CAPÍTULO XXXIV

EPÍLOGO

Dos horas después, Alí, Sciapal, Narsinga y sus salvadores se habían reunido en la orilla del pantano. Los dos hermanos se abrazaron emocionados. El capitán del Djumna estrechó las manos de Harry y Oliverio, agradeciéndoles calurosamente las molestias, peligros y dificultades que pasaran por acudir en su ayuda.

Luego de contarse sus aventuras mutuamente, Eduardo explicó a su hermano la muerte espantosa que sufriera Garrovi el día anterior. Al oírlo la pequeña Narsinga inclinó la cabeza sobre el pecho y dos lágrimas le rodaron silenciosamente por las morenas mejillas.

Alí la tomó en sus brazos, diciéndole:

—Has perdido un mal padre, pequeña… pero encontraste uno mejor… ¡desde este momento, eres mi hija!

La criatura trató de sonreír entre sus lágrimas, y luego murmuró:

—¡Gracias!

El regreso se cumplió sin dificultad. El Presidente de la «Joven india» al enterarse que Alí Middel había adoptado a Narsinga le permitió que conservara el bungalow y las riquezas del infame Garrovi. Pronto el bravo capitán tuvo a sus órdenes una nueva embarcación, y nombró a su fiel Sciapal segundo comandante.

Narsinga no abandonó más a su padre adoptivo y al buen Eduardo, que la consideró como una hermanita menor.

Cosa extraña, cada vez que oía hablar del antiguo sannyassi, su rostro se tornaba triste, y nunca pudo llegar a olvidarlo por completo.

Tal vez se debía a que recordaba que Garrovi tras recogerla moribunda de hambre, no solamente la alimentó, sino que le prodigó un afecto y una ternura increíbles en semejante asesino, llegando a seguir una senda delictuosa que terminó por llevarlo a su horrenda muerte, tan sólo para poder darle riquezas y bienestar…