CINCO

19 de Eleint, Año del Intemporal (1479 CV)

Tres días después de la visita de Geran a los almacenes de los Erstenwold, el Dragón Marino navegaba a lomos de la marea matutina. Cumpliendo su promesa, Mirya y su hija, Selsha, acudieron a los muelles para verlos partir, junto con unos doscientos hulburgueses destacados y algunos curiosos, entre ellos Nimessa Sokol y el harmach Grigor, al que bajaron desde Griffonwatch en un carruaje abierto. Geran estaba encantado con el bullicio, hasta que Hamil le bajó un poco el ánimo al comentar que al cabo de cinco días todo el Mar de la Luna estaría enterado de que el barco se había hecho a la mar. Sería imposible sorprender a ningún enemigo en un futuro predecible.

Soplaba una brisa leve e intermitente, y la carabela se abrió camino con lentitud a través de los espectaculares Arcos que guardan el puerto de Hulburg. A la luz de la mañana, las imponentes columnas de piedra parecían despedir una luminiscencia de color esmeralda. A medida que Hulburg fue quedando atrás, la brisa se hizo más fuerte y la proa del Dragón Marino empezó a hendir las aguas produciendo un pequeño oleaje.

—Maese Galehand, rumbo sur sudoeste —le dijo Geran al enano—. Mantenlo durante una hora más o menos y, a continuación, torna rumbo noroeste. Vamos a mantener la costa a la vista avanzando hacia el oeste hasta pasar Thentia. Dudo de que el Reina Kraken siga en esta orilla, pero más nos vale asegurarnos de que no lo está.

—Vale, lord Geran —respondió el enano, que transmitió las órdenes a los marineros de cubierta, seguidas de pintorescas maldiciones en su lengua, mientras la inexperta tripulación se ponía a la labor.

Geran se retiró a la banda de sotavento de la toldilla y dejó a Galehand a cargo de la vigilancia, en tanto él se recostaba contra la barandilla para observar a la tripulación en acción y consideraba cuál habría de ser su curso de acción. Sarth Khul Riizar subió a la toldilla y echó una mirada a la ciudad, que se iba perdiendo en la distancia por detrás de ellos. El tiflin imponía respeto con su piel de un color rojo intenso y sus cuernos negros que partían hacia atrás desde la frente. De su cinto colgaba un largo cetro de hierro marcado con glifos dorados. Geran sabía que contenía poderosos conjuros de batalla y ruina, ya que Sarth era un hechicero de gran talento.

—Prácticamente no hay brisa —comentó Sarth—. Habría valido la pena esperar vientos más propicios.

—Estaba ansioso por partir. —Geran se enderezó y dio una palmada a Sarth en el brazo—. Me alegro de que decidieras unirte a nosotros, Sarth.

—Estaré encantado de prestarte algún servicio, pero me temo que no tengo conjuros para invocar un viento más favorable.

Cinco meses antes, Sarth se había revelado como uno de los héroes de la Batalla del Terraplén de Lendon. La gente de Hulburg sabía que había luchado furiosamente por ellos y pocos le tenían en cuenta su aspecto diabólico. Por lo poco que Geran había conseguido averiguar sobre los viajes y aventuras de Sarth antes de su llegada a Hulburg, aquélla no había sido una de las circunstancias habituales en la vida del tiflin.

—Por ahora, con este viento me basta. Hoy nadie navega más deprisa que nosotros —replicó Geran—. Con el viento que viene del oeste necesitarían cambiar de bordada continuamente para dirigirse hacia el oeste, pero ya que lo mencionas… ¿tienes algún medio para adivinar dónde se encuentra el Reina Kraken?

—No sin alguna conexión tangible con el barco. Encuéntrame algo o a alguien que hubiera estado en el barco y podría averiguar la dirección en que va y la distancia a que se encuentra.

—¿Qué tal Nimessa Sokol? ¿Deberíamos volver a Hulburg a buscarla?

—Ya he hablado con ella. La mantuvieron en el Alablanca y jamás puso un pie en el barco pirata. Y aunque lo hubiera hecho, es probable que no hubiese dejado una potente huella psíquica. Se necesita tiempo para que un vínculo así se forme y se fortalezca, y Nimessa apenas estuvo unas horas entre los piratas.

—Supongo que habría sido demasiado fácil —dijo Geran—. Bueno, tal vez podríamos encontrar algo que te resulte útil en la cala donde asaltaron al Alablanca.

Al Dragón Marino le llevó casi todo el día abrirse camino a lo largo de la costa desierta entre Hulburg y Thentia. Geran no abandonó la cubierta para familiarizarse con las sensaciones y los sonidos del barco, observando cómo la tripulación manipulaba las velas y cómo el oficial de derrota y los demás oficiales se hacían con la tripulación. Dos horas antes de la puesta del sol, el Dragón Marino rodeó el último cabo y tuvo a la vista el esqueleto carbonizado del Alablanca.

No había ni rastro del bajel pirata.

—¡Maldición! —dijo Geran entre dientes.

Realmente no se imaginaba que el Reina Kraken pudiera estar allí después de ocho días, pero le habría venido tan bien. Miró a Worthel, que había reemplazado a Galehand en su turno de guardia.

—Echa el ancla aquí y baja un bote, —maese Wonhel. Voy a dar un vistazo a la playa.

—De acuerdo, lord Geran —dijo Worthel, aunque frunció la boca bajo el ancho bigote rojo mezclado con gris—, pero no creo que haya mucho que ver allí. Está quemado hasta la quilla.

Un cuarto de hora después, Geran, Sarth, Hamil y Kara bajaban del bote y avanzaban por el agua hasta la orilla. Inspeccionaron el esqueleto calcinado del Alablanca y los restos dispersos de la carga del barco de los Sokol, todavía sembrados por la costa pedregosa. Kara estudió minuciosamente los rastros y la basura dejados por la tripulación pirata, yendo y viniendo por la playa mientras recreaba la historia de lo que había sucedido allí. Geran sabía que era la mejor rastreadora de todo el norte del Mar de la Luna y esperó a que terminara. Si había algo que encontrar allí, ella lo hallaría. Después de un tiempo, Kara se limpió las manos sobre los faldones de su armadura y se reunió con él. A la luz declinante del día, en sus ojos fulguraba el azul implacable de la marca del conjuro.

—¿Qué conclusión sacas? —le preguntó Hamil.

—Se marcharon hace cinco o seis días —respondió Kara—. Calculo que eran entre ochenta y noventa, en su mayoría humanos, con unos cuantos orcos y ogros. La mayor parte de la tripulación durmió en la playa los dos o tres días que estuvieron aquí.

Eso no era nada fuera de lo común; la mayoría de los capitanes, piratas o mercantes, preferían levantar campamento en tierra si las condiciones lo permitían. Siempre y cuando la tripulación apostara unos cuantos centinelas, era sin duda más seguro que seguir navegando en la oscuridad, y la mayor parte de los barcos que surcaban las aguas del Mar de la Luna o del Mar de las Estrellas Caídas tenían muy pocas comodidades para la tripulación.

—¿Has encontrado algo que pudiera haber pertenecido al Reina Kraken? —preguntó Sarth—. ¿Un trozo de lona, algún cabo abandonado, una barrica vacía?

—No mucho, me temo —respondió Kara. Levantó un viejo bastón de madera de unos treinta centímetros, una cabilla de maniobra—. Es lo mejor que pude hallar que formara parte del barco pirata…, pero hay varias tumbas recientes por allí, entre la maleza que queda por encima de la marca de la pleamar.

Geran asintió.

—Maté por lo menos a dos hombres cuando luchaba por abrirme camino para salir del campamento.

No creía haber herido de muerte a nadie más, pero era posible que el capitán hubiera decidido aplicar algún correctivo durante la estancia del Reina Kraken en la cala. Era posible que los cadáveres sirvieran para lo que Sarth necesitaba, pero se reservó ese pensamiento. Estaban demasiado cerca de los Altos Páramos y de los dominios del lich Esperus para desenterrar cadáveres, independientemente de lo que pretendiesen hacer con ellos. Mejor dejar en paz a los piratas muertos.

—Voy a dar un vistazo.

Sarth echó mano del bastón y lo examinó minuciosamente. El tiflin murmuró las palabras de un conjuro y luego cerró los ojos para concentrarse. Después de un momento dio un bufido y sacudió la cabeza.

—Pertenecía al Reina Kraken, pero el aura es débil o el barco está demasiado lejos —dijo—. No puedo determinar su rumbo.

—Valía la pena intentarlo —dijo Geran, que suspiró y miró las aguas teñidas de púrpura que lamían la costa pedregosa—. Muy bien; entonces tendremos que buscar al Reina Kraken al modo tradicional. Pasaremos la noche aquí y comenzaremos por la mañana.

A lo largo de los cinco días siguientes, Geran condujo al Dragón Marino a lo largo de la costa norte del Mar de la Luna, más allá de Thentia y Melvaunt, hasta el río Stojanov y la pequeña ciudad de Phlan, sin la menor suerte. El tiempo empeoró y unos cielos grises traían todas las noches chaparrones de lluvia fría. Durante el día, el Dragón Marino se enfrentaba a una marejada que arrojaba espuma blanca sobre la proa y atravesaba el viento que azotaba violentamente sus cuadernas. Cruzaron el Mar de la Luna hasta la costa meridional cerca de Hillsfar y pasaron otros cinco días navegando con rumbo este mientras buscaban en las innumerables isletas y ensenadas arboladas que coronaban la orilla entre esa ciudad y el río Lis. A pesar de todo, no encontraron la menor señal del barco que buscaban, y Geran decidió que su presa no estaba tampoco en la costa sur del Mar de la Luna. Eso dejaba sólo los dos confines de ese mar que no habían visitado: el extremo occidental, junto al río Tesh y el Galennar, y, los confines orientales del Mar de la Luna, donde las montañas que rodeaban Vaasa se encontraban con la costa en una sucesión inacabable de espectaculares acantilados. Sin embargo, Geran no se decidía a ordenar a Galehand que pusieran rumbo hacia uno u otro. Ambos eran lugares desolados y despoblados, a los que no llegaban los mercantes. Allí los piratas no encontraban presas ni puertos seguros, ni mercados para sus mercancías robadas. Geran estuvo sopesando las distintas posibilidades la mayor parte de una tarde calada por la lluvia, y por fin decidió tocar el puerto de Mulmaster antes de hacer el siguiente movimiento. Si no recababa ninguna noticia del Reina Kraken en la bulliciosa ciudad, se dirigiría al desolado Galennar.

El viaje del río Lis a Mulmaster sólo duraba unas horas. El Dragón Marino se adentró lentamente en el estrecho y fortificado puerto de Mulmaster al final del frío día de otoño, en medio de una cortina de agua. Altas murallas y oscuras torres se cernían sobre el puerto; Mulmaster trepaba vertiginosamente hacia las desnudas montañas que tenía por detrás, presentando un aspecto poco acogedor y desgarbado. Bajo los nobles gobernantes —o Espadas, como gustaban llamarse—, Mulmaster era una ciudad en la cual los ricos hacían lo que les venía en gana, y los que no tenían oro hacían lo que podían por conseguirlo. El puerto estaba lleno de galeras y galeones de muchas ciudades y compañías diferentes, pero el Reina Kraken no estaba entre ellos.

—Nunca me gustó mucho Mulmaster —comentó Hamil mientras Galehand dirigía el barco hacia un fondeadero abierto—. ¡La primera vez que vine aquí tuve que sobornar a alguien para descubrir la manera adecuada de sobornar a alguien! Estos mulmasteritas no tienen nada de amigables ni de acogedores.

—Es una experiencia que comparto —coincidió Geran.

Kara hizo un gesto con la cabeza para señalar las escolleras de piedra que aparecieron delante de ellos. Varios barcos mercantes se balanceaban suavemente junto a ellos, iluminadas sus cubiertas con fanales. Incluso al final del día, los porteadores seguían descargando uno de los barcos, transportando barriles y bultos desde la bodega en una sucesión interminable.

—Los astilleros de Veruna —dijo Kara, alzando la vista hacia Geran—. Aquí pueden reconocer al Dragón Marino, ya sabes.

Geran asintió. También a él lo ponía un poco nervioso la perspectiva de entrar con el barco en las aguas de la Casa Veruna.

—No creo que los Veruna vayan a tratar de apoderarse del Dragón Marino por la fuerza —dijo—. Tenemos potencia ofensiva suficiente a bordo como para hacer frente a los hombres de armas de una compañía mercantil.

—Es cierto, pero los Veruna podrían convencer a un magistrado de la Alta Espada para que ordenase la incautación del barco. No podremos derrotar a la armada de Mulmaster ni escapar del puerto si alzan las cadenas que lo cierran.

—Elegiremos un amarradero que no llame la atención —decidió Geran—. Maese Galehand, dirige el barco hacia aquel que no está muy cerca de la costa.

Oscureciendo como estaba, ninguno de los sirvientes de Veruna capaces de reconocer el barco podría ver mucho más que otro casco oscuro lanzando amarras en el puerto.

—De acuerdo, lord Geran.

El enano se encargó del timón personalmente y llevó el barco al punto que le había indicado Geran. El Dragón Marino no era una galera; respondía lenta y torpemente a los remos. Geran no se podía sacar de encima la impresión de que toda la ciudad observaba en silencio su tedioso avance hacia el amarradero vacante que había elegido. Por fin, Galehand detuvo el barco e indicó a la tripulación que echara el ancla.

—Maese Galehand, baja el esquife al agua —dijo Geran—. Mantén la tripulación a los remos y estate preparado para soltar amarras y dirigirte a mar abierto si algo se tuerce. Hamil y yo iremos a tierra para ver si podemos averiguar algo. Kara, quedas al mando.

Kara asintió.

—¿Y yo qué hago? —preguntó Sarth.

—Me gustaría que vinieras con Hamil y conmigo —le dijo Geran al tiflin—. Tu talento nos puede resultar útil en tierra.

Media hora más tarde, seis de los marineros del Dragón Marino remaban para llevar el esquife hasta el muelle del lado sur del puerto, donde lo amarraron finalmente. Tras elegir una dirección más o menos al azar, Geran se puso en marcha por las calles oscuras e invadidas por la niebla. Todavía no era muy tarde y se cruzaron con mucha gente, en su mayoría jornaleros y trabajadores que seguían con sus ocupaciones del día, pero también vieron hombres y mujeres ataviados para asistir a alguna velada, y alguna que otra patrulla de soldados.

Visitaron varios astilleros y oficinas contables cerca de los muelles, donde preguntaron por el Reina Kraken y distribuyeron monedas discretamente para ayudar a soltar las lenguas. Pocos mulmasteritas parecían inclinados a colaborar, pero en una bodega que había enfrente de la casa de aduanas, Hamil se encontró con un puñado de revendedores y amanuenses de las principales casas comerciales del Mar de la Luna, que se reunían a beber después de todo un día de trabajo en los astilleros. El halfling trajo a un hombre adusto, de pelo gris, vestido con una túnica de la Casa Jannarsk, a la mesa a la que estaban sentados Geran y Sarth, y puso una jarra de buen vino sembiano frente a él.

—Éste es maese Narm, un oficial contable que trabaja para la Casa Jannarsk —dijo Hamil—. Está en los muelles de los Jannarsk casi todos los días y se ocupa de los prácticos mulmasteritas. No le hace ascos a complementar su salario respondiendo a unas cuantas preguntas inofensivas.

Narm se encogió de hombros.

—A los Jannarsk no les importa, siempre y cuando me reserve lo relativo a sus negocios. No voy a decir nada sobre los cargamentos de los Jannarsk.

Lo más probable era que eso significara que Narm no estaría dispuesto a divulgar datos sobre los cargamentos de su Casa sin un aumento sustancial del soborno, pero eso no le preocupaba a Geran. Realmente no le interesaba lo que la Casa Jannarsk pudiese traer o llevarse de Mulmaster.

—Lo entiendo —dijo—. ¿Has visto alguna vez aquí, en el puerto, una galera de guerra de gran calado, un barco de casco negro y con un mascarón de proa en forma de sirena con tentáculos?

El hombre de Jannarsk negó con la cabeza.

—No, ningún barco así ha entrado en el puerto de Mulmaster en el tiempo que llevo aquí, y de eso hace dos años. Pero he oído hablar de un barco como el que describes. Es un barco pirata.

Geran se permitió un pequeño suspiro de alivio. Había tenido un poco de miedo de que el Reina Kraken pudiera anclar libremente en Mulmaster y navegar con una patente de corso de la Alta Espada. Si los piratas que asaltaban a los barcos de Hulburg estuviesen bajo protección de los mulmasteritas, habría sido cuando menos un desafío gigantesco, ya que Hulburg no podía aspirar a obligar a los gobernantes de una ciudad más grande a abandonar esa práctica.

—Continúa —dijo.

—Un comerciante con el que tuve tratos mercantiles quedó arruinado por un barco con un mascarón de proa en forma de kraken. Tiene un par de embarcaciones que hacen la ruta entre Hillsfar y Mulmaster; importa grano, queso, fruta y cosas por el estilo de las Dalelands. Un comercio decente para un pequeño armador. Pero su embarcación más grande fue abordada por dos barcos piratas a unas cuantas millas del Lis promediado casi el verano. Ambos piratas navegaban con la misma bandera: un campo negro con una media luna y un alfanje. —Narm bajó la voz—. La bandera de la Hermandad de la Luna Negra.

—¿La Hermandad de la Luna Negra? —preguntó Sarth.

—Me temo que no es ni más ni menos que una historia para asustar a los niños a fin de que se porten bien —respondió Geran—. Siempre ha habido rumores de una liga pirata en el Mar de la Luna, y cada vez que aparecen piratas en estas aguas, la gente empieza otra vez con estas historias.

Narm hizo una mueca despectiva.

—Puede ser que fuera una fábula hace uno o dos años, pero ahora es cierto. Yo hablé con un hombre que sobrevivió al ataque, un mercenario contratado para proteger la embarcación, y me dijo lo que había visto.

—Los piratas no suelen dejar testigos vivos —observó Hamil.

—El mercenario cayó por la borda durante el combate y tuvo la suerte de encontrar un trozo de madera flotando al que aferrarse, hasta que lo recogió otro barco —dijo Narm, encogiéndose de hombros—. Podéis creerme o no. La embarcación del armador fue apresada; de eso no tengo la menor duda.

—No pongo en duda lo que cuentas sobre el ataque a la embarcación. Lo que no me convence es lo de la liga pirata. —Geran se frotó la barbilla, pensativo—. ¿Estás seguro de no haber visto la galera negra con la dama kraken en la proa? ¿No has oído hablar de un barco llamado Reina Kraken?

—No, jamás ha visitado Mulmaster. —El amanuense negó con la cabeza. Vaciló un momento y luego propuso algo—. Sin embargo, conozco a alguien que podría saber más sobre estas cuestiones.

Geran le hizo un gesto afirmativo a Hamil, que le pagó al hombre con media docena de coronas de oro. Narm se metió rápidamente las monedas en el bolsillo.

—A veces resulta útil pasar por alto las formalidades de la aduana —dijo en voz baja—. Hay un hombre llamado Harask que nos ayuda a solucionar estas cuestiones. Podéis encontrarlo en el almacén que hay al otro lado de Punta Glacial, una taberna de los muelles sudoccidentales. Os advierto que es muy capaz de robar a un par de forasteros y de arrojar sus cuerpos a las aguas del puerto.

El hombre saludó a los tres compañeros con una leve inclinación de cabeza y se retiró.

Geran esperó a que estuviera lo bastante lejos como para que no pudiera oírlos y se acercó para hablar con Sarth y Hamil.

—¿Qué sacáis en limpio de todo esto? —les preguntó.

—Deberíamos buscar al mercenario que sobrevivió al ataque —dijo Sarth.

—No creo que merezca la pena —dijo Hamil—. Después de todo, Geran ha visto el Reina Kraken. ¿Qué más podríamos averiguar del hombre de armas?

—Yo no recuerdo haber visto una bandera en el Reina Kraken —dijo Geran—, pero tenía la vista fija en Nimessa Sokol y sólo pensaba en el peligro que corría. Tal vez me pasara desapercibida.

Hamil le sonrió.

—¿Quieres decir que estabas distraído por la mujer hermosa, medio desnuda, atada allí en la playa? Sinceramente, Geran, un héroe de tu talla debería ser capaz de mantener la cabeza fría.

Geran recordó los hombros desnudos de Nimessa y el contacto de su cuerpo esbelto delante de él en la silla de montar, pero rápidamente hizo a un lado el pensamiento.

—La próxima vez que vayamos a Hulburg, le preguntaré a Nimessa si recuerda una bandera con una luna y un alfanje —dijo.

Si la historia que les había contado Narm era cierta, entonces el Dragón Marino tal vez tuviera que enfrentarse a una flotilla en lugar de a un solo barco. Y el hecho de que Narm les hubiera referido un ataque a un barco de Mulman hacía pensar que los corsarios asaltaban a todo el tráfico del Mar de la Luna con que se topasen en lugar de tender emboscadas sólo a los mercantes de Hulburg.

—Propongo que hagamos una visita a ese Harask y veamos qué puede contarnos sobre los piratas de la Luna Negra.

Dejaron la bodega y se encaminaron otra vez hacia los muelles, donde las tabernas estaban llenas de una multitud más tosca.

—Es posible que no hayamos encontrado todavía al Reina Kraken porque mientras estaba en la costa norte nosotros estuviéramos en el sur —comentó Hamil mientras los tres caminaban por el centro de la calle, evitando los malolientes desagües—. Es muy probable que lo hayamos pasado por alto. A estas alturas podría estar acechando otra vez cerca de Hulburg.

Sarth lanzó un bufido.

—Es mejor no pensar en esa posibilidad. En ese caso, podríamos perseguir al barco pirata por todo el Mar de la Luna durante diez días.

Se encaminaron hacia el extremo más pobre de la ciudad, pasando por una serie de establecimientos cada vez más dudosos y peligrosos. La noche se iba poniendo húmeda y fría, y una niebla maloliente se extendía sobre los distritos próximos al mar. Les llevó casi una hora encontrar Punta Glacial. Desde la calle oscura oyeron el sonido amortiguado de voces, el entrechocar de jarros de peltre y algún que otro grito o risotada. Al otro lado de la calle asomaba entre la niebla un almacén destartalado.

Sarth frunció el entrecejo.

—Tras horas de búsqueda creo que hemos dado con el establecimiento más hediondo de esta desolada ciudad. Después de esto, nuestras perspectivas sólo pueden mejorar.

Geran enarcó una ceja. ¿Había sido una broma del estirado tiflin? No habría esperado semejante cosa de Sarth.

—Si aquí no averiguamos nada nuevo, lo dejaremos por esta noche —dijo—. Vamos, es posible que acabemos por fin con esto.

Se dirigió a la puerta del almacén y llamó con fuerza. Al principio, no hubo respuesta, pero luego se oyó un murmullo y el crujido de las tablas del piso. Alguien corrió un cerrojo con un chirrido metálico, y Geran se encontró ante un par de hoscos mulmasteritas, vestidos con sucias prendas de trabajo, que estaban de pie en un pequeño espacio despejado entre pilas de baúles y barricas. Ambos hombres llevaban al cinto largos cuchillos.

—¿Qué quieres? —preguntó uno con un gruñido.

—Hemos venido a hablar con Harask. ¿Está aquí?

Los dos se miraron, y luego dieron un paso atrás.

—Está. Pasad.

Los tres compañeros entraron. Sus desabridos guías los llevaron por entre las pilas de mercancías hasta un espacio cerca del fondo del almacén donde había una pequeña multitud de humanos y semiorcos mugrientos sentados en unos barriles viejos y en toscos bancos. Los rufianes los miraron a los tres con desconfianza. En el centro de la estancia había un hombre de puños enormes, cuerpo rechoncho y barba negra, vestido con una chaqueta de cuero que no era de su talla y tachonada con remaches de acero.

—Bien, bien —dijo. Hablaba con el acento engolado y pastoso de los habitantes de Damara o Vaasa—. Un humano, un halfling y un engendro del diablo en una misma habitación. Estoy esperando el resto de la broma.

—¿Eres Harask? —preguntó Hamil—. Puede ser que tengamos un negocio que proponerte.

Harask abrió las manos.

—Os escucho.

Geran habló a continuación.

—Estamos buscando un barco que navega bajo una bandera negra, una bandera con una media luna y un alfanje cruzados. ¿Has visto alguna vez un barco o una bandera así?

—Es posible —respondió Harask—. ¿Qué os va en ello?

—Estamos dispuestos a pagar bien por averiguar su paradero —respondió Geran.

—¡Ah, conque eres un hombre de posibles! —comentó Harask mientras dirigía una mirada a los rufianes que estaban detrás de Geran.

Geran giró sobre sus talones y echó mano a la espada justo a tiempo. Sin mediar palabra, los contrabandistas que esperaban en el almacén se echaron sobre los tres compañeros, sacando cuchillos y puñales que llevaban ocultos bajo sus capas y chaquetas. Durante un furioso instante, Geran temió que pudieran superarlos. De un salto atrás esquivó una cuchillada, paró el golpe de una estaca con su espada y luego la arrancó de la mano de su enemigo llevándose de paso dos dedos. Detrás de él, Hamil derribó a un hombre al suelo de un corte en el tendón de la corva y se lanzó a continuación a los gemelos de otro rufián, al que hizo caer al suelo estrepitosamente. Geran lo dejó inconsciente de una patada en la cara mientras estaba en el suelo. Entonces, un brillante resplandor azul sacudió la estancia y un relámpago restalló en el aire. Varios de los rufianes se encogieron y cayeron entre convulsiones. El breve asalto se terminó tan rápidamente como había empezado.

Sarth alzó su varita reluciente de peligrosa luz azulada.

—¡No me complace ser acosado por tipos de vuestra calaña! —les espetó a los presentes.

Los rufianes que todavía estaban de pie lo miraron y salieron corriendo hacia la puerta.

Geran se volvió hacia Harask y lo vio a punto de salir por una pequeña puerta oculta. Se lanzó en su persecución y lo arrastró de vuelta al centro del almacén, arrojándolo sobre su asiento. Acto seguido le apoyó la punta de la espada en el pecho.

—¿Adónde crees que vas? —preguntó.

El gordo lo miró con rabia.

—Lamentarás esto —dijo—. ¡Tengo poderosos amigos en esta ciudad! No tardarás en toparte con ellos.

—No me importan mucho tus amigos —replicó Geran, que se agachó, asió a Harask por el cuello y le dio una buena sacudida—. Ahora dime: ¿qué sabes sobre la Luna Negra?

—¡Vete a los Nueve Infiernos!

Geran estaba perdiendo la paciencia. Algunos de los rufianes tal vez hubieran ido en busca de ayuda o incluso a buscar a la guardia local, y no tenía ningún interés en tener que explicar nada a los guardianes de la ley de Mulmaster. Golpeó de plano con su espada la oreja izquierda de Harask, un golpe que arrancó al otro un aullido de dolor e hizo aparecer en su cara un verdugón brillante.

—Cuidado con tus modales —dijo—. Ahora dime: ¿has visto un barco con esa bandera? ¿Dónde lo has visto?

—En Zhentil Keep —replicó el hombre—. ¡Maldita sea! ¡Estaba en Zhentil Keep! ¡Y ahora déjame!

—Estás mintiendo. Nadie va a Zhentil Keep. Son unas ruinas habitadas por monstruos.

—Que Cyric me arranque la lengua si miento —dijo el hombre—. Forajidos y contrabandistas de las ciudades próximas se ocultan en las ruinas a lo largo del Tesh. Nadie los molesta y siempre hay allí un barco o dos buscando tripulantes.

El mago de la espada entrecerró los ojos para estudiar a Harask, que lo miraba con rabia mientras se cubría la oreja con una mano. De haber estado él en el lugar del rufián, Zhentil Keep habría sido exactamente el lugar al que le habría dicho que fuera a su interrogador. Las ruinas se encontraban casualmente en el otro extremo del Mar de la Luna, y estaban infestadas de monstruos, pero ciertamente era casi el único lugar del Mar de la Luna occidental donde todavía no había buscado. Los barcos mercantes no tenían motivo alguno para ir más hacia el oeste de Hillsfar y Phlan, de modo que había hecho volver al Dragón Marino hacia el este sin recorrer cien millas más aprovechando el viento para buscar en costas desiertas y ciudades en ruinas. Las posibilidades de que un pirata tuviera su guarida en esas ruinas le parecían casi tan remotas como de que se refugiase en el Galennar…, pero Geran había oído historias de que los bandoleros y forajidos por el estilo a veces se refugiaban en Zhentil Keep. Tan posible como eso era que los barcos piratas tuvieran allí su guarida.

Creo que está diciendo la verdad —le dijo Hamil.

Geran sabía que el talento de los fantasagaces para hablar mentalmente no los capacitaba para leer el pensamiento a los demás, pero sí les daba una percepción de la verdad más aguzada que la de la mayoría.

—Yo también lo creo —le dijo a Hamil. Luego, se volvió hacia Harask—. Si descubro que me has mentido, volveré a por ti. —Con un gesto de la cabeza señaló a Sarth—. Mi amigo el hechicero te invertirá con su magia. Caminarás con la lengua y llevarás los ojos en el trasero, de modo que ya puedes rogar que encontremos lo que buscamos en Zhentil Keep.

Sarth le echó a Geran una mirada sorprendida, pero Harask no la vio. Estaba muy ocupado en chillar.

—¡Te he dicho lo que sé!

El mago de la espada miró a sus compañeros y señaló hacia la puerta. Se internaron en la calle inundada por la niebla. Por los alrededores no se veía a ninguno de los hombres que habían salido pitando del almacén. La magia de Sarth los había puesto en fuga, sin la menor duda.

—¿A Zhentil Keep, entonces? —preguntó Hamil en voz baja.

—Eso parece —respondió Geran.

Un agudo silbido atravesó la noche, abriéndose camino entre la niebla. Al parecer, alguno de los rufianes había ido directamente a la Guardia a informar de que había por ahí suelta una magia peligrosa. Geran hizo una mueca e intercambió miradas con Sarth y con Hamil.

—Pongámonos en camino. Creo que ya no somos bienvenidos en Mulmaster.