Me enteré del suicidio cuando Tim me lo contó por teléfono. Mi hermano menor había venido a casa, a visitarme; era domingo, pues no había ido a la Musik Shop. Estaba allí, armando un modelo en madera de balsa del Spad 1913, y oía a Tim decirme que Kirsten «se había ido». Yo miraba a mi hermanito, que quería mucho a Kirsten; él sabía que era Tim, pero no, por supuesto, que ahora, además de Jeff, también Kirsten había muerto.
—Eres fuerte —decía la voz de Tim—. Sé que podrás soportarlo.
—Lo veía venir —dije.
—Sí —respondió Tim; parecía tranquilo, pero yo sabía que tenía el corazón destrozado.
—¿Barbitúricos?
—Tomó… bueno, no están seguros. Los tomó y esperó. Más tarde vino y me lo dijo. Se cayó. Yo sabía qué era… Mañana —agregó— debía volver al Mount Zion.
—Llamaste…
—Los practicantes la llevaron enseguida al hospital. Intentaron todo. Pero había tomado la dosis máxima previamente, de modo que cuando tomó la sobredosis…
—Así se hace —dije—. De ese modo la droga está en todo el sistema de uno, y el lavaje de estómago no sirve para nada.
—¿Quieres venir? —dijo Tim—. Aquí, al centro. Agradecería que estuvieras aquí.
—Tengo conmigo a Harvey —dije.
Mi hermano menor alzó la vista. Le expliqué:
—Ha muerto Kirsten.
—Oh —dijo. E instantes después regresaba a su modelo de Spad en madera balsa. Como en Wozzeck, pensé. Exactamente como el final de Wozzeck. Aquí estoy; una intelectual de Berkeley que ve todo en términos de cultura, ópera, novela, oratorio, poema… Para no hablar de drama.
«Du! Deine Mutter ist tot!»
Y el hijo de Marien dice:
«Hopp, hopp! Hopp, hopp! Hopp, hopp!»
Te destrozarás si sigues así, pensé. El chico arma su modelo y no comprende; un doble horror, y los dos me ocurren a mí, ahora.
—Iré —dije a Tim— apenas encuentre alguien que pueda ocuparse de Harvey.
—Podrías traerlo —dijo Tim.
—No —moví reflexivamente la cabeza.
Logré que una vecina se quedara con Harvey el resto del día, y pronto estuve en camino a San Francisco, en mi Honda, por el puente de la bahía. Las palabras de la ópera de Berg seguían insinuándose obsesivamente en mi cabeza:
La vida del cazador es libre y alegre;
cazar es libre para todos.
Allí querría ser cazador.
Allí querría estar.
Es decir, las palabras de George Büchner, me dije; él escribió esa maldita ópera.
Lloraba mientras conducía, las lágrimas corrían por mi cara; encendí la radio y apreté un botón tras otro. En una emisora de rock oí una vieja grabación de Santana; aumenté el volumen y cuando la música rebotó en mi pequeño coche, grité. Y oí:
¡Tú! ¡Tu madre ha muerto!
Casi choqué con un enorme coche americano; tuve que pasar al otro carril. Despacio, me dije. Joder, dos muertes son suficiente. ¿Quieres que sean tres? Entonces sigue conduciendo así; tres, más los del otro coche. Y luego recordé a Bill. A Bill Lundborg, el Chiflado, que estaría en algún asilo. ¿Lo habrá llamado Tim? Debo hacerlo yo, me dije.
Pobre hijo de perra jodido, me dije, recordando a Bill, su cara regordeta y dulce. Ese aire tierno, como de tréboles recientes, y sus pantalones informes y su mirada obtusa, como la de una vaca, una vaca contenta. Pronto volverá a romper los cristales del correo; irá hasta allá y empezará a golpear las enormes ventanas con los puños hasta que la sangre le corra por los brazos. Y entonces lo encerrarán de nuevo en un lugar o en otro; no le importará cuál pues no sabe la diferencia.
Me pregunté cómo pudo Kirsten hacerle eso a él… Cuánta malignidad. Qué enorme crueldad para todos nosotros. Ella nos odiaba. Este es nuestro castigo. Yo pensaré siempre que la responsabilidad es mía. Tim pensará que es suya, y Bill también. Y por supuesto, ninguno de nosotros es responsable, aunque en cierto sentido lo somos todos, pero de cualquier manera está fuera de cuestión, después del hecho mismo, nulo y vacío, totalmente vacío, en el sentido del «vacío infinito», el sublime no-ser de Dios.
En alguna parte de Wozzeck hay una línea que significa, aproximadamente, «El mundo es horrible». Sí, me dije, mientras volaba por el puente de la bahía sin preocuparme por la velocidad que llevaba; eso lo resume todo: «El mundo es horrible». Todo queda dicho. Para esto pagamos a los compositores, los pintores y los grandes escritores; para que nos digan eso; por imaginarlo se ganan la vida. Qué incisiva y magistral perspicacia. Qué inteligencia tan penetrante. Una rata en una zanja podría decir lo mismo si pudiera hablar. Si las ratas hablaran, haría todo lo que dijeran. Una chica negra que conocí. Ella nunca hablaba de ratas, como yo, sino de arañas; viz[4] «si las arañas hablaran». Tuvo una diarrea mientras estábamos en el Tilden Park y hubo que llevarla en el coche a su casa. Neurótica. Casada con un tipo blanco… ¿Cómo se llamaba? Únicamente en Berkeley.
Viz, forma abreviada de Visigodos, los nobles godos. O Visitación, como la visitación de los muertos, desde el otro mundo. Esa anciana tiene verdadera responsabilidad en esto. Si hay una persona culpable por sí sola, es ella. Pero eso es matar a los mensajeros espartanos; ahora yo misma lo estoy haciendo, a pesar de todas las advertencias. AVISO: ESTA MUJER ESTÁ LOCA. Fuera de mi camino. Sean jodidos por siempre todos los que andan en grandes coches lavados.
Pensé: Guerra Destructiva, conoce tus límites; aquí, muerte tirana, concluyen tus terrores. Sólo soy enemiga de los tiranos, y amiga de la virtud y de sus amigos. Y luego dice nuevamente: Aquí, muerte tirana. Es un excelente título, no una paranoia. Así ha sido, Tim usó mi título y, por supuesto, con su habitual soberbia, no se preocupó de decírselo a ella o no lo recordó. En realidad, le dijo que él lo había pensado. Sin duda lo creía. Toda idea valiosa en la historia del mundo ha sido pensada por Timothy Archer. Él inventó el sistema heliocéntrico. Todavía tendríamos el geocéntrico si no fuera por él. ¿Dónde termina el obispo Archer y comienza Dios? Buen punto. Pregúntaselo; te contestará con citas de libros.
Nada dura; y todo se jode, pensé. Así debería completarse la frase. Se la sugeriré a Tim para la lápida de Kirsten. El cretino sueco enseñando en una escuela de Noruega. Le he dicho un millón de cosas horribles como si fuera un juego. Su cerebro las recordaba y volvía a poner el disco muy tarde, por la noche, cuando no podía dormir, mientras Tim roncaba; no podía dormir y tomaba más y más barbitúricos de los que la mataron; sabíamos que así sería; la única duda era si sería un accidente o una sobredosis deliberada, suponiendo que hubiera una diferencia.
Mis instrucciones requerían que me encontrara con Tim en el apartamento del Tenderloin antes de ir con él a la Grace Cathedral. Yo esperaba encontrarlo deshecho y con los ojos enrojecidos. Para mi sorpresa, Tim parecía animoso, fuerte e incluso, en un sentido literal, más grande que nunca.
Dijo mientras me daba un abrazo:
—Tengo una gran lucha entre manos. Desde que salgamos de aquí.
—¿…quieres decir, por el escándalo? Aparecerá en los diarios y la televisión, supongo.
—Destruí parte de su carta de despedida. La policía tiene lo que queda. Han estado aquí. Probablemente volverán. Tengo influencia, pero no puedo acallar a la prensa. No me queda más que esperar que pase por una suposición.
—¿Qué decía la carta?
—¿…la parte que rompí? No recuerdo. La tiré. Hablaba de nosotros, de sus sentimientos por mí. No tenía opción.
—Me lo figuro —dije.
—No hay duda de que fue suicidio. El motivo era, por supuesto, su temor a un nuevo cáncer. Y ellos saben que era adicta a los barbitúricos.
—¿Tú la describirías así, como una adicta? —pregunté.
—Por supuesto. Eso es indudable.
—¿Desde cuándo lo sabías?
—Desde que la conocí. Desde que la vi tomar pastillas. Tú también lo sabías.
—Sí —respondí—. Lo sabía.
—Siéntate y toma un café —dijo Tim; salió del living a la cocina, y automáticamente me senté en el diván familiar, preguntándome si habría cigarrillos en el apartamento.
—¿Con qué quieres el café? —Tim estaba en la puerta de la cocina.
—No sé —dije—. No importa.
—¿Prefieres una copa?
—No —sacudí la cabeza.
—Esto prueba que Rachel Garret tenía razón, ¿comprendes?
—Lo sé.
—Jeff quería ponerla sobre aviso.
—Así parece.
—Y yo moriré después.
Alcé la vista.
—Eso es lo que dijo Jeff —continuó Tim.
—Sí.
—Será una lucha terrible, pero venceré. No seguiré a Jeff y a Kirsten —su tono era de dureza e indignación—. Para esto vino Cristo al mundo, para salvar al hombre de esto…, de esta clase de determinismo. Es posible cambiar el futuro.
—Así lo espero —dije.
—Mi esperanza está en Jesucristo —dijo Tim—. «Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz.» Juan, doce, treinta y seis. «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí.» Juan, catorce, uno. «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» Mateo, veintitrés, treinta y nueve —respirando con su gran pecho que subía y bajaba, Tim me miró y me señaló con el dedo—. Yo no iré por ese camino, Angel. Los dos lo han hecho intencionalmente, pero yo no lo haré nunca. Nunca iré como una oveja al matadero.
Gracias a Dios, pensé. Pelearás.
—Con la profecía o contra ella —dijo Tim—. Aunque Rachel Garret fuera la misma sibila, aún así no iría voluntariamente, como un animal tonto, a que me corten el cuello.
Los ojos le brillaban intensa y ardientemente. Yo lo había visto así, algunas veces, en la Grace Cathedral, cuando predicaba; este Tim Archer hablaba con la autoridad que le había concedido el mismo Apóstol Pedro, a través de la línea directa de sucesión apostólica mantenida exclusivamente para la Iglesia Episcopal.
Mientras íbamos a la Grace Cathedral en mi Honda, Tim decía:
—Veo cómo caigo en el destino de Wallenstein. Atendiendo a la astrología. A los horóscopos.
—Te refieres a la doctora Garret, ¿verdad? —dije.
—Sí, a ella y al doctor Mason. No son doctores de ninguna clase. Ese no era Jeff. Jamás volvió del otro mundo. No es verdad. Una idea estúpida, como dijo ese pobre chico, su hijo. Oh, Señor, no he llamado a su hijo.
—Yo le diré.
—Lo matará —dijo Tim—. No, quizá no. Quizá sea más fuerte de lo que pensamos. Él advirtió que el retorno de Jeff era un disparate.
—Cuando se es esquizofrénico —expliqué—, se ha de decir la verdad.
—Entonces, más gente debería ser esquizofrénica. ¿Esto ha sido como el manto invisible del emperador? Tú también lo sabías, pero no dijiste nada…
—No era cosa de saber —respondí—, sino de valorar.
—Pero jamás lo creíste.
Después de una pausa, dije:
—No estoy segura.
—Kirsten ha muerto porque hemos creído en un disparate —dijo Tim—. Los dos. Y creíamos porque queríamos creer. Yo no tengo ese motivo ahora.
—Supongo que no.
—Si hubiéramos afrontado la realidad con rigor, Kirsten viviría ahora. Sólo me queda esperar ponerle fin ya mismo a esto…, y acompañar a Kirsten dentro de algún tiempo. Garret y Mason sabían que estaba enferma. Se aprovecharon de una mujer enferma y trastornada, y ahora ella ha muerto. Los hago responsables —de pronto calló, luego agregó—: Yo estaba tratando de conseguir que Kirsten hiciera un tratamiento de desintoxicación. Tengo varios amigos especializados en este campo aquí, en San Francisco. Yo tenía pleno conocimiento de su adicción y sabía que sólo la ayuda profesional podía salvarIa. Yo mismo he pasado por eso, como tú sabes…, con el alcohol.
No respondí. Me limitaba a conducir.
—Ahora es demasiado tarde para detener la edición del libro —dijo Tim.
—¿No podrías telefonear a tu editor y…?
—El libro ya es propiedad de ellos.
—Es una editorial de excelente reputación. Te escucharían si les pidieses que retiraran el libro.
—Ya han iniciado los envíos de material publicitario previo a la edición. Han hecho circular galeradas encuadernadas y copias del manuscrito en Xerox. Lo que haré —Tim reflexionó— será escribir otro libro. Acerca de la muerte de Kirsten y de mi reevaluación de lo oculto. Es el mejor camino.
—Creo que deberías retirar Aquí, muerte tirana.
Pero él ya había tomado su decisión. Movió vigorosamente la cabeza.
—No; debo permitir que aparezca tal como estaba previsto. Tengo años de experiencia en estas cosas. Debes hacer frente a tus propias locuras…, las mías, por supuesto, y luego empezar a corregirlas. Mi próximo libro será esa corrección.
—El anticipo, ¿ha sido grande?
—No mucho, teniendo en cuenta la venta posible. Diez mil al firmar el contrato, otros diez mil a la entrega del manuscrito completo. Y habrá diez mil finales cuando aparezca el libro.
—Treinta mil dólares es mucho dinero.
—Creo que añadiré una dedicatoria —dijo Tim, meditabundo, mitad para sus adentros—. Una dedicatoria a Kirsten. In memoriam. Diré algo sobre mis sentimientos hacia ella.
—Podrías dedicarlo a ambos —dije—. A Jeff y a Kirsten. Y añadir: «Pero por la gracia de Dios…»
—Sería muy justo.
—Y también a mí y a Bill. Somos parte de esta película.
—¿Película?
—Es una expresión de Berkeley. Aunque en realidad no es una película; es la ópera Wozzeck, de Alban Berg. Mueren todos excepto el chico que juega con su caballito de madera.
—Tendré que dictar la dedicatoria por teléfono —observó Tim—. Las pruebas ya están corregidas y de vuelta en New York.
—Entonces, ¿ella terminó su trabajo?
—Sí —respondió él, vagamente.
—¿Lo hizo bien? Después de todo, se sentía bastante mal…
—Supongo que lo hizo correctamente; yo no lo revisé.
—Harás decir una misa por ella, ¿verdad? ¿En la Grace Cathedral? —pregunté.
—Oh, sí. Por eso voy a…
—Podrías conseguir a Kiss. Es un buen grupo de rock. Tú planeabas una misa rock.
—¿A ella le gustaba Kiss?
—Tal vez menos que Sha Na Na.
—Entonces, deberíamos conseguir a Sha Na Na —dijo Tim.
Continuamos en silencio.
—El grupo de Patti Smith —dije de pronto.
—Querría preguntarte varias cosas acerca de Kirsten.
—Estoy aquí para contestar a lo que quieras.
—Me gustaría leer, durante el servicio, algún poema que a ella le gustara. ¿Puedes darme los nombres de algunos? —sacó del bolsillo un anotador y una lapicera de oro; esperó, sosteniéndolos.
—Hay un hermoso poema de D.H. Lawrence sobre una serpiente —dije—. Ella lo adoraba. No me pidas que te lo diga; en este momento no podría. Lo siento.
Cerré los ojos, tratando de no llorar.