Los asistentes no parecieron echarle de menos, ni tampoco el espectáculo en su conjunto. Durante el siguiente intermedio Sandy buscó al director para preguntarle qué había ocurrido, pero no pudo encontrarlo, ni tampoco al hombre delgado de las flores. Soportó el tercer acto a duras penas, y llegó a pensar que los actores no iban a acabar nunca con el Flipity Flapity Flop del final. Esperó a que Tommy Hoddle apareciera saludando con sus compañeros, pero seguía sin haber señal de él cuando el público abandonó la sala entre un gran revuelo de sillas.
El director esperaba junto a la puerta para disculparse por la interrupción. Sandy aguardó a poder hablar con él sin interrupciones. Mientras se acercaba, él se pasó los dedos por la frente.
—Perdone que no la haya atendido antes —dijo él—, pero habrá observado que hemos tenido problemas.
—No habrá sido por culpa mía, ¿verdad?
—¿La conocía a usted?
—No.
—Entonces no, no puede ser, porque él no sabía que lo buscaba. No tuve oportunidad de hablarle antes de que saliera a escena.
De todas formas, Sandy se sentía de algún modo responsable.
—¿Cree que podría hablar con él, o al menos saludarlo?
El director le dirigió una mirada indescifrable.
—Me temo que eso es imposible —dijo; la acompañó a la puerta y la cerró tras ella.
Todavía estaba en el embarcadero cuando se apagaron las luces del pabellón. La noche pareció dar un paso adelante. Por un momento creyó ver al hombre de las flores inclinándose hacia ella desde lo alto del acantilado, pero debía de tratarse de un arbusto. Sopló una suave brisa a su espalda, trayendo un indefinible olor que le hizo pensar que había algo muerto cerca. Se apresuró a subir hacia el paseo marítimo y se dirigió al hotel.
Deseosa de compañía, más por sentir cerca la presencia de alguien que por hablar, pidió un gin-tonic en el bar y se lo llevó junto al ventanal. Las oscuras olas parecían haber llevado a la orilla un trozo de madera, un objeto largo y estrecho que se movía levemente como un perro en sueños. Sandy intentó sin éxito distinguir su forma, y volvió la cabeza al ver entrar a una pareja en el bar. Eran dos de los actores de la representación: los vampiros.
En cuanto se sentaron, Sandy se aproximó a ellos. El hombre todavía llevaba el cabello peinado hacia atrás formando una uve desde su despejada frente; todavía se veían restos de maquillaje en las cejas rojizas de la mujer. Ella fue la primera en levantar la vista. Su ancho rostro mostraba cansancio y desconfianza.
—¿Me permiten que los acompañe? —dijo Sandy—. Los he visto en el pabellón.
El hombre le guiñó un ojo. Sin maquillar su cara redonda parecía porosa como una esponja.
—¿Qué tal hemos estado?
—Muy bien para los niños.
—Pero no tan bien para usted, ¿no?
—Quizá no estaba de humor.
—Gracias por la sinceridad. A veces el contacto con el público es como si lo sumergieran a uno lentamente en melaza. Por favor, siéntese —dijo, echando hacia atrás su silla con gesto ampuloso—. Se acercan tiempos mejores. Este invierno veremos a Hattie aquí mismo en una obra de Agatha Christie, y yo actuaré de bufón en Robín Hood.
—Al menos estamos trabajando aquí, Stephen, cuando parece que medio país está de vacaciones —intervino Hattie.
—Es más agotador descansar que trabajar —concedió él, y añadió dirigiéndose a Sandy—: Lo peor es no tener a alguien que le diga a uno qué debe decir y hacer.
—Aunque hay diálogos que son una pesadilla repetirlos una noche tras otra.
—He oído un par de ellos esta noche, ¿verdad?
Hattie la miró fijamente.
—Esperaba que no se me notara forzada.
—A usted no, pero ¿qué me dice del intermedio improvisado?
La pareja intercambió una mirada de complicidad.
—Quizá la actuación de Tommy ha acabado por agotarlo —dijo Stephen.
—¿Qué quiere decir?
—Puede que lo haya hecho tan a menudo que se olvidó de que sólo estaba fingiendo tener miedo. Algunas noches ha estado tan convincente que el director tuvo que sugerirle que interpretara con menos realismo para no atemorizar a los espectadores más jóvenes. Me imagino que eso es lo que llaman vivir el papel.
—¿Se encuentra mejor?
—Eso espero. ¿Lo pregunta por algo en especial?
—Tenía intención de hablar con él al final de la función.
—Ah, así que era usted. El director comentó que había hablado con él. ¿De qué quería hablar con Tommy?
—Estoy haciendo una investigación sobre una película en la que trabajaron él y su compañero.
El actor miró a su colega, que se encogió de hombros.
—No sé cuándo o si realmente tendrá la oportunidad de hablar con él —dijo Stephen—. Nadie sabe dónde está.
El viento golpeó con fuerza las ventanas y volvió a perderse en la noche. En la playa una mancha de oscuridad se alargó y quedó inmóvil.
—No sólo huyó del escenario. Huyó del embarcadero y nadie lo vio detenerse —prosiguió el actor—. Cuando nosotros vinimos aquí, los del teatro estaban avisando a la policía.
No había sido por su culpa, pensó Sandy; no podía ser. Se imaginó a Tommy Hoddle perdido en la noche, sin dejar de correr, con los ojos y los pulmones a punto de estallar.
—Puede haber sido el pánico a las tablas. Nunca puedes saber cuándo te va a atacar —aventuró Hattie—. ¿Sobre qué película está investigando?
—La que hizo con Karloff y Lugosi.
La actriz abrió la boca y, pensándolo mejor, dio un sorbo a su whisky antes de hablar.
—¿Sabía él que era eso lo que quería?
—No podía saberlo.
—Entonces no puede haber sido usted el motivo de su huida, —de todos modos, la actriz fijó sus ojos en Sandy con una mirada que hubiera llegado hasta la última fila de un teatro—. Si se siente hoy compasiva, no le diga nada cuando vuelva.
—No, si no les parece recomendable.
—No se ofenda, por favor. Estoy segura de que hablar con usted lo animaría mucho, si quisiera preguntarle por cualquier cosa excepto por esa película. Es probable que ésa sea en parte la causa de lo que ha ocurrido esta noche.
—¿Cómo podría serlo?
—Se sorprendería usted. A menudo ha dicho que sus nervios no volvieron a ser los mismos desde entonces, y él cree que es lo que provocó el infarto de su compañero. ¿No, Stephen?
—Billy bebía —dijo Stephen.
—¿Antes de rodar aquella película?
—Quizá no tanto.
—Entonces no me hagas pasar por embustera. —Miró a Sandy con una ferocidad cansada, casi habitual—. Podemos contarle lo que él nos dijo. Al menos no tendrá necesidad de molestarlo.
—¿Lo de la película? —Cuando la actriz asintió impacientemente, él se dirigió a Sandy—. Nos habló de aquel rodaje una noche, en este mismo lugar, con unas cuantas copas encima. Es más, estaba sentado donde usted está ahora mismo.
Sandy reprimió el irracional impulso de mirar a sus espaldas, a la parte de la ventana que estaba fuera de su campo de visión.
—Pero cuando le volvimos a preguntar el otro día —lo interrumpió Hattie—, parecía no recordar habernos comentado nada.
—A lo que íbamos, lo que le ocurrió a su compañero. —Stephen cerró los ojos, y Sandy no supo si para reunir sus recuerdos o para crear suspense—. Nosotros pensábamos que para la mayoría aquello había sido un trabajo más, pero a su manera, Billy se lo tomó tan en serio como Spence, el director. Billy había creído que iba a ser una de esas películas de suspense en las que al final todo tiene explicación. Según dijo, temía que su público los acusara de no tranquilizarlos al terminar la función, pero resultó que tenía miedo de algo más.
—¿De qué? —preguntó Sandy, intentando ignorar el movimiento que detectaba en la oscuridad de la playa.
—Puede que fuera supersticioso. Pero no como somos los actores normalmente. Al parecer, cuanto más avanzaba la filmación, más empeoraba el estado de sus nervios, hasta que empezó a contagiarle su inquietud a Tommy. Los dos siempre compartían habitación cuando estaban trabajando, pero llegó un momento en que Billy casi no dejaba a Tommy solo ni para ir al baño. Tommy nos dijo que lo peor de todo era que Billy se negaba a reconocer que no quería quedarse solo.
—Cuéntale lo que pasó en el rodaje, según Tommy.
—Eso es lo que iba a hacer —dijo él, haciendo una pausa para mostrar su contrariedad por la interrupción—. Billy estaba convencido de que había en el estudio gente que no debía estar. Y suponemos que hablaba de gente. Echó a perder más de una toma porque decía que alguien le había hecho un gesto desde detrás del escenario, y se puso muy nervioso cuando el director le preguntó qué tipo de cara había visto. Había también algo más sobre un olor que apareció durante la última semana del rodaje. No pudieron localizarlo, y pensaron que procedería de alguna alcantarilla cercana. Todos hicieron lo posible por olvidarlo, menos Billy. Él siguió insistiendo en que había algo muerto por allí.
—Algo que alguien había escondido en el estudio para boicotear el rodaje, según él —añadió Hattie.
—No estoy seguro de si era eso lo quería decir. El caso es que ocurrieron dos incidentes que casi acabaron con él. Si lo llevaron a la bebida o viceversa, lo tendrá que juzgar usted misma, señorita. Un día estaba maquillándose delante del espejo y creyó ver a Tommy entrar en el camerino detrás de él, aunque no estaba seguro porque no podía verle la cara. Entonces se dio cuenta de que no podía ser Tommy ni ningún otro miembro del equipo a causa de lo que le cubría la cara, y eso es todo lo que quiso decir. Me imagino que Tommy no insistió en sacarle mucho más.
—Ha dicho dos incidentes.
—El otro fue casi el último día de la filmación. Estaban rodando una escena en la que Tommy y Billy tenían que correr en direcciones opuestas, hacia otros decorados que, como no los utilizaban, estaban prácticamente sin iluminar. Así que Tommy y Billy echaron a correr, y el director gritó «¡Corten!», o lo que se grita en esos casos, y entonces volvió a aparecer Billy corriendo e intentando decir algo. Hasta varias semanas después, Tommy no consiguió que le contara lo que creía haber visto. Y todo lo que dijo fue que había tropezado con algo que había tomado por un poste de sujeción del decorado, porque nadie hubiera cabido en un rincón tan estrecho, y que se había abalanzado hacia él.
—Tommy dice que nunca volvió a ser el mismo después de aquel rodaje, y que la película no fue ni siquiera estrenada.
—¿Sabe él por qué? —preguntó Sandy.
—Si lo sabe, no quiere decirlo. Nos dijo que cuando murió el director, todos los miembros del equipo que él conocía se habían sentido aliviados de que el asunto se enterrara discretamente.
—En el caso de Tommy quizá fuera porque esperaba que Billy se recuperase antes si se olvidaba toda la historia —dijo Hattie—. Siguieron juntos por el trabajo, pero fuera del escenario Billy lo volvía loco, según Tommy. No sólo lo seguía a todas partes como su sombra, sino que no paraba de insistirle en que tenía que engordar. ¿Se lo puede imaginar? Cuando Billy bebía demasiado, siempre se ponía a cantar una canción sobre un saco de huesos, o algo así. Y, estuviera borracho o sobrio, casi le daba un ataque cada vez que Tommy aparecía detrás de él. Cada vez que iban andando juntos, Billy se retrasaba para que Tommy fuera por delante. Tommy estaba tan desesperado por la extravagancia que le sugirió que la incluyeran en sus números, pero Billy jamás reconoció que tuviera tal manía. Y Tommy piensa que quizá lo hiciera inconscientemente.
—¿Cómo murió? —preguntó Sandy, no muy segura de querer oírlo.
—Durante la guerra estuvieron haciendo giras por el frente para animar a las tropas —dijo Stephen—. En una ocasión Tommy decidió que tenía que quedarse solo media hora antes de salir, y le dijo a Billy que le llevaría una botella de whisky. Cuando volvió a la media hora encontró a Billy sentado ante el espejo del camerino, con el tapete de la mesa sobre las rodillas y todos los botes de maquillaje rotos a su alrededor. Estaba muerto y miraba hacia atrás con los ojos casi fuera de sus órbitas.
—Tommy terminó la gira solo. Al menos tenía aquello para salir adelante.
—Nada como el trabajo duro para olvidar las penas.
—Hasta esta noche, en su caso —dijo Sandy.
—Volverá. Un perro viejo como él no permanece mucho tiempo fuera de casa —le aseguró Stephen—. Señorita, debemos irnos antes de que la patrona nos cierre la puerta de la pensión, pero no deje que lo que le hemos contado agite sus sueños. He oído historias más extrañas aun en toda una vida pisando las tablas.
Sandy no vio por qué aquello debía consolarla. Cuando se fueron, se quedó un momento mirando la inquieta noche a través del ventanal y se retiró a su habitación. Cayó profundamente dormida en cuanto cerró los ojos.
El amanecer la despertó al extender sus surcos dorados por la superficie del mar. Se hizo un café en la cafetera eléctrica de la habitación y salió al balcón para aspirar los restos de la neblina matutina. No molestaría a Tommy Hoddle, se dijo, aunque quizá pudiera hacerle una visita en el viaje de vuelta. Dejó la taza y se inclinó sobre la barandilla; entonces vio que en los carteles del espectáculo del pabellón habían borrado un nombre.
Se duchó y vistió a toda prisa, y fue directamente al pabellón. Sólo estaba la mujer de la limpieza, pero le dijo a Sandy con voz pastosa y monótona todo lo que necesitaba saber. La policía había encontrado a Tommy Hoddle de madrugada. No debió haberse dado cuenta de hacia dónde corría. Se había despeñado por el acantilado y se había roto el cuello.