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Una nueva pista

El encuentro con Ari Kalu le había sugerido a Carme una nueva pista. Puede que fuera una locura. Últimamente sentía que la irracionalidad entraba en su ordenado mundo poniéndolo todo patas arriba como un vendaval.

Al llegar a la habitación del hotel ya lo había decidido. Aunque no alcanzaba a ver en qué lógica se basaba, lo cierto es que tenía la convicción de saber que aquel número enmarcado en una caja se refería de nuevo a la estación de Sants y a su estafeta de correos. ¿Y si hubieran abandonado la búsqueda en ese lugar simplemente porque ya habían encontrado algo? ¿Y si el primer hallazgo de su investigación hubiera oscurecido, paradójicamente, otros descubrimientos? El pensamiento de Carme voló de nuevo a la estación de Sants, allí donde Adrián Ripoll había sido identificado por un funcionario, allí donde el diputado había guardado las primeras pruebas de la trama de corrupción que investigaba. ¿Y si de nuevo hubieran dado por sentado que Adrián solo había guardado información en una caja? ¿Y si hubiera dos? ¿Y si el diputado hubiera querido diversificar la información para disminuir los riesgos? Todas aquellas preguntas flotaban sin forma en la mente de Carme, esperando que algún pescador echase una red que las redimiese del sinsentido.

En esta ocasión había una forma fácil de comprobar si su sospecha, o más bien su intuición, tenía fundamento. Llamó de nuevo a Enric.

—Hola, Enric. ¿Cómo estás?

—Bien, Carme. Seguimos interrogando al círculo de Ripoll. Parece que hay muchas personas que tenían cierto interés en que no hablara. ¿Y tú tienes algo nuevo?

—Sí, Enric. Es una mera sospecha. No me preguntes cómo, pero creo que puede haber una segunda caja apartado de correos en la estación de Sants.

—¿Y eso?

—Las pistas son sutiles, pero te ruego que investigues una caja de seguridad, la número 18. Puede que encontremos allí alguna sorpresa.

—Estás un poco misteriosa, Carme, pero, bueno, no nos cuesta mucho acercarnos a la estación y comprobar. ¿Es por algo que te dijo el hermano de Adrián?

—Bueno, algo así. Es más bien una intuición. Y ya sabes que yo no suelo tener muchas.

—Vale, vale, a tus órdenes. Te devuelvo la llamada en cuanto tengamos algo. Adiós, Carme.

Cuando colgó el auricular, Carme sintió bruscamente todas sus necesidades. Hambre, sed, ganas de ducharse, de arreglarse el pelo, pero también deseo de que la quisieran, de compartir sus inquietudes, de expresar su rabia, de acariciar una piel cercana… Cuando dejaba algo en manos de Enric era como si por fin alguien se hiciera cargo y ella pudiera descansar. Así lo hizo.

Cuando Enric le devolvió la llamada habían pasado dos horas.

—¿Qué hay, Enric?

—Buenas tardes, Carme. Parece que no ha habido mucha suerte. La caja estaba vacía. Los últimos en alquilarla fueron dos hombres de negocios que viajaron hacia Ámsterdam el mes pasado. Lo investigaremos, pero no parece que tenga mucha relación con todo este embrollo, ¿verdad?

Una intensa decepción se apoderó de Carme. Tan hondo era su desengaño que le llamó poderosamente la atención. Más que pensar en cómo continuar con la investigación, se sermoneaba por haber seguido con tanta inocencia una pista tan poco fiable. «¡Como si la magia existiera!», se increpó a sí misma de nuevo.

—Vale, vale, Enric… ahora estoy ocupada, ya recibirás nuevas noticias.

Enric colgó el teléfono al otro lado, también decepcionado. Era como si Carme, después de haber hecho un sutil movimiento para acercarse, estuviera de nuevo a una gran distancia de él.

Y así era en verdad. Carme se encontraba ya en aquel instante repasando otra vez sus notas.

Una frase tomó el mando de su mente: «Volver a su cauce». Estaba segura de que el sitio al que había que volver era al lugar del accidente, al lugar donde murió Adrián Ripoll.