VEINTITRÉS

16 de Marpenoth, Año del Intemporal (1479 CV)

Cuando volvieron al Dragón Marino, Geran se enteró de que habían perdido nueve hombres del grupo que había desembarcado y otros dos a bordo del Dragón Marino, un importante tributo, pero no tan grande como había temido en los primeros y caóticos momentos del ataque de las gárgolas. Mayor fue el número de heridos de una u otra consideración, pero Larken, el joven monje que viajaba como capellán del barco, se reveló como un eficaz sanador. Después de la primera escaramuza con las gárgolas, Larken salvó la vida de numerosos heridos graves y curó las heridas que podrían haber matado a otros. Se ocupó de Geran tan pronto como Hamil y su grupo de rescate volvieron a bordo con el mago de la espada, pronunciando plegarias curativas sobre la más grave de sus heridas. A la mañana siguiente Geran estaba rígido y dolorido, pero su muñeca izquierda se había soldado y se pudo poner de pie en el alcázar, aquejado sólo por algunos dolores y molestias que le recordaban las horas que había pasado entre las ruinas.

A sus espaldas, Sulasspryn se desvanecía entre las nieblas matinales. La lluvia había cedido finalmente poco antes del amanecer, y el aguacero se había convertido en una tenue llovizna. Lo primero que hizo Geran cuando se alejaron de las ruinas fue llamar al carpintero del Dragón Marino —uno de los hijos del viejo maese Therdon, maestro calafate de Hulburg— a su presencia y ordenarle que empezase a trabajar en un marco para la brújula estelar, similar al que había en el Tiburón de la Luna.

Andurth Galehand miró al carpintero con gesto de desaprobación. Muchos enanos no estaban muy convencidos de la magia de los arcanos, y los marineros eran un atajo de supersticiosos en el mejor de los casos. Pasado un momento, meneó la cabeza y se volvió para hablar con Geran.

—Vamos en dirección sudeste porque era la mejor ruta para alejarnos de Sulasspryn —dijo—. Pero estoy seguro de que ahora encontraremos el camino despejado. ¿Qué rumbo tomamos, señor?

Geran elevó la mirada al cielo. Parecía que la niebla iba a acompañarlos algún tiempo más, y los vientos racheados de la noche anterior habían sido sustituidos por un persistente vendaval del noroeste. No creía que importara mucho donde estuvieran si iban a usar la brújula estelar, pero no pasaría nada si ponían rumbo hacia las Garras de Umberlee. Había sido allí donde el Reina Kraken había abandonado el Mar de la Luna, después de todo. Por otra parte, si Esperus había dicho realmente la verdad a través de Murkelmor y Skamang, entonces debía considerar la posibilidad de virar hacia Hulburg.

—Mantenlo en esta dirección un poco más —dijo por fin al oficial de derrota—. No estoy seguro de dónde estamos, pero podríamos también dirigirnos hacia el oeste mientras lo pienso. Podríamos volver a Hulburg antes de hacer ninguna otra cosa.

—Bien, señor —respondió Galehand—. Mantendré el rumbo.

Geran se convenció de que permanecer allí de pie mirando cómo trabajaba el carpintero no lo ayudaría a terminar el trabajo más deprisa, por lo que volvió a su camarote. Envió a su ayudante a buscar a Hamil y a Sarth para que se reunieran con él, y luego pidió al joven que le trajera un abundante desayuno de la cocina. Cuando llegaron sus amigos, los invitó a que compartieran las viandas con él.

—Os comenté que me encontré con Murkelmor y con parte de la tripulación del Tiburón de la Luna ayer noche —empezó diciendo—. No quise decir nada más ante la tripulación y los hombres armados, pero éste es el resto del relato. Llevaban un mensaje del Rey de Cobre. Esperus dijo que si continuaba buscando a Mirya, Hulburg caerá en poder de un enemigo olvidado…, sea lo que sea, pero que si abandono a Mirya para proteger al harmach, tanto ella como Selsha se perderán. La Luna Negra se nos escapará, y un desastre diferente se abatirá sobre Hulburg en los años venideros.

—Es una profecía nefasta —observó Sarth—. La fatalidad nos acecha por todas partes.

—Eso parece —respondió Geran.

Se echó hacia atrás en la silla, observando por las ventanas de popa la orilla costera que dejaban atrás, que ya sólo era una fina línea en el horizonte. Ya no podía ver nada de Sulasspryn.

—¿Tienes algún motivo para pensar que el Rey de Cobre dice la verdad? —preguntó Hamil.

—No tengo razón alguna para pensar que no la diga. Sólo me reuní una vez con el Rey de Cobre, pero salí de allí con la impresión de que no es de los que hablan por hablar. A su entender, los vivos no se merecen que les mientan.

Hamil asintió pausadamente.

—Yo tuve la misma impresión —admitió.

—Esperus es, sin duda alguna, capaz de mentir —terció Sarth—. Aunque yo no me he reunido nunca con él como vosotros, lo estudié durante muchos meses a través de los relatos históricos y de su propia correspondencia. Es probable que no falte a su palabra una vez que la ha dado, pero tiene una forma de cumplir sus compromisos que comporta consecuencias desgraciadas.

El tiflin se puso de pie y dio unos pasos moviendo con elegancia su delgada cola.

—La cuestión que me interesa es por qué Esperus decidiría darte ese aviso. Seguro que no lo hizo para beneficiarte. Espera influir en tu decisión para su propio beneficio.

—Entonces, aceptamos que Esperus tiene razón —dijo Hamil—. Algo malo está a punto de abatirse sobre Hulburg si Geran sigue persiguiendo a la Luna Negra. Pero también dijo que si abandonamos el empeño de darles caza, la Luna Negra nos traerá la ruina. Ambas opciones parecen desastrosas. ¿Cómo se supone que va a influir en la decisión de Geran?

—¿Quiere Esperus que busque una tercera opción? —se preguntó en voz alta Geran—. Supongo que se pueden abandonar ambas causas, pero no logro ver cómo podría ayudar eso.

—O tal vez sugiere que deberías volver a Hulburg, dejando que el Dragón Marino siga persiguiendo a los piratas de la Luna Negra —intervino Sarth.

—Lo cual podría desactivar las dos catástrofes contra las que te previno Esperus —respondió Hamil—. Ése podría ser, de hecho, el objetivo de ese aviso: elegir una u otra para no ser víctima de ambas.

—Es una locura —murmuró Geran—. Quizá su único propósito fuera ver si puede llevarme a anticipar todo lo que hago y seguirme de cerca, en cuyo caso, él estaría en condiciones de tener éxito. Habría sido mejor que no me hubiera dicho nada. —Hizo un gesto con la cabeza—. En todas las historias que he oído en mi vida que hablaban de augurios, profecías o predicciones, todos los intentos de burlar al destino resultaban indefectiblemente inútiles. ¿Por qué tratar de evitarlo?

—No me pega que seas un fatalista —manifestó Sarth.

—No tengo la intención de rendirme dócilmente ante cualquier desgracia que esté a punto de caernos encima.

Geran suspiró y miró por la ventana. No podía imaginar por qué Esperus se había dignado ponerlo sobre aviso de los peligros que se avecinaban. A decir verdad, hubiera deseado que el Rey de Cobre no tuviera ni la menor idea de quién era. Pero el lich se había interesado por él, fueran cuales fuesen las razones, y en cierto modo Geran dudaba de que Esperus se fuera a tomar la molestia de mentirle o desorientarlo. Eso significaba que él tenía que elegir. Por un lado, su familia y su hacienda estaban en peligro; por el otro, una mujer por la que había sentido un profundo afecto, y a la que incluso había amado, y su inocente hija se enfrentaban a un terrible destino…, y parecía que su traidor primo se le iba a escapar una vez más.

Hamil lo vio luchar con sus pensamientos.

—Entonces, ¿qué vas a hacer? —le preguntó.

Geran sopesó sus palabras antes de responder.

—Haré todo lo posible por olvidar lo que Esperus ha dicho, y seguiré adelante tal como pensaba —dijo finalmente—. No sé qué es lo que amenaza a Hulburg, pero sé con certeza el peligro que corren Mirya y Selsha. Y no puedo abandonarlas a su suerte. Y si Hulburg está condenada, haga yo lo que haga, entonces también podría ser que Kamoth y Sergen no sean los que estén detrás de esa caída. Lo que ocurra después de eso, ocurrirá. Tengo que creer que ni siquiera Esperus puede prever todas las consecuencias.

El ayudante apareció entonces con el desayuno, y Geran se sorprendió al darse cuenta de lo hambriento que estaba. Había estado fuera, en medio del frío y la humedad, la mayor parte del día anterior, y eso siempre lo dejaba con hambre. Cuando terminaron, los tres compañeros volvieron a la cubierta y se encontraron con que el soporte del joven Therdon estaba listo para recibir la brújula estelar. Con todo cuidado, Geran, Sarth y el carpintero colocaron la oscura esfera en su nuevo alojamiento, justo delante del timón.

Finalizada la operación, Geran esperó a ver los agujeros de luz estelar cuya aparición había percibido la noche anterior, pero no ocurrió nada más. Miró a Sarth.

—Creo que ésta es exactamente la forma en que estaba colocado en el Tiburón de la Luna. ¿Hemos pasado algo por alto?

Sarth negó con la cabeza.

—No, creo que no —dijo, midiendo las palabras—. El artilugio tiene un encantamiento para llevar al barco hasta el Mar de la Noche, pero ahora es mediodía. Creo que tenemos que esperar a la puesta del sol.

—Exactamente como lo hizo el otro día Kamoth con el Reina Kraken —dijo Geran, y al mirar al cielo se estremeció; eso podía explicar por qué el barco corsario no se había elevado por los aires al avistar por primera vez al navío de guerra de Hulburg—. De acuerdo, volveremos a intentarlo al anochecer.

Controló su desconcierto y bajó a su camarote para descansar unas horas. Había estado despierto la mayor parte de las tres noches de navegación, y el tiempo que había pasado inconsciente en el sótano de Sulasspryn no contaba precisamente como sueño.

Poco antes de la puesta de sol, se levantó y subió a la cubierta. Por el norte, en el horizonte se avistaban grises jirones de nubes, y la velocidad del viento empezaba a aumentar nuevamente. Geran había ordenado a Galehand que todos los hombres disponibles estuvieran en cubierta, porque no sabía lo que podría pasar si la brújula funcionaba, y esperó a que se desvaneciesen los últimos tonos anaranjados del día. Luego se volvió hacia Sarth.

—Intentémoslo ahora —dijo.

—No olvides que ésta no es mi especialidad —respondió el hechicero.

Sarth murmuró palabras arcanas y apoyó la mano sobre la superficie de la brújula. Los puntos de luz estelar contenidos en el globo de cristal empezaron a brillar cada vez con mayor intensidad y a arremolinarse lentamente. Geran contuvo el aliento y puso toda su atención en lo que estaba ocurriendo. Pero no pasó nada más. Sarth frunció el entrecejo y probó con un encantamiento diferente. También ése falló. Luego, lo intentó con un tercero, pero el resultado fue el mismo.

—Lo siento —dijo finalmente Sarth—. Debe de haber un encantamiento específico para manejar el artilugio.

Geran se dio la vuelta y descargó un puñetazo sobre la barandilla del barco.

—¡Maldita sea! —gritó.

¿Que se suponía que tenían que hacer ahora? Había dado por seguro que el manejo de la brújula estelar no presentaría ningún problema, pero parecía que no era así.

—¡Espera! —lo contuvo Hamil—. Olvidé que tenía esto. Intenta el encantamiento desde la carta de Narsk. —Buscó en sus bolsillos y sacó un trozo de papel—. Es un pequeño recuerdo del remojón que nos dimos en el puerto la noche pasada, pero tú aún puedes leer las palabras.

Sarth cogió el papel y examinó el contenido.

—Muy bien —dijo—. Tal vez los Magos Rojos que le entregaron a Narsk la brújula le dieron este encantamiento para activarla. —Puso otra vez la mano sobre la esfera de cristal y leyó en voz alta el contenido del papel mojado—. ¡Jhel ssar khimungon, jhel nurkhme thuul yasst ne mnor!

Sobre la superficie esférica del artilugio aparecieron unas fantasmagóricas runas blancas. Cerca de la cúspide de la brújula surgió un diminuto punto de luz. Geran pudo sentir que se activaba el poder arcano del artilugio. Un tenue rayo plateado envolvió el puente y los mástiles del Dragón Marino, como la luz de la luna apresada en la bruma, y el barco se elevó suavemente sobre las crestas de las olas.

—¡Creo que esta vez está funcionando! —dijo Geran, dirigiéndose a Sarth.

—Tú estás al timón, Geran —respondió Sarth—. La brújula debe de estar respondiéndote.

Geran asintió. Se preguntó cómo se suponía que iba a poner rumbo hacia arriba. Después de todo, no había aparato de navegación ni timón que él conociera que fuera capaz de elevar un barco en el aire. Pero él no había visto ningún mecanismo especial en el Reina Kraken en el poco tiempo que había estado emparejado con el barco insignia de la Luna Negra, por eso no pensó que se necesitara alguno. El artilugio era mágico; tal vez respondía a la voz o a la voluntad del timonel.

Con un ligero atolondramiento, fijó los ojos en la brújula y dijo en voz alta:

—Asciende lentamente.

Fuera por el sonido de su voz o simplemente por la intención que puso en las palabras, la brújula estelar lo oyó y le respondió. Sus diminutos puntos de luz brillaron con mayor intensidad, y Geran dejó escapar una exclamación de sobresalto cuando una fuerza invisible empezó a empujar el puente sobre el que estaba de pie. De cada lado del casco, el resplandor plateado que llenaba la cubierta se desplegó en dos alas etéreas, aparentemente formadas sólo por polvo de estrellas y luz de luna. Oyó el repentino roce del agua bajo el casco, el soplo del confuso viento en las velas, y el batiburrillo de maldiciones, carraspeos, quejidos y gritos de la tripulación. El bauprés se elevó hacia el cielo, y el barco despegó del Mar de la Luna en medio de una explosión de finas gotas de agua. Casi de inmediato empezó a deslizarse sobre la brisa, con mucho más trapo suelto en la arboladura ahora que el peso de su casco en el agua no la mantenía en posición vertical. Geran aferró al instante la rueda del timón para virar directamente contra el viento y corregir la peligrosa quilla, y el barco respondió a su orden con facilidad, aunque el timón no tenía agua en la que hacer fuerza.

—¡Estamos volando! —exclamó Hamil con una carcajada de alegría. Se inclinó sobre la barandilla, una de sus manos aferrada a los obenques mientras miraba por la borda.

—Lord Geran, le daré todas las monedas de oro que poseo si nos lleva de nuevo abajo —gritó Ardurth Galehand—. ¡No es propio de un barco comportarse de este modo!

—Nos queda mucho tiempo de vuelo por delante, de modo que también podrías aprender tú —dijo Geran al oficial de derrota—. Lo mantendré en rumbo fijo durante algún tiempo. Que la tripulación nos ponga a medio trapo o menos. No creo que necesitemos mucha vela ahora.

El enano estaba pálido, pero asintió.

—Sí, señor.

Se dio la vuelta y empezó a gritar las órdenes a la tripulación.

Geran observó la brújula y dijo:

—Equilibradlo ahora, y deprisa, mientras avanza —ordenó.

El bauprés se inclinó un poco hacia abajo, y la cubierta se niveló paulatinamente frente a él. Estaban navegando como en un día suave y en calma, pero el Mar de la Luna quedaba a cientos de metros por debajo de la quilla. Comprobó que podía ver a bastante distancia desde aquella altura. Más allá de la ensenada del puerto podía ver los distantes picos de las Montañas Galena, bañados en la luz anaranjada de la puesta de sol que asomaba por encima de un manto de nubes que se cernían sobre las colinas más bajas. Y por la banda de estribor podía divisar las nevadas laderas de las Montañas Espolón del Mundo, que se erguían en las tierras salvajes situadas al sur de Mulmaster, la mejor parte de una zona que abarcaba unos doscientos veinticinco kilómetros, si sus cálculos eran acertados.

—Asombroso —murmuró.

Observó a la tripulación, que se afanaba en recoger velas. Cuando estuvo satisfecho, se dio la vuelta lentamente para volver a recibir el viento de cara. El barco se escoraba, pero mucho menos que al principio; era casi lo mismo que avanzar en medio de un fuerte viento en un barco que surcara las aguas.

—Asciende normalmente —dijo en voz alta.

En esa ocasión, el bauprés se elevó todavía más, y el barco pareció subir vertiginosamente, como si diera un salto. Una mirada por encima del hombro al Mar de la Luna, que se quedaba allá abajo, convenció a Geran de que en ningún momento había necesitado ordenar al barco que subiese a la velocidad más rápida; en ese instante, se dio cuenta de que sería mejor aferrarse al timón para estar seguro de no ir a parar al balaustre de popa. Se sorprendió al ver pasar por debajo de él un pequeño jirón de nube.

—¿Hasta qué altura podremos llegar? —se preguntó—. El aire se vuelve cada vez más delgado y es cada vez más frío en la cima de las montañas más altas. Si navegamos por las zonas más altas del cielo ¿nos encontraremos con esas mismas condiciones?

—Lo poco que he leído de los viajes por el Mar de la Noche me hace pensar que así será —dijo Sarth—. El éter que rodea la tierra está demasiado enrarecido para poder respirarlo, pero los artefactos como la brújula estelar o los timones mágicos lo compactan alrededor del barco, o eso fue lo que leí. Recomiendo un ascenso prudente, para que podamos dar la vuelta si estoy equivocado.

—Es una sugerencia muy acertada —aceptó Geran.

Volvió a mirar la brújula y vio que los símbolos situados en su ecuador estaban brillando intensamente. El cielo empezaba a oscurecerse sobre sus cabezas, y él pudo divisar las primeras estrellas titilando en el cielo. Símbolos y estrellas…

Sonrió ante su propia estupidez.

—¡Los símbolos de la brújula son constelaciones! —exclamó, dirigiéndose a Sarth y a Hamil—. Fijaos, ésa que tenemos justo enfrente es la constelación de la Espada —informó, señalándola en la esfera de la brújula—. Y mirad hacia dónde apunta nuestra proa; la Espada está elevándose por la derecha frente a nosotros. Y ésa que se ve a su izquierda, debe de ser Fénix.

Sarth se inclinó para examinar la brújula.

—Creo que estás en lo cierto, Geran —asintió—. Las direcciones terrestres seguro que dejan de tener sentido en el Mar de la Noche. Sin norte ni sur, un viajero debe encontrar otro modo de trazar su rumbo. Las constelaciones conservan su lugar en el cielo mientras Toril gira bajo ellas.

El Dragón Marino seguía subiendo en medio del crepúsculo. Galehand se asomó por la borda y se retiró rápidamente con cara de mareado.

—¿Hacia dónde vamos? —preguntó a Geran—. ¿Hasta qué altura piensas navegar?

—Es una buena pregunta —respondió Hamil—. ¿Adónde nos dirigimos? Esperaba que resultara obvio una vez que estuviéramos arriba, pero ahora ya no estoy tan seguro. ¡El Reina Kraken podría estar en cualquier parte!

Geran le dio vueltas a la pregunta por un momento. Narsk podría haber recibido alguna instrucción de los Magos Rojos en Mulmaster, pero dudaba de que Kamoth les hubiera confiado la ubicación de su isla secreta. Más bien parecía que le hubiera dicho con antelación a Narsk cómo encontrar su refugio.

—Las cartas de Kamoth —murmuró.

Frunció el entrecejo y las volvió a recordar. En la segunda carta había una extraña frase, algo que él no había entendido en su momento: Neshuldaar, la undécima lágrima.

Centró su atención en la brújula estelar, con sus constelaciones que giraban lentamente y sus brillantes puntos de luz.

—Muéstrame la ruta hacia Neshuldaar —dijo al artilugio.

El diminuto punto de luz de la parte superior de la brújula se movió bruscamente y desapareció. Volvió a aparecer un momento después en un lateral, pero esa vez era una brillante estrella de seis puntas, el símbolo más reluciente de todos los que se veían sobre la esfera de cristal. Geran sonrió y giró con lentitud el timón en esa dirección; la estrella de seis puntas osciló ampliamente, como la aguja de un imán, hasta que se detuvo en el centro del artilugio, y hacia allí fijó Geran el timón. Al parecer el curso elegido los desviaba un poco a la derecha de la Espada.

—Fíjate en eso —dijo Geran a Hamil mientras señalaba la parpadeante estrella—. Hacia allí es adonde nos dirigimos. Neshuldaar, sea lo que sea o dondequiera que esté.

Ahora estaban a mayor altura que los picos de la montaña más alta, y bajo sus pies, el mundo empezaba a pasar del día a la noche. Geran creyó ver las luces de Mulmaster a lo lejos, muy por debajo de la quilla, pero también podía ser cualquier otra ciudad; la velocidad del barco aumentaba a medida que se elevaban, y estaban navegando a mayor velocidad de la que podrían haber conseguido con el viento. El aire se hacía cada vez más delgado y la escarcha chispeaba sobre las cubiertas y los balaustres, pero la predicción de Sarth parecía precisa: las condiciones seguían siendo tolerables, si no particularmente agradables, incluso cuando el resplandor azul de la tierra empezó a dejar paso a la total oscuridad del Mar de la Noche. La tripulación del barco comenzó a sacar a cubierta pesadas capas para todos los marineros.

Geran cedió el timón al timonel de la guardia nocturna después de darle instrucciones muy precisas sobre el manejo del barco. Se subió al balaustre para unirse a Hamil y Sarth, y admirar con ellos el cielo, ahora más brillante y más claro de lo que nunca había imaginado que pudiera ser. Selene y sus Lágrimas parecían brillar tanto como los soles de plata cuando se elevan sobre la ensenada del puerto, y Geran se fijó en que su curso parecía conducirlos rápidamente en dirección a la luna. ¿Sería ése el significado del nombre Luna Negra?, ¿una referencia no al Mar de la Luna, sino a la propia Selene?

Mantenían el rumbo hacia el destino indicado en la carta de Narsk, y el mundo quedaba muy lejos debajo de la quilla. Después de varias horas, Geran llegó a la conclusión de que podrían estar en la mar —por así decirlo— durante uno o dos días de viaje, tal vez más. Ordenó a Andurth que estableciese los turnos de guardia de la navegación normal y una rotación de los timoneles de confianza. Quería que Sarth, Hamil o él mismo estuviesen en el puente en todo momento, precisamente por la posibilidad de que el viaje diese un viraje inesperado. Luego, bajó a su camarote para tomarse un breve descanso.

Cuando Geran regresó al puente después de haber dormido algunas horas, Selene ocupaba la mitad del cielo. La fase de cuarto creciente de la luna plateada brillaba con tal intensidad que la cubierta del Dragón Marino estaba casi tan iluminada como si recibiera la luz del crepúsculo en un día claro, a pesar de estar rodeada de oscuros cielos. La mayor parte de la superficie lunar estaba en sombras, pero Geran aún pudo distinguir su cálido contorno grisáceo destacado sobre la negrura del cielo. La luna arrastraba tras de sí una larga y desordenada retahíla de cuerpos menores que avanzaban lentamente a tumbos en la oscuridad estrellada: las Lágrimas de Selene. Desde el mundo de allá abajo eran una corona de gemas que centelleaba al oeste de la luna, pero desde esa nueva posición, Geran podía ver que eran apenas diminutos mundos insulares que formaban un gran archipiélago en el negro cielo.

—La undécima Lágrima —murmuró.

Ni siquiera la maravilla de las torres de cristal de Myth Drannor podía compararse con las maravillas a través de las cuales estaban navegando. Miró hacia atrás para contemplar la gran curva de Toril por abajo y contuvo el aliento. El mundo donde había nacido se veía ahora mucho más lejano que cuando él navegaba por la superficie. Era una esfera verde azulado suspendida en el espacio frente a la blanca y resplandeciente Selene. No tardó en caer en la cuenta de que Toril era mucho mayor que Selene; cuando él estaba en Toril mirando hacia la luna, ésta no era mucho más ancha que tres dedos juntos colocados ante los ojos a la distancia de un brazo, pero ahora que estaba cerca de Selene mirando hacia Toril, no podía ocultarlo completamente ni con las dos manos.

Hacía un frío glacial, y bajó rápidamente a su camarote para echarse sobre los hombros un grueso capote antes de volver a subir al alcázar. Allí se encontró con Hamil al timón, sobre un banco para ver mejor por encima de la rueda.

—¿Qué estás haciendo tú en el timón? —preguntó—. Aún faltan horas para tu turno.

Hamil se encogió de hombros.

—Le pedí a Sarth que me lo cambiara, y aceptó. De todos modos, yo estaba ya en cubierta, contemplado el panorama.

—He visto algunas cosas extrañas y asombrosas en mis viajes, Hamil, pero tengo que admitir que esto es todavía más extraño y asombroso. —Geran movió la cabeza—. Nadie se va a creer ni una palabra de lo que digamos sobre esto cuando volvamos.

Hamil sonrió.

—He estado observando la luna. Ahora se pueden ver montañas y mares. Y si se mira más de cerca, creo que se pueden ver llanuras y bosques.

Geran centró su atención en la superficie de Selene. Estaba marcada por grandes cráteres circulares, como era de esperar. Pero pudo atisbar un distante reflejo de aguas color azul pálido que centelleaban a la luz de la luna en los cráteres más extensos, y las afiladas sombras de imponentes montañas. No estaba seguro de poder divisar algo a lo que decididamente pudiera llamar bosque, pero había manchas verde grisáceo alrededor de la base de las montañas o en las paredes de los cráteres, y algunas franjas sobre las lejanas llanuras.

—Es un mundo autónomo —dijo—. ¿Por qué no habría de tener mares y montañas?

—Eso digo yo, pero ¿por qué es tan blanco? No creo que sea a causa de la nieve ni del hielo. Tal vez sus pastos y arboledas sean de color blanco plateado. O quizá gran parte de él esté cubierto por arena blanca. —Hamil miró a Geran y sonrió—. ¿Sabes? Podríamos acercarnos hasta allí para echar una ojeada cuando acabemos con tu primo.

—¿Por qué no? —respondió Geran.

Observó la esfera de la brújula celeste; la estrella de seis puntas que les servía de guía para marcar el rumbo brillaba intensamente ahora. Se lo hizo notar a Hamil.

—Creo que nos estamos acercando a nuestro destino.

—Bueno, si estás en lo cierto con respecto al símbolo que está mostrando la brújula, entonces el agujero oculto de la Luna Negra debería estar directamente delante de nosotros. ¿Qué hay en esa dirección?

Hamil miró por encima del timón, tratando de ver más allá de la proa del barco. Geran se acercó a la barandilla y sacó medio cuerpo fuera para conseguir una mejor vista de lo que tenían por delante.

Ahora, el rumbo parecía llevarlos a través de la luna, debido a que el bauprés estaba fijo en el centro de las Lágrimas. Podrían estar encaminándose hacia cualquiera de los dos o tres islotes oscuros, pero todavía les quedaba un largo camino.

—Nos mantendremos en este rumbo, pero no perdáis de vista la brújula —dijo en voz alta Geran—. Cuanto más nos acerquemos, tanto más rápidamente podría cambiar nuestro rumbo hacia Neshuldaar, y el indicador podría fallar de repente.

Navegaron durante otra hora o más, pero ahora parecía que se deslizaran sobre la superficie de la luna. Estaban tan por encima de ella que sus montañas eran meras arrugas en su superficie gris y blanca. Geran se preguntó si alguien —o algo— viviría a la sombra de aquellas montañas, y qué verían al mirar hacia su propio cielo. Los cuentos sobre la luna y sus habitantes estaban presentes en las canciones de los niños, pero aquí estaba él, sobrevolándola a una velocidad que resultaría inimaginable. Si eso era posible, entonces todo lo era. Finalmente, Selene empezó a quedar atrás, y el Dragón Marino se deslizó silenciosamente hacia las Lágrimas.

Después de un tiempo, subió para relevar a Hamil al frente del timón. Geran no apartaba la vista de la brújula estelar y la marca de seis puntas parpadeaba intensamente en el centro de la oscura esfera de cristal. A medida que se desplazaba del centro, él giraba el timón para corregirla, manteniendo el rumbo lo más ajustadamente que podía. No pasó mucho tiempo antes de que las Lágrimas brillaran en torno al Dragón Marino. Cada una era como una montaña flotante, que iba dando tumbos lentamente a través de las sombras y de la luz plateada. Era imposible calcular con exactitud su tamaño, debido a que no había nada con qué compararlas, pero Geran supuso que las más pequeñas tendrían tal vez unos tres kilómetros de diámetro, mientras que las más grandes andarían por los setenta y cinco o más. La Lágrima que quedaba a proa del Dragón Marino tenía todo el aspecto de ser una de las más grandes, y era un cuerpo asimétrico cuya forma le recordaba el pie de un gigante. Podía ver una espesa selva de aspecto terrestre formada por una vegetación púrpura, salpicada con pequeños lagos de color zafiro y envuelta en nieblas plateadas.

—La isla secreta de la Luna Negra —murmuró Hamil—. ¿No es eso?

—Una isla si se la puede llamar así, supongo —dijo Geran, frunciendo el ceño.

No parecía estar en una posición estratégica, pero cuando la estudió con detenimiento pudo comprobar que en total era como tres o cuatro líneas de montañas amontonadas y unidas por la base. Tendría unos setenta y cinco kilómetros, o tal vez más, de una punta a la otra; sin duda, era una isla grande. Buscar al Reina Kraken en aquel laberinto de roquedos y bosques brumosos podría ser mucho más difícil de lo que pensaba, incluso suponiendo que no morasen en la zona criaturas peligrosas. Echó otra mirada a la brújula y corrigió el rumbo.

—Desciende suavemente —dijo en voz alta, permitiendo que la proa se inclinase hacia el pequeño mundo de más abajo.

—¡Mira, allí! —exclamó Hamil mientras señalaba por encima de la borda.

Geran pidió a un tripulante que se hiciese cargo del timón y corrió a reunirse con Hamil en la borda. A gran distancia de ellos parpadeaba el resplandor de una fogata a la orilla de uno de los lagos. Geran dirigió hacia allí el catalejo y observó; una extraña fortaleza cuadrada de piedra negra se elevaba sobre un escarpado peñasco asomado al lago. El parpadeo parecía proceder de una almenara que estuviera ardiendo en una de las torres. Pequeñas luces iluminaban un embarcadero en el lago, las almenas del castillo, y una galera de casco negro atracada al muelle.

—Es el Reina Kraken —dijo Geran al mismo tiempo que le pasaba el catalejo a Hamil y se erguía.

—¡Maese Andurth! Apague los faroles del barco, y háganos descender hasta aquella colina. Ordene a la tripulación que se pongan las corazas y se preparen para entrar en combate.

—¿Cuál es tu plan? —preguntó Sarth.

—Primero, me haré con el barco para cortarles la retirada —respondió Geran, y se agarró a la borda mientras miraba fijamente el pequeño castillo a sus pies—. Luego…, luego pienso tomar la fortaleza por asalto. De un modo u otro, la Luna Negra se extinguirá esta noche.