17 de Marpenoth, Año del Intemporal (1479 CV)
La extraña selva de la Luna Negra se agolpaba amenazadora contra la muralla de la fortaleza pirata. Sus frondas y sus hierbas, su maleza y árboles crecían en una profusión de colores fantásticos que no se parecía a nada que Geran hubiera visto antes. El aire era denso, y estaba lleno de aromas extraños y dulzones, y se oía el eco de los gorjeos y graznidos de pequeñas criaturas —pájaros, ranas, o algo así— en una atmósfera apenas iluminada. El aire era húmedo y frío, y a la altura del suelo flotaba una leve neblina. Muchas de las plantas tenían un aspecto poco saludable, y se preguntó si alguna sería carnívora.
—Vamos de mal en peor —dijo Hamil suavemente—. No me gusta el aspecto de este lugar. Espero que Mirya no se haya salido del camino.
—Yo también. Ni siquiera Kara podría rastrearla por aquí.
Geran echó un vistazo a los escalones de piedra que bajaban desde la puerta trasera de la fortaleza. Había un pequeño claro justo al lado, con caminos invadidos por la vegetación que se alejaban en ambas direcciones. En teoría, la puerta trasera les permitía a los defensores de la fortaleza enviar al exterior grupos de asaltantes para contraatacar al enemigo que se amontonaba en la puerta principal. Sin embargo, no vio señales de que Mirya o Selsha hubieran rodeado la fortaleza junto a la muralla. Si habían huido de la fortaleza, no querrían andar merodeando por la base del muro; querrían alejarse lo más posible de aquel lugar, y esperarían dejar atrás o esquivar a cualquier perseguidor adentrándose en la selva.
Al otro lado del claro había un único camino que se introducía en la selva. Geran se dirigió hacia él mientras seguía buscando huellas por el sendero. Si hubiera tenido que apostar, habría dicho que no era un camino muy usado, en el mejor de los casos; estaba en su mayor parte invadido por la vegetación, pero un surco de barro en el centro sugería que la gente iba por ahí de vez en cuando. A unos cuarenta y cinco metros de la puerta, el sendero llegaba al borde de la oscura selva de la luna…, y allí Geran encontró algo que le resultaba más familiar. Se detuvo y se arrodilló sobre la hierba violeta, al borde del sendero.
—Mira esto —le dijo a Hamil.
El halfling se arrodilló junto a él.
—¿Selsha?
—Creo que tiene el tamaño justo. Debe de hacer pocas horas. Es difícil saberlo, ya que no tengo ni idea de qué tipo de clima impera en este lugar, pero mira, la hierba que se dobló bajo el talón, ahí, aún está húmeda y tiene el mismo color que el resto.
Hamil se puso en pie y rodeó la zona mirando hacia abajo.
—Aquí —dijo—. Creo que ésta podría ser de Mirya.
Geran se acercó para observar el hallazgo de Hamil. Era la huella de una especie de chinela, de puntera afilada, pero el tamaño tenía pinta de ser el correcto. Podría haber sido de cualquiera de las mujeres que los piratas habían esclavizado, por supuesto, pero no veía ninguna razón por la que las mujeres de la servidumbre abandonarían la fortaleza a través de aquella puerta, al menos no con semejante calzado.
—No creo que ésos sean los zapatos de Mirya —dijo—. Sin embargo, Olana dijo que le había llevado a Mirya ropa nueva. Quizá también le llevó unas chinelas.
Volvieron a ponerse en marcha, siguiendo el sendero que atravesaba el bosque. Después de recorrer unos noventa metros, vieron que emergía brevemente junto a la orilla del lago; mirando atrás se podía ver la fortaleza en lo alto de la colina, y los dos barcos atracados junto a los muelles. Aparte de las finas volutas de humo que se distinguían en el cielo oscuro, no se veía ningún otro signo de lucha desde esa distancia. Junto a la orilla convergían varios senderos, o quizá trochas de caza. Buscaron pistas de hacia a dónde podrían haberse dirigido las Erstenwold por el suelo, y Geran vio algo en el tronco de un árbol cercano al camino por el que habían venido. Miró más de cerca y se encontró con que en la corteza carnosa del árbol había marcadas dos toscas líneas horizontales. De ellas brotaban oscuras gotas de savia.
—Creo que Mirya podría haber marcado este árbol —le dijo a Hamil.
—Pero por ahí es por donde hemos venido. ¿Por qué habría de marcar el sendero que nos lleva de vuelta al lugar del que escapaba?
Geran frunció el ceño y se detuvo a pensar un instante. Mirya podría haber decidido que quería saber cómo volver hasta sus captores si la selva que había más allá de la fortaleza resultaba ser demasiado peligrosa. Ninguno de los otros senderos tenía una marca similar, así que estaba claro que intentaba dejar señales del camino que había seguido. Sin embargo, estudiando el suelo, vio que Mirya —si de veras las huellas de las chinelas eran suyas— había echado un vistazo a todos los senderos que salían de la orilla antes de decidirse por uno.
—Se lo preguntaremos cuando la encontremos —le dijo a Hamil—. Vamos, sigamos adelante.
Recorrieron el nuevo sendero a paso ligero. Esa vez avanzaron casi dos kilómetros antes de llegar a una intersección. De nuevo se encontraron con que el sendero por el que habían venido tenía una marca reciente.
—¡Mirya! —la llamó Geran—. ¡Mirya!
No obtuvo respuesta. Puso cara de frustración y buscó hasta que encontró en un camino huellas similares a las que habían estado siguiendo, con lo que volvieron a ponerse en marcha. Pero le llamó la atención algo más que había en el suelo. Cerca de la huella de Mirya —de hecho, superpuesta— había una huella con garras del tamaño aproximado del pie de Geran. Tenía dos dedos grandes, y uno más pequeño en la parte trasera, próximo al empeine. Mientras avanzaba por el camino, encontró más huellas de la criatura, que iban paralelas a las de Mirya. Estaba casi seguro de que no había visto aquellas huellas en la orilla del lago; algo había salido de la selva y había seguido el rastro de las Erstenwold, o eso parecía. Aumentó la velocidad hasta una carrera ligera. Hamil le siguió el ritmo sin quejarse, notando que su sentido de la urgencia iba en aumento.
Atravesaron chapoteando un arroyo sembrado de rocas y, al llegar a la otra orilla, se dieron cuenta de que el viejo sendero desembocaba en las ruinas de una antigua carretera hecha de piedra negra y brillante. Estaba enmarcada por bloques hexagonales encajados unos con otros hacía mucho tiempo, aunque la hierba rojiza crecía en los huecos que quedaban entre ellos y había lianas colgando sobre el camino. Geran se detuvo, confundido, mirando al suelo. En aquella dura superficie no podía distinguir ninguna huella.
—¡Maldita sea mi suerte! —murmuró. En algún lugar cercano, en el bosque, se oyó un extraño chillido animal, una especie de ulular—. Hamil, he perdido el rastro.
El halfling recorrió el camino con la mirada y frunció el ceño.
—¿Derecha o izquierda?
—Kara podría decírnoslo, si estuviera aquí.
Geran dio una patada en el suelo, lleno de frustración. Había agotado sus escasos conocimientos sobre el bosque, pero se arrodilló y comenzó a examinar las piedras con mayor atención, esperando encontrar alguna señal que se le hubiera escapado.
Hamil hizo lo mismo.
—Esta mampostería es muy anterior a la fortaleza de la Luna Negra —dijo el halfling—. Me pregunto quién haría una carretera aquí.
—Es posible que conduzca a esas ruinas que has visto cuando descendíamos. Creo que deben estar subiendo la colina desde allí.
Geran observó detenidamente la carretera, invadida por la vegetación, esperando vislumbrar alguna vieja torre o muralla en aquella dirección, o al menos alguna señal de que Mirya y su hija pudieran haberse dirigido hacia allí. A continuación, miró hacia el otro lado de la carretera, que seguía el arroyo en dirección al lago. Otro animal al que no pudieron ver ululó en respuesta al primero.
—¿En qué dirección habrán ido Mirya y Selsha?
Hamil meneó la cabeza.
—Mirya busca un lugar donde esconderse, ¿no crees? Si vio esas ruinas desde el aire, podría haber decidido dirigirse hacia ellas. Igualmente podrían estar fuera del bosque. —Agitó el brazo en dirección al arroyo—. Probablemente eso te lleve de vuelta al lago, y después, ¿quién sabe hacia dónde?
—Podríamos dividirnos y explorar ambas opciones —dijo lentamente Geran.
—Ni lo sueñes. Lo último que quiero es tener que ir a buscarte después de encontrar a Mirya y Selsha. De hecho… —Hamil comenzó a decir algo, pero lo interrumpió otro de los gritos ululantes. Entrecerró los ojos y se volvió lentamente, inclinando la cabeza mientras cargaba el arco con una flecha—. De hecho, estamos a punto de ser atacados —terminó en silencio—. Sean lo que sean, hay tres o cuatro acercándose a nosotros desde el bosque.
Hamil tenía un olfato extraordinario para los problemas, y Geran confiaba en él. Desenvainó la espada y se pusieron los dos espalda contra espalda.
—Olvida la idea de dividirnos —dijo en voz baja.
Resonaron más gritos en el bosque, esa vez más cerca y por todas partes. El mago de la espada miró con atención hacia la penumbra del suelo, tratando de ver a las criaturas que los acechaban, y fue entonces cuando los monstruos atacaron.
Se lanzaron desde las copas de los árboles, dando grandes saltos. Geran vislumbró unos cuerpos moteados de color blanco verdoso y unos enormes ojos amarillo anaranjado, un único globo ocular que ocupaba casi la totalidad de la cabeza de las criaturas. A su espalda el arco de Hamil zumbó, y un extraño chillido resonó en el aire. Fue entonces cuando la primera de aquellas cosas saltó sobre el mago de la espada. Lo arañó con las garras, desgarrándole la carne de los hombros. Geran le lanzó una estocada furiosa y notó cómo su acero se hundía en la piel verrugosa; un icor oscuro cayó al suelo y aquella cosa se alejó de un salto.
Se volvió rápidamente para enfrentarse al siguiente monstruo, y lo vio agazapado entre las ramas de un árbol cubierto de musgo, mirándolo. La criatura presentaba el tamaño de un hombre adulto, pero estaba encorvada y tenía los brazos largos y las rodillas dobladas de forma extraña. Su único y enorme ojo tenía un tamaño similar al de una cabeza humana, y brillaba con dorada malicia. Bajo éste, una pequeña boca de dientes afilados como agujas se abrió para soltarle un bufido. El ojo concentró su atención en él, y de repente, se sintió mareado y con ganas de vomitar. Notó que su rostro enrojecía por el calor y comenzaba a picarle intensamente. Apartó la vista del monstruo y levantó el brazo izquierdo para cubrirse la cara; se horrorizó al ver que la piel se oscurecía y resecaba, y que la temperatura aumentaba hasta que comenzaron a aparecer pequeñas grietas de las que comenzó a supurar algún tipo de fluido.
—¡Por las heridas sagradas de Ilmater! —exclamó, horrorizado—. ¡Hamil, no dejes que te miren! ¡Su mirada abrasa la carne!
Un grito ahogado a sus espaldas lo advirtió de que Hamil ya lo había descubierto por sí mismo. Geran se volvió de espaldas al monstruo, que lo miraba fijamente por pura desesperación, tratando de ocultarse lo mejor posible bajo la capa para evitar su mirada. El brazo izquierdo dejó de supurar de repente; saltó por delante de Hamil, embistiendo a un monstruo que estaba en cuclillas sobre una roca que había junto al arroyo mientras mantenía paralizado al halfling con la mirada. La criatura bufó furiosa cuando Geran interrumpió su vínculo con Hamil, y fijó la vista en el mago de la espada… Pero ahora Geran lo tenía al alcance de su espada. Le lanzó un tajo salvaje a la cara y le rajó aquel enorme y horrendo ojo. El orbe estalló, dejando salir un líquido negro y borboteante, mientras la criatura emitía unos terribles chillidos. Cayó al suelo entre convulsiones, y Geran la remató con una estocada en el centro del escaso pecho.
Geran se volvió hacia el que había dejado atrás. La criatura se había acercado de un salto, y había cargado contra los dos compañeros mientras éstos no la miraban. Esa vez, Geran se cubrió los ojos con la mano, fijando la vista en su pecho y resguardándose tras la capa mientras avanzaba para enfrentarse con ella. Balanceó la espada frenéticamente, obligando al monstruo a detener su carga. Trató de alcanzarla con las garras, pero Geran equilibró la espada y le lanzó una estocada al frente, donde creía que estaba la parte central de su cuerpo. El acero se hundió en la carne, y su adversario bufó y se apartó de un salto; cuando levantó la vista cuidadosamente para ver adónde había ido, apenas vislumbró un trozo de piel pálida desapareciendo nuevamente en la selva.
—Definitivamente, odio la selva —masculló Hamil. Sostenía el arco con las manos llenas de ampollas mientras escudriñaba entre los árboles—. ¿El último ha conseguido huir?
—Logré herirlo, posiblemente de muerte. Pero ahora ya se ha ido, al igual que el primero al que rajé.
—Bueno, estos dos de aquí seguro que están muertos. —Hamil avanzó para darle una patada al cuerpo de uno de los que había atravesado con las flechas—. ¿Qué diablos son estas cosas?
—Nada que hayamos visto antes, y ése es el problema. Estamos muy lejos de Faerun.
Geran miró hacia la antigua carretera, que serpenteaba a través de la selva, e hizo una mueca. Si había más criaturas como los cíclopes acechando en la jungla de la Luna Negra, Mirya y su hija corrían un peligro espantoso. Lo único que podía hacer era rezar para que las Erstenwold no se hubieran encontrado con alguna de aquellas criaturas, o con algo peor.
En algún lugar cercano, entre las sombras del bosque, ese oyó de nuevo el sonido ululante. Otro contestó desde bastante más lejos. Hamil dejó escapar un juramento y miró a Geran.
—Se están comunicando. ¡Maldita sea! No creo que hayan terminado con nosotros aún.
—Entonces, deberíamos marcharnos de aquí, y deprisa. No tiene sentido quedarnos esperando a que lleguen más.
El mago de la espada eligió avanzar a paso ligero colina arriba, siguiendo la carretera mientras ascendía hacia las cimas que rodeaban el lago. Quería cubrir bastante terreno, pero al mismo tiempo debía asegurarse de no pasar por alto ninguna huella o señal, ni tropezar con algún otro monstruo. Sólo de pensar en Mirya y Selsha vagando por aquel horrible lugar hacía que se estremeciera hasta la médula.
Sabía que debía tener cuidado de no alejarse mucho del Dragón Marino y la fortaleza pirata; después de todo, siempre existía la posibilidad de que la batalla se hubiera vuelto contra los hulburgueses de nuevo, y podrían necesitarlos desesperadamente a él y a Hamil para acabar con la Hermandad de la Luna Negra. Pero no podía ni plantearse volver. En los dos años que habían pasado desde que había caminado por última vez bajo las doradas hojas de Myth Drannor, los momentos que había pasado junto a Mirya y su hija habían sido los únicos en los que había podido olvidarse realmente del sentimiento de pérdida y soledad que le producía su exilio. No podía dejar aquel lugar hasta estar seguro de que estaba a salvo. Si era necesario, enviaría al Dragón Marino de vuelta a casa y se quedaría para registrar aquel satélite de punta a punta.
El ascenso a través de las sombras del bosque era muy empinado y la carretera estaba cubierta de musgo, hasta que finalmente salía del follaje por el lateral de una colina, en la parte más alta. El lago de zafiro brillaba allá abajo, extendiéndose varios kilómetros entre las colinas cubiertas de vegetación. A su alrededor había muros de piedra negra derruidos, que marcaban los límites ahora perdidos de algún antiguo templo o palacio. Geran volvió la vista atrás; supuso que debían estar a unos dos kilómetros de la fortaleza en ese momento. El Reina Kraken y el Dragón Marino todavía estaban el uno junto al otro en el muelle, señal de que la batalla no había tomado ningún rumbo desastroso. Lo alto de la colina estaba despejado, el aire era fresco y reinaba la quietud.
—¡Mirya! —llamó Geran—. ¡Selsha! ¿Estáis aquí? —Nadie contestó. Corrió hacia la otra punta de la explanada y volvió a gritar—. ¡Mirya! ¡Selsha!
Las ruinas permanecieron en silencio. Bajo las pesadas piedras negras del muro crecían oscuras frondas y plantas trepadoras de tonos rojizos. Geran, cada vez más desesperado, corrió de un lado a otro, inspeccionando frenético viejas puertas y una esquina tras otra. Gritando de pura frustración, se volvió de nuevo hacia el lago.
—¡No están aquí! —dijo—. Deberíamos haber seguido la carretera en dirección descendente, en vez de ascendente…, eso suponiendo que no hayamos perdido el rastro mucho antes. Vamos, Hamil.
—Espera un segundo. Asegurémonos antes de darnos por vencidos.
Hamil trepó a un muro bajo, lo siguió hasta el lugar en que se encontraba con la fachada de un edificio, y escaló hasta el tejado, que se caía a trozos. Desde aquella posición ventajosa se tomó su tiempo para examinar el entorno que los rodeaba. Geran alzó la vista hacia el cielo y vio que unos brillantes destellos color malva estaban comenzando a surcar aquella oscuridad absoluta. Se veía un reflejo brillante en la estela de la luna; faltaba poco para el amanecer, tal y como era en aquel lugar. Entonces, un coro de voces ululantes y chillidos estridentes surgió de algún lugar cercano a las ruinas, resonando con fuerza en los altos muros de piedra.
Hamil hizo una mueca y se agachó todo lo que pudo sobre el tejado.
—Más cíclopes —comentó—. ¡Casi los tenemos encima!
—Por supuesto —gruñó Geran.
Echó un vistazo a su alrededor y vio una especie de callejuela que conducía colina abajo. Los altos muros de piedra podían servirles como escondite, y evitarían que los monstruos los rodearan.
—¡Rápido, por aquí!
Salió disparado hacia el callejón, mientras oía cómo las criaturas se llamaban las unas a las otras en las ruinas. Hamil descendió del tejado, aterrizó de pie, y corrió tras él. El callejón pasaba cerca de la estructura de varios edificios viejos en lo alto de la colina antes de descender abruptamente por el otro lado. Los viejos muros que los rodeaban resultaban opresivos, y había numerosos grupos de hongos azules que brillaban en las desgastadas escaleras de piedra. Geran encontró una puerta baja a un lado y entró agachado. Desde el interior se podía ver el cielo, ya que el edificio hacía tiempo que no tenía techo, pero los altos muros y la estrechez de la entrada ofrecían un refugio defendible. Desenvainó la espada y esperó junto a la puerta; Hamil preparó el arco y dio un paso atrás para vigilar la parte superior de los muros, por si acaso aquellos monstruos lunares trepaban por ellos.
—Creo que ahora mismo me gustaría volver a la fortaleza y luchar contra los piratas —dijo Hamil en voz baja. Cargó una flecha en el arco corto.
Geran se permitió esbozar una sonrisa sombría y agarró la espada con más fuerza. Oyó a los monstruos moviéndose por las ruinas, cerca de ellos; sus pies llenos de garras pisaban suavemente las viejas piedras mientras se llamaban unos a otros emitiendo notas enloquecedoras. Echó la espada hacia atrás, preparado para lanzar una estocada mortal en la entrada a la primera criatura que apareciera…, pero ninguno de los monstruos apareció. Siguieron las llamadas, pero comenzaron a alejarse nuevamente. Se atrevió a echar un rápido vistazo fuera y vislumbró a uno de los monstruos saltando mientras se alejaba de ellos. Desapareció entre las ruinas.
—¿No nos han encontrado? —preguntó Hamil.
—No creo que eso sea posible. —Geran miró calle abajo. Las criaturas lunares no habían tenido problemas para localizarlos antes. Quizá estaban siguiendo el rastro de otra presa…—. ¡Maldita sea! ¡Van tras Mirya y Selsha!
Antes de que pudiera pensárselo dos veces, salió apresuradamente a la callejuela y corrió tras las criaturas lunares, siguiendo sus llamadas lo mejor que podía. Hamil le lanzó una mirada severa, pero corrió tras él. A duras penas consiguieron guiarse por aquel laberinto, que ahora descendía abruptamente por el oscuro lateral de la colina. Dobló una esquina dando un salto y se encontró en una plaza más pequeña, que estaba rodeada por torres inclinadas de cinco caras cuya parte superior estaba medio derruida. En un callejón vacío, atrapada entre dos torres, una mujer ataviada con un fino vestido de seda roja estaba de pie, con la espalda contra la pared: se defendía de varias criaturas ciclópeas lanzándoles rocas.
—¡Mirya! —gritó Geran.
Ella alzó la vista, mirando por encima de los pálidos monstruos que cada vez estaban más cerca, y sus miradas se cruzaron.
—¿Geran? —dijo, asombrada. Se apartó el pelo de los ojos.
Las criaturas lunares se volvieron para enfrentarse a Geran y a Hamil. El halfling alzó el arco, apuntó y dejó escapar la flecha en un abrir y cerrar de ojos. El monstruo que estaba más cerca emitió un chillido y saltó antes de caer al suelo con una flecha clavada entre las costillas. Los demás miraron enfurecidos hacia el callejón y atravesaron la pequeña plaza a la carga. Hamil volvió a agacharse para esconderse, pero Geran fijó la vista en un punto concreto del suelo, junto a otra de las criaturas, y pronunció las palabras de su conjuro de teletransportación. En un instante, se encontró junto a aquella cosa, con la espada preparada. El monstruo saltó hacia él, con las garras abiertas; Geran se agachó y le clavó la hoja elfa directamente en el asqueroso corazón, empujando el cadáver a un lado mientras pasaba junto a él, tambaleándose, y se desplomaba sobre el suelo. Se levantó y limpió el icor de su espada.
Dos de los monstruos bufaron y lo miraron fijamente con sus terribles ojos. Notó cómo se le quemaba la carne bajo su mirada y dio un traspié a ciegas en dirección al monstruo que tenía más cerca… Pero Hamil volvió a disparar y cegó a una de las criaturas, y una piedra del tamaño de un puño salió disparada del callejón, derribando a la otra, que quedó a cuatro patas sobre el suelo. Se levantó con dificultad, lanzó un chillido de dolor, y desapareció en las ruinas de un salto; el resto de la manada se desperdigó tras él. Geran se enderezó lentamente, buscando más monstruos, pero desaparecieron tan deprisa como habían aparecido.
Mirya Erstenwold salió del callejón sin salida, sosteniendo otra piedra en la mano. Geran pestañeó, sorprendido; el vestido de seda roja que llevaba era indecente, ya que dejaba sus largas piernas y sus delgados brazos al descubierto, y enseñaba un escote impresionante.
—Geran Hulmaster —dijo, bajando la piedra—. ¡Mis ojos doloridos se alegran de verte! ¿Qué demonios estás haciendo en un lugar tan extraño como éste?
—Buscarte, por supuesto.
Geran envainó la espada y la envolvió en un rápido y feroz abrazo. Durante un instante se permitió olvidar todo lo que se interponía entre ambos, y se deleitó en el dulce alivio de haberla encontrado viva e ilesa. Pasara lo que pasase en Neshuldaar más tarde, ese día, al menos, había logrado eso.
—¡Gracias a los dioses que estás a salvo!
—Sí, por ahora —cerró los ojos y suspiró aliviada.
Él no podía imaginarse todo lo que habría pasado en los últimos días, pero Mirya era dura; se permitió tan sólo un instante antes de liberarse de su abrazo. Frunció el entrecejo con expresión preocupada.
—¿Habéis visto a Selsha por algún sitio? —preguntó.
Hamil recorrió con la vista las ruinas que se cernían sobre ellos.
—¿No está contigo?
—No. Todavía está perdida ahí fuera. —Mirya se rodeó los hombros con los brazos y se estremeció—. Hemos huido juntas de nuestra celda en la fortaleza pirata, pero nos hemos separado. Ella ha huido por la puerta lateral. La he oído gritar y la he seguido hasta este horrible lugar, pero después esas… cosas… me han encontrado. —Señaló con la cabeza a los monstruos muertos a los pies de Geran—. Me han perseguido por estas terribles y viejas ruinas. No tengo ni idea de dónde está Selsha ahora.
Geran hizo una mueca de dolor ante tal ironía. Mirya había conseguido escapar de sus captores apenas una o dos horas antes de que llegaran sus rescatadores…, y ahora Selsha estaba perdida y sola en aquel horrible y oscuro bosque. Si se hubieran quedado donde estaban, quizá en ese momento estarían las dos a salvo…, o al menos tan a salvo como Geran y Hamil pudieran mantenerlas. Pero también era cierto que si se hubieran quedado donde las habían dejado Kamoth y Sergen, los señores de la Luna Negra podrían haberles hecho algo horrible a sus prisioneras una vez que se hubieran dado cuenta de que la fortaleza estaba perdida. De cualquier modo, ahora ya estaba hecho; no tenía sentido lamentarse por algo que no había sucedido.
—La encontraremos, Mirya —dijo con suavidad.
Se quitó la capa que le rodeaba los hombros y se la ofreció; su vestido era del todo indecente, al menos según los cánones hulburgueses.
—Si ha conseguido llegar hasta estas ruinas desde la fortaleza lunar, no hay razón para que no pueda estar escondida cerca de aquí.
—Lo sé, Geran.
Mirya se cubrió con la capa, dedicándole una sonrisa agradecida, y recobró la compostura.
—¿Dónde la has visto por última vez? —preguntó Hamil.
—No la he visto, pero la he oído llamándome desde algún lugar en lo alto de la colina —dijo Mirya, señalando—. He venido hasta aquí siguiéndola, y después me he topado con los monstruos de un ojo.
—Así que lo más probable es que esté en algún lugar de estas ruinas —dijo Geran—. No nos iremos sin ella, te lo prometo. —Se volvió para inspeccionar las ruinas cercanas y respiró profundamente—. ¡Selsha! —gritó tan fuerte como pudo, olvidándose de los monstruos.
Podría llevarles horas encontrar a una niña pequeña oculta en el laberinto de viejos edificios y árboles sombríos. Con suerte, la encontrarían antes de que las criaturas de un ojo se reagruparan para atacarlos de nuevo…, o eso esperaba.
—No me gusta la idea de gritar a los cuatro vientos nuestra situación a todos los monstruos lunares que nos oigan —le dijo Hamil silenciosamente. Pero gritó un instante después que Geran.
—¡Selsha! ¡Estamos aquí!
Mirya se unió a ellos, llamando a su hija con su voz alta y clara.
Juntos se adentraron aún más en las ruinas por el angosto callejón.