GARROVI Y NARSINGA
Toda la noche el pariah luchó victoriosamente contra el asalto cada vez más impetuoso de las olas que le inundaban de popa a proa, y contra la furia del viento que cambiaba de dirección constantemente, como si quisiera convertirse en un verdadero tifón.
Durante aquellas horas nadie osó abandonar la cubierta, pues había trabajo para todos. Dos veces la vela de gavia fue arrancada por aquellas ráfagas formidables, que alcanzaban a veintiséis metros por segundo, velocidad a que llegan tan sólo en las grandes tempestades.
Afortunadamente a bordo había velas de recambio, y la gavia mayor pudo ser desplegada nuevamente pese a las impetuosas sacudidas que sufría el navío, convertido en un verdadero juguete de las iracundas olas.
Al despuntar el alba comenzaron a teñirse las nubes con los reflejos rojizos del sol, y el viento cesó casi bruscamente, concediendo al pobre navío una breve tregua.
Empero aquella calma no debía durar mucho, pues enormes masas de vapores continuaban enturbiando el aire, acumulándose en las profundidades del cielo.
Harry que hacía dos noches no dormía, Oliverio, Eduardo y parte de la tripulación, aprovecharon aquella tregua para descansar. El marino antes de retirarse a su camarote revisó los mástiles, quedando satisfecho.
—Tal vez resistan —dijo a Oliverio que lo había seguido a la cala—. Pero cuando lleguemos a las Andamanas será necesario buscar otro palo mayor.
—¿Y del traidor no has sabido nada?
—No, señor Oliverio, pero ya que el huracán nos deja un poco de tranquilidad, antes de ir a dormir podemos hacer una visita a Garrovi. Será una idea absurda, pero temo que este hombre sepa algo.
Advertido Eduardo para que vigilara la bodega, se dirigieron al calabozo.
El hindú estaba recostado sobre la estera, con la cabeza entre las manos, como absorto en profundos pensamientos.
Viendo entrar al marino y a Oliverio, les miró con inquietud y se sentó.
—¿Qué queréis? —les preguntó—. ¿Hemos llegado a las Andamanas?
—Aún no —contestóle Harry—. Hemos venido para exigirte una explicación.
—¿Una explicación? —la voz de Garrovi temblaba.
—Vamos, quítate la máscara y cuenta todo, o te juro que no volverás vivo a Bengala. ¿Quiénes son tus cómplices?
—¿Mis cómplices? No te comprendo. —¡Hemos descubierto todo!
En el rostro del hindú se advirtió la viva angustia que le dominaba, pero haciendo un esfuerzo consiguió controlarse.
—No te comprendo…
—Y bien, te diré entonces que tus cómplices han tratado de cortar los mástiles del pariah.
—¡Es imposible! —exclamó el hindú con insospechada energía—. Debes haberte equivocado: no tengo ningún cómplice entre tus marineros.
—Tú eres el único que puede tener interés en hacer naufragar nuestro navío…
—¿Con qué fin?
—Posiblemente temes encontrarte frente a Alí Middel.
—Me habéis prometido perdonarme la vida y restituirme mis riquezas si os ayudaba a salvar al capitán del grab. ¿Por qué tendría que traicionaros?
—Si no tienes cómplices encontraste el medio de salir de tu cabina —le interrumpió Oliverio.
—¡Yo! —exclamó sonriendo el hindú—. ¿Cómo?
—Revisaremos tu camarote…
—Tal vez encontremos otra sierra de origen indostánico…
Al oír aquellas palabras el rostro de Garrovi volvió a alterarse.
—¿Qué sierra?
Oliverio y Harry advirtieron el temblor en la voz del faquir, y el teniente exclamó:
—¡Te has traicionado!
Garrovi hizo un esfuerzo supremo y lanzó una carcajada.
—Tratas de burlarte de mí… Puedes revisar mi cajón.
El marinero tomó entre sus robustos brazos la gran caja, y abriéndola la volcó, haciendo caer gran cantidad de prendas de vestir, babuchas, y cajitas con hojas de betel. De un puntapié dispersó las ropas y de pronto se asombró, viendo entre ellas un sari femenino.
—¡Un vestido de mujer! —exclamó.
—O mejor dicho, de niña —le corrigió Oliverio.
—Seré curioso… ¿Me gustaría saber cómo han venido a parar estas prendas a tu camarote? —inquirió con acento burlón Harry.
—Lo ignoro —dijo Garrovi—. Tal vez mis servidores las pusieron por equivocación.
—¿No hay ninguna herramienta? —preguntó Oliverio a Harry, que continuaba dispersando las ropas.
—No, señor.
—Examina las paredes del camarote.
—Las maderas son sólidas —dijo el lobo de mar golpeándolas— no podría explicarme cómo este hombre salió de aquí.
—Entonces no hay duda que tiene un cómplice.
—Así debe ser.
—Debemos velar atentamente, Harry.
—Uno de nosotros permanecerá siempre de guardia en la bodega. Ahora vamos a descansar, señor, pero yo me acostaré entre ambos mástiles y dormiré con un ojo abierto.
Garrovi tras de la salida de ambos hombres, permaneció largo rato inmóvil, con los ojos clavados en el suelo y una sonrisa irónica en los labios.
—Vamos —se dijo, levantándose—. Es necesario interrogar a Narsinga.
Incorporándose sin hacer ruido, prestó atención, y luego levantó las esterillas y retiró la tabla del piso, dando tres golpes.
Un instante después aparecía el rostro inteligente de la niña.
—Ven —susurró Garrovi.
Narsinga estiró los brazos y el hindú la subió, besándola en la frente.
—¿Sabes si estos hombres te vieron? —preguntale con ansiedad.
—No, padre, pues advertí a tiempo su presencia. Estaba serruchando el mástil de proa cuando vi al viejo bajar en compañía del teniente, y tuve apenas tiempo de deslizarme entre los cajones. Por desgracia perdí la sierra.
—Y ellos la encontraron —murmuró Garrovi con voz sorda.
—Quiere decir que no podré proseguir con mi trabajo.
—-Te queda el taladro, y te resultará fácil perforar la proa.
—Pero en la sentina han puesto un guardia, padre.
—Tú eres ágil como una serpiente y podrás pasar desapercibida… Pero es necesario que trabajes velozmente, pues estamos muy cerca de las Andamanas.
—¿Pero cómo nos salvaremos, padre, si se hunde el barco?
—Cuando la tripulación se haya embarcado en la chalupa, buscaremos algún resto del naufragio que nos mantenga a flote… Tú sabes que soy un buen nadador, y podré conducirte a tierra.
—¿Adónde, padre?
—A las Andamanas.
—Pero entonces te encontrarás con Alí…
—Alí Middel debe haber desembarcado al sur de la Andamana Menor, en tanto que nosotros nos dirigiremos al norte de esa tierra.
—¿Y la tripulación?
—Se adelantará a nosotros y no correremos peligro de encontrarla. Una vez en tierra no habrá dificultades en buscar refugio en los bosques.
—¿Debo proceder de inmediato, padre?
—Antes de veinticuatro horas el pariah debe hacer agua…
—El mar está muy grueso, padre. ¿No oyes como ruge?
—Las olas no me asustan… Apresúrate. ¿El taladro es grande?
—Sí, padre —la niña hizo una pausa dudando—. Pero no creo que alcance para abrir un orificio suficientemente amplio.
—¿Trajiste contigo el paquete de pólvora?
—Sí.
—¿Tienes alambre?
—Sí.
—¿Y una cuerda embebida en alquitrán?
—Sí…
—Muy bien: cuando hayas abierto un agujero con el taladro, introducirás un cartucho reforzado con alambre, y al oír que el vigía avista las Andamanas darás fuego a la mecha. El estallido producirá una brecha tan grande que el agua entrará a raudales.
—Comprendo.
—Ahora vete, no es prudente que te quedes aquí…
La pequeña hindú abrazó a Garrovi y con agilidad extraordinaria se dejó caer por el orificio del piso. El faquir puso en su sitio la tabla, deslizando encima las esterillas.
—Que busquen a mi cómplice —murmuró para sí mismo satisfecho—. No lo encontrarán… Narsinga es q demasiado astuta para dejarse atrapar y pronto este maldito pariah se irá a pique.
En aquel preciso instante un trueno formidable resonó en el exterior, y al mismo tiempo se oyó sobre el puente la voz de Eduardo, gritando:
—¡Todo el mundo a cubierta!
—El huracán… —exclamó el hindú, mientras una oscura llama le iluminaba los ojos—. ¡Ya no podrán montar guardia en la bodega, y dentro de doce horas este barco se hundirá!