Un nuevo encuentro
Después del encuentro con Carme Torrents, Ari Kalu se sentía reconfortado. Le estaba muy agradecido a la inspectora por la ayuda que le había prestado.
Somos una multitud de seres perdidos vagando entre la muchedumbre, un hormiguero de seres vivos. Necesariamente nos tocamos, nos rozamos, chocamos unos con otros, como electrones infinitos en un movimiento eterno, sin cesación, sin origen, sin residencia. Choques sin intención ni propósito. Solo algunos de ellos llegan a ser un encuentro.
El encuentro transforma. Sea casual o no. En ese espacio ocurre algo irreversible. No hay yo ni tú. No hay fusión, no hay unión. Es sintonía y diferencia al mismo tiempo. Se necesitan al menos dos para la conexión en el encuentro. No puede ocurrir la unión sin la diferencia. Pero tras el encuentro todo cambia.
Ari Kalu agradecía al karma su encuentro con Carme Torrents. A través de él había podido ayudar a Adrián Ripoll en su viaje por el bardo y lograr así recuperar la paz para Adrián y para sí mismo.
Tomó de nuevo el camino en dirección, esta vez, al albergue. Era la hora de comer.
Ari Kalu era consciente de la vida que inundaba todo su ser, de cómo el sol brillaba ante sus ojos, de lo agradable de la temperatura de su cuerpo, de su propio peso cuando daba un paso al caminar… Tomaba conciencia de la membrana invisible que lo conectaba con el entorno… de la armonía que entrelazaba silenciosamente todo…
Bruscamente, sus pasos se frenaron. Al final del camino, un hombre parecía esperarlo sentado en una piedra. Aunque se le veía sudoroso, el hombre aguantaba sentado a pleno sol, como si el intenso calor fuera más soportable que el desasosiego que parecía irradiar de su interior…
Ari Kalu se paró ante él. La sombra de la figura del monje traspasaba la silueta del desconocido. Ari Kalu le preguntó:
—¿Está usted bien? ¿Puedo ayudarlo en algo?
—No, no… —respondió el hombre con voz entrecortada—. Ha debido de ser un pequeño mareo… Noto la cabeza un poco aturdida y algo me ha pasado en la vista porque lo veo todo con unos tonos amarillos muy raros… —El hombre hizo una pequeña pausa y continuó—: ¿Me haría el favor de mirar si tengo algo en la boca? Noto un sabor metálico muy desagradable.
Ari Kalu inspeccionó la boca abierta del hombre.
—Pues no, no… No se ve nada a simple vista, pero quizá debería atenderlo un médico. Yo lo acompañaré con mucho gusto.
—No, no, se me pasará… Ya parece que me encuentro un poco mejor. ¡Uf!, los pies se me hunden en la tierra, como si me pesaran dos toneladas… ¡Joder! ¡Cómo me cuesta levantarme! —exclamó el desconocido mientras intentaba ponerse de pie—. La boca me sabe a pólvora.
Ari Kalu reparó entonces en las ropas del hombre. Iba vestido con pantalón marrón y camisa del mismo color, en un tono más claro. A Ari Kalu, que no era experto en nada y sí estudiante de todo, le pareció un uniforme.
—¿Quiere usted que lo acompañe a su casa? ¿Vive usted por aquí?
Al mismo tiempo que el extraño hombre iba enderezando su postura, Ari Kalu no se sorprendió al reconocer que aquel cuerpo no proyectaba ninguna sombra. Así que el monje entrecerró los ojos, inspiró y espiró y se preparó para decir:
—Noble hijo… escucha… escucha con atención…