La advertencia del lama
Ari Kalu sentía crecer una angustiosa inquietud en su interior. Pese a los contactos que había mantenido con Adrián, no conseguía ayudarlo a reconocer la clara luz. Se reprochaba su inexperiencia y fue, con humildad, en busca de su maestro. Confiaba en su sabiduría.
Encontró al lama en la biblioteca, enfrascado en la lectura de algún texto sagrado. Dudó durante unos segundos antes de atreverse a interrumpir su estudio, pero la angustia que sentía era tan fuerte que terminó venciendo a su prudencia.
—He seguido tus instrucciones, lama. Han pasado ocho días después de su muerte. He recitado el bardo de la visión de las divinidades apacibles… Sin embargo, mi espíritu está inquieto… no consigo descansar y siento un profundo pesar…
El lama empezó a hablar sin levantar la vista del libro, como si ni siquiera hubiera reparado en su presencia, pero Ari Kalu sabía que la respuesta iba dirigida a él.
—Kalu, sabrás que él se ha liberado cuando tú también encuentres la paz. No hay fenómenos aislados. Todo es codependiente… —Y mirando ahora con firme ternura a Ari Kalu, continuó—: Kalu, Kalu, has intentado que Adrián Ripoll reconozca la naturaleza de su espíritu en el bardo y que reconozca las apariciones de los espíritus amables como sus propias proyecciones… No lo ha hecho… Por eso permanece aún en el bardo, y ahora tendrá que seguir errando más abajo… Después de la visión de las divinidades celestes, que aparecen en las siete primeras etapas, aparecerán ante él las legiones de las divinidades iracundas… las que beben sangre… ¡Se le harán presentes para urgir su despertar! Pero cada vez será más difícil, pues estará confundido por el miedo, la angustia y el espanto.
Minutos después, Ari Kalu se fue de la casa del lama sin haber recuperado el sosiego que había ido a buscar.