VEINTINUEVE

17 de Marpenoth, Año del Intemporal (1479 CV)

Geran fue siguiendo el sonido de las hachas mientras se resbalaba y avanzaba con dificultad por el suelo de la selva. El camino que descendía desde el antiguo observatorio los había conducido hasta un lugar que estaba a varios cientos de metros de donde creía que estaba atrapado el Dragón Marino, pero pronto descubrieron que tendrían que abandonar el sendero para llegar hasta el barco. Eligió un lugar donde un riachuelo cruzaba el camino, y trepó por las rocas del lecho, chapoteando en el agua fría y transparente. Por encima de su cabeza pudo vislumbrar lona blanca a través de las hojas rojizas y distinguió las voces de los marineros que gritaban y maldecían mientras se apresuraban a liberar la embarcación de las copas de los árboles. Las grandes ramas crujían y gemían a medida que el peso del barco cambiaba de un lado a otro. Trepó por el arroyo y se encontró a los pies de un gigantesco árbol, cuyo tronco debía de tener fácilmente unos seis metros de grosor. Había más árboles gigantescos en los alrededores; el Dragón Marino estaba atrapado entre sus ramas. Pudo ver la curva húmeda del casco del barco suspendida allá arriba.

—Bueno, esto no se ve todos los días —comentó Geran.

Era difícil saber exactamente, desde el punto donde se encontraban, qué más sostenía al barco, pero basándose en la cantidad de ramas cortadas y miembros caídos a los pies del árbol, la tripulación ya había hecho un gran progreso. Pudo oír gritos de «¡Deprisa, deprisa!» y «Ahora ésta. ¡Todos juntos!» desde abajo. Entonces, oyó una voz conocida. No podía verlo, pero en algún lugar de las cubiertas superiores Sergen Hulmaster exclamó:

—¡Vamos, deprisa! ¡Los soldados del harmach podrían llegar en cualquier momento!

Hamil miró a Geran.

—Creo que ése es tu primo Sergen.

—Lo es —contestó Geran.

Se quedó mirando hacia arriba, al barco, y frunció el ceño lleno de enfado. Debería haber sabido que esa serpiente venenosa que era su medio primo encontraría una manera de huir de la destrucción de la Hermandad de la Luna Negra.

—¡De ninguna manera pienso permitir que nos deje aquí tirados!

—¿Cuántos hombres hay con él? —preguntó Mirya.

Geran se encogió de hombros. Seguramente se verían superados en número, pero con algo de suerte, contarían con el factor sorpresa; los piratas estaban ocupados con la liberación del Dragón Marino de su prisión en las copas de los árboles, y seguramente no esperaban que él y Hamil estuvieran cerca. Dirigió su atención al tronco del árbol y vio que no le resultaría difícil trepar por él. El árbol tenía ramas gruesas bastante cerca del suelo, y de su superficie colgaban también gruesas lianas. Podía elegir un camino que los llevara a las ventanas del camarote de popa, o a la barandilla de la toldilla con algo de esfuerzo.

—Vas a subir ahí arriba, ¿verdad? —dijo Hamil.

—No podemos permitir que se lleven el barco —respondió Geran—. Mirya, quizá sería mejor que Selsha y tú esperaseis aquí.

—Agradezco tu preocupación, pero ya tengo bastante visto este bosque —dijo Mirya. Alzó el arco—. Y podría serte de ayuda.

—Ni hablar. Podrías resultar herida, o acabar muerta. Sergen y sus piratas no querrán hacer prisioneros si fallamos.

—Mejor eso que los monstruos de este bosque negro.

Geran comenzó a replicar, pero entonces pensó en las moles sombrías que los perseguían. Las criaturas podrían pasar de largo por el lugar en el que habían dejado el camino…, o no. No querría que atacasen a Mirya y Selsha en el suelo mientras él y Hamil estaban en la cubierta del barco que tenían encima.

—Está bien —dijo—. Podéis venir con nosotros. Pero encontraréis un lugar seguro para esconderos hasta que os llame.

—Me parece bien —dijo Mirya—. Te seguiremos.

Hamil iba en cabeza mientras trepaban por el árbol. Resultó ser bastante fácil; las pesadas lianas ayudaban en las partes más difíciles. Al principio, Geran tuvo miedo de que a Selsha le resultara demasiado difícil, pero la niña trepaba por el tronco como un ágil monito. Era obvio que pasaba mucho más tiempo trepando árboles que él. A pocos metros por debajo de las ventanas de popa, otra rama larga les proporcionó un apoyo bastante cómodo, que estaba fuera de la vista de los hombres de cubierta. Geran les hizo señas en silencio a Mirya y a Selsha para que esperasen allí, y las dos Erstenwold asintieron. A continuación, siguió trepando detrás de Hamil.

Será mejor que me dejes echar antes un vistazo —dijo Hamil en silencio. Ascendió sigilosamente los últimos metros y espió por encima de la borda, inspeccionando las cubiertas—. Siete marineros, tres de ellos combatientes con cota de malla, tu primo Sergen… y otra mole sombría. Están trabajando en la proa. Está muy metida entre los árboles. No hay nadie en la toldilla.

—¿También una mole sombría?

Ya lo tenían bastante mal sólo con Sergen y sus aliados de la Luna Negra. Estaba bastante seguro de poder vencer a Sergen —habían combatido antes, y siempre había ganado él—, pero la presencia de diez enemigos más y un poderoso monstruo hacía que fuera sencillamente imposible. Sintió que la frustración y la desesperación se apoderaban de él. Quizá podría matar a Sergen y a un pirata o dos antes de que lo abatieran, pero ¿de qué les serviría eso? No evitaría que el resto de los marineros se alejaran con el Dragón Marino y dejaran abandonados a los hulburgueses en Neshuldaar. Se quedó pensativo un instante, y a continuación, oyó cómo otra rama de gran tamaño caía al suelo desde el castillo de proa. Si esperaba demasiado tiempo, perdería su oportunidad, pero ¿qué opciones tenían?

Hamil vio la desesperación en sus ojos y sonrió comprensivo.

Podríamos viajar de polizones —sugirió el halfling—. Nos escondemos bajo la cubierta y vamos matándolos de uno en uno, o de dos en dos.

Es una estrategia desesperada —le contestó Geran—. Y no podemos exponer a Mirya y Selsha a semejante riesgo. —Aun así, no veía muchas más opciones.

De repente se vio interrumpido por un coro de gritos en la cubierta.

—¡A las armas! ¡El hechicero se acerca! —gritaron los combatientes. Se oyeron pasos apresurados por la cubierta, y cesaron los golpes de hacha.

—¡Sacad las ballestas! —gritó Sergen—. ¡Ocupad las balistas! ¡Se mantendrá a distancia y nos matará con su magia si no conseguimos repelerlo!

—¿Sarth? —susurró Geran.

Se arriesgó a trepar rápidamente hasta la borda para echar un vistazo. Sergen y sus hombres iban de un lado a otro, cogiendo armas y poniéndose a cubierto. Un pirata que estaba en la toldilla cargó rápidamente una de las pesadas balistas que estaban emplazadas en la borda de proa. Los demás se agacharon junto a la borda, con la atención fija en una figura lejana. Sarth, que avanzaba a gran velocidad sobre las copas de los árboles gracias a su magia de vuelo, iba directo como una flecha hacia el barco atrapado, resplandeciente con su túnica de rojo y oro. El tiflin apuntó con su cetro y dejó escapar una ráfaga abrasadora de chispas de color azul y blanco, que dejaron grandes marcas negras, entre chisporroteos y crujidos, por toda la cubierta. Una de ellas alcanzó a un pirata semiorco que se agachó demasiado tarde. El semiorco chilló y se desplomó, humeando y moviéndose espasmódicamente. Se oyeron los disparos de las ballestas respondiendo al ataque, pero los escudos mágicos invisibles evitaron que los proyectiles alcanzaran a Sarth. No obstante, lo obligaron a echarse a un lado para esquivarlos. Era evidente que no confiaba en que su magia detuviera un virote disparado con buena puntería a un blanco inmóvil.

Hamil sonrió ampliamente.

—¡Creo que nuestra suerte acaba de mejorar!

Geran asintió. Si la aparición del hechicero no era la oportunidad que había estado esperando, entonces es que no había ninguna más.

—Deprisa, dile que estamos aquí. ¡Y haz que se dirija hacia la proa!

El halfling miró fijamente a Sarth, frunciendo el entrecejo por la concentración. Tenía que estar bastante cerca para comunicarse con la mente de alguien, y el tiflin estaba flotando a bastante distancia del lateral del barco. Pero Sarth miró rápidamente en su dirección con cara de sorpresa. Esbozó una sonrisa temeraria, y descendió hacia la izquierda, dirigiéndose a la parte delantera del barco. Sergen, sus soldados, y los piratas de la Luna Negra se volvieron para seguirlo.

—Que Mirya te devuelva el arco —le dijo Geran a Hamil.

El halfling asintió y volvió a descender por el tronco. A continuación, Geran despejó la mente para conjurar el mejor hechizo defensivo que conocía: las Escamas del Dragón.

Theillalagh na drendir —dijo.

Un aura ondulante hecha de fragmentos violetas de poder mágico surgió brillante a su alrededor, flotando sobre su cuerpo como una armadura de escamas. Hamil volvió un instante después con el arco y el carcaj.

—Primero la mole sombría —dijo Geran en voz baja—. Si podemos matarla rápidamente, tendremos una oportunidad frente al resto.

No creo que pueda atravesar su coraza con una flecha —le dijo Hamil a Geran.

—Inténtalo. Si no surte efecto, al menos desviarás su atención de mí.

Inspeccionó rápidamente la cubierta. La pequeña banda de Sergen había trabajado frenéticamente para eliminar las ramas en que estaban enganchados los obenques y las suspensiones; los marineros y los combatientes de la Luna Negra estaban ahora agachados entre las ramas amontonadas y las velas, disparando a Sarth siempre que el hechicero se dejaba ver. Entonces, sin pensárselo dos veces, Geran trepó por los últimos metros de la rama y saltó a la borda del barco.

Al principio nadie se dio cuenta de su aparición. Avanzó con rapidez y descendió las empinadas escaleras que conducían a la cubierta principal de un salto. Hamil, que iba justo detrás, corrió hasta el borde delantero de la toldilla y se detuvo en lo alto de la escala, apuntando. Su arco silbó dos veces; la primera flecha alcanzó por la espalda al pirata que estaba junto a la balista, y la segunda destrozó uno de los ojos de insecto de la mole. La criatura chilló de dolor, agitando las grandes garras en el aire. Geran atacó inmediatamente a la criatura por el flanco. La acuchilló justo en el lugar donde su pierna se juntaba con el torso, y su acero se hundió en la blanda quitina de la articulación. La cubierta quedó salpicada de un icor oscuro, y la pierna del monstruo cedió, pero respondió con un furioso barrido de una de sus enormes garras, que apenas tuvo tiempo de esquivar.

—¡Geran! —rugió Sergen. Desenvainó el estoque—. ¡Vosotros dos, seguid intentando liberar el barco —le dijo bruscamente a su tripulación—. El resto de vosotros a las armas! ¡Quiero ver muerto a Geran Hulmaster!

Entonces, Sergen se arrojó sobre la cubierta justo cuando una de las flechas de Hamil pasaba por donde acababa de estar.

Geran retrocedió ante otro de los ataques de la enfurecida mole y vio a un combatiente corpulento y vestido con una cota de malla que se le acercaba por detrás. La cabeza de aquel tipo estaba afeitada, y tenía el rostro tatuado con sigilos arcanos. Geran se volvió para enfrentarse a su nuevo enemigo y dejó a la mole haciendo esfuerzos por mantenerse en pie. Aquel hombre era un espadachín consumado, y paró la cuchillada alta de Geran con cierta eficacia antes de devolverle un golpe similar. Durante un rato libraron una furiosa lucha, entrechocando acero contra acero. Geran retrocedió un paso y giró repentinamente el arma para clavar el filo de su oponente en el cercano mástil principal. El arma quedó atrapada un instante, y Geran se acercó para darle un codazo en la cara al hombre. Era algo que su antiguo maestro, Daried Selsherryn, no hubiera aprobado, pero funcionó; el hombre se tambaleó, cegado por el dolor de una nariz rota. Geran podría haber acabado con él en ese instante, pero Sergen lo atacó por el otro flanco. El lord exiliado atacó con una serie de estocadas y arremetidas rápidas como el rayo, utilizando su rapidez innata y la ligereza de su arma para obtener una buena ventaja.

Geran tuvo que ceder terreno nuevamente, hasta que se le presentó la oportunidad de pronunciar las palabras de un hechizo de espada.

¡Reith arroch!

Con ese grito conjuró un fulgurante destello blanquecino para el filo de su arma y le lanzó una ráfaga de contraataques. Le hizo un corte profundo a Sergen en el brazo izquierdo, y éste se apartó de un salto hacia atrás, maldiciendo. Pero antes de que Geran pudiera presionar a su primo político, la mole sombría volvió a lanzarse al ataque con un rugido furioso, haciendo astillas la cubierta con un único golpe pulverizador de sus enormes garras. Consiguió lanzarle un tajo a la mandíbula y, a continuación, saltó para salvar su vida.

—Parece que te superan las circunstancias, Geran —lo provocó Sergen—. ¡Creo que hubiera sido más inteligente por tu parte dejarme marchar!

Se dio cuenta de que eran demasiados, y que tan pronto arrinconara a uno, los demás lo tendrían a su merced. Echó un rápido vistazo a Hamil y vio a su pequeño compañero luchando con las dagas contra un par de piratas. Entre las copas de los árboles resonó un relámpago, seguido de un enorme trueno, cuando Sarth alcanzó de lleno a un pequeño grupo de miembros de la Luna Negra armados con ballestas que estaban cerca del mástil de proa. El barco se inclinó hacia un lado cuando una de las ramas que estaban enganchadas en el bauprés se deshizo por el impacto del conjuro del hechicero.

—Creo que mi suerte está cambiando —dijo Geran.

Todo lo que tenía que hacer era evitar que lo matara la mole sombría y tener ocupados un rato más a Sergen y a sus guardaespaldas, y la magia de Sarth iría limpiando poco a poco la cubierta de piratas.

—¡Geran! —Mirya trepó por encima de la borda a la altura de la toldilla y después se volvió para ayudar a Selsha a pasar—. ¡Las criaturas arácnidas nos han encontrado! ¡Vienen a por nosotros!

Sergen soltó una carcajada.

—¡Ja! Ya veo que te has encontrado con los neogi, entonces. ¡Sí que ha mejorado tu suerte, primo!

—Por todos los diablos —rugió Geran.

Esquivó a duras penas otro de los ataques de la mole, tratando de interponer el mástil entre la criatura y él. El espadachín tatuado se acercó, y Sergen llegó por el lado opuesto con una sonrisa expectante. No podía permitirse más enemigos, no en ese preciso instante. Echó un rápido vistazo al frente y vio que los dos piratas aún trabajaban intentando liberar el barco. Otra enorme rama crujió y cayó al suelo, que estaba muy lejos. La cubierta se inclinó repentinamente en la dirección opuesta. Se dio cuenta de que se estaba soltando.

Volvió la vista hacia la toldilla.

—¡Hamil, coge el timón y sácanos de aquí! —gritó.

Hamil asintió. Hizo retroceder a uno de los piratas con una furia frenética y después se volvió hacia el otro y rodó por el suelo, burlando sus defensas y clavándole un puñal en el abdomen. Antes siquiera de que el hombre se desplomara sobre cubierta, el halfling atravesó a la carrera la toldilla y cogió el timón. Hamil echó una mirada en dirección a las velas y después giró el timón hacia la derecha, en un intento de elevar la proa del barco. El Dragón Marino hizo un extraño giro en el punto donde estaba atrapado, y la cubierta quedó tan escorada que Geran tuvo miedo de que fuera a volcar y a arrojarlos a todos por la borda. A continuación, la proa de la carabela quedó libre, con ruido de maderas astilladas y cuerdas rotas, y levantó el morro.

Al instante, la borda giró bruscamente en el sentido opuesto, mientras el barco se elevaba hacia el cielo. Geran perdió el equilibrio y se deslizó hacia el otro lado de la borda, consiguiendo agarrarse a ella. Mirya se sujetó a la barandilla de popa con un brazo, mientras asía fuertemente a Selsha con el otro. El segundo de los piratas de Hamil no tuvo tanta suerte y salió despedido cuando el barco se dio la vuelta. Cayó por la borda con un aullido de terror. Sergen y su espadachín tatuado acabaron contra la barandilla, pero los dos piratas que habían estado en la proa intentando liberar el barco cayeron hacia popa, rodando por la cubierta mientras la proa se elevaba hacia el cielo. La mole sombría se agarró al mástil principal con una de sus garras, y extendió el otro brazo para atrapar a Geran. Estuvo a punto de alcanzarlo en la pierna, rastrillando la resistente madera de roble de la cubierta como si fuera arena mientras Geran se apartaba empujándose con los pies.

—¡Kerth! ¡Mata al halfling! —gritó Sergen.

El combatiente tatuado se incorporó asiéndose a la barandilla y después volvió a trepar hasta la toldilla.

El halfling volvió la vista hacia Mirya.

—¡Coge el timón! ¡Mantén el barco estable! —exclamó.

Mirya se apresuró a coger el timón del barco, mientras Hamil sacaba las dagas y se dirigía a enfrentarse a Kerth en el estrecho espacio que había en lo alto de la escala de la toldilla. Pero en ese momento aparecieron varias patas de araña por encima de la barandilla de popa, y uno de los neogi trepó trabajosamente por el lateral. Les bufó a Mirya y a su hija, y Selsha gritó. La niña retrocedió ante la criatura arácnida, que se lanzó en su persecución.

Geran trató de ponerse en pie con todas sus fuerzas para acudir en su ayuda, pero la mole sombría se soltó del mástil y se lanzó a por él. Esa vez sus garras de acero le desgarraron el torso. Sus protecciones mágicas fueron las que le salvaron la vida, pero aun así las garras se le clavaron en la carne y llegaron hasta el hueso. La criatura, con una fuerza increíble, lo lanzó a cubierta para después abalanzarse sobre él con una sorprendente rapidez para un monstruo de sus dimensiones. Geran alzó la espada para rechazar el ataque; pero entonces cometió un error fatal: la miró a los ojos.

De repente, sus pensamientos se hicieron pedazos, dando paso al vértigo y a la locura. Se tambaleó hacia atrás, incapaz de recordar dónde estaba o lo que estaba haciendo. El rugido del viento, el crujir de las velas desgarradas, el vértigo de ver pasar a toda velocidad las colinas cubiertas de vegetación bajo la barandilla, y las brillantes estrellas titilando en un cielo completamente negro…, todas esas cosas saturaban sus sentidos hechas un tremendo revoltijo. Lanzó una torpe estocada con la espada, la punta para abajo, esperando rechazar el ataque del monstruo que se cernía sobre él, pero la mole sombría apartó la hoja y lo golpeó sobre la cubierta. Él gimió e intentó alejarse a rastras, pero el monstruo lo agarró por la cintura y lo arrastró hacia sus enormes mandíbulas. Chasqueó y juntó ansiosa sus piezas bucales con forma de guadaña, anticipándose al sabor de su carne.

—¡Geran! —chilló Mirya.

Luchó por encontrarle algún sentido a lo que estaba viendo, y cerró los ojos para deshacerse de todas las cosas que no comprendía. Sus pensamientos se aclararon ligeramente, y se aferró a la frágil promesa de tranquilidad haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, incluso mientras las garras de la mole se hundían en su cintura, y las mandíbulas resbalaban sobre sus escamas mágicas. El dolor le hizo recuperar la claridad. Desesperado, lanzó cuchilladas a ciegas con su espada a lo primero que encontró y alcanzó al monstruo en la boca. Éste rugió y lo soltó. Geran se golpeó contra la cubierta al caer, aún indefenso ante su mirada enloquecedora.

La criatura levantó ambos brazos por encima de la cabeza, lista para aplastar a Geran mientras éste se retorcía de dolor. Pero entonces un abrasador chorro de fuego alcanzó a la mole sombría. Sarth apareció a nueve metros de la borda del barco, flotando en el aire mientras bañaba a la criatura con su fuego de hechicero.

—¡Desiste, criatura! —gritó entre las palabras que formaban los conjuros de batalla.

La mole sombría se apartó tambaleante, con un chillido de dolor, y de repente, la mente de Geran volvió a estar despejada. El enorme monstruo atravesó la cubierta, confuso, retrocediendo ante el fuego de Sarth, y terminó contra la barandilla opuesta. Geran se levantó y cargó contra el monstruo mientras éste se encogía bajo las llamas del hechicero. Giró el sable, puso la mano izquierda sobre la empuñadura, y le hundió la hoja bajo la mandíbula con todas sus fuerzas. La criatura se estremeció y después cayó por encima de la barandilla, prácticamente arrastrando la espada consigo. Geran tiró de ella, sacándola del cadáver mientras caía por la borda, y tuvo que agarrarse rápidamente a la barandilla. A continuación, la espada de Sergen se hundió en su omoplato izquierdo, y de no ser porque la mole sombría lo había hecho caer consigo, dándole la vuelta, lo habría alcanzado en el corazón. Geran gritó cuando el afilado acero le raspó el hueso antes de apartarse con un giro.

—¡Maldito seas, Geran! —siseó Sergen—. ¡Ésta es la última vez que te entrometes en mis asuntos!

El mago de la espada apretó la mandíbula y se obligó a olvidar el dolor agónico que le abrasaba el hombro. Paró la siguiente estocada de Sergen y se atrevió a echar un rápido vistazo a su alrededor para asegurarse de que su primo no lo estaba empujando hacia algún nuevo peligro. Sarth achicharró a los últimos hombres de la Luna Negra con un rayo dentado que arrancó chispas de la maltratada cubierta, para a continuación darse media vuelta e intercambiar hechizos con la criatura arácnida que amenazaba a Mirya y Selsha; aquel pequeño horror también era hechicero, y su magia rugió y tronó por toda la cubierta. Hamil estaba inmerso en una dura lucha contra el espadachín tatuado, que aún intentaba abrirse paso hasta el timón del barco. Bajo el casco, que se balanceaba de un lado a otro, pasaron las colinas dentadas y la selva rojiza de la luna negra, a muchos cientos de metros por debajo de la quilla y cayendo más y más a cada momento que pasaba.

Volvió a concentrar toda su atención en Sergen y agarró con más fuerza la espada elfa. La rosa de mithril de la empuñadura estaba llena de sangre, pero el alambre permanecía firme y seguro en su mano. Lo invadió por completo una furia negra, el mismo odio oscuro y frío que lo había apartado de sí mismo en los bosques dorados de Myth Drannor una hermosa mañana de otoño de hacía dos años. Miró a Sergen a los ojos y no vio más que hipocresía, maquinaciones homicidas y una superioridad burlona. Colocó inconscientemente la espada en una posición defensiva alta mientras una resolución mortífera comenzó a brotarle del corazón.

—Tienes toda la razón, Sergen —se oyó decir a sí mismo con frialdad, sin darse cuenta siquiera de que tenía intención de hablar—. Sólo estamos tú y yo. Es el momento de ajustar cuentas, primo.

Sin esperar una respuesta, Geran atacó. Sergen era un buen esgrimidor, y tenía una espada más ligera, así que Geran comenzó con el filo, un elegante patrón de cuchilladas haciendo ochos y rápidos cortes por encima de la cabeza a medida que avanzaba con audacia. Empujó a Sergen a luchar a la defensiva y a bloquear su sable, que era más pesado. Pase tras pase iba apartando a golpes la espada de Sergen, hasta que éste palideció y su rostro se arrugó mientras rugía furioso. El lord exiliado dejó escapar feroces juramentos y se lanzó a un contraataque desesperado, pero Geran dejó que la estocada pasara junto a él y se acercó para golpear a Sergen en la cara con la empuñadura de la espada. Sergen se tambaleó hacia atrás y cayó sobre la cubierta, escupiendo sangre entre los labios rotos.

Geran se permitió el lujo de reír quedamente ante la expresión de furia desesperada que apareció en el rostro del otro.

—Estás acabado, Sergen —dijo.

Sostuvo la espada en ristre y marcó en silencio la siguiente herida que tenía pensado infligirle a su primo como pago por todo el sufrimiento y los problemas que había causado. Su oscura ira lo impulsaba, pero por encima del hombro del señor de los pícaros su mirada se posó en Mirya, que observaba llena de temor el duelo mientras luchaba por estabilizar el timón. Dudó un instante, intentando controlar su ira. Por un momento pensó que no lo conseguiría, pero la oscura rabia que lo había invadido se marchó tan deprisa como había llegado. A pesar del daño que había causado Sergen, de todas las mentiras que había autorizado en contra de los Hulmaster, seguía siendo una especie de pariente… y no había duda de que sabía cosas que le podrían resultar muy útiles a la hora de desentrañar las conspiraciones urdidas en contra del harmach.

Geran sonrió, pero detuvo su ataque y se obligó a hablar.

—Ríndete, Sergen —dijo con voz ronca—. Te perdonaré tu miserable vida. No lo mereces, pero quizá puedas enmendar algunas de las cosas que le has hecho a nuestra familia.

—¿Rendirme? ¡No lo creo! —replicó con expresión desdeñosa—. No me importa si me vences con tu acero… Yo ya te he vencido, querido primo. ¿Qué crees que ha ocurrido en Hulburg mientras me perseguías?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Geran—. ¡Contesta!

—Creo que te encontrarás con un viejo amigo esperándote cuando volvamos a casa.

Sergen se levantó, entrecerró los ojos y volvió a ponerse en guardia. Fue entonces cuando atacó, haciendo buen uso de su velocidad innata. La punta de su estoque se difuminó mientras atacaba más deprisa que una serpiente; pero Geran se mantuvo en sus trece y aguantó el aluvión de golpes. El ataque de Sergen se hizo más lento, y la iniciativa volvió a ser de Geran. El mago de la espada contraatacó con una combinación de giros, cuchilladas y estocadas rápidas, presionando al señor exiliado contra la borda del barco.

Sergen paró los primeros dos o tres golpes, y después falló. El acero elfo atravesó músculo y hueso mientras Geran giraba junto a él; le abrió un corte que iba de la cadera derecha al pectoral izquierdo. Sergen emitió un único sonido ahogado, se tambaleó y dejó caer el estoque con un sonido metálico.

—¡No puedes… vencerme… tan fácilmente! —siseó entre dientes—. Yo… seré… harmach… —Y entonces cayó por encima de la barandilla y desapareció.

Geran acudió rápidamente al lugar por el que Sergen había caído y echó un vistazo por la borda. La selva rojiza pasaba lentamente bajo la quilla, y divisó una figura de oro y negro que caía, con la túnica agitándose hacia atrás. Observó en silencio, hasta que perdió de vista el cuerpo de Sergen en el paisaje lunar de allá abajo.

—Adiós, Sergen —murmuró.

Se recordó a si mismo que decenas, o quizá cientos de hulburgueses habían muerto por culpa de los mezquinos planes de Sergen para usurpar el poder. Pero temía que llegara el momento de decirle al harmach que Sergen había muerto por su acero. Grigor Hulmaster siempre había esperado lo mejor del hijastro de su hermana; lo apenaría enormemente la muerte de Sergen antes de haber alcanzado algún tipo de redención.

Se oyó el retumbar de un trueno a su espalda. Geran se volvió justo a tiempo para ver a Sarth acabando con el último neogi que quedaba en el barco con un crepitante rayo esmeralda. La criatura emitió un agudo chillido mientras caía, moviendo desesperadamente manos y piernas. A continuación, una repentina sacudida del barco hizo caer a Geran y a punto estuvo de arrojarlo por la borda. Se agarró a la barandilla con una mano y buscó más enemigos…, pero ya no quedaba ninguno. Hamil había vencido a su oponente de mayor tamaño, aunque se apretaba el hombro izquierdo con el sombrero a modo de vendaje improvisado y no parecía guardar el equilibrio demasiado bien. Geran envainó la espada y volvió a la toldilla.

Mirya lo miró con los ojos muy abiertos.

—Vi caer a Sergen —dijo—. ¿Estás bien, Geran?

—Herido, pero bien, dadas las circunstancias —contestó.

En parte se alegraba de ver a Sergen muerto, y no se sentía orgulloso de ello. Pero cuando lo pensaba desde un punto de vista racional, se daba cuenta de que Sergen lo había forzado a actuar de ese modo, no sólo en cuanto al duelo que acababa de ganar, sino por todos los problemas de los últimos meses. Respiró profundamente y dejó a un lado sus confusos sentimientos.

—Sergen eligió su camino hace mucho tiempo. No creo que hubiéramos podido hacer las paces.

—No, creo que tienes razón en eso —dijo Mirya.

Durante un instante, todos permanecieron en silencio, hasta que Hamil carraspeó.

—Bueno, el barco vuelve a ser nuestro —dijo—. ¿Regresamos a la fortaleza?

Geran asintió y después miró a Sarth. El hechicero estaba observando la cubierta del barco mientras sostenía en la mano el cetro tallado con runas, esperando a que aparecieran más enemigos.

—No sé de dónde has salido, Sarth, pero me ha alegrado mucho verte en la barandilla.

—Siento haber llegado tan tarde —dijo el tiflin.

Tenía un agujero ensangrentado en la manga que marcaba el lugar en el que un proyectil lo había rozado, y una serie de manchas negras en su elegante túnica atestiguaban la ferocidad de los conjuros del neogi.

—Estaba en la fortaleza cuando Sergen ha huido con el Dragón Marino. He ido en pos del barco lo más rápidamente que he podido, pero he tenido que preparar de nuevo mi hechizo de vuelo antes de poder perseguirlo.

—Más vale tarde que nunca —comentó Hamil—. Sin embargo, me alegra que te hayas ocupado de la criatura arácnida. De ninguna manera quería tener que acercarme a ella. Nunca me han gustado demasiado las arañas, especialmente si son tan grandes como yo.

—Me complace haber sido útil —dijo Sarth con sequedad.

Geran sonrió. Ahora que la lucha había terminado —al menos por el momento—, tomó conciencia de todas sus heridas. Le dolían múltiples puntos en los que la mole sombría le había hundido las garras, le ardía el omóplato, y parecía tener unos cuantos pequeños cortes que ni siquiera había visto durante la lucha. Bueno, con suerte, en el viaje de vuelta a casa, tendría tiempo de sobra para descansar.

—Coge el timón, Hamil —dijo—. Recogeremos al resto de la compañía, a los prisioneros que han liberado, y a cualquier prisionero pirata que hayan hecho. A continuación, partiremos rumbo a casa.