DIECINUEVE

10 de Marpenoth, Año del Intemporal (1479 CV)

Perdieron de vista al Reina Kraken una hora después de que saliera la luna, cuando ni siquiera la vista aguda de Hamil podía distinguir ya el diminuto casco negro. Geran se quedó mirando la noche estrellada un buen rato todavía, esperando contra todo pronóstico atisbar el barco de Kamoth, pero finalmente tuvo que admitir que los piratas se les habían escapado. Toda la vida había oído Geran historias de barcos voladores, de valientes navegantes que se habían atrevido a surcar las aguas estrelladas del Mar de la Noche, pero siempre las había desechado como tonterías fantásticas. Había visto los conjuros de batalla de poderosos magos, los valles eldritch de la élfica Myth Drannor, las extrañas maravillas de las islas voladoras y las mágicas tierras cambiantes esparcidas por el mundo en lugares tocados hacía mucho tiempo por la Plaga de los Conjuros; pero jamás había imaginado que una sangrienta banda de bandidos como los piratas de la Luna Negra pudieran dominar los conocimientos arcanos necesarios para navegar por los cielos. Podría haber considerado capaces de semejante cosa a los Magos Rojos, o tal vez a los legendarios Altos Magos de la lejana Evermeet. Pero ¿unos simples piratas?

Suspiró y fijó la atención en la toldilla iluminada por la luna.

—Andurth, el barco es tuyo —le dijo—. Voy abajo.

—¿Qué rumbo? —preguntó el oficial de derrota.

—Sigue como ahora hasta llegar a la costa. Después de eso…, rumbo este, hacia Mulmaster supongo. Puede ser que Kamoth haya ido hacia allí. —Geran no lo creía realmente, pero era lo único que se le ocurría. Miró a Hamil y a Sarth—. ¿Queréis reuniros conmigo en mi camarote? Necesitamos un nuevo plan, y me está haciendo falta un trago.

Abrió la marcha hacia el camarote principal del Dragón Marino, una estancia muy confortable debajo de la toldilla. A diferencia del camarote de Narsk a bordo del Tiburón de la Luna, el de Geran estaba limpio y ordenado. Todavía no había estado bastante tiempo a bordo como para ponerlo patas arriba, y Kara tampoco se había instalado del todo en él mientras lo había utilizado. Geran le pidió al asistente que le llevara una botella de vino y varias copas, y ocupó un extremo de la mesa. El hombre volvió con el vino, y Geran se sirvió y tomó un buen trago. Hamil y Sarth siguieron su ejemplo.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Hamil—. ¡No podemos seguir al Reina Kraken al cielo!

—No, no podemos, pero no estoy dispuesto a abandonar a Mirya en manos de Kamoth y Sergen —respondió Geran—. Tarde o temprano, Kamoth tendrá que llevar su barco a puerto. Sea cual sea, lo volveremos a encontrar.

En el último de los casos, estaba dispuesto a encontrar a un archimago que lo teletransportase hasta allí. Tal vez Hamil tuviera razón y Mirya estuviera relativamente a salvo mientras tuviera valor como rehén, pero si Kamoth y Sergen decidían que ya no tenían que temer a una persecución, tal vez no tuvieran ninguna razón para no someterla a alguna tortura.

Se quedó contemplando su copa, saboreando el vino con aire ausente mientras consideraba el dilema que se le presentaba. ¡Tenía que haber una forma de dar con ella!

—Sarth, ¿qué sabes sobre barcos voladores? —preguntó por fin.

—Me temo que poco —dijo Sarth—. He oído decir que puertos importantes como el de Aguas Profundas o Puerta Oeste a veces han recibido visitas de barcos venidos de lugares muy lejanos, ciudades de planos o tierras diferentes del otro lado del Mar de la Noche. También he leído sobre algunas de esas visitas en libros antiguos. Por ejemplo, había un mago llamado Gamelon Idogyr que visitó Aguas Profundas unas cuantas veces en los años anteriores a la Plaga de los Conjuros. Visitó a Bastón Negro en alguna ocasión, y uno de los aprendices de ese mago dejó constancia de los relatos de Gamelon sobre sus viajes por el Mar de la Noche. Se dijo que Gamelon llegaba y se marchaba a bordo de un barco misterioso de extraña factura que ningún navegante ha encontrado en ninguna otra parte.

—¿Un barco volador? —preguntó Hamil. Sarth asintió, y Hamil continuó—. Entonces, sólo tenemos que encontrar uno de esos barcos misteriosos para poder seguir a Sergen y Kamoth a su guarida. ¿Será muy difícil?

—La mayoría de esos navíos ocultan su origen. Cambian de plano o se elevan por el cielo a algunas millas de su destino y se limitan a permanecer en puerto como cualquier otro barco —Sarth sonrió con amargura—. Y no he oído de ninguna visita desde hace mucho tiempo. Sospecho que los patrones de los barcos voladores, suponiendo que todavía haya alguno que visite Faerun, guardan celosamente su secreto en estos tiempos oscuros y peligrosos.

—Bueno, sabemos al menos de uno que sigue por ahí —observó Hamil—. ¿Cómo es posible que un pirata como Kamoth se hiciera con un barco así? ¿Acaso es un mago?

—Kamoth no tiene nada de mago —respondió Geran—. Y no puedo creer que tenga a sus órdenes a ningún mago poderoso; de lo contrario, habríamos visto muestras de su magia en Hulburg.

—En ese caso, ¿cómo se consigue hacer volar un barco? ¿O cómo se pasa de un plano a otro? ¿O cómo es posible que se comporte de una manera que no es propia de un barco?

—Según el relato de Gamelon, los barcos que pueden volar o cambiar de plano son propulsados por algún artilugio mágico, como un timón o una quilla grabados con runas poderosas —le respondió el mago a Hamil—. Para crear semejante artilugio es necesario contar con un mago poderoso y reconocido. Tal vez Kamoth no necesite a un mago poderoso. Sólo necesitaría un poco de formación en las artes arcanas y saber pilotar un barco.

—Entonces, ¿por qué esperó tanto antes de levantar vuelo? —reflexionó Geran—. ¿Simplemente estaba jugando con nosotros? ¿Confiaba en evitarnos sin traicionar su secreto? ¿O tendría alguna otra razón?

—¿Tendrá algo que ver con las Garras? ¿O con la puesta del sol? —preguntó Sarth—. Puede ser que para navegar por el Mar de la Noche sea necesario esperar a que el cielo se oscurezca.

Se quedaron callados, dando vueltas a sus copas entre las manos. El barco se deslizaba mansamente sobre las olas con cada impulso de las velas. Geran vació su copa y empezó a servirse otra. Se dio cuenta de que estaba agotado. Entre la desesperación de los últimos días en el Tiburón de la Luna y la azarosa persecución de los piratas a la fuga, llevaba tres o cuatro días apenas sin dormir.

Hamil carraspeó.

—Has mencionado un artilugio mágico, Sarth —dijo—. ¿Una brújula, por ejemplo?

Geran y Sarth se quedaron mirando al halfling.

—La brújula estelar —dijo Geran con un soplo de voz—. Fue por eso que Kamoth mandó a Narsk a Mulmaster. Quería equipar también al Tiburón de la Luna con una. ¡Y la hemos dejado en la toldilla de ese barco!

—Teníamos cosas más apremiantes que atender —le recordó Hamil—. Sin embargo, hay que saber cómo se usa. No creo que tengamos que preocuparnos de que Murkelmor ni nadie a bordo del Tiburón de la Luna alce vuelo. Fuera lo que fuese lo que los Magos Rojos le transmitieron a Narsk sobre el uso del dispositivo, murió con él.

Geran se puso de pie y se dirigió al extremo de popa del camarote. Una ancha hilera de ventanas permitía una buena vista del Mar de la Luna oscurecido y de las estrellas en el cielo. El Reina Kraken se había dirigido a algún punto del cielo que estaba contemplando ahora mismo. Fuera donde fuese, el Dragón Marino no podría seguirlo sin contar con una brújula estelar. Tal vez pudieran conseguir una de los Magos Rojos de Mulmaster…, si esos mercaderes arcanos tenían una de la que estuvieran dispuestos a desprenderse, y si su precio estaba a su alcance. Por otra parte, él sabía con certeza que había una brújula estelar a bordo del Tiburón de la Luna. La galera pirata estaba dañada y falta de tripulación. Sería una presa fácil para el Dragón Marino.

—Necesitamos la brújula del Tiburón de la Luna —dijo por encima del hombro.

Tal vez pudiera convencer a Murkelmor de que se la cediera por medios pacíficos y de que abandonara el Mar de la Luna. No le gustaba nada la perspectiva de tener que enfrentarse con su antiguo contramaestre.

—Sarth, ¿puedes adivinar dónde se encuentra?

—Lo intentaré ahora mismo —respondió Sarth. Se puso de pie y dejó el camarote.

—La última vez que lo vi, el Tiburón de la Luna atravesaba con rumbo sudeste los Arcos de Hulburg —dijo Hamil—. ¿Adónde piensas que lo llevaría Murkelmor?

Geran se quedó pensando. El vendaval que soplaba del oeste-noroeste habría hecho casi imposible avanzar hacia el oeste, de modo que deberían haber navegado hacia el sur, directamente mar adentro y después a Mulmaster en la costa opuesta, o podría haber tomado rumbo este ciñéndose a la costa y huir a las costas deshabitadas del Galennar. Era probable que Mulmaster fuese el mejor refugio disponible en la mitad oriental del Mar de la Luna para un barco pirata, pero dudaba de que Murkelmor fuera a arriesgarse en aguas abiertas en medio de una tormenta teniendo el casco dañado. No, era más probable que el enano hubiera tomado rumbo este, en busca de alguna cala desierta o de una bahía protegida en el desolado Galennar, donde hacer reparaciones y reorganizar a la tripulación del barco.

—Yo apuesto por el Galennar —le dijo a Hamil—. Es una costa dura y peligrosa, pero hay lugares donde puede ocultarse un barco. Además, está deshabitada, de modo que Murkelmor no tendrá que preocuparse de que el resto de la tripulación abandone el barco, ni de que algún señor local se apodere de él. —Por supuesto, habían estado mucho más cerca del Galennar dos días antes, cuando abandonaron Hulburg—. Por otra parte, ya he decidido que sería un error perseguir al Reina Kraken. Si la adivinación de Sarth puede decirnos algo sobre el rumbo que debemos tomar, preferiría con mucho navegar hasta los últimos confines del Mar de la Luna.

Sarth llamó suavemente a la puerta y entró con una pesada bolsa de cuero.

—Esto no cabe en mi camarote —explicó el mago.

Geran y Hamil retrocedieron, dejándole sitio para trabajar.

Sarth abrió la bolsa y sacó un carboncillo con el que dibujó un círculo de unos tres metros de diámetro detrás de la mesa y lo marcó con runas. Dispuso velas en varios puntos alrededor del círculo y las encendió con un movimiento ondulante de la mano. Después, sacó de la bolsa un simple clavo de hierro, algo perteneciente al Tiburón de la Luna, según supuso Geran. El mago de la espada observó mientras Sarth repetía el ritual que había llevado a cabo en su laboratorio de la pequeña torre, leyendo de un antiguo libro y echando polvos de misterioso poder en un pequeño brasero que colocó junto a su atril. Sarth inhaló el humo fragante que despedía el brasero y miró al vacío con la mirada perdida.

Hamil miró a Geran, pero éste le indicó que esperara. Pasaron treinta segundos y el mago exhaló y sacudió la cabeza.

—El Tiburón de la Luna está en esa dirección —dijo señalando hacia un punto algo desviado hacia babor de haber estado ellos en la toldilla—. Puede ser que esté a unos trescientos kilómetros, en una cala rodeada por acantilados a pico. Encima hay ruinas. Veo una hoguera en la playa y a muchos de nuestros antiguos compañeros. Están todos armados. Temen a la noche.

—¿Eso te suena familiar, Geran? —preguntó Hamil.

—Ruinas… podría ser Sulasspryn, pero serían unos tontos si se hubieran refugiado allí. En cualquier caso, la dirección y la distancia confirman mi suposición. Se están ocultando en el Galennar, en el otro confín del Mar de la Luna.

Geran suspiró. El viento les era favorable, pero tardarían otro día y medio en atravesar el Mar de la Luna…, suponiendo que el barco pirata permaneciera donde estaba y no partiera hacia otro lugar mientras tanto. Al menos podrían disfrutar de una noche de sueño.

—Le diré a Andurth que cambie el rumbo, dudo de que podamos izar más vela, pero tal vez a él se le ocurra algo.

Sarth y Hamil volvieron a sus propios camarotes. Geran subió a cubierta y le dijo al oficial de derrota que pusiera proa al extremo del Mar de la Luna a toda la velocidad que pudiera conseguir. Después, volvió a su camarote y se dejó caer en su litera. Permaneció despierto un rato, deseando desesperadamente que Hamil tuviera razón y Mirya no sufriera ningún daño. No podía soportar la idea de que le sucediera algo, y menos por su culpa. Y sin embargo, parecía que eso era exactamente lo que había sucedido. Hacía cinco meses, los mercenarios de la Casa Veruna habían tratado de despistarlo atacando a Mirya para que no descubriese que habían profanado una cripta, y que habían extorsionado a la gente de Hulburg. Ahora un nuevo enemigo había recurrido a lo mismo, probablemente a instancias de Sergen, su traicionero primo. No creía amar a Mirya, no de la manera que la había amado en una época; una parte necia, fantasiosa, de su corazón seguía aferrada al recuerdo de Alliere y a las hojas de Myth Drannor, y otras veces, sus brazos recordaban la flexible cintura de Nimessa Sokol delante de él mientras cabalgaban por las colinas iluminadas por la luna de los Altos Páramos. Sin embargo, habría preferido atravesarse con su propia espada a que Mirya Erstenwold sufriese algún daño por su culpa. Después de mucho dar vueltas, finalmente cayó en un sueño inquieto.

La mañana tenía un aspecto gris y funesto. Cuando se despertó, Geran descubrió que el viento seguía siendo frío y atemporalado, un incansable vendaval de otoño con muchas alternativas a lo largo del día, pero que se mantuvo más o menos en el cuadrante oeste y norte a pesar de los repentinos cambios. El viento hacía cabrillas en el Mar de la Luna y la proa del Dragón Marino levantaba láminas sibilantes de espuma sobre la cubierta mientras volaba sobre las olas. A última hora de la tarde llegaron a la orilla septentrional del Mar de la Luna a unos treinta kilómetros al oeste de Hulburg, no lejos de las ruinas de Seawave, y aunque a regañadientes, Geran decidió que echaran el ancla allí para pasar la noche. Las aguas del confín oriental del Mar de la Luna no estaban bien reflejadas en las cartas marítimas, y además, habría resultado muy fácil pasar sin ver al Tiburón de la Luna en la oscuridad. Estaba bastante convencido de que Murkelmor no iba a refugiarse tan cerca de una ciudad que la Luna Negra acababa de atacar, pero no se atrevía a avanzar demasiado más hacia el este sin comprobar minuciosamente las bahías y calas de la empinada costa a su paso. Si el daño del barco era grave, tal vez Murkelmor no habría tenido más remedio que parar para iniciar las reparaciones.

Pasaron la noche en una pequeña bahía mal protegida, tirando del ancla. El viento amainó antes del amanecer, pero después del vendaval vino una lluvia intensa. Cuando levaron anclas y salieron de la pequeña bahía poniendo rumbo al este, lo hicieron bajo un aguacero frío e inclemente. Hamil se estremeció y se echó la capucha sobre la cabeza.

—¿Te he dicho alguna vez lo mucho que detesto el clima de este lugar? —le preguntó a Geran.

—Varias durante la primavera pasada, pero dio la impresión de que el verano te gustaba bastante.

—Bueno, el verano fue demasiado corto. Es evidente que una lluvia fría y con viento es el estado natural en estas tierras, y cualquier otra cosa es una aberración temporal.

Geran le dedicó una sonrisa desganada.

—Te pido perdón por los inconvenientes. Si te sirve de consuelo, yo tampoco adoro este tiempo. Va a reducir la visibilidad a poco más de un kilómetro, tal vez dos, si tenemos suerte. Tendremos que navegar pegados a la costa y lentamente para no pasar de largo por delante del Tiburón de la Luna.

—¿Te has puesto a pensar cómo vas a sacarle la brújula a Murkelmor?

Geran asintió.

—Le preguntaré por ella, si está dispuesto a parlamentar. A él no le sirve para nada si no tiene a alguien que active su encantamiento. Estoy dispuesto incluso a pagar un precio justo, pero si es necesario se la quitaré por la fuerza.

Esperaba no tener que llegar a eso. Aunque Hamil y él habían dejado a la tripulación del Tiburón de la Luna en circunstancias difíciles, había navegado con ellos tiempo suficiente para considerar a algunos, por ejemplo a Murkelmor, como tipos relativamente decentes a pesar de haber elegido ser piratas. Por lo que sabía, ellos no habían hecho ningún daño a Hulburg ni a sus barcos, aunque sí sus secuaces de la Luna Negra. Por otra parte, si Murkelmor se negaba a separarse de la brújula estelar, el Dragón Marino era un barco más grande, mejor armado y contaba con una tripulación completa de la que formaban parte soldados armados hasta los dientes. Geran no tenía la menor intención de irse sin la brújula.

Hamil hizo un gesto de escepticismo debajo de su capucha empapada.

—No creo que Murkelmor o Skamang estén interesados en parlamentar, pero supongo que con intentarlo no se pierde nada.

Salieron a mar abierto y pusieron rumbo al este. A última hora de la mañana pasaron el cabo Keldon y Hulburg, navegando siempre lentamente y ciñéndose a la costa. Por allí, la línea costera estaba formada por un cabo después de otro y era escarpada y desolada. Dos o tres siglos antes esas tierras habían estado habitadas, en la época en que Hulburg y Sulasspryn eran ciudades vitales que iban ganando tierras a las zonas salvajes del Mar del Norte septentrional. Había diseminadas ruinas de antiguas casonas en las laderas de las colinas que daban al sur, y de vez en cuando, se veía el muñón de una atalaya en ruinas en lo alto de una colina. Geran sabía que había un número reducido de pastores de ovejas y cabras que tenían sus rebaños en los valles ocultos tras las colinas costeras, al menos a escasos kilómetros de Hulburg. Pero eso eran todo tierras desiertas, donde no vivía nadie. No había camino ni sendero alguno que comunicara esas tierras con otras zonas, de modo que ningún viajero tenía motivos para continuar hacia el este desde Hulburg, y el peligro de monstruos de las Montañas Galena o de las ruinas desoladas de Sulasspryn disuadían a cualquiera que tuviera intenciones de asentarse allí.

Media hora después de haber pasado por Hulburg, dos cuernos asomaron por encima de la escala que conducía a la cubierta principal, seguidos un momento más tarde por el resto de Sarth. Al igual que Hamil, llevaba un grueso capote para protegerse de la lluvia, y al igual que Hamil, estaba empapado.

Por desgracia, pocas capuchas le ajustaban bien, de modo que se limitó a mirar al cielo con un gesto de disgusto y soportó el golpeteo de la lluvia.

—He repetido mi adivinación —le dijo a Geran—. El Tiburón de la Luna no se ha movido. Está a unos veinte kilómetros por delante de nosotros.

—Entonces tiene que ser Sulasspryn —dijo Geran con gesto preocupado—, pero ¿por qué permanece ahí tanto tiempo?

—Debe de haber sufrido más daños de lo que pensábamos —sugirió Hamil—. Si la roda realmente hace agua, es probable que Murkelmor tenga que dar forma a una nueva pieza de madera para reemplazarla. Eso puede llevar un tiempo.

—O puede ser que haya alguna otra guarida pirata oculta entre esas ruinas —dijo Sarth—. Al fin y al cabo, la primera vez que vimos al Tiburón de la Luna fue en Zhentil Keep.

—Jamás he oído tal cosa, pero supongo que es posible. Nos aproximaremos con todo cuidado. —Geran se frotó la barbilla, pensando en lo que había dicho Sarth—. ¿Alguna noticia de Mirya?

—Sólo indicios muy leves. Todavía vive, en eso confío, pero está fuera del alcance de mis adivinaciones.

—¿Está en Faerun?

—No lo sé, Geran. Si es así, debe de estar muy lejos, por lo menos a mil quinientos kilómetros. —El tiflin elevó la vista al cielo—. Creo que está en algún lugar por encima de nosotros. Debe de estar en lo alto de alguna montaña o tal vez en alguna isla voladora. He visto fortalezas, incluso ciudades, en ciertas islas grandes. O puede ser que esté en algún lugar del Mar de la Noche.

—La brújula estelar, entonces —dijo Geran entre dientes. Hizo al tiflin un gesto afirmativo—. Te lo agradezco Sarth. Sin tus esfuerzos no tendríamos ni la menor esperanza de encontrar a Mirya y a su hija.

—Sólo espero que mi humilde talento no te lleve por un camino equivocado —respondió Sarth.

—¡Ah!, de eso no tengo el menor miedo —dijo Geran y volvió a centrar su atención en la gris línea costera que se deslizaba a través de la lluvia y la niebla.

Así siguieron varias horas, avanzando lentamente con el escaso viento. Llegó un momento que Geran hizo que Andurth llamara a la tripulación a sus puestos en los remos y continuaron a velocidad media, un ritmo que podían mantener durante horas rotando los remeros en las bancadas. A diferencia del Tiburón de la Luna, el Dragón Marino no estaba realmente preparado para imprimir velocidad con los remos. Estaba hecho para navegar a vela y sólo podía introducir en el agua unos veinte remos a la vez a través de unas portillas altas, indebidamente situadas.

A primera hora de la tarde, rodearon un cabo y avistaron las ruinas de una ciudad de grandes proporciones encaramada en las laderas de las colinas que rodeaban la bahía. Antiguas murallas, con algunos lienzos en ruinas, rodeaban el lugar. Entre las piedras se abrían camino sinuosamente los árboles, atascando las que habían sido anchas avenidas. En lo alto de una colina, la fortaleza que en otro tiempo dominaba el puerto era un cascarón hueco dividido en dos por la gris cicatriz de un antiguo desprendimiento de tierra; un gran promontorio de escombros al pie de la colina señalaba adónde había ido a parar la mayor parte del castillo. Muchos otros edificios de los alrededores presentaban señales de haber sido derribados por fenómenos similares. Los que todavía seguían en pie miraban al mar con indiferencia, llenas sus ventanas y sus puertas de sombras ominosas. Geran no consiguió sacudirse la sensación de que la ciudad observaba la aproximación de su barco considerándola una intrusión.

—¿Esto es Sulasspryn? —preguntó Hamil—. ¿Qué sucedió aquí?

—Nadie lo sabe con certeza —respondió el mago de la espada—. Algún desastre sobrevino como mínimo cien años antes de la Plaga de los Conjuros, y pocos sobrevivieron para contarlo. Según se dice, la familia reinante combatió contra una ciudad drow de debajo de las Galenas y venció, o eso pensaron, pero los elfos oscuros consiguieron vengarse al final. Socavaron la ciudadela y la hicieron caer, eliminando así de un golpe a los gobernantes de la ciudad. A continuación, los elfos oscuros y sus monstruos salieron de debajo de la ciudad y mataron o secuestraron a la mayor parte de los habitantes de Sulasspryn. —Geran se encogió de hombros—. No sé si todo esto encierra algo de verdad, pero en Hulburg se dice que sobre las ruinas pesa una maldición de Lloth. No encontrarás en todo Hulburg un alma que se haya atrevido a poner un pie en estas ruinas.

—¿Incluyéndote a ti?

Geran señaló una alta colina al oeste de la ciudad.

—Cuando tenía dieciocho o diecinueve años, Jarad Erstenwold y yo cabalgamos hasta aquel punto para echar una mirada a las ruinas. Eso es lo más cerca que he querido estar nunca. Y así y todo, mi padre se puso furioso con nosotros. Temía que hubiéramos despertado cosas a las que era mejor no molestar.

Al hacer una pausa, se dio cuenta de que la sombra de un antiguo temor se había apoderado de él. Ningún habitante de Hulburg había estado jamás más cerca de Sulasspryn de lo que él estaba entonces, y le parecía un lugar muy desagradable.

—A decir verdad, casi desearía que el Tiburón de la Luna ya hubiera abandonando este lugar. No me gusta permanecer aquí.

—Me temo que no tendremos tanta suerte.

Hamil señaló por encima de la borda un puesto aduanero situado a la orilla del mar. A medida que el Dragón Marino iba atravesando el puerto, empezó a verse el casco negro y esbelto de la galera pirata arrastrado hasta la playa y que hasta entonces había estado oculto tras el edificio en ruinas.

—¡Ahí está! Parece ser que hemos sorprendido al Tiburón de la Luna en la playa.

La galera pirata estaba varada a poca distancia de las murallas de la ciudad, junto al cabo que protegía al antiguo puerto de los vientos del oeste. De haber sido la lluvia un poco más intensa, o de haber navegado un poco más alejados de la costa, tal vez habrían pasado sin reparar en la presencia del barco. Geran hizo una señal al timonel, que giró la rueda e introdujo al Dragón Marino en el puerto. Entre los tripulantes hubo un gran revuelo mientras se preparaban soldados y marineros para la batalla; se cubrieron rápidamente con sus cotas de malla y sus chalecos de cuero y descubrieron la catapulta. El mago de la espada miraba atentamente la orilla, tratando de detectar cualquier señal de conmoción. Existía la probabilidad de que los piratas intentaran botar el barco y escapar antes de que el Dragón Marino llegara a tierra, o al menos de que se dispusieran a defender el navío, pero no vio ningún movimiento en la orilla.

—¿Dónde estarán? —preguntó en voz baja—. A estas alturas ya deberían habernos visto.

—No me gusta el aspecto de la costa —dijo Andurth en el mismo tono—. Puedo varar el barco si insistes, pero nuestro casco es más profundo que el de esa galera y me temo que pronto quedaremos atascados. Va a ser un trabajo de mil demonios volver a arrastrarlo hasta el agua.

Geran frunció el entrecejo. El enano tenía razón. Había aguas profundas junto a los muelles de la ciudad propiamente dicha, pero él no estaba dispuesto a amarrar en medio de las ruinas. La costa en la que se encontraba el barco pirata parecía ancha y cenagosa.

—Está bien. Iremos a tierra en bote. —Vaciló y luego preguntó—: Hamil, ¿ves a alguien en la costa?

El halfling negó con la cabeza.

—Parece que hay un campamento sobre la playa, pero no se ve un alma. Tal vez estén todos bajo la cubierta del Tiburón de la Luna o refugiados de la lluvia en las ruinas, pero, no sé por qué, no me convence ninguna de las dos posibilidades. No me gusta el aspecto que tiene esto, Geran.

—Ni a mí —respondió Geran—, pero estamos aquí y necesitamos la brújula estelar. —Suspiró y miró a donde estaba Andurth—. Maese Galehand, eche el ancla y baje los botes al agua. Bajaré a tierra con veinte hombres.

—De acuerdo, lord Geran —respondió el enano.

Dio las órdenes oportunas a los marineros en cubierta. Los tripulantes que estaban en las jarcias empezaron a recoger las velas una por una, mientras otros corrían al ancla del barco o empezaban a bajar los botes.

Geran oía con gesto ausente el ajetreo y la conmoción. No apartaba los ojos de las ruinas envueltas en la niebla que se cernía sobre el puerto, ocultas por velos de lluvia. Algo nefasto acechaba desde allí, estaba seguro, pero no tenía la menor idea de lo que podía ser.