La despedida
Aquella mañana, en Gra, Carme Torrents desayunó en el bar de siempre, donde días antes había citado a Ari Kalu. Pidió el periódico con cierto reparo. En los últimos días las circunstancias del caso, que ya se llamaba Ripoll, acaparaban todas las portadas. En esta ocasión, los titulares también tenían que ver con el mismo tema, aunque sorprendentemente destacaban otra parte de la noticia. Le llamó la atención y leyó: «Al final Ripoll se arrepintió» —rezaba el titular en primera página de Juan Alizar, el analista político—. El artículo continuaba así:
La trama de corrupción cuyo eje era Barcelona-Huesca nos depara muchas más sorpresas. No solo se han descubierto desfalcos multimillonarios por parte de la red corrupta de políticos y empresarios, sino que, según las últimas noticias, se cobró la vida de un arrepentido. Adrián Ripoll, diputado por el Partido de la Igualdad e implicado en la red por el juez Miragran, murió en un extraño accidente de tráfico el pasado día 2, dos semanas antes de que el escándalo saltara a la prensa. Como si del guión de un thriller se tratara, la muerte de Adrián Ripoll parece haber sido provocada por un policía del pueblo de Gra que actuaba de sicario para la trama. Siempre según las nuevas declaraciones, una vez que se ha levantado el secreto del sumario se ha desvelado que Adrián Ripoll se disponía a revelar informaciones muy comprometedoras para aquellos que poco antes habían sido sus cómplices. Al parecer, el diputado del Partido de la Igualdad había contactado con el juez Miragran un día antes de su muerte y le había informado de su decisión de declarar. Ripoll quería hacer unas últimas comprobaciones, tras las cuales planeaba entregarse a la policía. Según esas mismas indagaciones, Ripoll había actuado como confidente de la policía durante el último año y no se había apreciado ningún riesgo extraordinario que le impidiera hacer el viaje que terminó siendo el último de su vida. Ripoll se dirigía, según fuentes extraoficiales, al encuentro con su hermano, el conocido escultor Ferran Ripoll. Según esas mismas fuentes, Adrián querría explicarle personalmente a Ferran lo sucedido. En los últimos años los hermanos se habían distanciado, y este viaje había sorprendido también a otras personas cercanas a la familia Ripoll. El último giro del caso nos ha vuelto a sorprender, pero no solo por la información que desvela, sino también porque, de alguna forma, nos trae esperanza a los que creímos en políticos como él. La lección del caso Ripoll nos enseña que es posible equivocarse, incluso hacer el mal, y, sin embargo, también es posible reconstruir un nuevo camino. El diputado Ripoll no tuvo suerte. En su decisión de cambiar de dirección se encontró con la barrera imposible del que está cómodo en esa posición y poco dispuesto a que otro le obligue a moverla. No se trata de elevar a los altares a Ripoll. Fue un hombre y se equivocó. Pero también con la fragilidad de un ser humano intentó buscar otra dirección. Eso es lo que nos enseña el caso Ripoll, la posibilidad de reconstrucción de lo derruido. Creo que su familia, sus amigos y todas aquellas personas que de una u otra forma le ayudaron a dar este giro han de estar orgullosas de que Adrián encontrara luz al final de su camino. Adiós, Adrián Ripoll; como la mayoría de nosotros, no fuiste ni bueno ni malo, ni héroe ni villano.
Carme pensó en Ari Kalu y en sus soñados encuentros con Ripoll. ¿Sabría Ari Kalu todo esto? O mejor aún, ¿le importaba a Ari Kalu todo esto?
Carme Torrents subió la estrecha cuesta en la que se empinaba el camino para llegar a la casa de los lamas. En el templo, la monja que días atrás la recibiera en el albergue la había mandado allí para encontrar a Ari Kalu. Últimamente, Ari Kalu se concentraba intensamente en el estudio del Dharma, le dijo la mujer.
Carme Torrents empujó la puerta de doble hoja de la entrada principal y accedió a una habitación que supuso que hacía las veces de recibidor. Recibidor para acoger a viajeros como ella, pensó.
Ari Kalu asomó su rostro sonriente desde lo alto de la escalera que ascendía enroscándose desde la entrada. Su voz sonó amable.
—Señora Torrents, qué sorpresa verla por aquí… Es muy amable por su parte venir a visitar desde el mundo de fuera a estos monjes retirados… Justamente ahora me disponía a hacer mis ofrendas matinales, ¿me querrá acompañar?
Ari Kalu la llevó a una sala contigua donde un pequeño altar atraía las miradas de los que llegaban. De nuevo esos tonos rojos, amarillos, dorados, transparentes… Ari Kalu se arrodilló ante la figura de una especie de divinidad y le ofreció, con humildad, un plato con agua y una flor, y mientras lo hacía musitó algo como parte de su diálogo con aquello.
Carme Torrents había despreciado hasta entonces esos gestos, que consideraba de sumisión, de personas y pueblos enteros que, presos de un terror a la muerte y a la nada, buscaban conjurar su miedo a través de aquellos rituales.
Cuando Ari Kalu terminó se volvió hacia Carme Torrents, y entonces, una contagiosa sonrisa emergió de nuevo en su rostro:
—Hacer ofrendas a otros es una buena forma de acabar con el orgullo, la avaricia y el egoísmo que hay en nosotros y de practicar la generosidad, ¿no cree?
—Ehh…, bueno, nunca lo había visto así. En fin… Kalu, he venido a despedirme. Quiero darle las gracias por su valiosa ayuda. Puede que sin usted y esas extrañas fuentes de información que maneja, jamás hubiéramos conseguido llegar a descubrir la verdad.
—¿Y usted cree que ya la ha descubierto?
—Sí, sí… Déjeme que le explique, Kalu, todo lo que hemos averiguado sobre este extraño accidente.
Por enésima vez, Carme Torrents explicó paso a paso la investigación.
—… Así que creemos que por una carambola del destino ustedes también se han librado de haber sido expulsados de estas tierras. Si el plan de esa red de corruptos hubiera tenido éxito, sus terrenos se habrían considerado urbanizables… Es verdad que hubieran ganado mucho dinero… pero habrían tenido que abandonar todo esto… Me alegro de que no haya sido así. Podrán permanecer ustedes por un tiempo indefinido en su impermanencia… —Carme se rio sola de su chiste malo y pensó en el sargento Baz. Al final… ¡puede que Baz y ella no fueran tan diferentes! Ahora recordaba las palabras del lama cuando dijo que sin tener bajo control las propias percepciones era un inmenso error buscar defectos en otros.
—Le aseguro que no le contaré a nadie cómo conseguí la información —continuó Carme—. Me tomarían a mí por demente y a ustedes los volverían locos las huestes de turistas que vendrían a perturbar su paz. Dejémoslo así. Después de todo, según ustedes —añadió con una mirada cómplice—, a veces es mejor permanecer contemplando el no hacer. —Mientras pronunciaba estas últimas palabras, Carme Torrents se sorprendió de lo que acababa de decir. Otra vez pensó en Baz, quizás el contacto con los monjes sí la estaba afectando.
—¡Oh, oh, oh! Bueno, bueno, yo también me alegro… Y ahora, ¿hacia dónde irá usted?, ¿qué camino tomará?
—Pues salgo para Barcelona ahora mismo… Vuelvo a casa… Ha sido una suerte conocerle. Le repito que me ha ayudado mucho a descubrir la verdad.
—La verdad… Bueno, son pequeñas verdades, ¿no es así? Porque la verdad en sí no puede ser experimentada por el pensamiento. Hay que sentarse a meditar para ir en su busca… No se puede medir lo que no es medible.
Carme Torrents sintió de nuevo aquella sensación de aturdimiento que las palabras de Ari Kalu solían producir en ella ¿Qué le quería decir con aquello? ¿Qué estaba sugiriendo aquel pequeño monje? ¿Que se pusiera a meditar…? No… no… no… Aquello ya era demasiado para ella. «Me voy de aquí», se dijo.
—En fin, Ari Kalu, me tengo que ir. Gracias de nuevo.
—Gracias a usted, señora Torrents, yo también tengo que agradecerle su trabajo. Gracias a su plegaria nos hemos beneficiado todos.
«¡Y oootra vez más! ¡Pero de qué puñetera plegaria me habla este tipo…!».
Ari Kalu debió de captar la sorpresa en el rostro de la inspectora, porque, sin que ella le preguntara nada, aclaró:
—¡Oh, oh, oh! Me refiero a su trabajo por eliminar la avaricia y la ira de este mundo.
Carme Torrents se avergonzó en ese mismo momento de su propia ira y se despidió de Ari Kalu sin más palabras.
Ari Kalu y ella venían de mundos diferentes, recorrieron caminos diferentes y se encontraron. Adrián Ripoll lo propició.
Sintió a Ari Kalu como a alguien familiar, como se siente a un padre, a un hermano, a un hijo, como alguien por quien profesaba amor y agradecimiento, como alguien que la había ayudado a crecer.
Minutos después, tras salir de la casa de los lamas, Carme Torrents se dio permiso para sentir el calor del sol sobre la piel. Hacía mucho que no se permitía hacerlo. Y esta vez incluso respiró hondo y disfrutó de estar viva y deseó: «Que todas las personas de este mundo puedan tener sensaciones como esta…».
Caminó hacia el coche que esperaba aparcado al final del camino. Podía disfrutar de este pequeño paseo antes de llegar al vehículo. Tenía ante ella todo el tiempo del mundo durante esos cinco breves minutos. Se sintió ligera. Como el que ha soltado una pesada carga. Sonrió. Se dio cuenta de que mientras sonreía en su interior se generaban más sonrisas y lo probó. Se abrió a lo que estaba por venir.
Intuía que había cambiado la posición de su mirada y que su vida quedaba profundamente afectada por ese movimiento. Lo mismo que un ciego no puede ver con solo estudiar el funcionamiento del ojo, ella tendría que vivir su verdad para llegar a conocerla.
Carme Torrents se metió en el coche con rapidez. Se puso en marcha hacia su casa, hacia Barcelona. «Pero ¿realmente esa es mi casa?», se preguntó antes de que de modo reflejo surgiese la respuesta: «Supongo que mi casa está donde está mi shanga, ¿no?». Rio.
Marcó un número de teléfono. La voz de Enric sonó fuerte al otro lado.
—Carme, ¿qué tal? ¿Cómo ha ido todo?
—Bien, Enric. Ya he terminado y vuelvo a casa.
—¿Cansada? —preguntó Enric con ternura.
—Sí, sí, cansada… Con la sensación de que han ocurrido muchas cosas en este viaje. Cosas que quizá no puedo expresar ahora con palabras… Como si este viaje hubiera sido mucho… mucho más largo que los kilómetros que me separan de Barcelona. Aún no sé muy bien cómo estoy… ni qué rumbo tomará mi vida ahora.
—¿Ahora? ¿Qué quieres decir con eso? —Enric se había extrañado de aquella respuesta.
—Ahora que… que… acepto y despido cada paso al caminar.
Al otro lado de la línea, Enric retiró el auricular de la oreja en un gesto instintivo, como si, perplejo por lo que escuchaba, intentara ver la cara de Carme a través del aparato y comprobar que su amiga aún estaba en sus cabales… Se hizo un silencio en la comunicación.
—Enric… ¿me escuchas? ¿Estás ahí, Enric?
—Sí, sí, Carme, te escucho… Yo siempre estoy aquí…