales, pero eran sólo una pequeña parte de las formas extravagantes que bailaban y parloteaban en la niebla. Algunos atacantes eran apenas más sólidos que la bruma. Los hombres y caballos aún gritaban, pero los terribles sonidos comenzaban a atenuarse, como si la niebla se transformara en algo macizo como piedra, o como si Raemon hubiera caído en un agujero y le echaran tierra encima.

Un grupo de formas diminutas de ojos rojos, semejantes a niños barbados y malévolos, saltó de la hierba y le aferró los estribos. Su caballo se abrió paso a coces y galopó dando relinchos de pánico. Las hojas azotaron el rostro de Raemon Beck, pero una rama más gruesa lo arrancó de la silla y lo arrojó al suelo, cortándole la respiración y haciéndole perder el sentido.

* * *

Al despertar, se sentía como un saco de huevos rotos. Con un escalofrío, vio un rostro que lo atisbaba desde la niebla arremolinada, un rostro extrañamente bello, pero frío e inerte como la estatua de una deidad en un templo del Trígono. Contuvo el aliento como si así pudiera escapar de la atención de ese demonio, pero la criatura se limitaba a mirarlo. Tenía la tez pálida, y ojos brillantes como llamas de vela detrás del grueso vidrio de la ventana de un templo. Le parecía que era masculino, pero costaba considerarlo algo tan sencillo y humano. Al irse, simplemente se desvaneció, y la niebla lo envolvió y pintó el mundo de gris.

Raemon Beck cerró los ojos y respiró con dificultad, esperando la muerte. En su inmovilidad, reparó en el dolor que sentía en la espalda y las costillas, en las palpitaciones de su cabeza y los innumerables cortes y rasguños de su piel, y abrió los ojos. La niebla se había disipado. Estaba a la sombra de un valle profundo, pero veía retazos de cielo azul a través de las hojas.

Se incorporó y miró en torno. El valle estaba vacío.

Beck se levantó penosamente, tratando de no gritar de dolor, y se arrastró por la huella de ramas rotas que había dejado su caballo al huir de la carretera. No había rastro del caballo. No había ruidos de animales ni de hombres. Beck se preparó para la espantosa escena que sin duda encontraría.

Llegó a la carretera. Un caballo de la caravana estaba allí como si lo aguardara. Respiraba agitadamente pero estaba ileso, pastando a la vera del camino. El caballo se sobresaltó cuando él se acercó, pero se dejó acariciar. Al cabo se tranquilizó y siguió pastando.

Al margen de este animal, la carretera estaba desierta. No quedaban huellas de las docenas de hombres, caballos y mulas, las carretas con la lana, los soldados con armadura y la hija del príncipe, y menos del ejército de pesadilla que los había atacado. Hasta la niebla se había ido.

Un incrédulo terror lo oprimió como una mano brutal. Raemon Beck sintió un retortijón en el estómago y vomitó el desayuno. Se enjugó la boca y se encaramó a la silla del caballo, gruñendo por el dolor que sentía en las costillas y la espalda. No sabía dónde buscar a sus compañeros, que habían desaparecido por completo, y no quería pasar un instante más en ese lugar maldito. Sólo quería cabalgar hasta llegar a un sitio donde viviera gente.

Nunca regresaría a esas colinas, aunque tuviera que renunciar a su puesto en la empresa familiar y tuviera que salir a mendigar por la calle con su esposa y sus hijos.

Hincó los talones en las costillas de su nueva montura y enfiló hacia el este, agachado sobre el pescuezo del caballo y llorando.

* * *

Era de madrugada y estaba desvelada. A pesar de su inmensa fatiga, no había dormido en toda la noche. Briony se quedó en la cama escrutando la oscuridad, escuchando los ronquidos de Rose, Moina y otras tres nobles que se alojaban esa noche en el castillo para asistir al funeral de Kendrick. Se preguntaba cómo podían dormir. ¿No sabían que todo estaba en peligro, que el reino entero se tambaleaba?

Si Shaso era el asesino y había actuado por su cuenta, resultaba incomprensible. Además, ¿cómo podría volver a confiar en alguien? Si lo habían sobornado, o si alguien había cometido ese asesinato atroz y lo hacía cargar con la culpa, entonces los Eddon habían sido apuñalados en el corazón por un enemigo terrible, y apuñalados mientras dormían en su propia casa. ¿Cómo era posible volver a dormirse?

Se le aceleró el corazón en cuanto oyó que llamaban. Sabía que había guardias fuera. Ni siquiera el chapucero Ferras Vansen la dejaría sin custodia en un momento como ése. Se echó una capa sobre el camisón y enfiló hacia la puerta. La habitación y los suelos de piedra estaban helados.

Pero Kendrick tenía guardias, recordó, y sintió un escalofrío. Él también habrá creído que estaba a salvo.

—¿Princesa? —murmuró una voz, y la reconoció. Ahora estaba asustada por otro motivo. Se acercó a la puerta, vaciló.

—¿Chaven? ¿Eres tú? ¿De veras?

—Soy yo.

—Nosotros también estamos aquí, alteza —dijo un guardia. Reconoció esa voz ronca, aunque no recordaba el nombre del soldado—. Podéis abrir.

Aun así, en los últimos días había sentido tanto terror que tuvo que obligarse a no echarse atrás cuando abrieron la puerta. Chaven y los guardias aguardaban en un charco de luz. El médico estaba serio y ojeroso, pero no tenía la expresión que ella había temido.

—¿Es mi hermano?

—Sí, alteza, pero no temáis. Vine a anunciaros que la fiebre ha menguado. Tardará en recobrarse, pero creo que sobrevivirá. Preguntaba por vos.

—¡Zoria misericordiosa! ¡Gracias a todos los dioses! —Briony cayó de rodillas y agachó la cabeza para rezar. Tendría que haber estado exultante de alegría, pero de pronto estaba mareada. Aplacado ese espantoso temor, era como si la rigidez con que se había sostenido se hubiera aflojado de golpe. Trató de ponerse de pie, pero se bamboleó y estuvo a punto de caerse. Chaven y un guardia le aferraron los brazos.

—Sobreviviremos —susurró ella.

—Sí, princesa, pero esta noche regresaréis a la cama.

—Pero Barrick… —La habitación aún giraba.

—Le diré que iréis a verle con las primeras luces. De todos modos, ahora debe estar dormido.

—Dile que lo amo, Chaven.

—Se lo diré.

Dejó que la llevaran a la cama. No pudo evitar pensar en el pobre Kendrick, que en ese momento estaba en manos de las doncellas fúnebres de Kernios. Pero ni siquiera este horror, ni el giro vertiginoso de las paredes, podían mantener a raya el agotamiento.

—Dile a Barrick… —dijo—, dile a Barrick…

No pudo decir más. La fatiga invadió su bastión y la conquistó.