Ta Ya Ta Om
Carme Torrents fue al templo en busca de Ari Kalu. Caminaba sorprendida por su deseo de encontrar al monje y de informarle de los resultados de la investigación.
Al llegar al templo, le pareció familiar el cartel que cerraba el paso en la entrada: «Se ruega no pasar. Meditación». Así que, como ya iba siendo su costumbre, se quedó en el umbral de la puerta… escuchando a través de la tenue cortina.
El lama leía en el templo:
Yo, los demás, el mundo, todos los seres aparecemos aunque propiamente no existimos. Esto es verdaderamente un sueño, una ilusión mágica que aparece por creer en la realidad. Contempla el rostro mismo de lo inasible hasta realizar su irrealidad y permanece relajado en la espontánea naturaleza primordial y el espacio abierto.
Carme Torrents dejó vagar sus pensamientos. Recordó su sueño. Aceptar la muerte de Pau. Para ella era como aceptar su propia muerte. Aceptar que Pau había sido una ilusión, una apariencia en el ciclo de las existencias. ¿Cómo hacerlo? El dolor no se lo permitía… Todavía estaba demasiado aferrada al amor que había sentido por él y a la rabia contra el mundo después de su muerte.
El discurso del lama continuaba sonando lejano, como la música de fondo de sus pensamientos:
Y como practicantes, ¿hay que cultivar con asiduidad la atención al cuerpo para que dé mucho fruto y sea muy provechosa?
Se ejercita así: «Consciente de todo el cuerpo, inspiro-espiro».
Se ejercita así: «Calmando la actividad corporal, inspiro-espiro».
Se ejercita así: «Consciente de la mente, inspiro-espiro».
Se ejercita así: «Calmando la actividad mental, inspiro-espiro».
Hay una cosa que bien ejercitada y desarrollada lleva a la gran visión, a la gran certidumbre, a la visión de la verdad, al bienestar de la vida presente y trae el fruto de la liberación por el conocimiento. ¿Qué cosa es esta? La meditación sobre el cuerpo.
«Quizás en esto, en inspirar y espirar, pueda encontrar un modo de calmar mi mente y mi cuerpo», reflexionaba Carme al son de las enseñanzas del lama.
Al separarse los agregados constitutivos del yo, tal como al derribarse las paredes de una casa, no queda nada. Al desmoronarse las paredes del cuerpo, ¿qué queda del yo y de su mundo? ¿Adónde han ido a parar todas esas historias e imágenes revividas y recordadas? ¿Qué queda de todas esas experiencias vividas con el cuerpo desaparecido? El yo desaparecido no vuelve a aparecer.
Carme Torrents no pudo evitar un dolor punzante al pensar: «No me encontraré de nuevo con él. Igual que las olas se forman, ascienden en pendiente y descienden para deshacerse en el mar… queda mar… Nos fundiremos en ese mar, en esa unidad».
Una luz de esperanza atravesó el campo de conciencia de Carme, que siguió meditando: «Mi amor por él es esta intuición de unidad, es atracción a la unidad. Ya no veo, solo soy. Ya no hay en mi cuerpo nadie que mire, porque yo ya soy todo lo que observo. Formo parte de este todo. Me diluyo en este mar».
Carme sintió que más allá de todo pensamiento, donde no hay interpretación ni palabras ni existe el tiempo generado por ellas, allí donde solo hay conciencia, ella era una con todo.
El lama continuaba con su enérgica voz:
Por esto, el mantra de la sabiduría trascendental, el mantra del gran conocimiento, el mantra insuperable, el mantra que apacigua totalmente todo sufrimiento, en verdad, sin mentira, debe ser reconocido como verdadero. Así se enuncia el mantra de la sabiduría trascendental:
Ta Ya Ta Om. Padme Padme Parapadme Parasampadme Bodhi soa.
Esto es así. Om. Vamos allá, vamos allá, vamos más allá, vamos más allá que más allá, al poderoso y profundo despertar.
Todos los practicantes recitaban a coro el Ta Ya Ta Om, hasta que el lama le impuso un ritmo cada vez más rápido al cántico, un ritmo basado en la inspiración y en la espiración… Ta Ya Ta Om. Padme Padme Parapadme Parasampadme Bodhi soa. Ta Ya Ta Om. Padme Padme Parapadme Parasampadme Bodhi soa. Ta Ya Ta Om. Padme Padme Parapadme Parasampadme Bodhi soa… Así, una y otra vez, la plegaria se repetía con un ritmo vertiginoso que cortaba la respiración. Para seguirla había que inspirar rápidamente mientras el mantra se repetía sin que apenas se entendieran las sílabas que eran expulsadas de cada cuerpo y con cada espiración. El cántico del mantra se fue transformando en una especie de zumbido común que hacía vibrar el templo. La intensidad del murmullo lo hacía sobrecogedor. Tras unos minutos de repetición veloz, el lama pronunció las diez palabras para todos los practicantes, ahora con una voz segura, pausada y calmada, complaciéndose en cada sílaba de cada palabra: Ta Ya Ta Om. Pad me Pad me Pa ra pad me Pa ra sam pad me Bo dhi so a. La comunidad de la shanga se sumó con agilidad a este nuevo y lento ritmo hasta que abruptamente, con la última sílaba de la última palabra, el silencio inundó el templo. El eco del canto quedó suspendido en el aire, conectando entre sí a los seres vivos que allí estaban.
La rotundidad de ese silencio se impuso casi con brusquedad, segando las voces. Carme sintió un impacto en el pecho. Algo la había alcanzado. Como una bala directa al corazón. Se asustó. Era una experiencia nueva, no la podía reconocer en ninguna otra anterior. Un nudo se deshacía en su interior y la dejaba, al fin, libre.