DIECISÉIS

8 de Marpenoth, Año del Intemporal (1479 CV)

Geran sentía la lluvia y el viento contra su cara mientras el Tiburón de la Luna entraba en el puerto de Hulburg. La luz del fuego lo pintaba todo de un rojo rubicundo y proyectaba sombras fantasmagóricas contra las serpenteantes columnas de humo que se elevaban sobre los edificios en llamas de la ciudad. El panorama llenó su corazón de tristeza, pero entonces se dio cuenta de que no era toda la ciudad la que se quemaba. Había cinco o seis incendios diferentes dispersos en el distrito del puerto, y el tiempo lluvioso contribuía a mantener el fuego bajo control. Entre la oscuridad lóbrega y el incendio pudo ver bandas de guerreros combatiendo en las calles que desembocaban en los muelles. No sabía si el aviso de Sarth le había llegado o no a tiempo al harmach, pero el hecho de que alguien siguiera combatiendo junto al puerto era buena señal. Si la Luna Negra hubiera sorprendido por completo a la ciudad, no habría habido mucha resistencia.

—Parece ser que la situación todavía no está decidida —murmuró Hamil a su lado.

Los dos estaban solos en la toldilla. El Tiburón de la Luna estaba un poco escaso de tripulación a esas alturas, y Geran había ordenado a todos los hombres que se pusieran a los remos para llegar a Hulburg en el menor tiempo posible.

—¿Qué hacemos ahora? Si bajamos a tierra, nuestra tripulación se va a unir a la barahúnda de la costa. Si no lo hacemos, lo más probable es que nos arrojen por la borda y bajen a tierra de todos modos.

—Ya veo —respondió Geran entre dientes. Entonces, alzó su voz y gritó a la tripulación—: ¡Bien hecho! ¡Ha sido una dura jornada, pero no hemos llegado demasiado tarde!

Los marineros lanzaron gritos jubilosos cuando el barco se deslizó junto a los Arcos de Hulburg, e inclinándose sobre los remos, bogaron aún con más vigor. En la cubierta de proa, Tao Zhe marcaba el tiempo con un bastón y un pequeño tambor.

Geran le imprimió al timón un giro lento a la derecha, sorteando la última columna de los Arcos. Tras horas de furiosas bordadas y velas tendidas en cantidades temerarias teniendo en cuenta el fuerte viento, por fin había llegado a Hulburg, y de repente se encontraba con que no sabía cómo proceder.

—Tenemos que hacer algo para sembrar confusión —le dijo a Hamil en voz baja—. Debemos hacer lo que podamos para limitar el daño inferido a la ciudad y para hacer caer a Kamoth en una trampa. No quiero que se me escape otra vez.

—Haz que encalle el barco. Eso nos mantendría al margen de la batalla.

—Buena idea, pero no es suficiente —dijo Geran. La ciudad, o al menos partes de ella, ardía ante sus ojos, y a medida que se iban acercando podía ver a cientos de personas luchando en la calle de la Bahía. Gritos, voces airadas y el entrechocar del acero llenaban todo el puerto. Eran vecinos y amigos suyos que luchaban por sus vidas y por sus propiedades, que batallaban a causa de la avaricia y los designios asesinos de Sergen y el negro corazón de su padre. Geran entornó los ojos, y una oleada de ira se elevó desde las plantas de sus pies hasta las manos con que sujetaba el timón—. No es ni remotamente suficiente —continuó—. Quiero hacer auténtico daño a esos bastardos. Se lo pensarán dos veces antes de volver a atacar mi ciudad.

Recorrió con la vista todo el puerto, buscando un lugar donde asestar un buen golpe. Había cuatro galeras piratas amarradas a los muelles de la ciudad, junto con los habituales barcos mercantes y embarcaciones menores. En el lado este del puerto pudo ver al Reina Kraken junto a los antiguos muelles de Veruna; directamente frente a él había otras dos galeras, una contigua a la otra, frente a los almacenes de Marstel; al oeste, se veía otra galera amarrada cerca de las dársenas de Jannarsk. Al que más ganas le tenía Geran era al Reina Kraken, pero el barco insignia de la Luna Negra estaba protegido por un muelle que se encontraba en el camino del Tiburón de la Luna. En lugar de eso, apuntó la proa a los dos navíos corsarios del centro.

—¡Aumenta el ritmo! —le gritó a Tao Zhe—. ¡Velocidad de combate!

El shou pareció sorprendido, pero empezó a golpear el tambor más deprisa. En los bancos, los remeros no podían ver adónde se dirigía el Tiburón de la Luna; iban sentados de espaldas a la proa, y las galerías cubiertas de los bancos estaban por debajo de la borda. Sin embargo, los marineros se miraron unos a otros, y muchos trataron de echar un vistazo hacia adelante entre uno y otro golpe de los remos.

—¿Estás seguro de la velocidad que llevas, capitán? —preguntó Murkelmor desde su lugar entre los bancos de los remeros—. ¡No es un puerto tan grande!

—¡Mantened el ritmo! —dijo Geran hacia atrás—. ¡Vamos a embestir!

—¿Cómo que a embestir? —preguntó Murkelmor, incrédulo—. ¿A quién vamos a embestir? —El enano hizo intención de subir a la cubierta principal para verlo con sus propios ojos.

¿Embestir? —repitió Hamil, mirando a Geran—. ¿Es que te has vuelto loco?

—Hay un barco de guerra hulburgués justo delante de nosotros y tiene a una de nuestras galeras encerrada contra la escollera —respondió Geran—. ¡Vamos a aseguramos de que no pueda perseguirnos cuando nos larguemos! ¡Volved a vuestros puestos!

Un plan atrevido —dijo Hamil, sujetándose a la barandilla.

Geran vio cómo se acortaba la distancia. En el último momento, gritó:

—¡Arriba los remos! ¡Recogedlos y preparaos para el impacto!

Llevado por la inercia, el Tiburón de la Luna enterró su ariete de hierro en el costado de la galera de la Luna Negra que estaba en el lado exterior del muelle —el Audaz, si Geran había leído bien el nombre dada la escasa luz— con un estruendo espantoso. Las maderas crujieron y estallaron como truenos, y el ruido se propagó por todo el puerto. El Audaz fue lanzado contra el Lobo de Mar, que estaba a su lado, que a su vez se incrustó en el muelle con tal fuerza que puso de pie los pilotes e hizo saltar por los aires las tablas de madera como si fueran cerillas. Los hombres aullaron de terror y gritaron consternados. A bordo del Tiburón de la Luna, los marineros que iban a los remos fueron lanzados hacia adelante por el impacto, y todo lo que estaba suelto en la cubierta —barriles de arena y agua, rollos de cuerda, motones y tablas— salió despedido también. Uno de los penoles de arriba se soltó y acabó entre los restos del Audaz.

Geran salió rebotado del timón y se encontró tendido en el suelo cerca de la escala que llevaba a la cubierta principal, enredado con Hamil.

—Ésta es una experiencia que no quiero volver a repetir —musitó el halfling—. ¡Conque embestir! ¿Y eso ha sido lo mejor que se te ha ocurrido?

—Cuando me ha asaltado la idea no he querido pararme a pensar —respondió Geran mientras se ponía de pie con dificultad.

El Audaz estaba empezando a asentarse con un lateral hundido por el impacto. No podía ver nada del Lobo de Mar, que quedaba al otro lado, ya que sus cubiertas estaban tapadas en gran parte por las jarcias del Audaz y por los restos de la escollera.

—¡Otra vez a los remos! —gritó a la tripulación—. ¡Tenemos que retroceder de inmediato, o los restos del naufragio nos engullirán!

Los tripulantes empezaron a desenredarse y a buscar los bancos en los alrededores, algunos gruñendo de dolor o lanzando maldiciones entre dientes. Murkelmor se puso de pie y avanzó de forma insegura, estudiando los daños sufridos por el Tiburón de la Luna. Entre los restos del Audaz se oían gritos de socorro, las quejas de los heridos y más de un juramento. De repente, el enano se volvió y se enfrentó a la toldilla hecho una furia.

—¡Maldito necio! —le gritó a Geran—. Ése no era un barco hulburgués. ¡Has hundido al Audaz, uno de los nuestros!

—¡Ya lo veo! —respondió Geran—. ¡Ahora haz que los hombres vuelvan a los remos o nos hundiremos con él!

Skamang se levantó de su banco para ver por sí mismo.

—¡Maldito traidor! —gruñó el norteño—. ¡Lo hiciste deliberadamente!

—¡Y responderé por ello! ¡Pero nos vamos a hundir si no nos apartamos deprisa! ¡Volved a los bancos antes de que el Audaz nos arrastre consigo!

Los marineros miraban ora a Geran, ora a Skamang, ora a Murkelmor. La furia era una sombra en la cara del enano, pero abruptamente se dio la vuelta y empezó a empujar a los hombres a sus puestos.

—¡Invertid los bancos! —le gritó Murkelmor a la tripulación.

Los hombres se pusieron de pie, se dieron la vuelta y se volvieron a sentar para asir los remos, que en la forma normal de remar estarían a sus espaldas. Skamang miró a Geran con furia, pero se unió al resto. Era muy frecuente que un barco embistiera a otro y se fuera al fondo con su víctima, y los marineros del Tiburón de la Luna se dieron cuenta del riesgo de acabar hundiéndose con el Audaz si no actuaban con rapidez. Sin embargo, todas las miradas llenas de odio estaban clavadas en Geran y en Hamil mientras recogían los remos.

—¡Remos al agua! —ordenó Geran—. ¡Tao Zhe, ritmo normal! ¡Sácanos de aquí!

El Tiburón de la Luna, permaneció enganchado a su víctima durante un buen rato, mientras los remos trataban de encontrar asidero en las aguas del puerto. Por fin, entre crujidos y roturas de maderas torturadas, consiguió librarse del barco naufragado y apartarse de él. Docenas de marineros del Audaz y del Lobo de Mar se asían a sus barcos destrozados o a las maderas del muelle, o gritaban con rabia desde la calle del otro lado.

—¿Daños, Murkelmor? —gritó Hamil.

Murkelmor lanzó a Hamil una mirada de resentimiento, pero corrió hacia proa para mirar por encima de la borda. Después, se metió en el castillo de proa. Mientras estaba abajo, Geran siguió dejando que el barco retrocediera lentamente e invirtió el timón para enfilar la proa contra el Reina Kraken.

¿A por el grande ahora? —preguntó Hamil—. ¡La tripulación no te va a permitir esto, Geran!

—El Reina Kraken era el que quería realmente —respondió Geran entre dientes. No podría encontrar una manera de convencer a la tripulación para embestir otro barco—. ¡Parad los remos! ¡Invertid los bancos otra vez! —gritó a la tripulación—. Vamos otra vez hacia adelante.

—¿Adónde, Aram? —inquirió Skamang desde su asiento—. ¿Adónde vamos?

—Voy a situar el barco —respondió Geran—. ¡Ahora sentaos y remad!

Entre gruñidos y miradas aviesas, los tripulantes cambiaron otra vez de posición. Geran fijó la vista en el navío insignia de la Luna Negra, situado a apenas unos cientos de metros y todavía amarrado al muelle. Podía ver a los piratas dándose prisa por volver al barco y detectó actividad en la toldilla. Desde el barco pirata sonó un golpe amortiguado, al que siguió, tres segundos después, un agudo silbido en el aire.

—¡Dardos! —gritó Hamil—. ¡Cubríos!

El halfling se arrojó contra la regala y se agachó para protegerse. Geran se agachó detrás del timón. Un instante después, una docena de jabalinas cortas de hierro se estrellaron contra la cubierta. La mayor parte dio en lugares vacíos o se clavó en las bordas o en los mástiles, pero unas cuantas alcanzaron a la tripulación apiñada en los bancos e hirieron a varios hombres. Se oyeron gritos de dolor y exclamaciones de consternación por toda la cubierta. Una pasó volando por encima del hombro de Geran y abrió una brecha profunda en la barandilla de popa. Entonces, una catapulta montada en la cubierta de proa del Reina Kraken se tensó y una bola de brea ardiente surcó el cielo lleno de humo y cayó en el agua un poco por delante de la proa del Tiburón de la Luna.

—¡El Reina Kraken nos está disparando! —gritó un marinero.

Geran hizo una mueca de contrariedad. El Tiburón de la Luna no tenía artillería a bordo. Muy pocos barcos del Mar de la Luna, ya fueran de guerra, piratas o de otro tipo, la tenían. Su única forma de atacar era embestir o abordar al enemigo.

—¡Remos al agua! ¡O me dais un mínimo de velocidad o nos volverá a alcanzar! ¡Tao Zhe, a toda velocidad!

El barco empezó a avanzar mientras Tao Zhe marcaba el ritmo y la tripulación lo retomaba. Ahora navegaba hacia adelante, con la proa en dirección al Reina Kraken. Otra andanada de dardos surcó el aire. La mayor parte les pasó por encima.

Entonces, volvió a aparecer Murkelmor en cubierta.

—¡Se ha abierto una vía junto a la roda! —gritó—. Podría taparse por el momento con estopa, pero pronto necesitará una reparación.

—Entendido —respondió Geran—. Llévate a tus carpinteros y cegad las vías.

Murkelmor fue a buscar a varios de sus hombres a los puestos que ocupaban en las bancadas y los envió a toda prisa al castillo de proa. Miró con rabia los dardos de hierro sembrados sobre la cubierta, a los hombres heridos en las bancadas y se agachó cuando la bola de brea ardiente sobrevoló la cubierta y fue a caer en el agua del otro lado del barco. El enano maldijo y se volvió para arrancar de manos de Tao Zhe el bastón.

—¡Dejad de remar! —gritó—. ¡Todos vosotros, parad! ¡Vamos a embestir directamente al Reina Kraken!

—No te metas, Murkelmor —gritó Hamil—. Somos blanco seguro para las catapultas a menos que nos movamos.

—¡Puede ser que así sea, pero ninguno de nosotros moverá el remo hasta que el capitán deje claras sus intenciones! —replicó Murkelmor—. ¡Colócanos en línea con el muelle, Aram, o por las barbas de Moradin que nos tomaremos el timón y lo haremos nosotros mismos!

—No tiene intención de llevarnos a tierra —dijo Skamang, airado—. ¡Lo que tiene en mente es una oscura traición! ¿Es que no lo veis?

Geran mantuvo su rumbo echando chispas. Quería ir a por el barco de Kamoth…, pero él solo no podía mover al Tiburón de la Luna, y no podía engañar a la tripulación para que le ayudara a hacerlo. Su mejor posibilidad de ocuparse de Sergen y Kamoth estaba ahora en tierra, pero no podía meter en la ciudad otro barco lleno de piratas. Las catapultas del Reina Kraken lanzaron nueva munición, y esa vez la andanada de dardos cayó en el centro del barco. A pesar del instante de advertencia previa que daba el paso de los dardos por el aire, varios hombres más cayeron víctimas de las jabalinas de hierro.

—¿Por qué has embestido al Audaz? —inquirió Murkelmor—. ¿Cuál es tu juego, Aram?

Geran giró el timón a estribor y apuntó la proa del barco hacia el mar.

—¡Ponlos a remar, Murkelmor! ¡Lo más importante es situamos fuera del alcance del barco insignia!

El enano echó a Geran una mirada asesina, pero le devolvió el bastón a Tao Zhe.

—¡Velocidad de combate! —dijo—. ¡Adelante, volved a mover el barco!

Los marineros doblaron la espalda sobre los remos, y el Tiburón de la Luna empezó a coger velocidad. La siguiente catapulta del Reina Kraken lanzó otra bola de brea, que golpeó al barco en la parte baja del casco, a pocos palmos por detrás del último remo. Del costado del navío salió una densa humareda, pero el tiro había dado demasiado cerca de la línea de flotación y las aguas del puerto no tardaron en extinguirla. Para cuando el Reina Kraken estuvo preparado para volver a disparar, el Tiburón de la Luna ya se había puesto fuera de su alcance. El barco insignia de los piratas todavía estaba amarrado junto a la antigua dársena de Veruna y no parecía dispuesto a perseguirlos cuando la mayor parte de su tripulación estaba librando en tierra una batalla campal.

Subrepticiamente, Geran fue soltando el timón para acercarse a los Arcos desde el lado del puerto. Valía la pena poner en práctica la idea de Hamil de encallar el barco. Había sitios en el bosque de columnas de piedra por los que podía navegar un barco pequeño, pero en absoluto uno del tamaño del Tiburón de la Luna. Por desgracia, Murkelmor ya no confiaba en el buen juicio de Geran al timón. El enano se dirigió hacia la borda y se inclinó para echar una buena mirada hacia adelante.

—¡Reduce la velocidad o desvíate! —gritó hacia la toldilla—. ¡Aquí hay muy poco espacio!

Geran hizo como que no lo había oído. Después de un momento, el enano maldijo para sí mismo.

—¿Es que no me has oído la primera vez? ¿Hacia dónde nos llevas, Aram?

Murkelmor y Skamang no nos van a dejar encallar —dijo Hamil—. ¿No será hora de que nos marchemos?

Geran mantuvo su actitud un momento más, tratando de pensar en alguna jugada capaz de convencer a la tripulación. Murkelmor volvió a maldecir y empezó a sacudir a los tripulantes que tenía alrededor, haciendo que dejaran los remos y se levantaran de sus bancadas. Las expresiones de los tripulantes que se volvieron a mirar hacia la toldilla iban del estupor más absoluto hasta la furia asesina, pero ninguna presagiaba nada bueno para la continuidad de Geran al mando del barco. Hamil y él tal vez pudieran defender la toldilla un buen rato —al menos, hasta que la tripulación recordara las ballestas que había en el armero del barco—, pero ¿qué sentido tenía? El Tiburón de la Luna podría volver a los muelles y sumarse al ataque, aunque eso significaría ponerse otra vez al alcance de las catapultas de Kamoth. Ya había hecho daño a la Luna Negra. Lo único que podía hacer ya a bordo de ese barco era hundirlo, y la tripulación no se lo iba a permitir.

—¡Adelante! —rugió Skamang, que señaló a Geran y a Hamil—. ¡Matad a esos perros miserables antes de que hagan más daño! ¡Nos han traicionado a todos!

El norteño agarró un garfio de abordaje que había junto a su bancada y abrió la marcha mientras la tripulación abandonaba sus puestos y lo seguía.

—Creo que tienes razón —le dijo Geran a Hamil.

Retrocedió hasta el timón, puso proa a los Arcos y fijó el timón en el último radio. Después, echando a un lado el arma, se acercó a la barandilla de popa y, de un salto, se lanzó a las oscuras aguas por detrás del barco. Estaba muy fría, y cuando salió a la superficie, dio un respingo al volver a llenar los pulmones de aire. Hamil lo siguió un momento después y cayó al agua unas brazadas detrás de él. El Tiburón de la Luna avanzó en dirección contraria llevado por el impulso de su carrera, aunque ya no lo movían los remos.

—No sé por qué, pero sabía que así iba a acabar esto —dijo Hamil, jadeando—. Tú y yo en el agua mirando cómo se aleja el barco.

—Creo que van a conseguir evitar las rocas —dijo Geran—. Si hubiéramos podido hacerlos remar un poquito más…

—Debo decir, para que conste, que como capitán del Tiburón de la Luna no duraste ni un día.

—Tomo nota —respondió Geran. El agua estaba muy fría, y no podía evitar que le castañetearan los dientes—. Vamos, será mejor que lleguemos a tierra. Skamang parecía lo bastante furioso como para dar la vuelta y venir a por nosotros.

Mientras flotaba en el agua, Geran vio cómo se alejaba el barco. Hubo un revuelo de actividad en la toldilla mientras la tripulación recuperaba el dominio del timón. Skamang lo miró con furia desde la borda y varios otros se unieron a él. Entonces, unos gritos de alarma distrajeron a los piratas. Alguien había observado que el barco iba hacia un nuevo peligro. La tripulación volvió a sus bancadas y lentamente los remos empezaron a apalear el agua otra vez. Un momento después, Tao Zhe saltó por la borda y cayó al agua con un gran chapoteo. El shou salió otra vez a la superficie y empezó a nadar hacia Geran y Hamil.

—El barco está allí de donde tú vienes, Tao Zhe —dijo Hamil.

—Lo sé —dijo el cocinero. Miró por encima del hombro y se rió—. Creo que tengo mejores perspectivas en el agua. A bordo todos saben que soy vuestro amigo.

—Como gustes —respondió Geran—, pero te va a tocar nadar mucho.

Se dirigieron al punto más cercano de la costa, que era el cabo al este de las dársenas de Veruna. Estaba bastante alejado del centro de la acción, pero ya era un trayecto de varios cientos de metros, y Geran no estaba por la labor de prolongarlo nadando hasta los muelles de la ciudad. Les llevó un cuarto de hora llegar, ateridos y exhaustos, a la orilla sembrada de guijarros próxima a la desembocadura del Winterspear. Geran se volvió hacia el puerto; el Tiburón de la Luna había puesto proa hacia los muelles otra vez, pero iba hacia el lado oeste del puerto, manteniéndose fuera del alcance de las catapultas del Reina Kraken.

—¿Crees que hemos hecho lo suficiente, Hamil? —le preguntó a su amigo.

Hamil se dejó caer al suelo y empezó a escurrir el agua de sus trenzas.

—Hemos hundido un barco sin duda, y el otro que estaba entre él y la escollera no va a poder ir a ninguna parte en los próximos días. Mantuvimos al Tiburón de la Luna alejado del combate durante la mayor parte de la noche, y apostaría a que Kamoth no querrá muchos tratos con el barco de Narsk después de lo de esta noche. No sé qué más podríamos haber hecho.

Tao Zhe los miró a ambos con los ojos muy abiertos.

—¡Lo sabía! Vosotros no sois piratas. ¿Quiénes sois?

—No, no lo somos —dijo Hamil—. Yo soy Hamil Alderheart de Tantras, y éste es Geran Hulmaster de Hulburg, el sobrino del harmach.

—No te preocupes. No tienes nada que temer de los hombres del harmach —le dijo Geran a Tao Zhe—. Me ocuparé personalmente de que te concedan un perdón y un puesto honrado como marinero, si lo deseas.

—¡Embestiste al Audaz adrede! ¡Y también querías embestir al Reina Kraken!

—No habría sido fácil hacer todo eso por error —le dijo Hamil.

—Me gustaría saber qué tal le fue a Sarth —dijo Geran.

Temblaba como una hoja con el frío aire de la noche. Había perdido las botas y el capote en el chapuzón. Además, estaba desarmado. A pesar de todo, suspiró y se enderezó.

—Venga. Podríamos ir a ver quién está a cargo de la defensa del puerto y si podemos echar una mano.

Hamil asintió sin demasiadas ganas y se levantó. Se pusieron en marcha por la costa hacia la calle de la Bahía. Este extremo del puerto de Hulburg estaba cubierto todavía por las ruinas de la ciudad que la había precedido, y ellos se mantuvieron cerca del agua para evitar los escombros. De repente, Hamil cogió a Geran de la manga y señaló hacia el mar otra vez.

—¡Geran, mira! ¡Ahí está el Dragón Marino!

Entrando en el puerto impulsado por velas y remos, el Dragón Marino se deslizaba airosamente junto a los Arcos de la ciudad; se dirigía a los muelles del centro. Sus velas blancas relucían con una tonalidad rojiza al reflejar el fuego de los incendios. Desde la distancia, Geran oyó que las campanas de los barcos de la Luna Negra empezaban a dar la alarma. En la costa, el combate iba perdiendo fuerza a medida que grupos de piratas abandonaban la lucha contra los defensores de Hulburg y comenzaban a retirarse hacia los barcos que les quedaban.

—¡Por Tymora que Kara llega a tiempo! —dijo Geran con una sonrisa—. Eso sumará cien espadas más a nuestro bando. ¡Con un poco de suerte podremos cogerlos a todos!

Los dos compañeros salieron corriendo hacia la calle de la Bahía, seguidos por Tao Zhe. Tras ser tomados por piratas debido a su indumentaria, dieron con una milicia de la Hermandad de la Lanza que avanzaba hacia el oeste desde el Puente Bajo, limpiando la calle. Para cuando llegaron al pie del muelle donde estaba amarrado el Reina Kraken, el barco insignia de los piratas ya se estaba alejando de las dársenas de Hulburg. Geran hizo una mueca de disgusto. Debería haber supuesto que Kamoth huiría en cuanto un barco de guerra amenazara sus posibilidades de huida. No podían hacer otra cosa más que quedarse allí en el muelle y observar el desarrollo de la persecución por el puerto.

—Parece ser que Murkelmor se pensó mejor eso de bajar a tierra —comentó Hamil.

Geran siguió su mirada y consiguió ver al Tiburón de la Luna invirtiendo la marcha para salir del puerto evitando al Dragón Marino.

—No me sorprende; no es de los que luchan por una causa perdida.

Descubrió que sentía cierto alivio al ver que el barco conseguiría huir por el momento. Skamang y los suyos no le servían para nada a Geran, pero Murkelmor y algunos de los otros eran tipos decentes a su manera y esperaba no tener que enfrentarse nunca a ellos.

El Dragón Marino trató de acortar distancias con el Reina Kraken, pero Kamoth resultó ser un enemigo escurridizo. El barco insignia de los piratas era más manejable con los remos que el Dragón Marino, y Kamoth lo demostró al remar hacia atrás de un lado y hacia adelante por el otro, virando el navío sobre el canto de una moneda y saliendo disparado antes de que el otro pudiera dar la vuelta. Los dos barcos intercambiaron unos disparos de catapulta y muchas flechas al pasar cerca el uno del otro, pero sin mucho efecto. Por un momento, Geran temió que el Dragón Marino perdiera a todos los barcos piratas, pero luego se dio la vuelta y se dirigió de lleno hacia el último de ellos, el Wyvern, según sus cálculos, alcanzándolo antes de que se alejara a un tiro de ballesta del muelle. La lucha fue breve; Geran no podía ver bien desde el muelle, pero sí podía oír las voces airadas y los feroces gritos de batalla de los hulburgueses a bordo de su barco de guerra mientras se echaban encima de los piratas que habían atacado su ciudad.

Cuando la lucha entre los dos barcos acabó y los otros dos navíos de la Luna Negra hubieron desaparecido en la noche del Mar de la Luna, Geran atisbó a un hombre de elevada estatura y piel roja como el ladrillo con un par de prominentes cuernos echados hacia atrás encima de la frente. Estaba en el muelle observando a los barcos piratas que trataban de escapar. Después de diez días de ver a Sarth a diario con su aspecto humano, Geran tardó un momento en reconocer a su amigo.

—¡Sarth! ¡Estás aquí! —dijo.

El tiflin se volvió hacia Geran y le sonrió abiertamente.

—Tú me mandaste que viniera, por si se te ha olvidado. —Miró sus ropas empapadas y sus pies desnudos—. ¿Me equivoco al suponer que ya no eres el capitán del Tiburón de la Luna? ¿Y que Hamil ya no es el segundo de a bordo?

—A la tripulación no le sentaron nada bien las decisiones de Geran durante el ataque —dijo Hamil—. Quedó claro que ya no necesitaban nuestra presencia. Por desgracia, tuvimos que abandonar el barco en mitad del puerto.

—¿Conseguiste llegar antes que la Luna Negra? —preguntó Geran.

Sarth asintió.

—Sí, pero no por mucho. Me perdí en esas colinas que hay al este de la ciudad y no encontré el camino de la costa. Para cuando hallé el camino, temí que llegaría demasiado tarde y vine a toda la velocidad que pude. Cuando llegué a Griffonwatch, nadie me reconoció, hasta que recuperé mi aspecto normal. Por fin conseguí que los guardias del Escudo se dieran cuenta de lo urgente de mi misión. Enviaron mensajeros para convocar a las milicias de la Hermandad de la Lanza y reunir a los grupos de mercenarios de las compañías mercantiles, pero los defensores de la ciudad se estaban organizando todavía cuando aparecieron los barcos de la Luna Negra. Si me hubiera demorado media hora más, el ataque habría sido mucho peor.

Geran apoyó una mano sobre el hombro de Sarth.

—Gracias, Sarth —dijo—. Esta noche has salvado docenas de vidas, tal vez cientos de ellas. Jamás lo olvidaré.

El hechicero inclinó la cabeza.

—Sólo hice lo que pude.

Hamil echó una mirada a su alrededor, y suspiró.

—Da la impresión de que el astillero de la Vela Roja ha quedado muy tocado —dijo—. Tendremos que hacer una buena limpieza.

Geran miró hacia el mar, hacia donde había escapado el barco insignia de la Luna Negra. Tenía cuestiones pendientes con Kamoth y con Sergen, y su intención era zanjarlas muy pronto.