16 de Eleint, Año del Intemporal (1479 CV)
Dos días después de la reunión del Consejo del Harmach, Geran pasó la mañana en el alcázar del Dragón Marino, vigilando mientras un equipo de carpinteros trabajaba para reponer el palo mayor del barco. El antiguo había sido destrozado por un temporal de primavera hacía ya unos meses, y ésa había sido una de las razones por las que los mercenarios de la Casa Veruna lo habían dejado cuando se marcharon de Hulburg. Por supuesto, lo habían despojado de todo tipo de pertrechos, velas, aparejos y demás cosas por el estilo, pero eso tenía fácil remedio. En cambio, reemplazar un palo mayor era un trabajo tedioso. En los dos últimos días, los carpinteros hulburgueses habían cortado y habían retirado el mástil quebrado, y habían construido un puntal de carga temporal para alzar el nuevo mástil: un pino alto y recto cortado al pie de las Montañas Galena y estacionado durante años en un estanque propiedad de la Casa Marstel. Varias docenas de trabajadores sudaban y maldecían mientras manipulaban los largos y rechinantes cabos hasta colocar el nuevo mástil en el hueco dejado por el antiguo.
El ruido de ruedas sobre el empedrado de la calle llamó la atención de Geran. Al mirar hacia abajo vio un carruaje abierto que se detenía junto al portalón de acceso al Dragón Marino. Un par de hombres de armas con los colores negro y azul cielo de la Casa Sokol saltaron del estribo mientras Nimessa Sokol salía del coche. Estaba espléndida, con un vestido de terciopelo color burdeos bordado con flores doradas. Ante la mirada sorprendida de Geran, un enano de aspecto mediocre, calvo y con una barba partida de color gris ferroso saltó del carruaje tras ella, vestido como un trabajador corriente. Nimessa alzó la vista hacia arriba y vio a Geran que la miraba. Le dedicó una cálida sonrisa y empezó a subir por el portalón con el extraño personaje a su lado. Geran bajó los peldaños que llevaban a la cubierta principal y fue a recibirla a la barandilla.
—Pensé que tal vez te encontraría aquí —dijo—. ¿Podemos subir a bordo?
—Por supuesto, pero cuidado con los que están trabajando en el mástil. —Geran la condujo hasta más allá del grupo de trabajo y la llevó a un rincón seguro de la cubierta—. Es un placer inesperado. ¿Qué te trae al Dragón Marino?
—Me he enterado de que estás buscando un oficial de derrota —dijo Nimessa—. Creo que tal vez te haya encontrado uno. Permíteme que te presente a maese Andurth Galehand. Maese Galehand, éste es lord Geran Hulmaster.
Geran y él se estrecharon el antebrazo, según la costumbre enana, y el mago de la espada estudió al hombrecillo. En sus gruesos brazos había tatuadas runas que formaban palabras indescifrables, y como la mayoría de los enanos, le demostró a Geran su fuerza en el saludo.
—Milord —dijo el enano.
—Maese Galehand ha llegado esta mañana a la Casa Sokol para firmar un contrato con nosotros —dijo Nimessa—. He pensado que tal vez necesitaras un oficial de derrota para el Dragón Marino.
—Y así es. ¿Estás segura de poder prescindir de él?
La semielfa asintió.
—Ya hemos llegado a un acuerdo, pero su primer destino dentro de la Casa Sokol es ocupar el puesto de oficial de derrota contigo, si es que lo aceptas. Y también enviaré marineros y hombres de armas avezados, todos los que necesites para completar la tripulación del barco.
Geran enarcó una ceja.
—Muy generoso por parte de la Casa Sokol.
—No, sólo es una cuestión de sentido común. Los piratas son un problema y los barcos de los Sokol no estarán seguros hasta que queden derrotados. —Los ojos de Nimessa relucieron—. Además, tengo un interés personal en ver hundido el Reina Kraken. Todo lo que la Casa Sokol pueda proporcionarte es tuyo; no tienes más que pedir.
—Tengo a Erstenwold buscando pertrechos y provisiones, pero tus marineros y hombres de armas me vendrán muy bien. —Se volvió hacia el enano—. ¿Estás dispuesto a navegar bajo bandera del harmach, maese Galehand?
—Claro, no me plantea ningún conflicto. —El enano miró a los carpinteros que trabajaban en el mástil y asintió con un gruñido de aprobación—. Tus carpinteros parecen saber lo que se hacen. El mástil antiguo nunca fue muy bueno. Ahora navegará mucho mejor.
—¿Has navegado antes en el Dragón Marino?
El enano le respondió con una sonrisa reconcentrada.
—Conozco este barco como a mi propia barba. Fui su oficial de derrota durante cinco años. Llevo mucho tiempo deseando ver ahí un nuevo palo mayor.
—El Dragón Marino fue un barco de la Casa Veruna. ¿Quieres decir que fuiste un hombre de Veruna?
—Sí, pero me separé de ellos hace cuatro años. La Compañía de la Doble Luna me hizo una oferta mejor y me cambié de barco. He estado con ellos desde entonces, pero ahora necesito una nueva colocación.
—¿Y por qué dejaste la Doble Luna?
El enano puso cara de disgusto.
—No fui yo quien lo hizo. La Doble Luna me echó fuera.
Geran miró a Nimessa, que se encogió de hombros; después volvió la vista hacia Galehand.
—Eso no es precisamente para inspirar confianza —dijo.
—¡Oh, hago bien mi trabajo, lord Hulmaster! He navegado por estas aguas durante treinta años, la mitad de ellos como oficial de derrota. No, la Doble Luna decidió prescindir de mis servicios el mes pasado después de que llamé a uno de los altos agremiados «zoquete de cerebro podrido» y le di un puñetazo.
Geran frunció el entrecejo. El Dragón Marino necesitaba un oficial de derrota, pero no quería atarse a un oficial conflictivo, inclinado a discutir las órdenes.
—Ya veo que eres un enano que dice lo que piensa —dijo, midiendo sus palabras—. ¿Y qué te llevó a hacer eso?
—Tal vez recuerdes una serie de nefastas tormentas eléctricas que soplaron a principios de Flamerule. Zarpamos de Melvaunt, a menos de cincuenta kilómetros de Hillsfar, con rumbo sur. Subí a cubierta para hacer mi guardia y me encontré con que, en vez de virar de popa al frente tormentoso y tomar rizos en las velas mayores, el alto agremiado había tergiversado las órdenes del capitán y le había dicho a la tripulación que desplegase toda la lona y atravesase el viento. Supongo que se proponía llegar a Hillsfar antes de que nos alcanzara la tormenta. Para entonces ya teníamos el frente sobre nosotros y a punto estuvo de ponernos en un grave aprieto. —Galehand meneó la cabeza—. En cuanto echamos un ancla y tomamos rizos le dije lo que pensaba de él. Se me enfrentó y fue entonces cuando le pegué. Al día siguiente, en Hillsfar, me despidieron.
—Has tenido suerte de que el capitán del barco no te pusiera grilletes por pegar a uno de los propietarios.
Galehand dio un resoplido.
—Bueno, a decir verdad, creo que al capitán también le hubiera gustado darle un puñetazo.
Geran se echó a reír. No sabía nada sobre Andurth Galehand, pero era evidente que no se mordía la lengua, y si lo que decía era verdad, entonces no había sido su falta de competencia lo que lo había puesto en esa situación.
—Está bien, maese Galehand, ya eres mi oficial de derrota; haré redactar el contrato. Tu primera tarea será ocuparte de los aparejos y del pañol de velas. Me propongo zarpar de aquí a diez días y me formaré una idea de ti por lo deprisa y lo bien que prepares al Dragón Marino para hacerse a la mar.
—Muy bien, lord Hulmaster. Si me das una hora, iré a buscar mi equipo y volveré aquí enseguida.
—Estupendo, maese Galehand.
El enano tatuado se dirigió hacia el portalón.
Geran lo observó mientras se marchaba y luego alzó la mirada al cielo; era poco antes del mediodía de un día de otoño despejado y soleado, y soplaba un ligero viento del oeste.
—No tenías que haber venido hasta aquí en persona, ¿sabes? —le dijo a Nimessa—. Una palabra de presentación tuya habría bastado.
—Supongo que todavía estoy buscando una manera de darte las gracias por salvarme la vida. —Nimessa le dedicó una tímida sonrisa y se volvió para pasar una mano por la madera reluciente de la barandilla—. Parece que eres un hombre de intereses muy variados: espadachín, mago y ahora también capitán de barco.
—He estudiado unos cuantos conjuros de la espada, supongo, pero ésa es toda la magia que sé. En cuanto a lo de navegar, bueno…, antes de volver a casa este verano pasé un año y medio con la venta ambulante de la Vela Roja de Tantras, viajando por todo el Mar de las Estrellas Caídas.
Apoyó la mano en la barandilla del Dragón Marino, junto a la de ella, y le pareció sentir que el barco se inquietaba bajo su palma, como un caballo deseoso de galopar. Nimessa esperó a que continuara, con una sonrisita en la cara. Geran se encontró hablando otra vez antes de saber lo que decía.
—Siempre he querido ver nuevos lugares. Creo que no he nacido para estar mucho tiempo en un mismo sitio.
—¿Qué es lo que te impulsa?
—Indudablemente no es ninguna inquietud por los negocios de la Vela Roja —dijo una voz.
Hamil Alderheart apareció en la pasarela que llevaba por debajo del alcázar a los camarotes de los oficiales. El halfling iba vestido con una bonita casaca verde sobre una camisa color ante, con un sombrero a juego que cubría sus largas trenzas rojizas. Desde que Geran lo conocía, Hamil siempre se había preciado de vestir con elegancia.
—Geran no tiene mucho de mercader. Yo hacia todo el trabajo: llevar los libros, comprar y vender. Él realmente no era más que un jactancioso carretero. ¿Qué te trae a bordo del Dragón Marino, mi señora?
—Nimessa, éste es mi viejo camarada Hamil Alderheart. Juntos corrimos aventuras en la Compañía del Escudo del Dragón hace años y más tarde adquirimos la Compañía de la Vela Roja —dijo Geran.
Él sólo había permanecido en esa compañía una breve temporada, hasta que sus ansias de ver mundo lo llevaron a Myth Drannor; pero Hamil le permitió volver a comprar su parte sin una sola palabra de reproche cuando Geran volvió a Tantras después de sus años al servicio de la Coronal.
—Hamil, ésta es Nimessa Sokol. Ha venido a Hulburg a hacerse cargo de la concesión que tiene aquí su familia.
Hamil se quitó el sombrero e hizo una profunda reverencia antes de llevarse los dedos de Nimessa a los labios.
—Estoy encantado, mi señora —dijo—. Ahora veo por qué Geran se enfrentó a una flota de piratas por tu honor. Yo me metería en la boca de un dragón por una mujer tan bella como tú.
Geran bajó la cabeza para ocultar una sonrisa. Hamil jamás se había resistido a cubrir de halagos a una mujer hermosa, aunque fuera medio metro más alta que él. Por su parte, Nimessa rió y se ruborizó.
—¡Te agradezco esa disposición, maese Alderheart, pero esperemos que nunca sea necesario!
—Me complace ver que has recuperado el ojo para la belleza —le dijo Hamil a Geran mentalmente.
Era un halfling del pueblo de los fantasagaces, y su gente tenía el don de hablar sin sonido cuando lo deseaba.
—Si tú no la cortejas, lo haré yo.
Geran hizo caso omiso de los comentarios silenciosos de su amigo.
—Nimessa nos ha encontrado un oficial de derrota —le dijo a Hamil—, un enano llamado Andurth Galehand. Desempeñó ese cargo en el Dragón Marino durante años.
—Bien —dijo Hamil—, pero me sorprende que hayas admitido a un hombre de Veruna, enano por más señas.
—Hace de eso cinco años, y parece que conoce el Dragón Marino. Además, es un enano, no un mulmasterita. Los Veruna no depositan su confianza en otros pueblos.
Probablemente a Andurth le habían pagado bien, pero dándole poca autoridad o capacidad de acción respecto de los intereses de la compañía. Ésa era una de las debilidades de la Casa Veruna; trataban a sus contratados como sirvientes de poca confianza y reservaban las mejores pagas y la autoridad real para los mulmasteritas que tenían vínculos de sangre con la familia.
—Todavía necesitamos media docena de marineros y unos cuantos hombres de armas —dijo el halfling—, y nos vendría bien un práctico.
—La Casa Sokol proveerá vuestras necesidades de personal de a bordo —le dijo Nimessa a Hamil—. Estoy segura de que también podré encontraros unos cuantos hombres de armas bien preparados.
—No te preocupes por el práctico —dijo Geran—. Ya hace unos años, pero conozco bien el Mar de la Luna, y parece que nuestro oficial de derrota también. Yo me ocuparé de la navegación.
—Si te pierdes o nos haces encallar en un arrecife te recordaré tus palabras —replicó Hamil—. ¡Ah! Y una cosa más: la madre Iniciada. Mara ha mandado decir que ha enviado a un joven monje llamado Larken para que ejerza de capellán del barco. Se supone que llegará mañana.
—Entonces, ya tenemos la tripulación prácticamente completa —dijo Geran—. Estoy impresionado, Hamil. Jamás habría imaginado que serías capaz de reunirla tan rápidamente.
El halfling se encogió de hombros.
—No fue obra mía, Geran. Cuando comenzó a correr la voz de lo que estabas preparando, la gente empezó a hacer cola para ponerse a tu servicio.
—¿Con cuántos navegaréis? —preguntó Nimessa.
—Bueno, el Dragón Marino necesita unos veinte marineros para ser tripulado sin problemas —respondió Geran—, pero nosotros también precisamos de un gran número de hombres de armas para que se ocupen de los piratas a los que esperamos capturar; de modo que tendremos bastantes más de cien, contando a la Guardia del Escudo y a los mercenarios de las compañías mercantiles.
—¿Es eso suficiente para hacer frente al Reina Kraken?
Geran se permitió una sonrisa amenazadora.
—¡Oh, sí! Si puedo encontrarlo seré capaz de acabar con él. Sólo es cuestión de seguirle el rastro.
—Buena caza, entonces. —Nimessa se acercó y besó suavemente a Geran en la mejilla—. Debo marcharme. Todavía tengo mucho que poner en orden en nuestros astilleros.
A continuación, se apartó, saludó a Hamil con una inclinación de cabeza y se dirigió hacia el portalón, por el que bajó hasta donde la esperaban sus hombres de armas y su carruaje. El cochero hizo restallar las riendas, y el carruaje salió rodando calle abajo.
Geran siguió el coche con la mirada, y luego se llevó la mano a la mejilla con aire ausente.
—Creo que la joven te mira con buenos ojos —comentó Hamil—. Supongo que es comprensible. Cuentas con una ventaja injusta, ya que tu galanura la salvó de un destino mucho peor que la muerte. ¡Maldita suerte!
El mago de la espada sacudió la cabeza.
—No lo sé. Aunque tengas razón…, bueno, ¿cuántas veces puedo rescatarla de los piratas?
—Hazme caso, Geran. Es un buen comienzo.
Geran trató de sacarse a Nimessa de la cabeza. Se volvió a mirar a los carpinteros ocupados en el palo mayor. La instalación estaba casi terminada, pero llevaría horas poner las jarcias, las brazas y el pesado aparejo para las velas.
—No podemos hacer mucho más aquí. Tengo que comprobar la orden de avituallamiento a Erstenwold.
—Buena idea —dijo Hamil.
Se pararon a hablar con Worthel, el segundo de a bordo, un patrón de pelo oscuro, de mediana edad, natural de Tantras, uno de una docena de la Vela Roja que se habían presentado voluntarios para navegar bajo el estandarte del harmach. Después de aconsejarle que se mantuviera pendiente de Galehand, Geran y Hamil lo dejaron a cargo de la supervisión de lo que quedaba de la reparación del mástil y bajaron por el portalón a los muelles de Hulburg, que eran un hervidero.
Comparada con algunas de las demás ciudades del Mar de la Luna, Hulburg era pequeña y rústica. Los trabajadores de una gran variedad de tierras extranjeras casi superaban en número a los hulburgueses nativos. Mientras se dirigían hacia el norte por la calle del Tablón, Geran y Hamil se cruzaron con enanos de pesadas botas y cotas de malla, melvauntianos y thentianos con las casacas y las capas cortas que estaban de moda en esas ciudades, y con todo tipo de amanuenses y escribientes, y hombres de armas que llevaban los colores de las diferentes compañías mercantiles que tenían concesiones en Hulburg. En los diez años que Geran había estado fuera, en las tierras del sur, Hulburg se había atestado. Aunque ya habían pasado cinco meses desde su regreso, seguía tratando de acostumbrarse al espectáculo y al ruido de esa ciudad bulliciosa y vigorosa que misteriosamente había reemplazado a la ciudad apacible de su juventud.
Pasaron por delante de varios grupos de trabajadores foráneos parados en las esquinas o esperando delante de los comercios, buscando trabajo, o eso pensó Geran. Venía a Hulburg gente de todo el Mar de la Luna en busca de fortuna, ya que las explotaciones forestales y mineras de las estribaciones montañosas ofrecían una ocasión de ganarse un salario. Eran hombres pobres, desesperados, demacrados y de ojos hundidos, vestidos con capas y ropas andrajosas. Algunos se habían pasado toda la vida de una ciudad a otra, recorriendo Faerun en busca de algún lugar en el que establecerse.
Cuando atravesaron la calle de la Carreta, Geran reparó en una conmoción a su derecha. Una banda de una docena de hombres mugrientos y con capas andrajosas marchaban por el centro de la calle empujando a los que encontraban a su paso. Casi todos iban armados con hachas pequeñas o estacas cortas, y cuchillos o estoques al cinto. Llevaban la mano izquierda envuelta con tiras de tela gris y una gran mancha de hollín en el reverso de la mano. La gente de la ciudad murmuraba y los miraba con furia mientras iban abriéndose camino entre la multitud, pero a los rufianes les tenía sin cuidado.
Geran llamó la atención de Hamil con una palmada en el hombro.
—Puños Cenicientos —dijo en voz baja—. No creo haberlos visto antes en el distrito mercantil. ¿Qué están haciendo aquí?
—Buscando problemas por lo que puedo ver —respondió Hamil, que miró en derredor—. Menos mal que no hay Escudos de la Luna por aquí, de lo contrario tendríamos asientos de primera fila para contemplar la riña.
Los dos hicieron un alto y miraron pasar a los pandilleros. La mayor parte de la gente que circulaba por la calle pasaba rápidamente al lado de ellos, procurando no mirarlos a la cara y dejándoles el camino despejado. Geran no se apartó, lo cual le valió unas cuantas miradas hostiles de los rufianes. Sin embargo, él y Hamil iban bien armados y por sus ropas se veía que eran hombres de alta posición. Los Puños Cenicientos o bien sabían quién era Geran o no eran tan atrevidos como para enfrentarse a unos caballeros en medio del distrito comercial de Hulburg. Geran miró de frente a uno de los Puños Cenicientos, un tipo alto, de pelo lacio, con los dientes carcomidos y una mirada aviesa. El hombre lanzó un bufido, como si le divirtiera la atención que le prestaba Geran, y les murmuró algo a sus camaradas mientras pasaba. Varios rieron disimuladamente.
—No me gusta la pinta del alto —dijo Hamil en su habla silenciosa—. Casi me dan ganas de enseñarle modales.
—Déjalo por ahora —respondió Geran—. No están violando ninguna ley del harmach…, al menos por el momento.
—Un tecnicismo —respondió Hamil, pero les sonrió afablemente a los rufianes y dejó que continuasen su camino.
Los hombres de la capa gris siguieron por la calle de la Carreta abajo, dejando atrás a los dos compañeros.
—Se diría que una docena de tipos como ésos deberían tener algún trabajo que hacer en pleno día —dijo Geran.
Hamil asintió.
—Los Veruna empleaban a cientos de ellos. Cuando la Casa se marchó de Hulburg dejó a sus leñadores, mineros, carreteros y a todos los demás que se las apañaran como pudieran. No tiene nada de extraño que algunos de ellos se hayan unido a los Puños Cenicientos.
—¿Qué otra cosa podía hacer el harmach? No podía dejar que la Casa Veruna se quedara después de haber apoyado a Sergen en el intento de reemplazarlo.
—No, no podía —admitió Hamil—. Tu tío hizo lo que Darsi Veruna le obligó a hacer, pero hasta que alguna compañía mercantil o alguna Casa se haga cargo de los campamentos de los Veruna, esos Puños Cenicientos no tendrán otra cosa que hacer más que reunirse en las esquinas y molestar a los viandantes.
—Eso no es tan fácil como parece. Nimessa me dijo que la Casa Veruna ha amenazado con tomar represalias contra las compañías del Mar de la Luna que adquieran sus antiguos derechos.
Geran se calló, pensando en la situación de los Puños Cenicientos. Su amigo tenía razón sobre las consecuencias no buscadas del exilio de la Casa Veruna, pero eso no era todo. También le habían llegado rumores acerca de que los Puños Cenicientos amenazaban o apaleaban a otros extranjeros que buscaban trabajo, obligándolos a unirse a su movimiento o a abandonar Hulburg y buscarse la vida en otra parte. Una idea lo asaltó y miró a Hamil.
—¿Han amenazado los Veruna a la Vela Roja en alguna parte?
—¿A nosotros? —Hamil negó con la cabeza—. No, te lo habría dicho de haberme enterado de algo así. Después de todo, tú tienes capital en la compañía. Pero qué quieres que te diga, yo diría que los Veruna ya se han convencido de que no les tenemos la menor simpatía.
—Es cierto.
Geran palmeó a Hamil en el hombro. Siguieron caminando otra media manzana y llegaron al cartel de Abastecimientos Erstenwold que colgaba encima de un antiguo edificio de madera un tanto destartalado. Varios dependientes iban y venían, entrando y saliendo de la tienda, contando, regateando o cargando mercancías. Los negocios les habían ido bien a los Erstenwold desde la desaparición de la Casa Veruna de la ciudad. Ahora ya nadie extorsionaba a los comerciantes hulburgueses nativos; se seguía manteniendo la cautelosa brecha entre las compañías mercantiles de fuera y los establecimientos naturales de Hulburg. «Sólo que ahora están los Puños Cenicientos para complicar las cosas», pensó Geran.
Él y Hamil subieron los escalones que conducían al viejo porche de madera y entraron en la tienda. Un largo mostrador de madera ocupaba todo el lado derecho, a lo largo del local, con un atiborramiento familiar de estantes y diversas piezas de apero o de labranza colgando de las paredes. Las tablas del suelo, desiguales, brillaban de tan desgastadas por décadas de idas y venidas, y la luz del sol que se colaba por las ventanas hacía visibles las motas de polvo suspendidas en el aire. A Geran siempre le había gustado ese lugar: la madera vieja, el cuero fresco y el tabaco de pipa se combinaban produciendo un reconfortante olor.
—¿Mirya? —llamó.
Una mujer alta, de pelo oscuro recogido a la espalda en una larga trenza, alzó la cabeza, hasta ese momento inclinada sobre los libros contables que había encima de un pequeño escritorio de pie que se encontraba detrás del mostrador. Llevaba un simple vestido de lana azul y su cara tenía una expresión seria; pero sonrió en cuanto los vio. Cerró los libros y se acercó al mostrador.
—¿Venís por vuestro pedido? No han pasado ni dos días, ¿sabéis?
—Los carpinteros estaban a punto de arrojar a Geran por la borda —respondió Hamil—, y pensamos que tal vez sería mejor dejarlos a su aire una o dos horas.
—¿Y entonces decidisteis que era mejor darme la vara a mí? —dijo Mirya con un bufido—. Bueno, os gustará oír que tengo casi todo el avituallamiento de vuestro barco apartado en el almacén: provisiones, lonas, mucha ropa blanca, cois, madera, barriles de cerveza, herramientas, estopa, brea… Venid, pasad al otro lado del tablero y os lo mostraré.
Geran y Hamil fueron hasta el final del largo mostrador y siguieron a Mirya hasta el almacén que había junto a la tienda. Unas grandes puertas abiertas a la calle dejaban entrar a raudales el sol de la tarde. Barriles y cajones de madera se apilaban en filas ordenadas sobre el polvoriento suelo.
—Me temo que el harmach tendrá que pagar un alto precio por todo esto —dijo Mirya—. Para reunir el género en el tiempo que me disteis, tuve que pagar la mitad más de lo que suelo. No facilitó nada las cosas que todo Hulburg supiera que teníais que conseguir vuestras provisiones lo antes posible.
—Mi tío sabe que no lo engañarías —dijo Geran.
Recorrió uno de los pasillos mirando el material allí reunido. Llenaba una buena parte del almacén de Erstenwold, y los dependientes de Mirya traían carretillas con más cajas y barriles mientras ellos observaban. Costaba trabajo creer que todo eso cupiera bajo las cubiertas del barco anclado en los antiguos muelles de los Veruna, pero él sabía por experiencia que los barcos pueden cargar mucho más de lo que podría pensarse.
—Me sorprende que hayas encontrado tantas cosas en Hulburg en sólo dos días. ¿Hay algo importante que no te haya sido posible conseguir?
—Sólo tengo la mitad de la lona que deberíais llevar —dijo Mirya—. He hecho mis averiguaciones en Thentia y en Mulmaster, discretamente, por supuesto, para ver si puedo hacerme con más, pero dudo de que eso suceda antes de la fecha en que tenéis pensado zarpar. Deberéis tener cuidado con vuestras velas.
—Espero que tu nuevo oficial de derrota sepa lo que se hace —dijo Hamil.
Geran asintió.
—Todavía quedan dos meses para las tormentas invernales. Con suerte, no nos enfrentaremos a ningún frente tormentoso antes de tener oportunidad de reponer la estiba de lonas. —Miró hacia donde estaba Mirya—. Enviaré a un grupo de mis tripulantes a primera hora de mañana. Habremos retirado la mayor parte de esto de tu almacén antes de la hora de cenar.
—Estaremos preparados. —Mirya miró las provisiones e hizo un gesto de contrariedad—. Resulta extraño hacer negocios contigo, Geran. Con tantos años que hace que te conozco jamás pensé que te interesaras por esto. Cada vez me pareces hecho de una materia distinta.
—¿La nobleza indolente? ¿El romántico meditabundo? —preguntó Hamil—. Puedes estar segura de que yo no le confío nada importante en la Vela Roja.
Geran se echó a reír. Era cierto.
—Gracias, Hamil.
—No he querido decir que lo considere demasiado vago para esto —dijo Mirya—. Tal vez demasiado impaciente, demasiado ansioso de pasar a otra cosa, sea lo que sea. Resulta difícil mantenerlo anclado mucho tiempo.
—Cuatro años en Myth Drannor me enseñaron unas cuantas cosas —dijo Geran.
Miró la empuñadura en forma de rosa y al hilo de mithril de la espada que llevaba al cinto. La había ganado al servicio de la coronal. Pero de todos modos no creía que muchos de los armeros de Ilsevele Miritar hubieran pasado mucho tiempo en almacenes como el de los Erstenwold.
—Supongo que ya no soy el que era.
—No, no lo eres. Eres mejor hombre. —Mirya le dedicó una media sonrisa—. Selsha y yo vamos a ir a despedirte cuando te hagas a la mar. Cuídate mientras persigues a esos piratas, Geran Hulmaster. Me estoy acostumbrando a verte por aquí.
—Lo haré —le prometió.