Melusina, domina inexorabilis
(JUAN LUIS VIVES)
Jean d’Arras, a instancias de Jean, duque de Berry, escribió el Livre de Mélusine o Noble Histoire de Lusignan, entre 1387 y 1392, según afirma en la primera página y repite al final de la obra. Para realizar su trabajo, el autor utilizó algunas leyendas locales, varios libros de la biblioteca del duque y de la del conde de Salisbury, y contó con el apoyo no sólo de su protector, sino también de la familia de Berry y de los descendientes de los Lusignan. Y había sólidas razones para ello.
Los últimos años del siglo XIV y gran parte del siglo XV son una época especialmente agitada y turbulenta en el panorama político y social de Francia: las continuas guerras internas y externas obligaban al rey y a los grandes señores a la incesante recaudación de impuestos especiales; el empobrecimiento de la población daba lugar a un creciente malestar y a revueltas que, generalmente, eran aplastadas de la forma más cruenta. Los choques constantes de franceses e ingleses durante un siglo, el Gran Cisma de Occidente y las luchas de Armagnacs y Borgoñones completan un panorama bastante oscuro, que recuerda demasiado a los siglos XV y XVI en España e Italia.
En este ambiente nació, el 30 de septiembre de 1340, el tercer hijo de Juan II el Bueno de Francia, que recibió el mismo nombre que su padre y que pronto se convirtió en duque de Berry y en el mayor mecenas de su tiempo. Por razones familiares, ocupó un lugar prominente en la agitada política de su época, aunque casi siempre desempeñó un papel conciliador. El protector de Jean de Arras conservaba aún algunos rasgos del príncipe ideal, pues fue de una extraordinaria generosidad y vivió con un fasto sólo comparable al de la corte del propio rey: el duque de Berry tenía un séquito formado por más de trescientos servidores, sin contar los soldados, que vivían a sus expensas. El palacio de Carlos VI no se diferenciaba mucho de la casa de su tío.
Al lado de los placeres de todo tipo, no faltaban los libros: la corte de Jean de Berry fue un centro de primer orden por lo que a los libros de horas se refiere; basta recordar los hermosísimos ejemplares de las Belles Heures y de las Tres Riches Heures, ilustrados por los hermanos Limbourg, Paul, Herman y Jean, y que constituyen sendas obras maestras de la miniatura gótica. La biblioteca del duque tenía, además, gran abundancia de textos clásicos y filosóficos, de historia y poesía, de ciencias y de magia.
El hijo de Juan II se convirtió a los veinte años en duque de Berry y, en 1369, en conde de Poitou, reuniendo bajo su dominio un territorio comparable al del rey de Francia. Los continuos cambios de propiedad de algunas de sus posesiones por los avatares de la Guerra de los Cien Años, y sobre todo por los tratados de paz, provocaron ciertas reticencias acerca de la legitimidad de su adjudicación a la familia de Berry; así ocurrió, por ejemplo, con el castillo de Lusignan, que perteneció a Creswell desde el tratado de Brétigny (1360), como recuerda Jean de Arras al final de la obra, y a Bertrand Du Guesclin, tan conocido en la historia de Castilla. Era necesario autentificar de algún modo el derecho de Jean de Berry a tal propiedad, incorporada a su patrimonio en 1369: es entonces cuando encarga a su librero, Jean de Arras, que escriba la vida de Melusina o la historia de Lusignan, temas que se funden en un momento en que la casa de los Lusignan ha perdido casi toda su grandeza: Amaury fue rey de Chipre y sucedió (a partir de 1192) a su hermano Guy en el trono de Jerusalén y La Marche pasó a formar parte del patrimonio de los Lusignan en 1177; pero, a partir de 1308 fue incesante la decadencia y la pérdida de propiedades, sobre todo en oriente.
Jean de Arras no tuvo dificultades para encontrar en la rica biblioteca del duque los libros que necesitaba para la redacción de su Melusina: allí había historias locales y familiares en francés y en latín, y también se guardaban en la misma biblioteca obras de carácter misceláneo, como los Otia imperialia, de Gervais de Tilbury, que constituyeron la base de la narración.
La leyenda de Melusina es una de las más atractivas de las que surgieron en la Edad Media: es el relato de la vida de un hada, que se convierte en mujer por amor y que después es condenada a vivir como serpiente con alas al ser víctima de una promesa incumplida.
Examinado así, el tema ofrece un enorme interés desde muchos puntos de vista: por una parte, la tragedia que supone la desaparición del ser querido, drama que los escritores aderezan con las más variadas circunstancias y que llevan, invariablemente, al enfrentamiento de razón y pasión, de ley y misericordia; el arrepentimiento del hombre, que ha caído en un momento de debilidad, es aceptado, pero no por eso deja de cumplirse la pena.
Por otra parte, el hombre medieval debía ver en la figura de Melusina algo inasible, de un poder enorme y misterioso, pues no en vano era la fusión de tres seres malditos por la Iglesia: la mujer, la serpiente y el hada. Todo personaje sobrenatural se considera de origen demoníaco, mientras no se demuestre lo contrario; no quiere decir esto que sean espíritus malignos, pues no sólo reciben frecuentemente cuerpo humano, sino que además se dedican a hacer el bien en numerosas ocasiones: los ejemplos son abundantes en la literatura artúrica. Si Merlín es el profeta de la corte bretona ya desde tiempos de Geoffroy de Monmouth, y no duda en poner sus conocimientos y sabiduría al servicio del rey Arturo, es por la santa vida de su madre, que fue engañada por un demonio; pero en las mismas novelas encontramos a Morgana o, con características muy distintas, a Viviana, que unen a su condición de mujer una admirable constancia para hacer el mal, especialmente a los héroes.
Desde que Eva comió la fruta prohibida, que le ofrecía la serpiente, la Iglesia no ha dejado de considerar a la mujer y a la serpiente como las más claras representantes del mal. La abundante literatura misógina de la Edad Media y el folklore relacionado con el reptil así lo atestiguan. Recordemos un ejemplo tomado de Gautier (o Walter) Map, autor al que tendremos ocasión de referirnos más adelante; este clérigo moralista atribuye a Eva todas las calamidades posteriores, pues fue ella la que impulsó a Adán a que cometiera el primer pecado:
Prima primi uxor Ade post primam hominis creationem primo peccato solvit ieiunia contra preceptum Domini.
No menos elocuentes son los ejemplos relativos a las serpientes, símbolo de Satanás desde el Antiguo Testamento.
En tercer lugar, el personaje de Melusina se presenta con una importante carga pagana. En efecto, los tres seres reunidos bajo la figura de la protagonista simbolizan —o mejor, pueden simbolizar— fuerzas naturales vinculadas con la fertilidad del campo: es significativo que las intervenciones de Melusina estén siempre en relación con la riqueza surgida de la tierra; del mismo modo debe interpretarse la fecundidad de la protagonista, cuyos hijos, sin embargo, tienen rasgos y defectos —tanto físicos como morales— que dejan de manifiesto la condición sobrenatural de la madre. Tampoco debe carecer de intencionalidad la referencia al hecho de que la metamorfosis monstruosa de Melusina se produce el sábado, es decir, el día de Sabbat.
En realidad, la leyenda de Melusina, tal como la narra Jean de Arras, está formada por la fusión de tres núcleos distintos, ampliamente atestiguados por separado en los cuentos folklóricos: encuentro de un ser sobrenatural y un humano; beneficios que obtiene el humano mientras respeta la prohibición que le hace el súcubo y las calamidades que le ocurren al cometer la transgresión; por último, regreso del ser sobrenatural a su mundo con forma de serpiente, como consecuencia de la infracción.
Como temas folklóricos que son, es indudable su existencia en la literatura oral desde época antigua, pero no llegaron a tomar cuerpo por escrito hasta finales del siglo XII o principios del XIII; a partir de ese momento, el trasvase a la obra de Jean de Arras no fue demasiado difícil.
El encuentro del ser sobrenatural y del humano preocupó durante la Edad Media —aunque no sólo—, y no resulta extraño hallar el reflejo de tales preocupaciones en la literatura de la época; bastará recordar, otra vez más, el origen de Merlín. Pero quizás lo que más interesa es que Gervais de Tilbury (el Gervasio del comienzo de la Melusina) recogió en sus Oria imperialia, escritos entre 1209 y 1214, una leyenda en la que se habla de una dama que huyó volando de la capilla del castillo del Gavilán, en el reino de Arles, donde su marido había hecho que la retuvieran a la fuerza: no debe ser coincidencia la localización meridional, el nombre del castillo y otras circunstancias, similares en la leyenda recogida por Gervais de Tilbury y en la narración de Jean de Arras.
Como se puede suponer, el autor de los Oria imperialia, sobrino de Enrique II Plantagenet, no es el único que habla de matrimonios de hombres con seres extraordinarios, aunque la importancia del texto de Tilbury estriba en que Jean de Arras lo conoció sin ninguna duda. Hay que decir, además, que la aventura del Castillo del Gavilán es la de más carácter artúrico de todas las que componen la Melusina: por su situación y por el débil hilo argumental que la une al resto, parece un añadido al conjunto estructural.
También son frecuentes en el folklore de todos los lugares y épocas los relatos de las riquezas que algún ser maravilloso otorga a su marido o amigo, si se mantienen secretas sus relaciones: unas veces debe de ocultarse el origen de la dama; otras, se calla algún defecto; en otras ocasiones se justifican, sin indagar demasiado, las extrañas y periódicas ausencias de la mujer. El silencio es recompensado con generosidad, hasta el día en que la promesa se rompe y se desvela el secreto: entonces el hada desaparece y las riquezas se pierden.
La abundancia de testimonios en la literatura oral no deja lugar a dudas acerca del origen del tema; sin embargo, gran cantidad de esos testimonios proceden de colecciones de cuentos galeses y celtas, y esto ya nos sitúa en un ámbito concreto.
El tercer tema es el de la metamorfosis del ser sobrenatural cuando regresa a su mundo, o cuando se ha roto la promesa (el tabú). No es difícil encontrar transformaciones en el folklore; sin embargo, no es frecuente el cambio del hada (o bruja) en serpiente voladora, y resulta curioso por el contrario, que se hallen varios ejemplos en la tradición culta anterior a Jean de Arras. En efecto, Gautier Map, Geoffroy de Auxerre y Gervais de Tilbury, el inspirador de Jean de Arras, recogen la leyenda. Map alude a Hennus Grandes Dentes (recordemos a Jofré el del Gran Diente), cuya esposa se escapó por una ventana después de haber sido descubierta bañándose con forma de dragón; Gervais de Tilbury, por su parte, ofrece gran cantidad de detalles: habla del Castillo de Rousset y de su castellano, llamado Raymundus, y cuenta la prohibición de que la viera desnuda que le había hecho su mujer; un día Raymundus quebrantó la promesa y la dama desapareció, volviendo por la noche a ver a sus hijos.
Han sido Gautier Map y Gervais de Tilbury, sin duda, los que más han contribuido en la formación de este episodio: la desaparición de la dama parece inspirada en el primero; el resto de los detalles proceden del segundo.
Dos de los tres temas que constituyen la leyenda narrada por Jean de Arras han salido en línea directa de los Otia imperialia, que han servido de inspiración, además, para otros detalles como son algunos nombres propios. El origen de la prohibición, aunque también se encuentra en Tilbury, podría proceder de la tradición oral, ya que según el relato de Gervais el marido no podía verla desnuda, mientras que Jean de Arras ha prescindido de este aspecto Para fijarse, exclusivamente, en la especificación del día, el Sabbat. A la tradición oral se debe, sin duda, el nombre de la protagonista, y la misma fuente lo asoció a Lusignan, si no lo hizo el librero del duque de Berry.
En 1380, pocos años antes de escribir la Melusina, Jean d’Arras estuvo en Barcelona y —sin duda— conoció gran parte de las tierras catalanas descritas al final de la obra: la vida eremítica de Remondín en Montserrat sitúa, así, el tema de la penitencia de los héroes en su vejez, en un marco geográfico auténtico, con lo que la narración adquiere un ritmo poco frecuente.
Jean de Arras ha utilizado, pues, unos materiales bien conocidos para formar el entramado de su obra; para la narración también ha recurrido a una técnica conocida en la historia de la novela desde el Lancelot en prosa: por una parte, presenta la narración como si se tratase de historia o de algo ocurrido realmente; pienso que así deben interpretarse las continuas alusiones a la historia o al modelo original; es un recurso utilizado desde antiguo para dar cierto aire de verosimilitud al relato: no se trata necesariamente de envíos directos a un libro determinado. Por otra parte, la narración emplea sin cesar el entrelazado, recurso que consiste en dejar en suspenso una aventura para volver con otro personaje: esta técnica fue hábilmente manejada por el autor del Lancelot del Lac, y sirvió de modelo para los autores posteriores; Jean de Arras resulta caótico en este sentido, pues unas veces el hilo narrativo se desarrolla de forma rectilínea, mientras que en otros momentos cambia la acción en sólo un par de páginas: estas alteraciones de ritmo, que resultan penosas para el lector moderno no acostumbrado a los textos medievales, se ven agravadas por prolijas enumeraciones (en los detalles de banquetes, vestidos, ejércitos, etc.), que suelen terminar con reticencias no menos abundantes («¿para qué os seguiré alargando el cuento?») e igualmente fatigosas.
Pero no siempre dormita el bueno de Jean de Arras. En ocasiones sus páginas se llenan de colorido y emoción, sobre todo cuando se hace fiel testigo de lo que ve, o cuando describe el amor naciente, y en esto sigue una larga tradición. Muchas observaciones tomadas directamente de la realidad proceden, tal vez, de la misma corte del duque de Berry; así se explican las descripciones de fiestas, con todo el fasto y el dispendio, y con abundancia de regalos. De la realidad también deben proceder algunas escaramuzas descritas en los innumerables combates, y el entusiasmo que muestra el autor por las paradas militares y por las justas, por la preparación de la batalla y por el orden cerrado: es el nuevo planteamiento de la guerra; no hay sólo caballeros que luchan contra sus iguales, se han incorporado arqueros y ballesteros y empiezan a aparecer nuevas armas y nuevas formas de combate: la infantería y la artillería desplazan poco a poco los caballeros, que aún se aferran —a pesar de las importantes derrotas sufridas— a los viejos usos: en la Melusina casi todas las batallas se resuelven gracias a la astucia, al hábil golpe de mano, a la ayuda eficaz; en este sentido, la obra de Jean de Arras está más cerca de las narraciones caballerescas del siglo XV (Tirant lo Blanch, El Victorial, etc.), que de los libros de caballerías del siglo XIII; del mismo modo, a pesar de algunas desmesuradas proezas de los héroes, la guerra se ha convertido en el juego del rescate: son pocos los nobles que mueren; ante todo, se hacen prisioneros.
El caballero ha sido desplazado por el soldado de a pie, por los arqueros y ballesteros; la guerra de paladines apenas existe; han aparecido los mercenarios y los hombres de guerra, nuevo golpe contra las viejas instituciones. El feudalismo va a sufrir una profunda modificación.
La Melusina es, también, como gran parte de los libros medievales, un manual de comportamiento en corte y una guía para el buen gobierno: hay una continua preocupación en mostrar las características del príncipe ideal: generoso, valiente, prudente, buen cristiano, constructor de castillos, fortalezas, poblados y abadías, caballero dispuesto a defender en todo momento la justicia, protector del comercio, etc., etc.; en este sentido, las palabras que dirige la protagonista a sus hijos tienen la finalidad de resumir las enseñanzas contenidas a lo largo de toda la obra y constituyen un auténtico directorio de príncipes.
La narración de Jean de Arras es de una gran simplicidad estructural, a pesar de los esfuerzos que realiza el autor para evitar la monotonía. Quizás esa sencillez, unida a las raíces folklóricas de la leyenda, hizo que el libro tuviera un éxito extraordinario; no se debe olvidar que, en definitiva, el tema de la obra era el de Amor y Psiquis o el de Lohengrin.
Sabemos que fueron encargadas copias de la obra antes de que ésta estuviera terminada, según parece indicar la incorporación, al final de la Melusina, de nombres que no se hallan al comienzo. Por otra parte, la abundancia de manuscritos atestigua la rápida difusión del texto: en la Biblioteca Nacional de París se conservan cinco copias del siglo XV, y es importante el hecho de que no todas son lujosas, lo cual indica que el libro no sólo interesaba a los ricos herederos de Lusignan. Además de los manuscritos conservados en esta Biblioteca, hay otros siete en distintos lugares, uno de ellos en la Biblioteca Nacional de Madrid, copia del siglo XV también.
El éxito de la obra no desapareció al finalizar la Edad Media; al contrario, la Imprenta le dio una nueva difusión; se pueden contar numerosas ediciones antiguas: Steinschaber, Ginebra, 1478; Husz para Buyer, Lyon, entre 1478 y 1484; Husz, hacia 1480; G. le Roy, Lyon, hacia 1489; Le Caron et Petit, París, hacia 1490; Ortuin et Schenk, Lyon, antes de 1500, quizás de 1486; du Guernier para Petit, París, antes de 1500, etc. En total, se conservan una veintena de ediciones entre los siglos XV y XVI, y hay, además, traducciones de la misma época al holandés y al inglés.
El texto de Jean de Arras fue conocido en España gracias a la traducción impresa por Juan Paris y Esteban Clebat, alemanes, en Tolosa, el año 1489, con el título de Historia de la linda Melosina, mujer de Remondín, la cual fundó a Lezinan y otras muchas villas y castillos por extraña manera: la qual ovo ocho hijos: los quales dellos fueron reyes y otros grandes señores por sus grandes proezas. Quizás exista alguna relación entre el tema de Melusina y el romance de la Infantina (A cagar va el caballero).
Pero el éxito fue más allá. Ya a principios del siglo XV, el librero del duque de Berry tuvo un imitador, llamado Couldrette, que versificó en octosílabos la Melusina para Guillaume de Parthenay; esta nueva versión se difundió rápidamente por las tierras de lengua alemana, gracias a la temprana traducción de Thüring von Ringoltingen (1456), base de obras posteriores que gozaron de la misma popularidad que el original de Jean de Arras.
La leyenda de Melusina, como tantas otras, ha llegado a incorporarse a nuestra cultura; ya no extraña que autores modernos se replanteen el mito o que utilicen a la dama-serpiente como protagonista.
CARLOS ALVAR