Carme Torrents se mueve
Carme Torrents no tenía nada, ninguna prueba de nada, ningún dato concreto que avalase su sospecha de que había algo turbio detrás del accidente. No tenía nada salvo el sentimiento de incomodidad que solía acompañarla en las situaciones que no entendía, en aquellas en las que percibía que algo no encajaba. No sabía bien por dónde empezar.
Así que supuso que lo mejor era revisar lo que ya sabía. Volver sobre lo andado, deshacer sus propios pasos en busca de alguna luz que la orientara en otra dirección. Era posible que, hasta ahora, hubiera buscado solo en las zonas donde había luz, donde la mirada se encuentra fácilmente con un objeto ya iluminado, pero no en aquellos otros lugares en penumbra donde pudiera esconderse la clave del extraño accidente. Empezaría de nuevo.
En la policía, tanto los superiores como los compañeros consideraban a Carme Torrents una brillante investigadora. Siempre se le había reconocido su capacidad de análisis y su arrojo a la hora de aceptar casos complicados. Ella no sentía lo mismo por dentro. Se entretenía internamente en contrastar, extrañada, los halagos que recibía con el recuerdo de sus motivos para entrar en la policía. Muchos años atrás, ser policía le había permitido salir de su casa y ganar dinero con rapidez. Además, era de los pocos trabajos donde arriesgar la vida suponía una ventaja. O ganabas a los malos y ascendías o te mataban. Para ella no había más.
Se reía para sus adentros cuando pensaba que la pericia que los demás le atribuían como policía se la debía íntegramente a sir Arthur Conan Doyle. Las obras completas de Sherlock Holmes habían sido su manual de entrenamiento en la observación de la conducta humana. Como una etóloga de la especie humana, se entretenía en observar los cuellos sucios de las camisas, las correas gastadas de los relojes o los calcetines perfectamente estirados de sus congéneres. Todos esos detalles le daban claves importantes para su investigación. Pero en este caso, en el caso Ripoll, había muchos cabos sueltos. Mucha información que seguía repartida por el puzle sin encontrar una ubicación adecuada.
Volvería a Rudyard Kipling, su otra fuente de inspiración, para decidir a cuál de los seis siervos tenía que llamar: qué, cuándo, por qué, dónde, quién, cómo… A esos seis siervos de la conducta humana aconsejaba Kipling preguntar y escuchar.
Ya estaba decidido. Lo primero que haría sería volver a revisar la declaración de Ferran Ripoll. Era importante entender qué hacía Adrián aquel fatídico día en Gra. ¿Por qué el diputado había decidido retomar la relación con su hermano justo ese día y no cualquier otro? Ese era el primer misterio a esclarecer. Así que Carme Torrents se puso manos a la obra y llamó por teléfono al hermano de Adrián.
—Señor Ripoll, soy Carme Torrents, la inspectora de policía de Barcelona; nos conocimos el otro día en el despacho del sargento Baz, ¿me recuerda?
—Sí, sí, ya me acuerdo —contestó Ferran, a la expectativa de algo—. ¿Hay alguna novedad sobre el accidente?
—No, no, es solo que me preguntaba si podríamos conversar un poco y revisar juntos la última conversación que mantuvo usted con su hermano…
—Bueno, no fue exactamente una conversación… Adrián me dejó grabado un mensaje en el buzón de voz de mi móvil.
«Vaya —pensó Carme—, ahí está… el primer error cometido. Y es de los más burdos: dar hechos por sucedidos, dar acciones por sentadas. Los humanos lo hacemos constantemente cuando con dos elementos nos inventamos el conjunto de la historia. ¿Quién dijo que Adrián había mantenido una conversación telefónica con su hermano? Nadie, nadie lo hizo». Carme se irritó consigo misma por el estúpido sobreentendido.
—¿Un mensaje? —respondió, extrañada—. ¿Y lo conserva usted?
—Sí, sí, claro que lo conservo, lo he escuchado decenas de veces desde su muerte… no sé qué quería mi hermano de mí. Me obsesiona que viniera a buscarme y que encontrase la muerte… Hacía tiempo que estábamos distanciados… casi unos diez años que no nos veíamos…
Carme le escuchó con un atisbo de emoción hasta que terminó y después dijo:
—Señor Ripoll, ¿me permitiría escuchar la grabación? ¿Incluso copiarla para que puedan escucharla algunos técnicos de la policía en Barcelona?
—Sí, sí, se la dejaré encantado. Pero ¿a qué viene tanta preocupación? ¿Es que acaso sospecha que la muerte de Adrián pudo no ser un accidente casual? —preguntó confuso Ferran.
—No puedo decirle nada ahora, señor Ripoll. Me quedaré más tranquila si lo reviso todo. Su hermano contactó conmigo dos días antes de su muerte. Parecía preocupado por una investigación que llevaba a cabo. Pero no estaba seguro de su alcance y no quería dar nombres. Solo me dijo que al día siguiente tendría un encuentro esclarecedor. Estuvo misterioso y no me dio más información.
—Le daré la grabación cuando usted quiera, señora Torrents —respondió Ferran.
Carme se despidió de Ferran satisfecha por haber conseguido su objetivo. Se trataba de darle una explicación sin por ello agitar las aguas de la sospecha en base a una simple intuición.