DIEZ

2 de Marpenoth, Año del Intemporal (1479 CV)

Narsk puso rumbo este después de la reunión en las Garras, internándose mar adentro a la altura de Hillsfar y ciñéndose a la costa meridional del Mar de la Luna en cuanto el bien defendido puerto quedó unas buenas treinta o cuarenta millas a popa. El Tiburón de la Luna navegó a todo trapo durante el día —hacía un buen tiempo—, y por la noche, Narsk ordenó a Sorsil apocar las velas y moderar la velocidad, lo cual no era raro para los barcos que navegaban en el Mar de la Luna. En su mayor parte, el gran lago era profundo y no abundaban las islas ni los arrecifes, de modo que casi todos los capitanes mantenían alguna vela izada durante todas las noches, excepto las más oscuras.

Encontrar una ocasión para deslizarse en el camarote de Narsk resultó mucho más difícil de lo que Geran había imaginado. La principal dificultad era que Narsk casi no salía, y cuando lo hacía, no permanecía demasiado tiempo en cubierta. El gnoll comía en su camarote y daba casi todas sus órdenes a través de Sorsil. Geran tenía varias ideas en mente para deslizarse dentro sin que lo vieran; sólo faltaba que Narsk saliera del camarote por un tiempo prudente, y en el peor de los casos, sabía un conjuro de teletransportación que podría usar desde el almacén que había debajo del camarote del capitán y que solía estar vacío. Había pensado en tratar de sorprender o de superar al gnoll teletransportándose sin previa advertencia, pero no podía estar seguro de poder hacerlo en absoluto silencio y de salir otra vez sin que lo vieran. Eso significaba que él y sus amigos podrían tener que enfrentarse al resto de la tripulación del Tiburón de la Luna, y Geran no quería ni pensar en cómo podría acabar eso.

Mientras observaba y esperaba una oportunidad para hacer su jugada, Geran y sus amigos se fueron acomodando a la rutina del barco. El tiempo se volvió frío y húmedo en la segunda noche después del encuentro de las Garras, y el barco iba sorteando un chaparrón tras otro en su avance hacia el este. Siendo como eran los marineros más nuevos a bordo, les asignaban las guardias nocturnas con el contramaestre, un mulmasterita imponente llamado Khefen. Eso significaba que tenían que montar guardia en mitad de la noche y tratar de dormir lo que podían antes y después. Al menos Khefen casi no hacía el menor caso de ellos a no ser que erraran en los escasos ajustes de las velas que consideraba adecuados durante la noche. El contramaestre bebía constantemente de una gran petaca de cuero que llevaba escondida debajo del capote durante la guardia, sin mostrar la menor señal de embriaguez, y por lo demás, hacía caso omiso de los marineros.

En el curso de su segunda guardia con Khefen, la lluvia era especialmente persistente. Después de varias horas de hacer de vigías y de trepar a los mástiles cuando el contramaestre así lo ordenaba, los tres compañeros estaban calados, temblando y con el ánimo por los suelos.

—Esto no me gusta nada —le dijo Sarth a Geran en voz baja mientras volvían a cubierta—. ¿Realmente es necesario?

—Vamos a concederle dos o tres días más —respondió Geran en un susurro—. Podría surgir algo, y todavía tengo ganas de saber lo que está planeando Kamoth.

El tiflin hizo una mueca bajo su aspecto mágico.

—Muy bien, pero me lo voy a pensar dos veces antes de acompañarte en tu próxima aventura mal concebida.

Más tarde, esa misma mañana, Geran estaba absorto empalmando un cabo viejo, muy gastado —tarea especialmente tediosa y dura que le había echado encima Skamang, el norteño de los tatuajes—, cuando el vigía dio un grito.

—¡Barco a la vista! ¡Por la manga de babor!

Geran de puso de pie y se protegió los ojos del sol tratando de ver el otro barco. Esa vez estaba realmente a una buena distancia, fácilmente siete u ocho millas, y todo lo que podía verse de él era el mástil. Sorsil llamó a Narsk a la toldilla, y los dos tuvieron un rápido intercambio de opiniones antes de que el gnoll ordenara virar al timonel y a la tripulación izar más velas. El viento favorecía al Tiburón de la Luna; la buena fortuna había pillado a la galera pirata bien posicionada para perseguir a su presa, con el sol de la mañana de espalda y un refrescante viento de costado que permitía a Narsk orientar la proa un poco por delante del otro barco.

Geran miró el cielo. Estaba cubierto, pero no parecía probable que se avecinasen tormentas ni chubascos. Y estaban por lo menos a treinta o cuarenta millas de cualquier puerto. A menos que el barco fuera más rápido de lo que aparentaba, calculó que le darían caza en un par de horas. La mayor parte de la tripulación estaba asomada a la borda, mirando con ojos codiciosos al otro navío. Algunos ya estaban escogiendo armas para el deseado abordaje.

Hamil y Sarth subieron desde la cocina, adonde habían sido enviados para ayudar a Tao Zhe en el fregadero. El halfling echó una mirada a la tripulación pirata, y luego se volvió hacia Geran.

—¿Qué está pasando?

—Narsk ha avistado una presa —dijo Geran en voz baja—. Vamos a tratar de dar caza a aquel cascarón.

—Cierto, ahí está —murmuró Hamil, asomándose a la borda—. ¿Qué hacemos si Narsk le da alcance? —preguntó—. ¿Nos unimos al resto de la tripulación y mantenemos nuestro engaño? ¿O interferimos e impedimos que Narsk se apodere del barco?

Geran miró a su pequeño amigo con una expresión de honda preocupación.

—No lo sé —dijo.

Debería haber previsto que podían encontrarse en esa situación. No tenía la menor duda de que los tres podían hallar una manera de luchar sin eficacia o de abstenerse cuando llegara lo peor, pero los demás tripulantes podrían darse cuenta, lo cual contribuiría muy poco a mejorar su situación en el barco. Y lo peor era que eso no los libraría de la responsabilidad de no haber frustrado un ataque pirata que estaban en posición de desbaratar. Lo más difícil era concebir una manera de que eso no los delatase y diera por tierra con sus objetivos al infiltrarse en el Luna Negra.

Sarth miró a Hamil; era evidente que el halfling fantasagaz estaba repitiendo su pregunta al tiflin. Sarth miró a su alrededor para ver si algún otro tripulante podría oírlo y se apoyó en la borda junto a Geran.

—Una decisión peliaguda —dijo—. La verdad, no sé qué aconsejarte, Geran, pero supongo que se podría considerar la cuestión desde la siguiente perspectiva: ¿qué habría sucedido de no estar nosotros a bordo? Si todo hace pensar que el Tiburón de la Luna habría sido capaz de dar caza al mercante y apoderarse de él sin nuestra ayuda, nuestra participación no cambiaría el destino de esa embarcación. En esa situación, tal vez no estaría en nuestro poder evitar un ataque. Después de todo, sólo somos tres. Si no podemos impedir que Narsk se apodere de ese barco, entonces podríamos mantener nuestra impostura. Con la información que obtengamos aquí podemos salvar muchas vidas en otra ocasión.

—Entiendo lo que dices —respondió Geran—, pero resulta que si estamos a bordo y no hay ningún destino prefijado en este momento. Además, contaríamos con el factor sorpresa y con tu magia. Si nos ocupamos de unos cuantos marineros clave al comienzo, los otros podrían perder la iniciativa.

—Creo que en esto estoy con Sarth —dijo Hamil en voz baja—. No me apetece nada meterme en un combate con cincuenta enemigos por el bien de unos absolutos extraños. Aunque tal vez podríamos interferir de otra manera. Si el barco perdiera una vela o se rompiese el timón…

—Si nos pillan con las manos en la masa habrá que luchar —respondió Sarth.

Geran pensó en lo que le había contado Nimessa sobre el destino de la tripulación del Alablanca. Si permanecían al margen o se dejaban llevar por la idea de que el barco mercante ya estaba sentenciado de todos modos, participarían en un crimen de la peor especie. Tal vez tuvieran ocasión de derrotar a la tripulación del Tiburón de la Luna matando a Narsk, Sorsil y quizá a Skamang o Khefen rápidamente…, pero era más probable que cualquier asalto furioso por su parte acabara con ellos tres muertos, y él no tenía más ganas que Hamil de perder la vida por un puñado de extraños.

—Si tenemos alguna oportunidad de impedir que Narsk y el resto de los miembros de este barco asesinen a la tripulación y los pasajeros de alguna infortunada nave, creo que deberíamos intentarlo —dijo—. La sugerencia de Hamil merece ser tenida en cuenta. Sólo debemos asegurarnos de que nadie se dé cuenta.

A lo largo de la hora siguiente, el Tiburón de la Luna fue acortando la distancia que lo separaba del otro barco. A Geran lo sorprendió ver que el barco mercante no intentara huir y que se mantuviera en su rumbo original. O bien no había reparado en la galera pirata que le iba a la zaga —lo cual le parecía cada vez menos probable—, o bien el capitán suponía alegremente que navegaba en aguas amigas. Pensó también en la posibilidad de que el capitán mercante, convencido de antemano de que no tenía escapatoria, esperara abrirse camino con una simple muestra de osadía, pero eso le pareció aún más descabellado. Mientras la galera pirata alcanzaba lentamente a su presa, Geran y sus camaradas empezaron a planear su acto de sabotaje.

Ya tenían su plan muy bien pensado y faltaba poco menos de una milla para dar alcance al otro barco cuando Sorsil se volvió hacia la cubierta principal desde su puesto junto al timón.

—¡Todos de vuelta a sus puestos! —gritó la segunda de a bordo—. ¡Adelante con vuestras tareas, perros! ¡Aquí no hay nada que nos interese!

Geran y sus compañeros se miraron, y luego volvieron hacia la toldilla. Narsk se aferró a la borda, mirando al otro barco mientras mostraba los colmillos. Después le gritó algo a Sorsil, y salió corriendo hacia la toldilla y se metió otra vez en su camarote. Sorsil echó otra mirada al cascarón y, a continuación, ordenó al timonel que cambiara de rumbo. El Tiburón de la Luna viró limpiamente a estribor y atravesó la estela del barco a una milla de su popa, corriendo ahora a favor del viento.

—¿Qué diablos ocurre? —preguntó Geran en voz alta—. ¿A qué ha venido esto?

Oyó algunos murmullos de los demás tripulantes, que probablemente expresaban el mismo sentimiento.

—Narsk ha abandonado la persecución —observó Sarth—. ¿Por qué lo ha hecho?

—¡Mirad! —señaló Hamil—. El mercante está izando una bandera.

Geran se volvió para mirar y fue hacia la popa. La brisa hacía ondear ahora un estandarte en el palo mayor del barco; estaba seguro de que no estaba allí unos instantes antes, de modo que el capitán debía de haber ordenado ahora que lo izaran. Era un estandarte en cuarteles rojos y dorados que Geran conocía a la perfección.

—Es un barco de la Casa Marstel —dijo.

—¿Marstel? ¿Cómo? ¿La de los Marstel de Hulburg? —preguntó Sarth.

—Sí —respondió Geran—. ¡Ese bastardo de dos caras! Le ha pagado a la Luna Negra para que no ataque sus barcos. Y precisamente fue uno de los que reclamaban que el harmach hiciera algo en contra de la piratería.

—Hostigar al harmach para que hiciera algo era una forma de evitar que otras compañías mercantes llegaran a un acuerdo con los piratas —dijo Hamil—. Si es así, lord Marstel es un viejo zorro taimado. Jamás habría pensado eso de él.

—Ni yo —dijo Geran, que frunció el entrecejo tratando de interpretar todo aquello.

Entonces, los piratas reunidos junto a la borda volvieron a sus tareas, y el barco recuperó su rutina.

La decepción de la tripulación al ver que se le escapaba una presa que tenía al alcance de la mano tal vez fuera el desencadenante de lo que sucedió aquella tarde. El Tiburón de la Luna era demasiado pequeño como para tener algo parecido a un rancho de marinería organizado; la cocina de a bordo estaba situada en la toldilla, y Tao Zhe, el cocinero, descargaba el estofado de la noche en cualquier taza o recipiente que llevara cada hombre. Después de recibir comida caliente y un trozo de pan tosco, los marineros se acomodaban en cualquier rincón de la cubierta que encontraran y que les ofreciera abrigo contra el viento y lugar para sentarse y comer. Geran, Hamil y Sarth acababan de instalarse para consumir su poco atractiva comida cuando varios tripulantes pertenecientes al puño de Skamang se acercaron a ellos. Un chessentano de barriga prominente llamado Pareik, que llevaba la cabeza rapada y grandes pendientes de oro, los encabezaba.

—¡Levantaos, novatos! —les gritó—. Estáis en nuestro sitio.

Da la impresión de que Skamang ha decidido ponernos a prueba —comentó Hamil, que con un suspiro colocó cuidadosamente su tazón sobre el suelo.

—Pues a mí me resulta cómodo —respondió Geran a Pareik.

Habría sido más fácil evitar lo que se avecinaba, pero sospechaba que eso los tendría pendientes de los caprichos de Skamang durante todo el viaje. Enfrentarse a Pareik y hacer gala de un temperamento despierto y violento podría ahorrarles innumerables problemas en el futuro, y también podría favorecer sus planes. Además, estaba de mal humor y no le gustaba la facha del tipo.

—Buscaos otro sitio.

Pareik hizo una mueca.

—De modo que te consideras demasiado bueno para comer tu rancho en otra parte —dijo. De un manotazo, hizo caer la taza de Geran de sus manos, y el estofado se derramó—. ¡Pues puedes comerlo de la cubierta, entonces! ¿Qué te ha parecido eso, novato?

Sin la menor vacilación, Geran recogió el tazón de su cena del suelo y se puso de pie de un salto. No fue necesario fingir enfado; sin pensárselo dos veces le tiró a la cara el tazón con el estofado que quedaba dentro. Pareik reculó, alzando demasiado tarde los brazos para defenderse, pero Geran le plantó la bota a la altura de la hebilla del cinturón y lo lanzó al otro lado de la cubierta. El pirata cayó dando tumbos y rodó por el suelo hasta dar contra la borda.

—¡Lo que creo es que voy a arrancarte los malditos dientes, eso es lo que creo! —le gritó Geran, enfurecido.

Dio dos pasos hacia Pareik, decidido a darle la paliza de su vida a ese chessentano, pero unas fuertes pisadas a su derecha le llamaron la atención. El ogro Kronn estaba a su lado, mirándolo desde su altura con sus ojillos de cerdo. Sentado detrás de él, el norteño tatuado, Skamang, lucía una sonrisita irónica. Kronn habló con voz tonante.

Haz golpeado a Pareik —dijo—. Ezo zignifica que cualquiera del puño de Zkamang puede pegarte a ti. ¡Kronn perteneze al puño de Zkamang! ¡Kronn te golpea a ti! —El ogro lanzó su enorme puño directamente hacia abajo, como si fuera a clavar un clavo en la cubierta.

Geran dio un salto atrás, esquivando el golpe con escasa gracia. Su antiguo mentor, Daried, hubiera hecho un gesto de contrariedad; siempre había dicho que Geran era de pies lentos, como cualquier humano alto. El elfo cantor de la espada podría haber evitado el puño de Kronn dando medio paso y volteando los hombros, lo mismo que Hamil, pero el salto desequilibrado de Geran bastó para sacarlo del camino del golpe de Kronn. El ogro bramó, contrariado, y saltó tras él; Geran corrió y puso el palo mayor entre él y el gigantón, ganando un momento para pensar.

Sarth y Hamil se pusieron de pie de un salto y avanzaron para incorporarse a la refriega, mientras el resto de la pequeña banda de Pareik dejaba su cena en la cubierta y se aprestaba a defender su puesto. Sin embargo, Murkelmor, el enano, se puso entre ellos y alzó una mano.

—¡Nada de eso! —gritó—. Vuestro hombre puso las manos en un miembro del puño de Skamang, y el puño de Skamang eligió a uno de los suyos para responderle, así es como se hace. ¡Si dais un paso más, tendrá que resolverlo el capitán!

—¡No me voy a quedar mirando mientras ese ogro aporrea a mi amigo! —dijo Sarth con rabia.

—Lo harás si sabes lo que es bueno para él y para ti —respondió el enano—. Dos hombres pelean; es algo entre los dos. Si alguien más participa, el capitán tiene que poner fin a la refriega.

—¡No te metas! —le gritó Geran a Sarth—. ¡Que esto quede entre Kronn y yo!

Geran se había enfrentado a ogros otras veces. Eran inmensamente fuertes, y su corpulencia les permitía aguantar heridas que habrían dejado incapacitado a cualquier adversario humano. Pero también eran lentos y les faltaba destreza, dependían totalmente de su corpulencia y de su fuerza. Con una espada en la mano, no le habría hecho ascos a un duelo con Kronn, pero ahora sólo contaba con sus manos desnudas.

Volvió a rodear el palo mayor. Kronn se agachó y embistió, y esa vez consiguió asir a Geran por el tobillo. Tiró de él y, tras hacerlo caer, lo arrastró a través de la cubierta, alzando un enorme puño para aplastar con él a su víctima mientras la tenía sujeta. Geran trató de poner el pie fuera del alcance del ogro, pero no lo consiguió. Desesperado, utilizó al ogro para anclar la pierna izquierda mientras hacía una tijera ascendente con la derecha. Golpeó al otro en el mentón con una patada rápida, haciéndole perder la puntería. El puño de Kronn casi erró el golpe del todo, pero le golpeó en las costillas y lo derribó otra vez a la cubierta. A Geran se le escapó el aire en un resoplido angustioso, y se quedó boqueando, pero antes de que Kronn pudiera acabar con él de un sólido puñetazo, consiguió clavarle el talón derecho en la carnosa manaza que lo sujetaba por el tobillo y le dobló el pulgar en una dirección contraria a la normal. Kronn aulló, y Geran se liberó mientras seguía tratando de recuperar el aliento.

—¡Ve a por él, Kronn! —gritó Pareik—. ¡Ya casi es tuyo!

—¡No dejes que el ogro te coja así! —le gritó Hamil a Geran.

—Ni… se me… ocurriría —dijo Geran con voz entrecortada.

Kronn se lanzó otra vez a por él, y en esa ocasión el mago de la espada se arrojó por debajo de los largos brazos del ogro y le clavó la cabeza en la tripa. Le tocó al ogro quedarse sin aliento, y antes de que pudiera recuperarse, Geran le asestó varios ganchos contundentes debajo de la barbilla. Era como golpear a un toro; la cabeza del ogro apenas se movía. Casi lo único que conseguían los golpes era enfurecer a Kronn, y Geran se puso rápidamente fuera de su alcance mientras el ogro manoteaba como un loco y caía sobre una rodilla. Una idea temeraria le pasó a Geran por la cabeza. Hizo una pausa justo delante del palo mayor mientras el ogro se preparaba para asestarle otro puñetazo.

Esa vez el mago de la espada se quedó quieto hasta el último momento, antes de dejarse caer al suelo por debajo del puñetazo. En lugar de aplastar la cabeza de Geran como si fuera una calabaza, Kronn dio de lleno en el palo mayor.

El mástil entero se estremeció, pero ni siquiera el puñetazo de un ogro podía dañarlo; el gigantón aulló y se llevó la otra mano a los magullados nudillos.

—¡Kronn te matará por ezto! —rugió el ogro.

Geran dio una voltereta por la cubierta para ponerse de pie, pero Kronn cogió un pesado motón con una cadena que había al lado del palo mayor e hizo girar la polea de madera como si fuera un mayal. Lo lanzó furiosamente contra Geran; con cada vuelta arrancó astillas de la cubierta o golpeó contra el mástil y la borda. Los corsarios reunidos en derredor para presenciar la pelea dieron gritos de alarma y se separaron, pero un desgraciado recibió el golpe del pesado motón en el hombro en uno de los giros y salió dando vueltas como una peonza por la cubierta. Geran iba de un lado para otro, buscando un arma de la que servirse. No sabía lo que tenía previsto la Luna Negra sobre las armas en una reyerta, pero ya se encargaría más tarde de averiguarlo. Primero tenía que evitar que lo mataran.

¡Va una daga! —le advirtió Hamil.

Geran miró por encima del hombro justo a tiempo para coger el pesado puñal que le arrojaba Hamil. No era gran cosa para defenderse de la fuerza apabullante de Kronn, pero el tacto del acero resultaba tranquilizador. Se dio cuenta de que, cosa sorprendente, estaba ahora en la posición exacta en que solía estar Hamil cuando los dos entrenaban. Se enfrentaba a un adversario más corpulento, fuerte y lento, con un alcance mucho mayor. Y eso significaba que tenía que acercarse sin que lo matara.

Se preguntó qué habría hecho Hamil en un combate como ése. La respuesta le llegó rápidamente; había visto a Hamil combatir suficientes veces como para adivinar la forma en que acabaría su amigo con un enemigo corpulento y torpe. Una sonrisa iluminó su cara mientras se agachaba para esquivar otro balanceo del motón y giraba hacia la derecha, moviéndose a continuación otra vez hacia el palo mayor.

—¡Venga, Kronn! ¿No puedes darme? —lo retó.

El ogro aulló enfurecido y se lanzó otra vez a por él, pero Geran se agachó hacia el otro lado del mástil. El motón y la cadena se enrollaron en el mástil, momentáneamente enredados, y Geran hizo su jugada. Se lanzó hacia adelante y hacia arriba por debajo de la guardia de Kronn, y asestó varias puñaladas en el vientre y el pecho de Kronn, evitando un golpe mortal simplemente porque no sabía lo que sucedería si llegaba a matar a su adversario. Cuando Kronn alzó el brazo izquierdo para sacar a Geran del medio, le hizo una herida en el antebrazo desde la muñeca hasta el codo. La sangre salpicó la cubierta, y el ogro dio un alarido de dolor. Entonces, soltó el motón y la cadena, y cayó sobre su enorme trasero, protegiéndose con los brazos.

Geran se acercó para volver a golpear, pero de repente apareció Narsk en la cubierta principal; blandía una maza de cabeza claveteada.

—¡Malditos seáis todos! ¿Qué está pasando aquí? —rugió el gnoll.

Geran se apartó rápidamente de su enemigo.

—El nuevo me ha derribado al suelo y ha herido a Kronn cuando ha querido defenderme —se apresuró a decir Pareik—. ¡Habría matado a Kronn, capitán!

—¡Han sido los hombres de Skamang los que han empezado! —protestó Hamil—. Él ha tirado la comida de Aram sobre la cubierta buscando pelea. Ha tenido mucha suerte de que Aram no lo haya matado por ello.

—¡Está mintiendo! ¡El halfling es un mentiroso! —gritaron varios de los que apoyaban a Skamang.

Hamil dio un paso adelante para contestarles, pero Sarth lo sujetó.

El capitán gnoll hizo una mueca airada. Tal vez no tuviera ningún motivo para preocuparse por lo que les sucediera a sus nuevos marineros, pero al menos parecía que conocía tan bien a Skamang, Kronn y los demás como para adivinar lo que había sucedido. Se acercó a Kronn, que estaba tirado en la cubierta quejándose y sujetándose el abdomen con los brazos.

—¿Quién ha sacado la primera arma? —preguntó el gnoll.

El ogro alzó la vista hacia Narsk.

—Kronn no ha hecho nada, capitán. El nuevo se ha vuelto loco. Ha herido a Kronn. ¡Es la verdad!

Narsk lanzó una maldición y se volvió hacia Geran, esgrimiendo la maza con su manaza peluda. Se inclinó sobre Geran y le mostró los colmillos.

—Y supongo que tú vas a decirme que estabas dispuesto a luchar contra el ogro con las manos desnudas hasta que él se ha armado.

Geran lo miró sin parpadear.

—Nada de esto ha sido idea mía, capitán. El ogro ha arrancado el motón del palo mayor. He tenido que defenderme.

Sorsil carraspeó y miró al enano Murkelmor, que estaba sentado sobre un barril contemplando toda la escena.

—¿Has visto lo que ha sucedido, enano? —preguntó.

Murkelmor se encogió de hombros.

—Pareik ha desafiado a Aram, y cuando Aram se ha lanzado contra él, ha hecho que Kronn peleara en su nombre. Sospecho que ahora Kronn no está demasiado contento con todo esto. —Hizo una pausa y luego añadió—: Kronn ha sido el primero que se ha armado.

Narsk se volvió, sin dejar de murmurar entre dientes. Geran lo observaba atentamente con el pesado puñal todavía en la mano, preparándose por si el gnoll se volvía hacia él y trataba de golpearlo. Estaba dispuesto a matar a Narsk si era necesario, y le importaban un bledo las consecuencias, pero el gnoll miró hacia Kronn, tirado en el suelo.

—Te han derrotado, pedazo de carne. ¿Lo das por terminado, o seguís peleando tú y Aram hasta que uno de vosotros muera? Y me parece a mí que no va a ser Aram.

—Se acabó, capitán —dijo Skamang. El norteño echó al ogro una mirada severa—. Kronn no volverá a molestarlo.

—¿Es eso cierto, Kronn? —preguntó Narsk.

El ogro miró a Skamang y asintió.

—Kronn dice que se ha acabado.

—Entonces, arriba y que alguien cosa tus trozos —dijo el gnoll. Miró a los marineros reunidos e hizo un gesto airado con la mano—. ¡Volved al trabajo, todos!

Kronn se levantó despacio. Seguía sangrando profusamente. Le dirigió a Geran una mirada rencorosa, llena de odio, y luego fue arrastrando los pies hacia donde estaban Skamang y su banda. Geran se lo quedó mirando por si de repente se arrepentía, y sólo se reunió con Sarth y Hamil cuando le pareció que no había peligro en volverle la espalda al adversario. Le devolvió el puñal al halfling.

—Gracias —le dijo.

Hamil miró hacia donde estaba el otro, en el lado contrario de la cubierta.

—Será mejor que te lo quedes, tengo todavía un par de ellos.

Sarth miró de cerca a Geran.

—¿Estás malherido? ¿Necesitas ayuda?

Geran se palpó las costillas con una mueca de dolor.

—Estoy bastante bien —respondió.

No obstante, se dio cuenta de que sentía dolor por todos lados: las costillas, el tobillo izquierdo, el pie derecho por haber golpeado la mandíbula del ogro, e incluso la espalda, por las veces que había caído o se había tirado sobre la cubierta.

—Si tanto te preocupa, la próxima vez dejaré que seas tú el que pelee con el ogro. Así se hacen las cosas.

El hechicero lo sorprendió con una risa repentina.

—Lo tendré presente —dijo—, pero dudo de que te vayan a molestar durante un tiempo. Has vencido a Kronn, y con eso has ganado el respeto del resto de la tripulación.

—Y el de Narsk —dijo Hamil en voz baja.

El halfling señaló hacia la toldilla, donde se paseaba el gnoll. Tenía los ojos rojos, entrecerrados, fijos en Geran. Narsk se los quedó mirando un rato más antes de bajar de la toldilla y meterse otra vez en su camarote.

—Sospecha algo —dijo Sarth.

Geran miró hacia la puerta del camarote. Todavía tenía que averiguar qué era lo que Kamoth le había dado a Narsk, y mientras tanto estaban un día más cerca de lo que tenía en mente el lord pirata, fuera lo que fuere.

—No podemos hacer mucho al respecto —respondió. Recogió el tazón de su cena de la cubierta tratando de no hacer una mueca por la protesta de las costillas—. Vamos, quiero ver si a Tao Zhe le queda algo en la cocina, ya que Pareik y Kronn me han estropeado la cena.