Con los espíritus airados
Ari Kalu seguía inquieto tras la conversación con el lama. Aunque comprendía bien aquello del continuo mental, no dejaba de sentirse culpable al no conseguir que el espíritu de Adrián Ripoll reconociera la clara luz. Habían pasado ya ocho días desde que Adrián Ripoll había abandonado su cuerpo físico.
Ari Kalu entró en la biblioteca de la casa de los lamas, se sentó en una mesa de estudio y encendió una pequeña luz. Quería bucear en el conocimiento de la Guía para el viaje de la muerte. Abrió su ejemplar con manos indecisas. Manos que le confesaban avergonzadas que no sabían por dónde empezar. Aun así, su mente disciplinada les ordenó que se calmaran, que ya habría tiempo para dudar más adelante, cuando supiera qué camino tomar. Con ese transitorio y precario sosiego se disponía a la lectura de la «Gran Liberación por la Escucha en el Estado Intermedio», cuando le sorprendió el sonido de su propia voz hablando en alto:
Entre los días ocho y catorce surgirán las deidades irritadas.
Ahora, Noble hijo, aparece la realidad intermedia de las deidades airadas. Las anteriores divinidades apacibles se manifiestan en las siete primeras etapas del viaje a través de los caminos del bardo. Si no reconoces la clara luz en una etapa, lo harás en la otra. Pero aunque muchos son los liberados, la tendencia del karma negativo tiene un gran poder, los errores y las oscuridades son densos y los instintos están fuertemente arraigados. Existe un gran flujo de seres que todavía no han sido liberados y continúan vagando en las profundidades de los bardos.
Ari Kalu no pudo evitar que su próximo pensamiento sonara también en alto, como en una especie de diálogo con Adrián Ripoll:
—También es verdad, Adrián Ripoll, que cuando aparezcan las primeras huestes de las divinidades iracundas, se encenderá en tu interior un estado de alarma y te verás abocado al miedo y al terror… Será más difícil, entonces, que yo te pueda orientar, pero también es verdad que el miedo te despertará y te pondrá en un estado de alerta en el que tu conocimiento no tendrá tiempo para distraerse. Te verás forzado a mantenerte atento. Así que, Adrián Ripoll, aunque solo sea ligeramente, si puedes reconocer la clara luz, serás liberado con facilidad. Aprovecha la oportunidad. Nada temas.
La ilusión corpórea de Adrián Ripoll se fue haciendo presente. Miró hacia los lados de la habitación, como el que intenta orientarse, mientras seguía escuchando las palabras del monje. Ahora el diputado sentía que era a él a quien le correspondía actuar. Miró hacia afuera, a la oscuridad de la noche que envolvía el bosque desde hacía ya varias horas.
Olas de penumbra lo rodearon y, sin poder explicarlo, la negrura lo cercó de súbito. El cuerpo mental de Adrián Ripoll se encontró de forma repentina paseando por ese mismo bosque a oscuras, completamente solo, dejando que sus pasos lo llevaran hasta el borde de la carretera. La voz de Ari Kalu se había convertido en un tenue murmullo de fondo.
Apenas habían transcurrido unos minutos cuando, violentamente, el motor de un coche a gran velocidad atronó en la oscuridad hasta ahora silenciosa de la noche. No acertó a ver más que de un modo fugaz al conductor. «Pero… ¡joder! ¡No hay duda! ¡Soy yo!», exclamó para sí Adrián Ripoll.
Aún no se había repuesto de la sorpresa cuando, en el instante siguiente, Adrián Ripoll se encontró sentado al volante de su coche, huyendo a gran velocidad… pero ¿de qué? Solo sentía el impulso de correr. Pero ¿por qué corría? En la siguiente recta lo averiguó. Otro coche se acercaba por detrás del suyo a gran velocidad.
—¡Dios mío, me van a echar de la carretera! No, no, no lo voy a permitir… —gemía mientras intentaba mantener el control de su vehículo—. Esos cabrones no se van a salir con la suya…
En el coche de al lado solo acertaba a ver unos ojillos furiosos y congestionados. El conductor apretaba la boca desprendiendo un hilillo de saliva por uno de los lados. Sus brazos basculaban en un intento de aterrorizarlo y de empujar su coche en cada curva… Casi de modo reflejo intentó retener el número de la matrícula del coche, como si en un futuro, soñado o real, aquello pudiera servir para restablecer el orden y la justicia. Miró por el retrovisor pero solo pudo distinguir las dos primeras cifras, un 1 y un 8, enmarcadas en un rectángulo, el resto parecían borradas intencionadamente.
—No lo conseguirás, hijo puta. Las aguas no volverán a tu cauce…
El último pensamiento de Adrián Ripoll fue para su mujer y su pequeña hija. En medio de la batalla, sintió el consuelo de que moría a manos de aquellas hordas de malvados, luchando por un mundo mejor para los que venían detrás. Arrojó algo por la ventanilla mientras su coche caía… El vehículo siguió dando vueltas en el aire sobre sí mismo hasta que un violento impacto lo frenó en seco contra el suelo.
Después… de nuevo la noche y el silencio lo envolvieron todo.
En ese mismo momento, en la casa del lama, Ari Kalu se despertó sobresaltado en medio de la noche. Había tenido una terrible pesadilla. En ella se le había aparecido un monstruo de color pardo oscuro, con tres cabezas, seis brazos y cuatro piernas. El rostro de la derecha era blanco, el de la izquierda rojo y el de en medio marrón oscuro. Su cuerpo era una masa resplandeciente adornada con guirnaldas de sierpes y cabezas recién cortadas. Sus nueve ojos de terrible fiereza lo miraban directamente a los ojos. Su cabello pelirrojo se elevaba como llamas. Sus cejas temblaban como el rayo y sus caninos brillaban como el cobre mientras reía a carcajadas: ¡ja, ja, ja! Ari Kalu acertó a entender algo de lo que decía con una voz de eco metálico: «A través de los 81 torrentes, las aguas volverán a mi cauce… No regreses allí… no encontrarás nada».
Ari Kalu pensó: «¡Es el oscuro pasadizo del bardo! Adrián Ripoll sigue en él. Está luchando contra las divinidades irritadas y yo no sé cómo ayudarle… no sé cómo ayudarle…», repitió, desesperado, mientras se levantaba.
Aún confuso por su congoja y en ese estado en que nadie sabe si la realidad es una estación diferente de la del sueño, Kalu encendió una luz. Necesitaba reposar lo que acababa de vivir. Una violenta sacudida vino a recorrer su cuerpo para impedírselo. En la silla de enfrente de su cama, en la misma donde Kalu acostumbraba a dejar sus ropas perfectamente dobladas todas las noches, se sentaba ahora el cuerpo de Adrián Ripoll. Si Kalu estaba asustado, Ripoll parecía perdido, desencajado, su mirada se disipaba en algún punto inaccesible por encima del hombro de Ari Kalu. Lo atravesaba. Sin embargo, cuando Ripoll empezó a hablar, Kalu supo que sus palabras iban dirigidas a él:
—No sé qué extraño lazo nos une, pero una y otra vez me siento empujado a volver a ti, como si mi salida de este laberinto de desesperanza estuviera en tus manos, como si la llave de mi descanso la tuvieras que encontrar precisamente tú… No sé qué me ha pasado ni de dónde vengo… solo recuerdo que alguien me ha querido matar y que yo aceleraba mi coche desesperado, luchando por mi vida, y cada vez tengo más claro que perdí esa partida… Pero, monje, ahora no quiero perder esta otra. Ayúdame a salir de aquí. Dame la clave para hacerlo.
La voz de Adrián Ripoll sonaba tan profundamente desesperada que conmovió todo el ser de Ari Kalu hasta sus entrañas más recónditas.
—Noble hijo, ¡presta atención! Yo deseo ayudarte en todo lo que pueda. Cuéntame con detalle tu visión…
Adrián Ripoll le contó a Kalu todo lo que recordaba, la sensación de estar perdido en un bosque, la persecución del coche, la matrícula con aquel extraño número encajado en un rectángulo…
Kalu tomó nota de todo lo que escuchaba y le prometió a Ripoll que se volverían a encontrar próximamente.
La energía del cuerpo mental de Adrián Ripoll se apagaba y el tiempo corría en contra de su salida del bardo.
Ari Kalu se quedó sentado al borde de su cama durante unos minutos, mientras reponía fuerzas para ordenar la información. Cada vez se encontraba más perdido. A la angustiosa soledad del camino se añadía el peso de la responsabilidad de saberse un guía perdido en un territorio inexplorado.
Como el que no tiene más tiempo para tomar una decisión, Kalu se dirigió de nuevo hacia la biblioteca. En la última semana apenas había salido de aquella habitación y, sin embargo, se sentía como si hubiera viajado hasta los confines de la Tierra. Se acomodó en su mesa, donde aún permanecía abierto un ejemplar de la Guía para el viaje de la muerte. Inició de nuevo la lectura con inquietud y, cuando sus ojos ávidos llegaban al final de la página, reparó en el número. Era la página 81. Sonrió al recordar su propio sueño y leyó:
Fuera de tus propias ilusiones no existe ningún emisario de la muerte, ningún genio bueno o malo, ningún ogro de cabeza de buey que venga del exterior. Reconócelo. Reconoce que todo esto es el bardo… Examina cuidadosamente todo lo que te aterroriza y percibe el vacío que lo caracteriza… percibe la vacuidad de lo que te aterroriza… Vacuidad y claridad son indistinguibles… Percibe la claridad de la vacuidad y la vacuidad de la claridad. Es lo mismo. No tengas miedo de los monstruos que se te aparecen. Están en el centro de tu cerebro. No les temas.
El ruido de los pasos de Ari Kalu había despertado también al lama. El rostro amable de este apareció en medio de la penumbra como una luz en las tinieblas.
—Kalu, Kalu, ¿qué te ocurre? Estás desasosegado…
Ari Kalu le relató al lama el sueño que acababa de inquietarle. El lama le explicó:
—Has tenido la visión del temible buda Heruka. Es el mensajero de las verdades más dolorosas, el que te fuerza a confesar los secretos más escondidos en tu interior… Ari Kalu, ¿hay algo en la muerte de ese hombre que no sepas? ¿Algún misterio rodea su desaparición? Es como si a través de Heruka ese hombre quisiera transmitirnos algo… Las aguas volverán a su cauce… ¿No se dice esto cuando algo que estaba torcido vuelve a enderezarse? Sin embargo, en tu sueño Heruka dice que «volverán a mi cauce»… como si volvieran para su propio beneficio desde los 81 torrentes por donde discurre el karma… como si la maldad fuera a triunfar de nuevo…
Ari Kalu se levantó con determinación, como el que va a hacer una declaración, y dijo solemnemente:
—Lama, creo que tengo que volver a hablar con esa mujer, la inspectora de Barcelona. Tengo la sensación de que ambos poseemos información que ayudará al otro a completar su tarea.