TRECE

6 de Marpenoth, Año del Intemporal (1479 CV)

Los Arcos de Hulburg estaban a unas noventa millas en dirección nornoroeste del puerto fortificado de Mulmaster. Con vientos favorables y a toda vela, un barco rápido como el Tiburón de la Luna podría hacer la travesía en doce o trece horas. Sin embargo, Narsk hizo que Sorsil y Khefen marcharan a media vela durante la noche del quinto día, de modo que al despuntar el alba del de Marpenoth, estaban a apenas unas treinta millas de Mulmaster. La línea desigual de las Montañas del Espolón del Mundo todavía podía verse sobre el horizonte a sus espaldas, aunque no tardó en desaparecer entre las nubes, que se fueron haciendo más densas a lo largo de la mañana.

Poco después del amanecer, Narsk y Sorsil mandaron llamar a Murkelmor, que servía como carpintero de a bordo, a la toldilla. Murkelmor se puso inmediatamente a trabajar en la construcción de una especie de soporte delante del timón, valiéndose para ello de algo de madera sobrante que había en el barco. La mayor parte de los marineros hacían una pausa en sus tareas para echar un vistazo a la toldilla o para mirar por encima del hombro de Murkelmor, una curiosidad que era desalentada con cajas destempladas por Sorsil en cuanto reparaba en ella. Cuando el enano hubo terminado, Narsk sacó el envoltorio misterioso de su camarote y, con todo cuidado, extrajo una extraña y oscura bola de cristal del tamaño aproximado de dos puños humanos juntos. En su oscuro interior parecía haber diminutos puntos luminosos. La esfera rotaba libremente dentro de un círculo de metal plateado: Murkelmor sujetó el círculo en el soporte de madera que había construido para el artilugio.

—La brújula estelar —les dijo Geran en voz baja a Sarth y Hamil, que miraban desde la cubierta principal.

Estaban limpiando el suelo de la cubierta sin mucho entusiasmo mientras hacían lo que podían para espiar la instalación del aparato. No eran los únicos. Entre la tripulación había unos cuantos que buscaban una excusa cualquiera para echar una mirada.

—¿Qué es? —preguntó Hamil—. ¿Algún artilugio para guiarse por las estrellas? ¿Una piedra imán mágica? ¿Y para qué la necesita Narsk?

—No lo sé —respondió Geran—. La carta de Kamoth no decía mucho más que «recoge la brújula estelar en Mulmaster». —Miró a Sarth—. ¿Has oído hablar de algo parecido?

Sarth negó con la cabeza.

—Tal como te he dicho, no sé nada de navegación. Esa ignorancia abarca los dispositivos arcanos que puedan tener alguna aplicación en el mar. De todos modos, supongo que contar con una brújula encantada puede tener su utilidad.

—Más tarde le echaremos una mirada —decidió Geran.

Sentía una considerable curiosidad por el artilugio, pero por el momento la amenaza que se cernía sobre Hulburg centraba casi toda su atención. Siguió limpiando. En la toldilla, Sorsil y Murkelmor cortaron un trozo de lona para velas para tapar la brújula y el soporte en que se sostenía. Cubrieron el aparato y ataron bien la lona. Era evidente que Narsk y Sorsil no querían que ningún miembro de la tripulación anduviera con ella.

El Tiburón de la Luna pasó el día navegando sin prisas con rumbo norte, a media vela, mientras Narsk se mantenía en medio del mar para no ser divisado desde la costa. Geran deseaba aprovechar cualquier atisbo de viento o de oleaje, pero la galera menor se negaba a apurar la marcha. Bajo un cielo gris tristón, recorría la cubierta ansiosamente, impacientándose al ver cómo pasaba el tiempo. El resto de la tripulación, por su parte, imaginaba anhelante el botín que iban a conseguir en la ciudad. Contaban historias de ricas presas del pasado, se vanagloriaban de sus hazañas sexuales o especulaban sobre el lugar donde estaría el mejor botín. Los principales puños de la tripulación —Skamang y sus hombres, Murkelmor con sus enanos y sus aliados teshanos, los goblins y los semiorcos, los mulmasteritas— se reunían haciendo planes para ir por su cuenta en cuanto hubieran cumplido la misión asignada. Algunos de los puños más pequeños establecían alianzas con los mayores o se agrupaban unos con otros. Unos cuantos que habían estado antes en Hulburg hacían lo que podían por trazar mapas de la ciudad a fin de guiar a los demás. Algunos eran más o menos precisos, pero otros, totalmente inexactos. Los piratas se reían y bromeaban unos con otros, en un clima de alegría que duró todo el día.

Poco antes de la medianoche, Geran, Hamil y Sarth se levantaron y se prepararon para su guardia, pero el mago de la espada les indicó a sus compañeros que lo siguieran hacia adelante en lugar de subir a la cubierta. Cuando se aseguró de que nadie pudiera oírlo, dijo:

—Esta noche nos haremos con el barco.

Hamil y Sarth se miraron, y finalmente Hamil asintió.

—¿Qué has pensado? —preguntó el halfling.

—Nos ocuparemos de nuestros compañeros de guardia y navegaremos directamente hacia el norte durante lo que queda de la noche. No puedo esperar a que Narsk llegue a la cita de la Luna Negra.

—Es un plan peligroso —dijo Sarth. El tiflin hizo un gesto de desaliento detrás de su disfraz humano—. Narsk suele pasearse por el barco a horas intempestivas. Si llega a descubrirnos…

—Tendremos que ocuparnos también de él —respondió Geran.

Le hubiera gustado encontrar alguna otra manera de llegar a Hulburg antes de la incursión de la Luna Negra en lugar de arriesgarlo todo en un plan tan desesperado, pero se les acababa el tiempo.

—Pongámonos a ello, entonces. Cuanto antes cambiemos el rumbo, antes llegaremos a Hulburg.

Hamil alzó el puño y miró a sus compañeros con una expresión decidida.

—Que tengamos suerte, pues —dijo.

Geran calló sus temores sobre lo que podía pasar si fracasaban y puso la mano encima de la de su amigo. Sarth se encogió de hombros y colocó la suya sobre la de Geran.

—Buena suerte —repitieron los dos en voz baja.

A continuación, los tres compañeros volvieron al trabajo que tenían por delante.

Empezaron por visitar la armería del barco. Hamil abrió el cerrojo con mano experta, y Geran se hizo con un buen alfanje. Con un poco de trabajo se sujetó la vaina a la espalda para que su capa con capucha ocultara el hecho de que iba armado. Después, en la intimidad del armero, Geran invocó en voz baja y por primera vez en varios días las custodias y los conjuros de mago de la espada que le servían de armadura. Por lo general no se notaban, pero alguien entrenado en las artes arcanas podría advertir su presencia, y si alguien lo golpeaba —por ejemplo, la segunda de a bordo con su porra— muy probablemente notaría su efecto, razón por la cual Geran había pasado sin ellos esos días. Esperaba no necesitarlos, pero era mejor estar prevenido. Ésa sería una noche para tomar decisiones, y el tiempo de congeniar con los demás corsarios se estaba agotando.

—Muy bien, dirijámonos a la guardia —les dijo Geran a sus amigos.

En silencio, cerraron el armero y subieron a cubierta, para presentarse ante el contramaestre, Khefen, y hacerse cargo de la guardia. Aunque la guardia de Khefen estaba formada por una tercera parte de la tripulación del barco, no se necesitaban veinte hombres en cubierta constantemente. Por norma general, el Tiburón de la Luna navegaba con el segundo de a bordo y un timonel en la toldilla, un vigía en la proa, otro en lo alto, y un par de marineros itinerantes que vigilaban las jarcias, vergas y estays, y atendían los faroles bajo cubierta. Su tarea principal consistía en ir abajo y despertar a más miembros de la guardia en caso de que el oficial tuviera que cambiar la disposición de las velas. Algunos ajustes menores podían realizarlos un par de hombres sin problema, pero otros —por ejemplo, una situación de emergencia o la recogida de la vela mayor— necesitaban de toda la guardia. A esos hombres que no estaban en cubierta se les permitía dormir todo lo que pudieran siempre y cuando acudieran velozmente cuando se los llamara. Lo habitual era que, en el curso de una guardia, el timonel, los vigías y los marineros itinerantes intercambiaran sus puestos para que la mayor parte de la tripulación tuviera ocasión de dormir por lo menos cuatro o cinco horas por noche. Sin embargo, los puños más poderosos del Tiburón de la Luna hacían que los marineros nuevos e inexpertos se encargaran de más guardias de las que les correspondían. Esa noche, eso favorecería a Geran y a sus amigos.

Geran se puso al timón después del cambio de guardia, mientras que Sarth hacía de marinero flotante y a Hamil lo enviaban arriba, a la cofa del vigía. La noche era fría y oscura; la luna estaba oculta bajo espesas nubes y caía una ligera llovizna. El Tiburón de la Luna avanzaba perezosamente con un rumbo oeste-noroeste ya que había poco viento y todavía no tenía izado todo el velamen. Durante media hora mantuvo el rumbo, tomándose su tiempo para asegurarse de que la segunda guardia se hubiera dormido. Khefen no le dijo gran cosa. Estaba apoyado en la borda de sotavento bebiendo a sorbos de su petaca.

Por fin, decidió que había llegado el momento. Miró al contramaestre.

—Toma el timón un momento, maese Khefen —le dijo—. Necesito aliviarme.

—No tardes —le respondió.

Geran dejó que el hombre pusiera las manos en el timón y dio un paso atrás. Entonces, sacó calladamente una correa de cuero que llevaba debajo del capote y asestó con ella un buen golpe al oficial en la nuca. Khefen gruñó y se desplomó. Geran lo sujetó y lo depositó con suavidad en la cubierta. Rápidamente puso una sujeción en la cabilla de arriba del timón y luego arrastró a Khefen hacia un lado. Colocó al hombre inconsciente contra la borda y lo roció abundantemente con el contenido de su propia petaca. La cosa se pondría fea para Khefen por la mañana, pero al menos no parecería demasiado sospechoso. A continuación, corrió hacia la proa.

Hamil se dejó caer con ligereza sobre la cubierta desde el palo mayor cuando vio acercarse a Geran. El halfling le hizo un guiño y juntos avanzaron para ocuparse de los dos hombres de guardia que quedaban, pero al llegar al foque se encontraron con que Sarth se había ocupado del vigía delantero y de otro itinerante. Los dos estaban tirados en cubierta presas de un sopor mágico, vencidos por los conjuros del tiflin.

—¿Ya te has ocupado de Khefen? —preguntó Sarth.

—No tan limpiamente como tú lo hiciste con estos dos, pero está hecho —respondió Geran. Él y Hamil ataron y amordazaron a los hombres inconscientes y los escondieron bajo una lona.

—Por el momento, la cubierta es nuestra —dijo Hamil—. ¿Y ahora qué?

—Ahora vamos a toda vela a Hulburg —respondió Geran—. Si podemos llegar a unas doce millas de la costa septentrional, bajaremos el bote al agua y abandonaremos el Tiburón de la Luna. Con suerte llegaremos a Hulburg a mediodía y advertiremos al harmach de la incursión pirata. Pero creo que necesitaremos unas buenas tres o cuatro horas con rumbo norte para llegar lo bastante cerca como para usar el bote, y entonces tendremos que bajarlo al agua sin despertar a media tripulación.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó Sarth.

—Ve a proa y simula que estás vigilando. Si alguien sube a cubierta, no dejes que se dé cuenta de que está pasando algo raro. Hamil, tú harás lo mismo. Voy a cambiar el rumbo lentamente y veré si puedo izar algo más de vela sin que nadie repare en ello.

—Si esto funciona, no me lo voy a poder creer —musitó Hamil—, pero supongo que vale la pena intentarlo. —El halfling se encogió de hombros y se dispuso a ocupar su puesto en lo alto del palo mayor.

Geran volvió a la toldilla, echó un vistazo a Khefen —el contramaestre parecía totalmente inconsciente— y volvió al timón. Muy poco a poco consiguió cambiar el rumbo unos cincuenta grados, fijándolo un poco hacia el este respecto del norte puro. Entonces, volvió a fijar la guarda en el timón y corrió a la cubierta principal para ayudar a Hamil y a Sarth a corregir las vergas, ahora que navegaban a favor del viento. Geran habría deseado soltar más vela, pero para eso hubiera necesitado a buena parte de la guardia. Podría tirarse un farol colocando a Khefen sobre la barandilla y diciéndole a la guardia que el segundo quería más vela, pero había muchas cosas que podían salir mal si despertaba a una docena más de sus compañeros. Por fin, optó por hacer que Sarth y Hamil desplegaran calladamente las velas del estay, relativamente pequeñas, que estaban cerca de la cubierta y eran fáciles de manipular. No aumentaron mucho la velocidad del barco, pero todo ayudaba, y el viento estaba empezando a arreciar un poco.

La noche fue transcurriendo sin complicaciones. Varias veces subieron a cubierta algunos tripulantes medio dormidos para responder a las necesidades de la naturaleza. Al parecer, ninguno se dio cuenta de que el barco no mantenía el rumbo indicado, pero eso no sorprendió a Geran. Eran muy pocos los marineros que entendían algo de navegación, y Narsk no era muy dado a informar a la tripulación exactamente del rumbo que seguían en cada momento. Por lo general, nadie más que el oficial de guardia y el hombre que llevaba el timón sabían el rumbo que llevaba el barco, a menos que hubiera a la vista alguna costa. Uno o dos notaron lo de los estays y dijeron algo, pero Hamil despachó el asunto sin problemas diciendo que el capitán le había dicho a Khefen que los desplegara. Los marineros aceptaron la explicación de Hamil y volvieron a sus cois.

Dos horas antes del amanecer, Geran decidió que habían tentado demasiado a la suerte. Una hora más tarde, aproximadamente, Tao Zhe se levantaría para empezar a preparar el desayuno. Geran quería abandonar el barco antes de ese momento. Estaba a punto de llamar a Hamil y a Sarth a la toldilla cuando oyó unos pesados pasos en la escala de babor. Un momento después, apareció Sorsil en la toldilla.

—¿Qué tal va la noche? —preguntó y enseguida reparó en la forma inmóvil de Khefen apoyado contra la borda—. Pero ¿qué…? ¿Es que ese miserable bastardo se ha dormido durante la guardia?

Geran la miró, horrorizado. Por fortuna, Sorsil estaba atenta sólo a Khefen. La segunda de a bordo atravesó la toldilla y dio un puntapié salvaje a Khefen. El contramaestre cayó con un extraño gruñido, pero no se despertó.

—¡Por la negra espada de Cyric! ¡Está como una cuba! —dijo, furiosa.

—El jefe Khefen ha dicho que no se sentía bien —tartamudeó Geran—. Como la noche era tranquila, he hecho lo que me ha ordenado.

Sorsil miró la piedra imán que había delante del timón y luego alzó la vista al cielo. La noche se había despejado un poco y se veían unas cuantas estrellas a través de las nubes.

—¡Por todos los infiernos, vamos rumbo norte! ¿Y quién ha izado más vela? ¿Cuánto tiempo llevamos navegando así?

—Una media hora —dijo Geran—. Ha sido la última orden que nos ha dado Khefen antes de… sentirse mal.

Sorsil estaba lívida. Volvió a asestar un puntapié al cuerpo inerme, y Geran hizo una mueca. Lo que menos necesitaba ahora era que el contramaestre se despertara, pero evidentemente le había atizado más duro de lo que pensaba, porque Khefen ni siquiera se movió. La primera oficial se volvió hacia él.

—¿Media hora dices? ¿Y no se te ocurrió mandar al marinero itinerante para decirme que estaba malditamente inconsciente? ¿Cuánto tiempo más ibas a seguir sin que nadie se enterase de que estabas tú solo en la toldilla?

¡Lo siento, Geran, no la vi subir a cubierta! —La voz silenciosa de Hamil irrumpió en los pensamientos de Geran.

Un momento después, el halfling subió velozmente la escala desde la cubierta principal.

—¿Va todo bien? —preguntó en voz alta.

—Pregúntaselo a tu amigo —le espetó Sorsil. Miró una vez más a Khefen y luego les hizo una mueca a Geran y Hamil—. Volved al rumbo oeste noroeste —dijo finalmente—. Y tú, Dagger, ve abajo y despierta a toda la guardia. Vamos a izar vela como ordenó el capitán, y después me vais a explicar qué demonios está pasando aquí.

Distráela, Geran —le dijo Hamil—. No podemos arriesgamos a una escena.

Geran hizo una mueca. Sabía que no iba a gustarle lo que vendría a continuación, pero no tenía otra opción; no, si quería evitarle a Hulburg el ataque de la Luna Negra. Miró a Sorsil y habló con tono decidido.

—Ya me he hartado de ti, Sorsil. Creo que las velas están bien como están. Recógelas tú misma si no te gustan así.

La segunda de a bordo palideció de ira.

—¿Te crees…? —dijo con furia.

Sorsil echó mano de la porra que llevaba a la cintura, pero en ese mismo momento, Hamil se deslizó velozmente tras ella y dio un salto para taparle la boca con una mano mientras con la otra le clavaba una daga en la espalda. Sorsil dio dos pasos vacilantes hacia adelante; Geran la sujetó y la arrinconó contra la borda. Lucharon un momento, pero a la mujer ya le flaqueaban las fuerzas. Con un último esfuerzo, Geran la lanzó por encima de la borda. Al caer al agua, produjo un chapoteo. Hamil tuvo que sujetar al mago de la espada por el cinturón para evitar que cayera detrás.

Pesaroso, pensó que seguramente Daried Shelsherryn no habría aprobado eso. Era un asesinato puro y duro, y Geran no se enorgullecía de ello, pero Sorsil había matado a unas cuantas víctimas del Tiburón de la Luna con su propio acero, o eso les había oído decir a Tao Zhe y a otros. Y estaban en juego docenas, tal vez cientos de vidas de hulburgueses si no conseguía advertir al harmach de los planes de los piratas. Miró a Hamil y le agradeció la intervención con un gesto.

—Creo que se nos hace tarde —dijo.

—De acuerdo —dijo el halfling—. ¿Cuánto crees que falta para Hulburg?

—Quizá quince o tal vez treinta millas.

Era una distancia enorme si tenían que remar, pero el bote tenía un pequeño mástil que podía alzarse en unos minutos. Geran esperaba llegar a Hulburg a vela, no a remo.

—Vendrán a por nosotros en cuanto se enteren de que nos hemos ido —señaló Hamil.

—Lo sé.

Geran se quedó pensando un momento en cuál sería la mejor manera de sabotear el barco. Por desgracia, no podía hacer que encallara, de modo que decidió estropear el timón. Se arrodilló, cortó los cables con su acero y empezó a sacar los que habían quedado sueltos. Volver a conectar el timón le llevaría al Tiburón de la Luna por lo menos un par de horas, y para cuando estuvieran listos para perseguir a Geran y a sus compañeros, ya haría tiempo que habrían desaparecido.

—¡Ve y prepara el bote para bajarlo al agua…, sin hacer ruido!

Hamil le sonrió.

—Puede ser que esto funcione después de todo.

Corrió a la cubierta principal mientras Geran arrancaba un trozo tras otro del cable del timón. Sin el timón, la proa del barco empezó a orientarse en el sentido del viento y cabeceó un poco con el embate del oleaje.

Geran sacó el último trozo del cable que pudo alcanzar, recogió la maraña resultante y lo tiró todo por la borda. Se sacudió las manos, bajó rápidamente la escala hasta la cubierta principal y fue a ayudar a Hamil y Sarth, que peleaban con el bote para hacerlo descender al agua. Ésta era con mucho la parte más complicada del plan; bajar el bote era tarea para seis hombres, no para tres, y resultaba casi imposible hacerlo sin ruido.

Echando mano de la fuerza bruta consiguieron sacarlo de su soporte y llevarlo hasta la borda, pero no sin que las regalas del bote golpearan un par de veces en la cubierta. Geran hizo una mueca, pero se acercaban al momento en que la velocidad contaría más que el sigilo.

En el extremo de popa de la cubierta principal, se abrió la puerta del camarote del capitán y salió Narsk. Con una mirada, el gnoll se hizo cargo de la escena, al ver a Geran y a sus amigos con el bote sacado a medias de su serviola.

—¿Qué es esto? —dijo con furia, y se lanzó hacia la campana del barco y empezó a tocarla vigorosamente—. ¡Todos a cubierta! —gritó—. ¡Trraición! ¡Todos a cubierta!

La desesperación hizo que Geran se quedara paralizado por unas décimas de segundo.

—Estuvimos tan cerca —musitó.

Los primeros albores del amanecer empezaban a desgarrar el cielo al este. Unos instantes más y la cubierta se llenaría de enemigos. No vivirían para lanzar el bote al agua. Sólo veía una remota posibilidad: matar a Narsk rápidamente y confiar en poder contener al resto de la tripulación el tiempo suficiente para escapar.

Sin tiempo para pensárselo dos veces, dejó caer el extremo del bote que sostenía. El Tiburón de la Luna cabeceó pesadamente bajo sus pies, empujado torpemente por el viento y con el timón girando descontrolado en la toldilla.

—¡Cubridme la espalda! —bisbiseó a Sarth y Hamil.

A continuación, sacó el puñal oculto bajo el capote y cargó a través de la cubierta contra el capitán del barco pirata.