39

El ascensor siguió su camino parpadeando números, pero los pensamientos de Sandy iban mucho más rápidos. El ejército de Enoch no debía ir a Redfield. Ella apenas había probado una muestra de la hostilidad que sus habitantes abrigaban contra los forasteros, pero si había algo capaz de desatar la violencia que se ocultaba tras la armonía de Redfield, sería esa caravana de chivos expiatorios. Cincuenta años, se repetía mentalmente. Se preguntó si la violencia que podía vislumbrar sin dificultad sería lo que la tierra estaba esperando. Salió del ascensor y se dirigió con paso rápido a la sala de montaje.

Lezli estaba pasando la cara de un político hacia delante y hacia atrás una y otra vez, adecuando sus gestos a la voz de un ratón de dibujos animados.

—Lezli —dijo Sandy—, ¿te sentirías muy presionada si tuviera que irme unos cuantos días más?

—Te echaré de menos, pero la presión no me molesta. Me hace progresar.

—Me alegro por ti. No le digas a nadie que te he preguntado esto. ¿Todavía estamos siguiendo al ejército de Enoch?

—No, al final nos aburrimos de intentar conseguir una entrevista. Ahora compramos los reportajes a las cadenas locales. Creo que un aristócrata rural les ha ofrecido asilo.

—¿Sabes por casualidad cuándo van a llegar allí?

—Puedo enterarme. Diré que soy yo quien quiere saberlo. —Telefoneó a un periodista y dijo a Sandy—: Parece ser que, a más tardar, será mañana por la tarde.

—¿Podrías defender sola el fuerte durante el resto de la semana?

—Si lo necesitas, por supuesto. Cuando tengas un rato, ya me contarás a qué te estoy ayudando, ¿vale? No me importa que me invites a unas copas.

Sandy subió al piso superior y se sentó en un duro sofá. Diez minutos después la secretaria de Emma Boswell la hizo pasar. Boswell llevaba las uñas doradas, y destellaron cuando le hizo un gesto de bienvenida.

—¿Ya has vuelto a coger el ritmo?

—Desde luego, aunque a juzgar por cómo le ha ido a Lezli, tampoco hago mucha falta.

—Me han hablado muy bien de ella, y me alegro de que me lo digas. ¿Se trata de eso?

—No. Quería pedirte… —Sandy hizo un esfuerzo por relajarse y no parecer tan ansiosa—. No te lo pediría si Lezli no lo estuviera haciendo tan bien. El caso es que necesito tomarme unos días a cuenta de las vacaciones.

—¿Entonces no te has recuperado tan bien como decías?

—No es eso. Un amigo tuvo un accidente y no puede manejarse solo. Y tengo que hacer un viaje al norte indefectiblemente.

—¿No puede hacerlo nadie más?

—Nadie más que yo.

—En fin. ¿Desde cuándo y hasta cuándo? —Dijo Boswell con un suspiro de resignación.

—Si pudiera ser, desde ahora, y posiblemente estaría fuera el resto de la semana.

—En esta vida no todo puede ser. —Boswell la miró demasiado tiempo en silencio—. Será mejor que hables con producción. Si ellos no tienen nada que objetar, supongo que yo tampoco, pero no me gustaría enterarme de que has estado causando problemas.

Los problemas estaban bien siempre que pudieran ser filmados para la emisión, se dijo Sandy, pero eran de otro tipo los que ella pretendía causar. Cuando dijo en el departamento de producción que necesitaba ausentarse unos días nadie puso la menor objeción. Se despidió de Lezli y se fue a toda prisa.

Contra la verja de Hyde Park descansaba un cartel del Daily Friend: UN LUGAR DONDE DESCANSAR PARA EL EJÉRCITO DE ENOCH. Más allá se veía a un vagabundo agarrado a los barrotes de la verja, mirando hacia Sandy. La luz del sol al surgir bruscamente entre las nubes lo hizo parecer increíblemente delgado, y su rostro era como un trozo de tierra del parque. Sandy se estremeció al ver una sombra acercarse a ella, y corrió hacia el Metro.

En vez de ir directamente a su casa, pasó primero por la de Roger. Había conseguido sentarse delante de su mesa, con la pierna enyesada estirada hacia un lado, y hojeaba con desgana las pruebas de imprenta de un capítulo.

—Vuelve pronto —dijo.

—Sólo para ver cómo estás y para darte esto. —Lo besó y él se incorporó un poco—. Tengo que volver al norte.

—Sólo para ir a buscar la película, espero.

—Intentaré pasar a recogerla, pero no sé qué vas a pensar de mis motivos para emprender el viaje. —Sandy llenó un vaso de agua en la cocina y lo bebió de un trago para aclararse la garganta, que de repente tenía seca—. Enoch Hill y su gente se dirigen a Redfield, invitados por lord Redfield.

Roger tachó una frase y dejó las páginas boca abajo sobre la mesa.

—Y no crees que vayan a ser bien recibidos.

—No desde luego como ellos esperan.

—¿Piensas que lord Redfield les puede haber tendido una especie de trampa?

—No sé si eso es lo que pretende. El tipo de violencia que temo que se produzca no beneficiaría en nada la imagen de Redfield. Quizá piense que puede controlar a su gente, pero ante esta situación estoy segura de que no lo logrará. Tal vez no se dé cuenta de lo que está haciendo pero, por Dios, debería saberlo. Se supone que la ignorancia no es una excusa, especialmente cuando se tiene tanto poder. —Sandy intentó tragar la aspereza que sentía en la boca, y prosiguió—. Lo peor es que me siento en parte responsable. Yo le llamé la atención sobre la forma en que su periódico estaba acosando al ejército de Enoch. Puede incluso que esté intentando arreglar las cosas.

Roger se dio la vuelta en su silla giratoria y su pierna describió un arco.

—¿Pero realmente piensas que esto está sucediendo porque ya han pasado los cincuenta años?

—Roger, no lo sé —dijo ella, y deseó que no se lo hubiera preguntado. Miró el reloj—. Ya deberían de estar en camino. Voy a llamar a ver por dónde van.

La Asociación de Automovilistas le informó que la caravana se encontraba en los Fens, avanzando lentamente hacia el norte. Con suerte, aunque Sandy intentó no pensar cuánta iba a necesitar, tendría tiempo de convencer a Enoch de no ir a Redfield y luego podría pasar por Lincoln y recoger la película.

—Debería darte las gracias por ayudarme, aunque haya sido sin saberlo —dijo Roger—. He dicho que tenía que cuidarte para que me dieran estos días libres.

—Creo que eso es lo que el médico dijo. ¿Dónde está el coche?

—En mi casa. Pero espera, no quería decir …

—Pero yo sí, Sandy. Me puedes hacer un sitio, ¿no? Quizá te venga bien tener compañía en la carretera. A lo mejor incluso puedo serte útil.

—Ya lo estás siendo, y mucho más que eso —dijo Sandy, y le apretó las manos más de lo que hubiera debido. Al ver que él no pestañeaba, le sonrió—. Tengo que ir a casa a recoger el coche —dijo impulsivamente. No tenía que sentirse egoísta por dejarse acompañar, a pesar de que su libro estuviera tan atrasado. Fuera cual fuera la razón, acababa de darse cuenta de que prefería no estar sola en la carretera.