10

Una ayuda desde Barcelona

Carme Torrents escuchó un par de veces la grabación antes de mandarla a Barcelona. Reconoció en ella la voz apresurada de Adrián. En las dos ocasiones en las que había escuchado su voz, el diputado hablaba como si le faltase tiempo. No había tenido muchas oportunidades de conocerlo, pero ahí estaba, en esa grabación, el mismo Adrián que se acercó a ella para confiarle su preocupación. Carme sintió que le debía algo. Que le debía al menos un intento para ayudarle a recuperar la tranquilidad de la que parecía carecer. Para ayudarle a mitigar la ansiedad que había demostrado tanto en aquel único encuentro con ella como en el mensaje grabado en el buzón de voz de su hermano.

Escuchó dos veces más la grabación. Quería impregnarse de la voz de Adrián. Como si a través del tono de la voz pudiera llegar a conocer su pensamiento, escudriñar la sabiduría escondida en los silencios, en las palabras no pronunciadas, en las modulaciones de la voz. Para hacerlo tendría que entrar en su propio silencio y atravesar el bullicio de su pensamiento.

Pero, pese a sus renovados esfuerzos, Carme no alcanzó a entrever nada más que la voz ansiosa de un hombre que iba a darle una buena y excitante noticia a alguien a quien quería, a su hermano, a Ferran.

Carme mandó la grabación a Barcelona. Allí, el equipo de su compañero Enric Puchet podría analizarla en profundidad. Eso le daba unas horas de margen para descansar.

¿Cuántos días hacía que no dormía? ¿Quizá semanas? Mejor así. Mantener la mente en continuo movimiento. Lo peligroso era parar. Lo inquietante para ella era el no hacer, porque entonces los pensamientos hacían por ella. Irrumpían con vida propia en su conciencia, con la energía nueva del que ha estado descansando un buen tiempo y ya está listo para la faena. Y esa es su tarea: recordarle a esta mente, a la mente de Carme, que ellos, los pensamientos, están ahí para luchar contra ella, para no permitirle que los expulse de su conciencia. Una y mil veces, no. No se irán tan fácilmente. Y con la lucha se inflama el recuerdo y explota el dolor. El dolor por la pérdida de Pau. El dolor por no haber sido capaz de evitarla. Por no haber estado allí, aconsejándole, evitando por cualquier medio que cogiera aquel maldito coche cuando no tenía ni siquiera la edad de conducir. ¿Dónde estaba ella en aquel decisivo momento? Añoraba encontrar el silencio. Que fuera cayendo, filtrándose por las grietas de la angustia. Que caiga el silencio.

Cuando sonó el teléfono, Carme todavía estaba desperezándose en la cama del modesto hotel en el que se alojaba.

—Carme, ¿puedes hablar? —preguntó la voz de Enric al otro lado.

—Sí, sí, estoy sola —respondió Carme aún somnolienta.

—Escucha… en la grabación, Adrián Ripoll no dice nada que no nos haya contado su hermano. Su voz suena excitada, nerviosa… Le urge verlo… Dice que sale inmediatamente para su casa y añade algo más que me resulta extraño… dice que ahora podrá devolverle con bien todo el mal que le había hecho… ¿Sabes a qué se refiere?

—No, no tengo ni idea. ¿Encontrasteis algo más?

—Sí, al analizar el sonido, se oye de fondo un ruido característico.

—¡Vamos, vamos, Enric, sigue! ¿Característico de qué? —preguntó Carme con impaciencia.

—Es el ruido de trenes que llegan y se van… Es una estación… Es la estación de Sants… Lo dicen por megafonía. ¿Qué te parece? ¿Qué crees que estaría haciendo allí Adrián Ripoll esa noche?

—No sé, no sé… Pero pasea su foto por allí, busca a alguien que lo haya visto y me cuentas.

—Eso es justo lo que hemos hecho y… ¡bingo! Uno de los empleados que atienden los apartados de correos lo reconoció… Alquiló una de las cajas y se fue.

—¡Pues vamos…! ¿A qué esperas? ¡Pide una orden judicial para abrir esa caja! —gritó Carme apresurada.

—Ya lo he hecho —dijo Enric con complacencia—. Hemos escaneado los documentos que había dentro de la caja y te los acabo de mandar por correo electrónico. Parecen registros de propiedad, actas de plenos de varios ayuntamientos, cintas con conversaciones telefónicas… Ya hemos empezado a analizarlos.

—Enric… ¡Eres irritante! ¿Me llamarás en cuanto tengas algo?

—Acabo de hacerlo.

—Uffff.

Carme colgó el teléfono sonriendo. Reconoció una sensación reconfortante que no recordaba desde hacía mucho tiempo. Era la sensación de estar acompañada.