33

La vuelta

La pequeña masa de carne se movió por sí sola. Colocó la cabeza hacia delante como embistiendo el largo túnel que la separaba de la luz. Se estremeció, como el que teme un largo y peligroso viaje. Encogiéndose y estirándose, avanzó a través del pasaje carnoso que la envolvía.

Delante de ella, se abría un oscuro y resbaladizo pasadizo antes de llegar a una lejana luz. Las paredes blandas y húmedas del corredor se contraían con fuerza, animándola a continuar, para separarse al instante siguiente y permitirle tomar aire, antes de volver a empezar. Entre el abrazo que sostiene y el siguiente que ahoga, escuchó voces a lo lejos. La pequeña masa carnosa vibró al oír la música de voces extrañas que llegaban desde fuera.

—Vamos, vamos, casi estás, un poco más. Ven sin miedo. ¡Ya te tengo!

La bola de carne pareció entender aquellas palabras, porque aceleró su torpe marcha.

—Vamos, vamos, chiquitín. Aquí estás. Ya sale, ya sale. Está apareciendo la cabeza —gritó la comadrona emocionada.

Unos segundos más tarde, la masa de carne descansaba en las hábiles manos de la enfermera. Aunque la postura era retorcida, la calma la invadía. Se sentía cuidada mientras su pecho descansaba en la palma de la mano de aquella mujer que la acercaba a su madre.

—Aquí lo tienes, Diana. Es precioso. Lo has hecho muy bien. Eh, papá, ¿qué te ha parecido? ¿Es vuestro primer hijo?

—No, no —contestó Ferran—. Tenemos una niña de once años.

—Pues va a estar feliz con este hermanito… ¡Mirad!, tiene una pequeña mancha en la base del cuello. Es como una fresa minúscula. Suelen ser heredadas.

—Es curioso, su tío Adrián, mi hermano, tenía una igual. —Los ojos de Ferran se humedecieron con una niebla triste—. Murió hace once meses en un accidente de coche.

Diana y Ferran cruzaron una rápida mirada antes de confluir en el rostro del bebé. Un aroma de familiaridad envolvió a los tres. Reconocieron que se adentraban sin rumbo en el misterioso territorio de lo familiar, en la cara inquietante de lo acostumbrado, en el lado desconocido de lo cotidiano. Y se dejaron ir.