Lo que más recuerdo, de los primeros artículos de los periódicos; con las primeras sospechas que tuvimos, que todos teníamos aparte de los traductores, de que éste era un hallazgo aún más importante que el de los Rollos del Mar Muerto, es cierta palabra hebrea. Aparecía escrita de dos maneras: a veces anokhi, otras anochi.
La palabra aparece en el Éxodo, capítulo veinte, versículo dos. Es una parte muy conmovedora e importante de la Torah porque Dios mismo habla, y dice:
Yo, Yahvé, soy tu Dios,
que te he sacado del país de Egipto,
de la casa de la servidumbre.
En hebreo, la primera palabra es anokhi o anochi, y significa «Yo» en el caso de «Yo soy tu Dios». Jeff me mostró el comentario oficial judío sobre esta parte de la Torah:
«El Dios adorado por el judaísmo no es una fuerza impersonal, un ello, tanto si se habla de él como de la “Naturaleza” o como de la “Razón del mundo”. El Dios de Israel no sólo es la fuente de poder y de vida, sino también de la conciencia, la personalidad, el propósito moral y la acción ética.»
Incluso a mí, una no-cristiana —quizá debería decir una no-judía— me sacudía; ese texto me tocó y me cambió, y ahora no soy la misma. Lo que se expresa allí, me explicó Jeff, con esa palabra única, que es una letra del alfabeto inglés, es la autoconciencia de Dios:
«Así como el hombre descuella sobre todas las demás criaturas por su voluntad y su acción consciente, Dios gobierna sobre el todo como la única Mente y Voluntad completamente autoconsciente. Tanto en el reino visible como en el invisible, Él se manifiesta como la personalidad moral y espiritual absolutamente libre que otorga a todas las cosas su existencia, forma y finalidad.»
Samuel M. Cohon, citando a Kaufmann Kohler, ha escrito esto. Otro autor judío, Hermann Cohen, dice:
«Dios le respondió de este modo: “Soy el que soy. Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me ha enviado a vosotros.” Probablemente no hay en la historia del espíritu mayor milagro que el revelado en este versículo. Porque aquí emerge un lenguaje primigenio que aún carece de toda filosofía, y pronuncia con dificultad la palabra más profunda de toda la filosofía. El nombre de Dios es “Yo soy el que soy”. Esto significa que Dios es el Ser; que Dios es el Yo, el cual designa al Existente.»
Y esto es lo que apareció en el wadi de Israel, venido desde 200 años antes de Cristo; en un wadi situado no lejos de Qumram. Esa palabra está en el corazón de los Documentos Zadokitas; todo erudito en hebreo la conoce y todos los cristianos y judíos deberían conocerla; pero en ese wadi la palabra anokhi se usaba de una manera diferente, en que no la había visto usada anteriormente ninguna persona viva. Y por eso Tim y Kirsten se quedaron en Londres el doble del tiempo previsto; porque se había encontrado el corazón mismo de algo, el corazón del Decálogo, como si el Señor hubiese dejado huellas autógrafas, es decir, de su propia mano.
Mientras se desarrollaban estos descubrimientos, durante la etapa de la traducción, Jeff vagaba por el campus de la Universidad de Berkeley estudiando la Guerra de los Treinta Años y la vida de Wallenstein, que se había aislado progresivamente de la realidad durante la peor guerra, quizá, de todas las guerras, con excepción de las guerras totales de este siglo; no diré que he podido establecer qué impulso en particular mató a mi marido, qué elemento de la mezcla lo hirió; pero fue uno de ellos, o todos en coro. Él está muerto, y yo ni siquiera estaba allí en ese momento, ni lo esperaba. Tuve un presentimiento inicial cuando supe que Kirsten y Tim habían comenzado una relación invisible. Dije entonces lo que tenía que decir; hice el mejor disparo: visité al obispo en la Grace Cathedral y él desarmó mis argumentos con poco esfuerzo; poco esfuerzo y habilidad profesional. Fue una fácil victoria verbal para Tim Archer. Eso fue todo.
Si uno quiere matarse, no necesita una razón, en el sentido habitual del término; así como, en el caso contrario, si se quiere seguir vivo, no es necesaria una razón verbal, articulada, formal, que se pueda emplear si la situación lo aconseja. Jeff había quedado al margen. Yo podía ver que su interés en la Guerra de los Treinta Años estaba relacionado con Kirsten; su mente, o alguna parte de ella, reparaba en su origen escandinavo, y otra parte percibía y registraba el hecho de que el ejército sueco había sido la potencia heroica y victoriosa en esa guerra; su búsqueda emocional y su búsqueda intelectual se entramaron, lo que inicialmente jugaba a su favor; pero cuando Kirsten se marchó a Inglaterra Jeff fue destrozado por su propia inteligencia. Tuvo que enfrentar entonces el hecho de que realmente no le importaban un bledo Tilly, Wallenstein, ni el Sacro Imperio Romano: estaba enamorado de una mujer de la edad de su madre que se acostaba con su padre, y eso a doce mil kilómetros de distancia; y además, y por encima de todo, ellos dos, excluyéndolo, participaban en uno de los más jubilosos descubrimientos de la teología arqueológica de toda la historia, siguiendo día tras día la traducción, mientras se pegaban y restauraban los documentos y emergían las palabras una por una, y aparecía una y otra vez la palabra hebrea anokhi en un contexto insólito, desconcertante, nuevo. Los documentos hablaban como si anokhi estuviera presente en el wadi. De él se decía aquí y no allí; ahora, y no en cualquier momento. Anokhi no era algo pensado o conocido por los zadokitas; era algo que poseían.
Es muy duro leer los libros de tu propia biblioteca escuchando un disco de Donovan, por bueno que sea, cuando se realiza en otra parte un descubrimiento de esa magnitud, y tu padre y su amante, a quienes amas y al mismo tiempo odias furiosamente, participan en el desarrollo de ese descubrimiento. Lo que me ponía frenética era que Jeff pasara y volviera a pasar el primer álbum de Paul McCartney en solitario; lo que más le agradaba era Teddy Boy. Cuando me dejó para ir a vivir solo en un hotel, en la habitación donde se mató, llevó consigo el álbum, aunque como supe luego, no tenía tocadiscos. Me escribió varias veces; decía que continuaba participando activamente en manifestaciones antibélicas. Probablemente era así. Pero pienso que en general se quedaba solo en su habitación del hotel tratando de comprender qué sentía por su padre y —lo que era más importante— por Kirsten. Debía ser 1971, porque el álbum de McCartney apareció en 1970. Y eso también me dejaba sola a mí, en nuestra casa. Yo me quedé con la casa; Jeff murió. Te dije que no vivieras solo, aunque realmente me lo decía a mí misma. Puedes hacer lo que se te ocurra; pero yo jamás volveré a vivir sola. Llamaré a la gente de la calle antes de permitir que eso me ocurra, ese aislamiento…
Y no toquéis la música de los Beatles. Eso es lo más importante que pido. Puedo soportar a la Joplin, porque aún me parece divertido que Tim creyese que era negra y estaba viva, en lugar de muerta y blanca; pero no quiero oír a los Beatles porque están unidos a un excesivo dolor en mí, dentro de mí, en mi vida, por lo que ha ocurrido.
Yo no soy muy racional cuando se trata, específicamente, del suicidio de mi marido. Oigo en mi mente una mezcla de John y Paul y George, mientras Ringo atruena en el fondo, en alguna parte; fragmentos de temas y palabras, expresiones críticas pertenecientes a almas que sufren mucho, aunque no de una manera que yo pueda comprender, salvo en lo que concierne a la muerte de mi marido, y luego a la de Kirsten y finalmente a la de Tim Archer; pero supongo que con eso basta. Ahora, con la muerte de John Lennon todo el mundo ha sido herido como yo, de modo que bien puedo ya, jodidamente, dejar de compadecerme de mí misma y unirme a los demás, sabiendo que no estoy mejor que ellos y tampoco peor.
Con frecuencia, cuando miro hacia atrás, el suicidio de Jeff, descubro que reorganizo fechas y sucesos en secuencias más afines a mi mente; es decir, hago un montaje. Condenso, corto trocitos, acelero, de modo que —por ejemplo— ya no recuerdo haber mirado el cuerpo de Jeff para identificarlo. He logrado olvidar el nombre del hotel. No sé cuánto tiempo pasó allí. Por lo que recuerdo, no se quedó mucho tiempo en casa después de la partida de Tim y Kirsten. Llegó una primera carta de ellos, escrita a máquina, firmada por ambos pero casi seguramente copiada por Kirsten. Quizá Tim se la dictó. En esa carta estaba el primer indicio de la magnitud del descubrimiento. Yo no advertí lo implicado en las noticias, pero Jeff sí. De modo que quizá se marchó inmediatamente después.
Lo que más me sorprendió fue percibir, bruscamente, que Jeff había querido entrar en el sacerdocio; ¿pero qué sentido tenía eso a la luz del papel de su padre? Dejaba, sin embargo, un vacío. Jeff no quería, tampoco, hacer ninguna otra cosa. No podía ser sacerdote; no le interesaba ninguna otra profesión. Se convirtió entonces en lo que en Berkeley llamábamos estudiante crónico; nunca dejó de asistir a la universidad. A lo sumo, se iba y volvía. Nuestro matrimonio había estado marchando mal durante cierto tiempo; tengo lagunas desde 1968, quizá me falta en total un año entero. Jeff tenía problemas emocionales de los que yo reprimía todo conocimiento. Los dos reprimíamos. Siempre se puede conseguir psicoterapia gratis en la Zona de la Bahía, y ambos la aprovechábamos.
No creo que pueda llamarse —que hubiera podido llamarse— enfermo mental a Jeff; simplemente, no era feliz. A veces no se trata de un impulso hacia la muerte, sino de un defecto más sutil, una carencia de la sensación de alegría. Se iba cayendo de la vida gradualmente. Cuando encontró una mujer a la que quería auténticamente, ella se convirtió en la amante de su padre; luego ambos se marcharon a Inglaterra y lo dejaron estudiando una guerra que no le importaba, extraviado y en el punto de partida. Empezó a despreocuparse, terminó por no preocuparse. Un médico dijo que, según creía, Jeff había tomado LSD desde que me dejó hasta que se mató. Sólo es una teoría. Pero, al contrario de la teoría de la homosexualidad, podría ser verdadera.
Miles de jóvenes se matan en América todos los años; pero la costumbre es, en general, anotar sus muertes como accidentales. Esto se hace para ahorrar a la familia la vergüenza que se suele atribuir al suicidio. En realidad, es muy vergonzoso que un hombre o una mujer jóvenes, o adolescentes, deseen morir y consigan su finalidad, antes de haber vivido y casi, de algún modo, nacido. Hay mujeres golpeadas por sus maridos; los policías matan negros y latinoamericanos; los viejos revisan los basureros o se alimentan de comida para perros: la vergüenza impera y llama al desastre. El suicidio es sólo un hecho vergonzoso entre mil. Hay adolescentes negros que no conseguirán un trabajo mientras vivan; no porque sean haraganes sino porque no hay trabajo, o también porque los hijos del ghetto no tienen capacidades que se puedan vender. Hay chicas que huyen de sus casas, aterrizan en New York o en Hollywood, se hacen prostitutas y terminan con sus cuerpos destrozados. Si tienes el impulso de matar a los mensajeros espartanos que traen la noticia de la batalla, de lo ocurrido en las Termópilas, pues mátalos. Yo soy uno de esos mensajeros y traigo una noticia que, probablemente, no quieres oír. Personalmente, informo acerca de tres muertes; tres que no eran necesarias. Hoy es el día en que ha muerto John Lennon: ¿También querrás matar a quien lo cuenta? Como dice Sri Krishna cuando asume su forma verdadera y universal, la del tiempo:
Todos esos ejércitos deben morir; golpea, detén tu mano. No importa.
Parece que matas. Esos hombres ya han sido muertos por mí.
Es una visión terrible. Arjuna ha visto lo que no puede creer que exista.
Lamiendo con tus lenguas ardientes,
devorando todos los mundos,
sondeas las alturas del cielo
con rayos intolerables, oh Vishnu.
Arjuna ve a quien fue su antiguo amigo y el conductor de su carro. Un hombre como él. Eso es apenas un aspecto, un amable disfraz. Sri Krishna quería protegerlo, ocultar la verdad. Arjuna ha pedido ver la forma verdadera de Sri Krishna y puede verla. Ya no será como era antes. La imagen lo cambia para siempre. Este es el fruto verdaderamente prohibido, este tipo de conocimiento. Sri Krishna esperó largo tiempo antes de mostrar su forma verdadera a Arjuna. Quería ampararlo. Finalmente, emerge la forma real, la del destructor universal.
No querría hacerte infeliz detallando el dolor, pero hay una diferencia de carácter esencial entre el dolor y la narración del dolor. Te digo lo que ocurrió. Si saberlo causa un dolor vicario, hay auténtico peligro en no saberlo. Apartar la vista implica un riesgo inmenso.
Cuando Kirsten y el obispo regresaron a la Zona de la Bahía —no definitivamente, sino para ocuparse de la muerte de Jeff y de los problemas que ello generó— pude advertir, al verlos, un cambio en ambos. Kirsten parecía desgastada y desventurada; y eso no me pareció debido solamente al golpe de la muerte de Jeff. Era evidente su mala salud en términos puramente físicos. Por otra parte, el obispo Archer parecía aún más animado que cuando lo había visto por última vez. Se hizo cargo completamente de la situación acerca de la muerte de Jeff; eligió el lugar de la sepultura, el tipo de lápida, pronunció la oración fúnebre y cumplió los demás ritos con sus hábitos completos, y pagó todo. La inscripción de la lápida era un resultado de su inspiración. Escogió una frase que yo encontré muy aceptable; es un lema o la afirmación básica de la escuela de Heráclito:
NADA PERMANECE, TODO FLUYE
Me habían enseñado en el curso de filosofía que Heráclito mismo lo había dicho, pero Tim explicó que ese resumen era posterior a Heráclito, y había sido creado por los seguidores de su escuela. Creían que sólo el devenir, el cambio, es real. Quizás estaban en lo cierto.
Después del entierro nos reunimos los tres; fuimos al apartamento de Tenderloin y tratamos de tranquilizarnos. Pasó un tiempo antes de que alguno pronunciara una palabra.
Por alguna razón, Tim habló de Satán; tenía una nueva teoría acerca del ascenso y la caída de Satán, y al parecer quería ponerla a prueba con nosotras, ya que Kirsten y yo éramos las personas que tenía más a mano. En ese momento pensé que Tim se proponía incluir su teoría en el libro que había empezado a escribir.
«Veo la leyenda de Satán de una forma nueva. Él deseaba conocer a Dios tan completamente como fuera posible. El conocimiento más pleno llegaría si se convertía en Dios, si él mismo era Dios. Luchó para eso y lo consiguió, sabiendo que el castigo sería el exilio permanente de Dios. Pero lo hizo de todos modos, porque la memoria de haber conocido a Dios, de conocerlo como nadie más lo habría conocido ni podría hacerlo, justificaba para él su eterno castigo. Ahora bien; quién diríais que amaba verdaderamente a Dios, entre todas las personas que han existido? Satán aceptó voluntariamente el eterno exilio y castigo sólo para conocer a Dios —para ser Dios— por un instante. Se me ocurre, además, que Satán conocía verdaderamente a Dios; pero que quizá Dios no conocía o comprendía a Satán; si lo hubiese comprendido, no lo habría castigado. Por eso se ha dicho que Satán se rebeló; esto significa que Satán estaba fuera del control y del dominio de Dios, como en otro universo. Pero Satán, pienso, aceptó con regocijo su castigo, porque era su prueba, ante sí mismo, de que había conocido y amado a Dios. De otra manera, podría haber hecho lo que hizo por alguna recompensa, si es que existía una. “Mejor es gobernar en el infierno que servir en el cielo” es un aspecto; pero no el verdadero, que es la última meta del ser y el conocimiento, porque en comparación con conocer plena y realmente a Dios todo lo demás es en verdad muy poco.»
—Prometeo —dijo Kirsten, ausente. Estaba sentada, fumaba, miraba el vacío.
Tim dijo:
—Prometeo significa «pensador anticipado». Su tarea era la creación del hombre. Era también el supremo bromista entre los dioses. Pandora fue enviada a la tierra por Zeus para castigar a Prometeo por robar el fuego y dárselo al hombre. Pandora castigó además a toda la raza humana. Epimeteo, que significa «visión posterior», se casó con ella. Prometeo le advirtió que no lo hiciera, puesto que él podía prever las consecuencias. Este mismo tipo de conocimiento anticipado, absoluto, era considerado por los zoroastrianos un atributo de Dios, la Mente Sabia.
—Un águila le devoraba el hígado —dijo remotamente Kirsten.
Tim asintió y dijo:
—Zeus castigó a Prometeo; lo encadenó e hizo que un águila le comiera el hígado, que sin embargo se regeneraba incesantemente. Pero Hércules lo liberó. Prometeo fue, al margen de toda duda, un amigo de la humanidad. Era un consumado artesano. Ciertamente, hay una afinidad con la leyenda de Satán.
—Tal como yo lo veo, se podría decir que Satán robó, no el fuego sino el conocimiento de Dios. Pero no se lo dio al hombre, como hizo Prometeo con el fuego. Quizás, el verdadero pecado de Satán haya sido que, al adquirir ese conocimiento, lo guardara para sí; que no lo compartiera con la humanidad. Es interesante…, con esa línea de razonamiento se podría pensar que es posible adquirir conocimiento de Dios por intermedio de Satán. Jamás he oído proponer esta teoría —guardó silencio; en apariencia meditaba. Y pidió a Kirsten—: ¿Quieres anotarlo?
—Lo recordaré —el tono de ella era lánguido y opaco.
—El hombre debe asaltar a Satán y apoderarse de ese conocimiento —dijo Tim— arrancárselo. Satán no quiere cederlo. Ha sido castigado por ocultarlo, no por adquirirlo antes que nadie. Entonces, en cierto sentido, los seres humanos podrían redimir a Satán combatiendo contra él para arrebatárselo.
—Y luego ir a estudiar astrología —dije.
—¿Cómo? —preguntó Tim, lanzándome una mirada.
—Wallenstein —dije—. Y sus horóscopos.
—Las palabras griegas de que proviene nuestra expresión «horóscopo» son hora —dijo Tim—, que significa hora, y scopos, «uno que mira». Entonces horóscopo significa, literalmente, «uno que mira las horas» —encendió un cigarrillo; desde su llegada de Inglaterra, Kirsten y él fumaban casi continuamente—. Wallenstein era una persona fascinante.
—Así dice Jeff —respondí—. Decía.
Volviendo la cabeza, Tim, alerta, preguntó:
—¿Le interesaba Wallenstein a Jeff? Porque yo…
—¿No lo sabías?
—No creo —respondió Tim; parecía desconcertado.
Kirsten lo miraba fijamente, con expresión inescrutable.
—Tengo una buena cantidad de excelentes obras sobre Wallenstein —dijo Tim—. ¿Sabes? Por muchas razones, Wallenstein se parecía a Hitler.
Tanto Kirsten como yo guardamos silencio.
—Wallenstein contribuyó a la ruina de Alemania —dijo Tim—. Era un gran general. Friedrich von Schiller, como sin duda sabes, escribió tres obras de teatro, tituladas El campamento de Wallenstein, Los Piccolomini, y La muerte de Wallenstein. Son profundamente conmovedoras. Esto recuerda, por supuesto, el papel del mismo Schiller en el desarrollo del pensamiento occidental. Te leeré algo —dejando su cigarrillo, Tim se dirigió a la biblioteca; después de unos minutos de cacería, encontró el libro—. Esto puede arrojar alguna luz sobre el asunto. En una carta a un amigo… espera, aquí tengo el nombre; a Wilhelm von Humboldt, casi al fin de la vida de Schiller, éste dice; «Después de todo, ambos somos idealistas, y deberíamos avergonzarnos de decir que el mundo material nos ha formado, en lugar de haber sido formado por nosotros». La esencia de la visión de Schiller era, desde luego, la libertad: Estaba naturalmente interesado en el gran drama de la rebelión de los Países Bajos y —Tim hizo una pausa, meditando, moviendo los labios, mirando ausente el vacío; en el diván, Kirsten fumaba con mirada atenta, en silencio—. Bueno —dijo finalmente Tim, hojeando el libro que tenía en la mano—, leeré esto. Schiller lo escribió a los treinta y cuatro años. Tal vez resume gran parte de nuestras aspiraciones, las más nobles —miró el libro y leyó con voz potente—; «Ahora que he comenzado a conocer y emplear apropiadamente mis poderes espirituales, una enfermedad amenaza, infortunadamente, los físicos. Sin embargo, haré lo que pueda; y cuando por fin el edificio se desmorone, habré salvado lo más digno de preservar».
Tim cerró el libro y lo devolvió a su estante.
Ninguna de las dos dijo nada. Yo ni siquiera pensaba; simplemente estaba allí.
—Schiller es muy importante para el siglo XX —agregó Tim. Recogió su cigarrillo y lo apagó enérgicamente. Miró largo tiempo el cenicero.
—Voy a pedir que envíen una pizza —dijo Kirsten—. No tengo ánimos para cocinar.
—Espléndido —dijo Tim—. Diles que pongan tocino del Canadá y si tienen bebidas gaseosas…
—Yo puedo preparar algo —dije.
Kirsten se puso de pie y se dirigió al teléfono, dejándonos solos.
Tim me dijo, con seriedad:
—Es realmente un asunto de gran importancia conocer a Dios, discernir la Esencia Absoluta, como la llama Heidegger. Sein es la expresión que usa: Ser. Lo que hemos descubierto en el wadi zadokita simplemente excede de toda descripción.
Asentí.
—¿Cómo estás de dinero? —preguntó Tim, buscando en su bolsillo.
—Muy bien —dije.
—¿Sigues trabajando? En esa inmobiliaria… Eres secretaria de un estudio jurídico —se corrigió—. ¿Todavía estás con ellos?
—Sí —dije—. Pero soy sólo dactilógrafa.
—Yo encontraba fatigosa mi carrera de abogado —dijo Tim—, pero tenía su recompensa. Te aconsejo que te conviertas en secretaria especializada en leyes; quizá podrías usar eso luego como trampolín y ser una abogada. Y hasta podrías llegar a juez un día.
—Supongo que sí —dije.
—¿Habló Jeff contigo del anokhi?
—Sí, tú nos escribiste y leímos los artículos de las revistas y periódicos.
—Ellos, los zadokitas, usaban la palabra en un sentido especial, técnico. No podía ser la Inteligencia Divina porque ellos afirmaban que realmente la poseían. Una línea del Documento Seis dice: «Anokhi muere y renace cada año, y con cada año sucesivo anokhi es más». O también «mayor»; puede ser más, mayor, o más elevado. Es muy desconcertante, pero los traductores están trabajando en esto y esperamos tenerlo dentro de los próximos seis meses…, y por supuesto, todavía están compaginando los fragmentos de los rollos mutilados. Yo no conozco el arameo, como recordarás. He estudiado griego y latín, tú sabes; «Dios, el baluarte final contra el no-ser».
—Tillich —dije.
—¿Cómo? —preguntó Tim.
—Paul Tillich dice eso.
—No es seguro —respondió Tim—. Ciertamente era uno de los teólogos existenciales protestantes; puede haber sido Reinhold Niebuhr. Niebuhr, tú sabes, es americano, o mejor dicho, lo era; ha muerto hace muy poco. Una cosa que me interesa, en Niebuhr… —Tim hizo una pausa—. Niemöller sirvió en la marina alemana durante la Primera Guerra Mundial. Trabajó activamente contra el nazismo, y continuó predicando hasta 1938. La Gestapo lo arrestó y lo envió a Dachau. Originalmente, Niebuhr había sido pacifista; pero impulsó a los cristianos a apoyar la guerra contra Hitler. Pienso que una de las diferencias significativas entre Wallenstein y Hitler —en realidad había grandes similitudes— estaba en los juramentos de lealtad que Wallenstein…
—Perdón —dije. Fui al cuarto de baño y abrí el botiquín en busca del frasco de Dexarnil. No estaba; no había medicinas.
Se las habrán llevado a Inglaterra, pensé. O estarían en el equipaje de Tim y Kirsten. Joder.
Cuando salí, vi a Kirsten de pie en el living.
—Estoy muy, muy cansada —dijo en voz débil.
—Ya lo veo —dije.
—No podré tolerar la pizza. ¿No podrías ir a la tienda en mi lugar? He preparado una lista. Quiero pollo deshuesado, ése que viene envasado, y arroz o spaghetti. Toma, ésta es la lista —me la entregó—. Tim te dará el dinero.
—Tengo dinero —volví al dormitorio, donde había dejado el bolso y el abrigo. Mientras me ponía el abrigo. Tim apareció detrás de mí, ansioso por seguir hablando.
—Schiller veía en Wallenstein un hombre que conspiraba con su propio destino para atraer la muerte. Eso debía ser, para los románticos alemanes, el mayor pecado: ser cómplice del destino, considerando al destino como fin —me siguió del domitorio al hall—. El espíritu de Goethe, Schiller y los demás, su principal creencia, era que la voluntad humana puede vencer al destino. El destino no era considerado inevitable, sino algo que las personas admiten. ¿Comprendes? Para los griegos, ananké, era una fuerza absolutamente predeterminada e impersonal: la identificaban con Némesis, que era el destino punitivo, retributivo.
—Lo siento —dije—. Tengo que ir a la tienda.
—¿No traían una pizza?
—Kirsten no se siente bien.
De pie, muy cerca de mí, Tim habló en voz baja:
—Angel, estoy muy preocupado por ella. No puedo convencerla de que vaya al médico. El estómago, o quizá la vesícula. Tal vez puedas persuadirla tú. Tiene miedo de lo que pueden encontrar. ¿Sabes que hace años tuvo un cáncer cervical?
—Sí —respondí.
—¿…y que le hicieron una histeroclisis?
—¿Qué es eso?
—Un procedimiento quirúrgico con que se cierra la cavidad uterina. Tiene tantas ansiedades en esta área…, quiero decir, en este tema. Es imposible, para mí, hablar de eso con ella.
—Yo lo haré.
—Kirsten se acusa de la muerte de Jeff.
—Mierda —dije—. Me lo temía.
Kirsten salió del living y me dijo:
—Agrega ginger ale a la lista que te di. Por favor.
—Está bien —respondí—. ¿La tienda…?
—Sal hacia la derecha —dijo Kirsten—. Está a cuatro calles en línea recta y otra a la izquierda. Es una pequeña despensa atendida por un chino, pero tiene todo lo que necesito.
—¿Necesitas más cigarrillos? —preguntó Tim.
—Sí, tal vez un cartón —dijo Kirsten—. Cualquiera de los que tienen bajo nivel de alquitrán. Todos saben igual.
—Está bien —dije.
Tim abrió la puerta para mí y dijo:
—Te llevaré —bajamos hasta el coche estacionado junto a la acera, pero allí descubrió que no tenía las llaves—. Tendremos que caminar —dijo. Y seguimos a pie un rato sin hablar.
—Bonita noche —dije finalmente.
—Hay una cosa que quería conversar contigo —dijo Tim—. Aunque técnicamente no está dentro de tu campo.
—No sabía que tenía un campo —respondí.
—No es tu campo de experiencia. No sé con quién hablar de esto. Estos Documentos Zadokitas son, en cierto sentido, casi diría angustiosos… Para mí, personalmente —vaciló—. Lo que han encontrado los traductores es muchos de los Logia —los dichos— de Jesús, formulados con casi doscientos años de anticipación.
—Comprendo.
—Lo cual significaría que no era el Hijo de Dios —continuó Tim—. Que no era Dios, en realidad, como la doctrina de la Trinidad exige que creamos. Quizás esto no sea problema para ti, Angel.
—No, no lo es.
—Los Logia son esenciales para nuestra percepción y comprensión de Jesús como Cristo, es decir, el Mesías, el Ungido. Pero si como ahora parece, se pueden separar los Logia de la persona de Jesús, debemos reevaluar los cuatro Evangelios, no sólo los Sinópticos, sino los cuatro… Debemos preguntarnos qué sabemos sobre Jesús, si es que sabemos algo.
—¿No se puede pensar simplemente que Jesús era zadokita? —pregunté; ésa era la impresión que yo había recibido de los artículos en revistas y periódicos. Después de los descubrimientos de los rollos de Qumran, los Rollos del Mar Muerto, había habido un gran caudal de especulación; se había pensado que Jesús provenía de los esenios o que de algún modo estaba vinculado con ellos. Yo no veía ningún problema. No podía comprender qué preocupaba tanto a Tim mientras ambos caminábamos lentamente por la acera.
—Hay una figura misteriosa —decía Tim—, mencionada en varios Documentos Zadokitas. Recibe, en hebreo, un título cuya mejor traducción es «Expositor». A este extraño personaje se le atribuyen muchos de los Logia.
—Entonces, Jesús aprendió de él. O de alguna manera, de él procedían.
—Pero entonces Jesús no es el Hijo de Dios. No es Dios encarnado, Dios como un ser humano.
—Quizá Dios reveló los Logia al Expositor.
—Entonces el Expositor es el Hijo de Dios.
—Sí —dije.
—Estos problemas han hecho que viva en la agonía, aunque el término parezca exagerado. Pero me angustian, y es natural que así sea. Muchas de las parábolas narradas en los Evangelios aparecen aquí, doscientos años antes de Cristo. Desde luego, no se encuentran todos los Logia; pero sí muchos, y esenciales. También están presentes ciertas doctrinas cardinales de la resurrección, las que se expresan en las bien conocidas frases de Jesús que comienzan con «Yo soy». «Yo soy el pan de la vida». «Yo soy el Camino». «Yo soy la puerta estrecha». Estas, sencillamente, no se pueden separar de Jesucristo. Toma la primera: «Yo soy el pan de la vida. Cualquiera que coma mi carne y beba mi sangre tendrá vida eterna, y lo elevaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Quien coma mi carne y beba mi sangre vivirá en mí, y yo viviré en él». ¿Comprendes lo que quiero decir?
—Por supuesto —respondí—. El Expositor zadokita lo dijo primero.
—Entonces el Expositor zadokita confería la vida eterna, y específicamente por medio de la Eucaristía.
—Me parece maravilloso —dije.
Tim continuó:
—Siempre se esperó, aunque no se consideraba probable, encontrar algún día Q, o partes de Q; pero nadie soñó nunca que pudiera aparecer una Ur-Quelle que se anticipara a Jesús, y menos por dos siglos. Además…, hay otro asunto particular —hizo una pausa—. Quiero tu promesa de que no hablarás con nadie de lo que te voy a decir, y de que no lo discutirás. Esto no ha sido entregado a la prensa.
—Que me muera si lo hago.
—Junto a las declaraciones de «Yo soy» hay ciertas adiciones muy peculiares que no se encuentran en los Evangelios ni eran conocidas, al parecer, por los cristianos primitivos. Por lo, menos, no ha llegado a nosotros ningún comprobante escrito de que se creyeran o conocieran estas cosas. Yo… —interrumpió brevemente su exposición—. El término «pan» y el término usado para «sangre» se refieren a pan y sangre concretos. Como si los zadokitas tuvieran un pan específico y una bebida específica que ellos preparaban y constituían en esencia, el cuerpo y la sangre de lo que llamaban anokhi, en cuyo nombre hablaba el Expositor, y a quien representaba.
—Oh —dije, asintiendo.
—¿Dónde está esa tienda? —Tim miró a su alrededor.
—En la calle siguiente —respondí—. Me parece.
—Algo que bebían; algo que comían. Como en el banquete mesiánico. Los hacía inmortales, según creían; les daba la vida eterna, esa combinación de lo que comían y lo que bebían. Es evidente que esto prefiguraba la Eucaristía, que está relacionado con el banquete mesiánico. Anokhi. Siempre esa palabra. Comían anokhi y bebían anokhi y, como resultado, se convertían en anokhi. En Dios mismo.
—Eso es lo que enseña el cristianismo —dije—, en la Misa.
—Y hay un paralelo en Zoroastro —prosiguió Tim—. Los zoroastrianos sacrificaban ganado y combinaban su carne con una bebida embriagadora llamada haoma. Pero no hay razones para suponer que esto produjera una identificación con la deidad. Esto, comprendes, es lo que dan los Sacramentos al cristiano; él, o ella, se identifica con Dios tal como está representado en y por Cristo. Se convierte en Dios, o se hace uno o una con Dios, se une, se asimila a Él. Una apoteosis, eso es lo que quiero decir. Y los zadokitas logran precisamente esto con el pan y la bebida derivados del anokhi, y por supuesto, el término anokhi se refiere en sí a la Pura Autoconciencia, es decir, la Pura Conciencia de Yahvé, el Dios del pueblo hebreo.
—También Brahma significa eso —dije.
—¿Cómo es eso? ¿Brahma?
—El brahmanismo. En la India. Brahma posee la conciencia pura y absoluta. La pura conciencia, el puro ser, la pura felicidad. Si recuerdo bien.
—¿Pero qué era ese anokhi que comían y bebían? —preguntaba Tim, retomando el hilo.
—La carne y la sangre del Señor —dije.
—¿Pero qué es? —hizo un gesto—. Una cosa es decir alegremente: «Es el Señor», porque, Angel, eso es lo que en lógica se llama una falacia hysteron proteron; lo que tratas de demostrar ya está supuesto en la premisa. Evidentemente, es el cuerpo y la sangre del Señor; la palabra anokhi lo expresa con claridad; pero no…
—Ah, comprendo —respondí—. Es un razonamiento circular. Lo que quieres decir, en otras palabras, es que el anokhi existe concretamente.
Tim se detuvo y me miró.
—Por supuesto.
—Quieres decir que es una cosa real.
—Dios es real.
—No verdaderamente —respondí—. Dios es un asunto de creencia. No es real en el sentido en que lo es ese coche —señalé un taxi estacionado.
—No podrías estar más equivocada.
Me eché a reír.
—¿Cómo has tenido esa idea? —preguntó Tim—. ¿…de que Dios no es real?
—Dios es… —vacilé—. Una forma de mirar las cosas. Una interpretación. Quiero decir, Él no existe. No, como existen los objetos. Uno no puede chocar contra Él, como contra una pared.
—Un campo magnético, ¿existe?
—Naturalmente —respondí.
—No puedes chocar contra él.
—Pero se mostrará si pones limaduras de hierro en una hoja de papel —expliqué.
—Los jeroglíficos de Dios te rodean por todas partes —dijo Tim—. Como el mundo, y en el mundo.
—Eso es sólo una opinión. No es mi opinión.
—Pero puedes ver el mundo.
—Veo el mundo —dije—, pero no veo ningún signo de Dios.
—No puede haber una creación sin un creador.
—¿Quién dice que es una creación?
—Lo que pienso —dijo Tim—, es que los Logia preceden a Jesús por doscientos años; que los Evangelios están bajo sospecha, y que, entonces, no tenemos pruebas de que Jesús fuera Dios, el verdadero Dios, Dios Encarnado; y por lo tanto, la base de nuestra religión ha desaparecido. Jesús es simplemente un maestro que representaba a una determinada secta judía que comía y bebía… bueno, lo que fuera el anokhi, y se hacía inmortal.
—Creía hacerse inmortal —rectifiqué—. No es la mismo. La gente puede creer que un remedio a base de hierbas cura el cáncer, pero no por eso es verdad.
Llegamos a la tienda y nos detuvimos un instante.
—Supongo que no eres cristiana —dijo Tim.
—Tim —respondí—. Hace años que lo sabes. Soy tu nuera.
—Yo no estoy seguro de ser cristiano. No estoy seguro de que exista una cosa llamada Cristiandad, y debo decir a la gente… Debo cumplir las obligaciones pastorales de mi ministerio. Sabiendo lo que sé. Sabiendo que Jesús era un maestro, y no Dios, y ni siquiera un maestro original; lo que enseñaba era el sistema de creencias conjunto de una secta entera. Un producto de grupo.
—Incluso así podía provenir de Dios —respondí—. Dios pudo haber revelado esto a los zadokitas. ¿Qué otra cosa se dice acerca del Expositor?
—Vuelve los Últimos Días y actúa como el Juez Escatológico.
—Eso está bien —dije.
—También se encuentra en el zoroastrismo —continuó Tim—. En gran parte parece proceder de las religiones del Irán… Los judíos desarrollaron su religión de un modo distinto del iraní durante el período… —dejó inconcluso el discurso; se había vuelto mentalmente hacia adentro, abstraído de mí, de la tienda, de nuestra finalidad.
Intentando animarlo, dije:
—Quizá los estudiosos y los traductores encuentren el anokhi.
—Que encuentren a Dios —dijo.
—Que lo encuentren creciendo, como un árbol, o una raíz.
—¿Por qué dices eso? —parecía irritado—. ¿Qué te hace decir eso?
—El pan debe estar hecho de algo. No se puede comer un pan que no esté hecho de algo.
—Jesús hablaba metafóricamente. No quería decir verdadero pan.
—Él tal vez no, pero los zadokitas aparentemente lo hacían.
—Esa idea ha pasado por mi mente. Algunos traductores lo proponen. Que se trata de un verdadero pan y una verdadera bebida. «Yo soy la puerta del redil.» Jesús ciertamente no quería decir que Él estaba hecho de madera. «Soy la verdadera vid, y mi padre es el viñador. Corta cada rama de mí que no dé fruto; y poda las que den fruto, para que den aún más.»
—Entonces es una vid —dije—. Busca una vid.
—Eso es carnal y absurdo.
—¿Por qué?
Tim respondió con violencia:
—«Yo soy la vid; vosotros las ramas.» ¿Debemos suponer que esto se refiere realmente a una planta, que es un asunto físico y no espiritual, algo que crece en el desierto del Mar Muerto? —hizo un gesto—. «Yo soy la Luz del mundo.» ¡Debemos suponer que podrías leer un periódico acercándote a Él, como a ese farol?
—Tal vez —respondí—. Dionisos era una vid, en cierto modo. Sus adoradores se embriagaban y luego Dionisos los poseía, y corrían por campos y colinas mordiendo a las vacas. Devoraban animales enteros.
—Existe cierta similitud —dijo Tim.
Entramos juntos en la tienda.