CATORCE

7 de Marpenoth, Año del Intemporal (1479 CV)

—¡Tú! —dijo Narsk con furia—. ¡Fuiste tú el que entró en mi camarote en Mulmaster! ¡Ahora reconozco tu olor, humano!

El gnoll recibió el ataque de Geran con un bramido de pura rabia. Arrancó la maza que llevaba al cinto y sacó un cuchillo largo y curvo para hacer frente al mago de la espada. Saltando a un lado para evitar la primera embestida de Geran, Narsk respondió con un furioso asalto de la sibilante maza, usando su cuchillo largo para cubrirse cuando el balanceo de la maza le hizo perder el equilibrio y lo dejó desprotegido.

Geran no respondió. Se apartó del camino de la maza, paró una cuchillada que iba directa a su vientre y se agachó para golpear las piernas de Narsk y derribarlo al suelo. Sin embargo, el gnoll saltó por encima con sorprendente agilidad. El capitán se acercó más después de que pasara la espada de Geran y le lanzó una dentellada al cuello con sus poderosas mandíbulas. El mago de la espada volvió a retroceder y sobrevivió a una cuchillada sobre su costado derecho sólo porque sus custodias mágicas desviaron la hoja. La punta le hizo sangre a la altura de las costillas, pero no penetró más de un par de centímetros en la carne. Sin embargo, el golpe lo dejó sin respiración y sintió cómo la sangre le corría por el costado y el dolor de la herida.

Se dio cuenta de que tenía que acabar con eso enseguida; de lo contrario, no habría posibilidad de escapar del Tiburón de la Luna.

Con la concentración instantánea, cortante como el diamante, que había aprendido en Myth Drannor, Geran invocó un conjuro mientras su acero salía al encuentro del ataque de Narsk.

¡Arvan sannoghan! —gritó, y el alfanje pirata relumbró en su mano con llamas azules.

Narsk lanzó una maldición y reculó, pero no antes de que Geran le hiciera caer el cuchillo de la mano izquierda, dejándole el pellejo humeante.

Narsk hizo una mueca de dolor.

—¡Sucia brujería! —gritó—. ¡Matadlo! ¡Matadlo ahora mismo!

Geran se atrevió a mirar por encima del hombro. Los miembros de la tripulación del Tiburón de la Luna salían atropelladamente de los camarotes que había debajo de la cubierta principal, la mayoría armados con cuchillos, garfios o picas de abordaje. Se quedaron boquiabiertos ante el espectáculo de ver a su capitán luchando por salvar la vida y, a continuación, empezaron a arracimarse detrás de Geran, hasta que Sarth alzó los brazos y levantó un muro relampagueante de un lado a otro de la cubierta.

—¡Esto es entre Aram y Narsk! —gritó—. ¡Que nadie intervenga!

Los piratas hicieron un alto, sin saber realmente si debían o no intervenir, aunque de todos modos quedaron disuadidos por la repentina revelación de la magia de Sarth. Narsk rugió con furia cuando se dio cuenta de que su tripulación no acabaría con su oponente.

¡Rratas miserables! —gritó—. ¡Todos pagaréis cara vuestrra cobarrdía!

Se abalanzó sobre Geran con temeridad, lanzando la maza contra su enemigo con una furiosa andanada de golpes desde arriba.

Geran paró o esquivó los golpes, aunque uno atravesó su bloqueo con fuerza suficiente para empujar la parte roma del arma hacia su hombro izquierdo, lo que estuvo a punto de derribarlo al suelo. Narsk gruñó y redobló su esfuerzo, pero esa vez Geran desvió la maza y se apartó a un lado. El gnoll perdió el equilibrio, cayó hacia adelante y golpeó la cubierta con la maza. Geran giró en dirección opuesta y rebanó la cabeza de Narsk con un corte limpio por la parte trasera del cuello. El cuerpo cayó pesadamente al suelo, y la cabeza salió rodando hacia la escala que bajaba a los camarotes de los tripulantes y desapareció peldaños abajo. Resonaron con varios golpes sordos.

Un silencio atónito se cernió sobre la tripulación del Tiburón de la Luna. Miraban el cadáver de Narsk y luego a Geran.

Hemos perdido el bote —le dijo Hamil. El halfling estaba al lado de Sarth con una daga en cada mano—. Se ha deslizado de la serviola cuando ha empezado el jaleo. Sinceramente espero que tengas pensado algún otro plan.

El norteño Skamang se abrió camino a empujones hasta la primera fila de la tripulación y fijó los ojos en Geran. Los tatuajes azules de su cara parecían retorcerse y saltar a la luz intermitente de la barrera relampagueante de Sarth.

—¿Dónde está Sorsil? ¿Y Khefen?

—Khefen está como una cuba en la toldilla, inconsciente —respondió Geran—. Sorsil está flotando por detrás de nosotros, con un cuchillo clavado en la espalda.

—Alguien tendrá que explicar por qué el capitán y su segunda están muertos, y por qué tus amigos estaban a punto de lanzar el bote al agua —dijo Skamang. Tenía un hacha de abordaje en la mano—. Y que sea pronto.

Murkelmor cruzó los brazos sobre el pecho con una fea mueca.

—Estoy con Skamang —dijo el enano—. Me gustaría saber qué demonios te traes entre manos, Aram.

Geran miró a los dos piratas y trató de pensar en algo que decir. No era bueno mintiendo, y lo sabía. Por suerte, Hamil también lo sabía, y el halfling era capaz de pensar con rapidez en situaciones como ésa.

¡Culpa a Sorsil! ¡Es lo mejor! —le dijo el halfling.

Geran miró hacia Hamil y lo vio de rodillas junto al cuerpo de Narsk, revisando calladamente los bolsillos del gnoll.

El halfling hizo un pequeño encogimiento de hombros y asintió en la dirección del resto de la tripulación.

Pensé que sería mejor echar un vistazo —dijo—. Hay una carta en el bolsillo de Narsk. Aquí la tengo.

El mago de la espada frunció el entrecejo y se volvió mirando de frente a los piratas. Bajó la punta del acero.

—Ha sido Sorsil —dijo—. Ha salido a la cubierta y nos ha ordenado bajar el bote al agua. Me ha parecido extraño, pero no ha dado ninguna explicación, y Khefen estaba como una cuba. Entonces, ha ido a la toldilla y ha saboteado el timón. La he sorprendido haciéndolo y he tratado de impedírselo. Narsk ha salido de su camarote justo cuando estaba lanzando a Sorsil por la borda.

—Narsk no nos ha dado la menor oportunidad de explicarnos —añadió Hamil, que se apartó del cuerpo de Narsk y se puso al lado de Geran—. Ha tocado la campana y ha llamado a todos a cubierta, y entonces ha ido a por Aram. Ha sido su último error, como podéis ver. —Para Geran añadió—. ¡No ha estado mal, pero no digas mucho más!

—Narsk está muerto, Sorsil está muerta y Khefen no es más que un gordo borracho e inútil —dijo Murkelmor—. Me gustaría saber quién capitanea ahora el Tiburón de la Luna.

—Pues yo —dijo Geran enseguida.

Si tenía que echarse un farol para salir de eso, lo mismo podía ser un plan descarado. Hizo una pequeña mueca, al darse cuenta de que no tenía la menor idea de lo que podría significar en ese momento. Antes de que pudiera pensárselo mejor, siguió adelante.

—Según la tradición de la Luna Negra, me proclamó capitán. Narsk ha muerto a mis manos. Soy el capitán del Tiburón de la Luna.

Un murmullo de incertidumbre recorrió la tripulación.

—¡No! —gritaron algunos hombres.

—¡No tan deprisa! —gritaron otros.

—¡No, Skamang! ¡O Khefen! —se oyó por otro lado.

Espero que sepas lo que estás haciendo, Geran —dijo Hamil—. Esto va a desembocar en otra pelea.

—Tiene derecho a reclamar el grado para sí —dijo Murkelmor. El viejo enano meneó la cabeza—. Todos lo hemos visto. No es así como se hacen las cosas, pero Khefen no sirve para capitán, y Sorsil está tan muerta como Narsk, si Aram dice la verdad. Mi puño apoya a Aram.

—El mío no —dijo Skamang con rabia—. No voy a seguir a un extraño cualquiera que no lleva a bordo del Tiburón de la Luna ni diez días simplemente porque haya vencido al gnoll. —Apuntó a Geran con su garfio de abordaje—. Yo me proclamo capitán de este barco.

Geran tenía enfrente a los sesenta bribones, forajidos, asesinos y piratas que formaban la tripulación del barco. Todos lo observaban y se miraban entre sí, expectantes, aguardando a ver si él o Skamang se hacían con el control del navío. Nadie quería que uno u otro le recordara más tarde haberse puesto del lado del hombre equivocado. Geran hizo un esfuerzo por adoptar una expresión fría, confiada, mientras estudiaba a la tripulación. La aparente confianza podría significar la diferencia entre la vida y la muerte, no sólo para él, sino también para cientos de hulburgueses. Tenía que hacerle creer a la tripulación que era tan duro y mortal como una espada bien afilada, o Skamang podría conseguir su propósito, en cuyo caso Geran no tenía garantía alguna de que el norteño le perdonara la vida, y mucho menos de que condujera el barco en la dirección en la que él necesitaba ir.

—En un barco no puede haber dos capitanes —gruñó Murkelmor—. No es posible.

—No, por supuesto —coincidió Geran, que fijó los ojos en Skamang poniendo en su mirada hasta el último resquicio de desprecio que fue capaz de encontrar—. ¿Esta vez vas a luchar conmigo, o quieres enviar al ogro en tu lugar? Mi puño se mantendrá al margen si el tuyo también lo hace.

—¿Tu puño? ¿Los dos? —se rió el norteño—. Tira esa arma y deja que todos los hombres aquí reunidos te oigan llamarme capitán y olvidaré todo esto. Tú y tus amigos podéis desembarcar en el próximo puerto que toquemos, sin rencores.

Dudo que vaya a ser tan sencillo —le dijo Hamil a Geran—. Te matará si cedes ahora, aunque sólo sea para asegurarse de que nadie más piense que debería estar al mando.

—En otras palabras, no quieres cruzar tu acero con el mío —replicó Geran.

Si conseguía persuadir al norteño de que se batiera con él, tal vez podría hacerse con el barco de una sola estocada. Subrepticiamente miró a Sarth, que estaba cerca del pie de la escala que conducía a la toldilla. Sarth tenía una expresión tensa, pero hizo un levísimo gesto afirmativo con la cabeza. Viniera lo que viniese, estaría preparado.

La risa de Skamang se desvaneció y en su voz apareció una nota de dureza.

—No voy a mostrarme tan generoso si te empeñas en esta tontería. Puede ser que no te importe vivir o morir, pero voy a destripar a cualquiera que se ponga de tu lado y lo arrojaré por la borda.

—¿Eso significa que me vas a destripar también a mí, Skamang? —preguntó Murkelmor. El enano dio dos pasos hacia donde estaban Geran y sus amigos, y se volvió para enfrentarse al norteño—. Aram está respaldado por mi puño, por si se te ha olvidado. Estamos con él.

Skamang miró a Murkelmor con desprecio, pero entonces Tao Zhe dio un paso adelante, separándose de los demás, para colocarse también junto a Geran. El paso del viejo cocinero shou rompió con la indecisión de la tripulación, y de dos en dos o de tres en tres, la mayor parte de los hombres restantes se pusieron al lado de Geran. Sólo media docena de goblins y de semiorcos permanecieron junto al puño de Skamang, y empezaron a murmurar y a removerse inquietos al darse cuenta de que estaban en inferioridad numérica.

Parece ser que Skamang y sus aliados no les caen muy bien al resto de la tripulación —le dijo Hamil a Geran.

Geran sacó pecho y se permitió una sonrisita. Había temido que la tripulación prefiriese lo malo conocido a lo bueno por conocer. Después de todo, el norteño era un antiguo veterano del Tiburón de la Luna y nadie ponía en duda su valor ni su brutalidad. Por otra parte, todo lo que sabían sobre Aram era que dominaba muy bien la espada y que lo habían sorprendido en una fechoría durante la guardia. Sobre esa base, lo previsible habría sido que todos se volvieran en su contra…, pero se dio cuenta de que a bordo nadie echaba de menos a Sorsil ni a Narsk, y que Skamang, a su manera, hubiera sido tan malo como el capitán anterior.

—Parece que los demás ya se han decidido, Skamang —dijo Geran—. Me proclamó capitán del barco. Ésta es tu última oportunidad. Ríndete o tú y los tuyos seréis arrojados por la borda, vivos o muertos, tanto me da.

La cara del norteño se oscureció de furia, pero sabía contar igual que Geran. Miró a su alrededor en la cubierta y luego hizo una breve inclinación de cabeza.

—Que así sea. Eres el capitán, pero te estaremos vigilando, Aram. Comete un error y verás con qué rapidez esos perros que ahora están de tu lado se pondrán del mío.

Geran le sostuvo la mirada un buen rato, y luego miró al resto de la tripulación reunida en la cubierta.

—¿Hay alguien más que tenga alguna discrepancia conmigo? Que hable ahora o que calle para siempre.

Los piratas se miraron, pero nadie dio un paso al frente. Geran asintió.

—Eso me parecía —dijo—. Muy bien, entonces. Dagger será nuestro nuevo segundo de a bordo. Vorr es el mago del barco, como ya habéis visto todos. Cuando hablen, lo harán en mi nombre. Murkelmor, tú serás el contramaestre. La guardia nocturna es tuya.

—¿Y qué hay de Khefen? —preguntó el enano.

—Llevadlo abajo y encerradlo en su camarote. Lo dejaré en el próximo puerto que toquemos. No me es útil, pero tampoco me ha hecho nada. Murkelmor, puedes ocupar el camarote de Sorsil.

—Sí, capitán —dijo Murkelmor.

Hamil enfundó sus dagas, se apartó el pelo de los ojos y se puso frente a la tripulación.

—¿Cuáles son tus órdenes, capitán? —preguntó.

Geran alzó la vista hacia las velas que orzaban peligrosamente mientras el Tiburón de la Luna iba a la deriva a favor del viento. El viento había cambiado y se había hecho más fuerte en la última hora, rolando al noroeste. Todo hacía suponer que iba a ser un tempestuoso día de otoño en el Mar de la Luna, con un viento constante que permitiría una buena navegación…, siempre y cuando no tuviera que navegar directamente hacia él, lo cual parecía hacer ahora. Ya empezaba a sospechar que el barco estaba demasiado al este como para llegar a Hulburg sin horas de ir dando bordadas. Cuando su plan era abandonar el barco y salir a toda prisa hacia Hulburg en el bote, se avenía muy bien a sus propósitos que la galera pirata quedase a la deriva con el timón dañado. Ahora que el bote había desaparecido y tenía el barco a sus órdenes, tendría que encontrar una manera de llevar al Tiburón de la Luna hasta la costa en algún lugar cercano a Hulburg. Podía poner a los hombres a remar, pero Geran no estaba tan seguro de su posición como para someterlos a la prueba de una larga jornada a los remos en esos momentos.

—Lo primero que tenemos que hacer es reparar el timón —respondió Geran—. Hasta que consigamos hacerlo, arriad todas las velas. La Luna Negra se va a reunir cerca de las ruinas de Seawave al atardecer. Según mis cálculos, eso está todavía muy lejos al norte y al oeste de nuestra posición, y este viento nos está alejando de allí a cada minuto.

¿No te parece irónico tener que reparar el timón que tú mismo has saboteado hace una hora? —le dijo Hamil con una pequeña mueca. Después se volvió hacia los tripulantes que tenía alrededor—. ¡Ya habéis oído al capitán! —gritó—. ¡Primera guardia, arriba! No sé a vosotros, muchachos, pero a mí no me gustaría tener que ir remando hasta Hulburg. Saquear no es tan divertido cuando a uno le duele la espalda y está cansado como un perro. Maese Murkelmor, sé que ahora ejerces de oficial, pero eres el mejor carpintero que tenemos en el barco. Échale una mirada al timón, por favor.

Los marineros comenzaron a moverse siguiendo las órdenes de Hamil. Algunos treparon por las jarcias para empezar a tomar rizos, mientras que Murkelmor indicaba a un par de los suyos que lo acompañarán a la toldilla. Otros dos fueron a llevar a Khefen abajo. Sarth se recostó cerca de Geran.

—Será mejor que atiendas esa herida —le dijo en voz baja—. Si llegas a perder el conocimiento podríamos tener que repetir toda la ronda de desafíos.

Geran retiró la mano de su costado y vio que tenía sangre. Hizo una mueca y miró a su alrededor buscando a Tao Zhe. El cocinero shou era lo más parecido a un sanador que tenían en el barco.

—¡Tao Zhe! Trae agua caliente y tu equipo de costura —le dijo—. Narsk me dejó algo para que lo recuerde.

Murkelmor y sus ayudantes empezaron a instalar un nuevo cable en el timón. Geran no se molestó en presionarlos para que se dieran prisa; el enano sabía que la participación del barco en el ataque a Hulburg dependía de que recuperasen la capacidad de maniobra lo antes posible, y dirigía a su pequeño grupo de carpinteros y de cableadores con la mayor eficacia. Geran permaneció en la toldilla, observando a Murkelmor mientras trabajaba, y mientras Tao Zhe, a su vez, trabajaba en él. El arma de Narsk le había hecho un corte profundo, pero había tenido suerte de que no hubiese sido peor.

—He creído que Narsk te había matado con esa cuchillada —le dijo el shou mientras le cosía la herida—. Esta mañana has tenido suerte.

—No ha estado mal.

Geran apretó otra vez los dientes mientras Tao Zhe trabajaba. Ya le habían cosido más de una herida, y cada vez le parecía peor que el momento de recibir la herida.

—La verdad, no esperaba que te levantaras tan pronto contra Narsk aquella mañana cuando salimos de Zhentil Keep —comentó Tao Zhe—. Ni pensaba que fueras tan experto en magia. Parece ser que eres un hombre de talentos ocultos.

—Ha sido Narsk el que ha provocado la pelea. No tenía la menor intención de desafiarlo, pero no me ha dejado otra alternativa.

Tao Zhe asintió.

—No me produce gran desazón, que quede claro. Narsk no era gran cosa como hombre de mar, y además era un bruto avaricioso y cruel. Casi cualquiera hubiera sido mejor capitán que él.

Geran soltó una risotada.

—Te agradezco tu confianza.

El shou sonrió. Miró en derredor y se acercó un poco más, bajando la voz.

—Lo que me intriga es por qué querría Sorsil abandonar el barco. Es difícil creer que haya querido dejar el Tiburón de la Luna sin llevarse nada de su camarote, o que haya dejado a los otros dos hombres de la guardia escondidos debajo de una lona, pero haya permitido que tú y tus amigos hayáis tenido la oportunidad de impedir que se marchara. No soy un hombre muy listo, pero a mí me parecer mucho más probable que tres hombres que no llevan ni diez días a bordo hayan estado conspirando para robar el bote. Aunque si así fuera, seguiría preguntándome por qué querrían abandonar el Tiburón de la Luna. ¡Tal como los has descrito, los acontecimientos parecen de lo más extraños!

Geran estudió atentamente al shou. No era muy probable que Tao Zhe fuera el único tripulante del barco que albergase esas dudas.

—Especular no tiene sentido, Tao Zhe —dijo después de un momento.

—Por supuesto. Pero no es especular haber notado que ni tú ni tus camaradas sois los típicos mercenarios o forajidos que navegan con la Luna Negra.

—Entonces, ¿qué interpretación le da a esto la tripulación?

—Como temen tu magia, te seguirán por ahora —respondió Tao Zhe—. A nadie le gustaba Narsk… ni tampoco Sorsil, pero debes guardarte las espaldas. Y no tienes que esperar que la tripulación se enfrente por ti a quienes te desafíen; no hasta que demuestres que eres un capitán digno de ser seguido.

—Lo entiendo.

—Sólo digo lo que es evidente —respondió Tao Zhe. Acabó de coser y cubrió la herida con una compresa caliente—. No puedo hacer mucho más. Te molestará durante unos diez días. Trata de que no te vuelvan a clavar un cuchillo en el mismo sitio.

—Seguiré tu consejo.

El viejo shou sonrió. Reunió su equipo y se retiró a la cocina.

Murkelmor consiguió enganchar un nuevo cable al timón apenas un par de horas después del amanecer. Con el timón reparado, Geran pudo poner otra vez rumbo al noroeste y hacia Hulburg, pero el fuerte viento otoñal soplaba precisamente de ese lado, de modo que tuvo que resignarse a abordarlo oeste-sudoeste, dirigiendo el barco otra vez hacia el medio del mar mientras trataba de recuperar una dirección a favor del viento. Por la tarde, se levantó una fuerte marejada, de modo que el Tiburón de la Luna tenía que abrirse camino entre olas coronadas de espuma que rociaban la cubierta con su lluvia fría. El mar picado hacía que recoger velas y pasar a los remos resultase impensable.

A media tarde, Geran decidió que ya no podía darse el lujo de alejarse más hacia el sur y puso rumbo norte, enfrentándose directamente al viento. A esas alturas no estaba seguro de si tocaría tierra al este o al oeste de Hulburg, pero sí sabía con bastante certeza que no llegaría a las ruinas de Seawave. Como consecuencia de haberse desviado de su rumbo durante la noche y de una mañana a la deriva a favor del viento, no había manera de que llegaran al punto de encuentro de la Luna Negra. Si su intención era sumarse a la incursión sobre Hulburg, tendría que dirigirse directamente a la ciudad y unirse allí al resto de la flota.

Como la tarde se aproximaba a su fin, supuso que más le valía preparar a la tripulación para un cambio de planes. Llamó a Murkelmor, a Tao Zhe y a unos cuantos de los jefes de los puños a la toldilla aproximadamente una hora antes de la puesta del sol.

—Entre la avería del timón y el cambio del viento, creo que estamos demasiado lejos hacia el este del punto de encuentro de la Luna Negra como para reunirnos con los otros barcos —les dijo—. Se congregarán a unas veinte millas al oeste de la ciudad en un par de horas, pero creo que podríamos llegar a Hulburg a medianoche sin demasiados problemas, y es lo que intento hacer. Sé adónde se dirige el resto de la flota, y podemos dar allí con ella.

—Al capitán supremo no va gustarle nada —dijo Murkelmor.

—Ya no puede evitarse —dijo Geran—. Si el ataque a Hulburg es un éxito, apuesto a que se perdonarán muchos pecados. De lo contrario, yo me haré responsable.

El Tiburón de la Luna mantuvo el rumbo norte durante toda la tarde y ya se aproximaba al ocaso. Sin embargo, no avistaron la costa norte en ningún momento, y Geran empezaba a temer que pudiera haber errado los cálculos en las últimas horas. No podía hacerse a la idea de que el barco pudiera estar demasiado lejos como para enviar una palabra de advertencia a Hulburg. Al menos, de ser cierto eso, los piratas contarían con un barco menos, pero eso los pondría a él y a sus compañeros ante la situación de tener que enfrentarse a una tripulación decepcionada, lo cual podía resultar letal. Por fin, cuando las últimas ascuas del crepúsculo estaban a punto de desaparecer en el horizonte occidental, desde la cofa del vigía llegó el grito:

—¡Tierra a la vista!

Geran acudió veloz a proa, luchando contra el resplandor para tratar de distinguir su posición, y se le cayó el alma al suelo.

Se encontraban todavía a quince kilómetros al este de Hulburg, tal vez más. Hizo un cálculo mental rápido del tiempo y las distancias, tratando de vislumbrar el rumbo que tendrían que seguir. Con ese viento, el Tiburón de la Luna tal vez podría hacer entre siete y ocho nudos navegando de bolina, pero tendrían que cubrir quizá el triple de distancia virando por avante mientras trataban realmente de compensar el viento. Eso representaba otras cuatro o cinco horas de navegación hasta llegar a los Arcos. Volvió a la toldilla tratando febrilmente de pensar algo.

—¿Conoces este tramo de costa? —le preguntó Hamil—. ¿A qué distancia estamos de Hulburg?

—La conozco, y estamos demasiado al este —respondió Geran—. Creo que no llegaremos a tiempo.

Hamil y Sarth se miraron, y el hechicero frunció el entrecejo.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —preguntó.

Geran no veía alternativas. Señaló un punto en la costa, a unos cuatro kilómetros de distancia.

—O mucho me equivoco, o eso es el cabo Sulan. Está a unos quince kilómetros al este de Hulburg por el antiguo camino de la costa. Llevaría el barco hasta la playa que hay al pie, pero eso podría costarnos otra hora, y no me atrevo a hacer algo así delante de la tripulación. Sin duda, sospecharían que los estaba traicionando. Sarth, ¿puedes llegar a la costa con tu conjuro de vuelo?

Sarth estudió la distancia y asintió.

—Sí, y tal vez un poco más lejos.

—Entonces, necesito que abandones el barco, vayas a Hulburg y adviertas a Kara, al harmach, a cualquiera que puedas encontrar, de la inminente incursión de la Luna Negra. No sé si podré llegar a Hulburg antes que los barcos de la Luna Negra, no lo creo tal como está girando el viento, pero tú tal vez lo consigas a pie. Según mis cálculos, tienes tres o cuatro horas para cubrir la distancia. ¿Podrás hacerlo?

—Debe hacerse y así se hará. —Sarth se volvió para mirar la cubierta del Tiburón de la Luna—. ¿Qué será de Hamil y de ti? Si la tripulación se da cuenta de que falto tal vez se levanten contra vosotros.

—Les diré que estás abajo, encerrado en el camarote de Narsk para estudiar tus conjuros. Eso bastará durante un tiempo. —Geran hizo una pausa al venirle a la cabeza algo que había olvidado—. Eso me recuerda… Hamil, ¿qué pone en esa carta que encontraste en el bolsillo de Narsk?

—La había olvidado —dijo Hamil con expresión de asombro—. Un momento.

La sacó del bolsillo y la abrió con cuidado a la luz del vacilante fanal de popa. Después de un momento, sacudió la cabeza y se la pasó a Sarth.

—Parece algún tipo de encantamiento.

Sarth le echó un vistazo y se encogió de hombros.

—Las palabras arcanas se escriben en varias lenguas diferentes y yo pensaba que al menos era capaz de reconocer unas cuantas palabras en cualquiera de ellas, pero esto no tiene sentido para mí. Guárdala bien y veré si puedo descifrarla por medios mágicos en cuanto tenga ocasión de estudiarla atentamente. —Se volvió hacia Geran—. ¿Qué harás con el Tiburón de la Luna?

Geran esbozó una sonrisa de desaliento.

—Todavía tengo que llegar a Hulburg, y el Tiburón de la Luna me llevará hasta allí. Ahora tenemos que ponerte a ti en camino, ya que en unos minutos tendré que virar el barco y apartarme de la costa.