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La mujer del perro había encontrado a Graham. Toby ahuyentó con las manos al animal mientras corría y casi cayó al suelo al saltar sobre una cuerda que no era otra cosa que la sombra de una barandilla.

—¡Fuera! —gritó.

La mujer ató la correa del perro a la barandilla y corrió de nuevo hacia Graham.

—No debe tocarlo. Usted me conoce. Sabe que soy médico.

Toby se tambaleó y apartó la vista de la cabeza reventada de Graham. Sus manos se abrían y cerraban, ansiosas por abrazar a Graham. Cuando Sandy le pasó el brazo por los hombros, Toby se irguió intentando mantener la serenidad. Ella deseó que él se apartara del cadáver para no tener que seguir contemplando su cara, con la boca muy abierta, los ojos húmedos y ligeramente brillantes, como si todavía hubiera consciencia entre los restos de su cráneo.

La doctora le miró los ojos, le desabrochó la camisa para buscarle el pulso, tomó una de sus muñecas y finalmente se levantó. Su pequeño rostro moreno y arrugado adoptó una expresión cuidadosamente neutral.

—Me temo…

Toby gimió profundamente, se liberó del abrazo de Sandy y cayó de rodillas junto a Graham. Le apartó de la frente con dulzura los largos cabellos empapados de sangre y comenzó a murmurar algo, una despedida o una oración. Un estremecimiento que no podía localizar comenzó a apoderarse de Sandy, que se resistía a dejarlo allí solo. Se preguntó por qué ella no sentía la lluvia que mojaba el rostro de Graham, y entonces comprendió que Toby estaba llorando. El ulular de una sirena que se acercaba lo hizo agacharse más, y cuando cogió a Graham por los hombros, como si quisiera impedir que nadie se lo arrebatara, Sandy se acercó a él y le puso una mano sobre el brazo.

El coche de policía se detuvo antes de llegar al espacio entre los dos bloques y dos agentes con gorra salieron de su interior. Uno de ellos tenía una nariz desconcertantemente pequeña, y el otro lucía un bigote que se le salía de la cara. La doctora salió a su encuentro y les informó de lo que había ocurrido mientras ellos se quitaban las gorras y miraban hacia lo alto del edificio.

—Nos ha llamado usted, ¿no? —dijo el de la nariz chata.

—No, yo estaba en el puente.

Sandy apretó el brazo de Toby y él se levantó tambaleándose.

—Yo llamé a la ambulancia.

—Usted es…

—Sandy Allan. Trabajaba con él. Había venido de visita. —Bajando la voz para que Toby no la oyera, añadió—: Lo vi caer.

El policía del bigote bajó la vista y la miró.

—Hay ventanas dobles en todo el edificio, ¿no?

—Eso creo. ¿No podemos hablar en otro lugar?

—¿Podemos subir? Tenemos que echar un vistazo. —Al oír la sirena de la ambulancia murmuró a su colega—: Si ésa viene por esto, van a tener que esperar al fotógrafo.

Tras el frío de la calle, el calor del edificio hizo que Sandy se sintiera mareada. El movimiento del ascensor y el olor a sudor y a tabaco de pipa de los policías no hicieron más que acentuar la sensación. Al llegar a la puerta del piso percibió un fuerte olor a quemado. Corrió a la cocina y apagó el horno.

—Parece conocer muy bien la casa —dijo el policía.

—He estado aquí unas cuantas veces.

Se sentó en el amplio sofá, sintiendo que le fallaban las piernas, mientras él se asomaba a la ventana que daba al río.

—Ha dicho que trabajaban juntos —comentó él.

—En la Metropolitan, la cadena de televisión. Soy montadora de cine. Debería comunicarles lo que ha sucedido, y no me refiero para las noticias.

Estaba hablando demasiado y a la ligera, y se preguntó qué estaría pensando él. El agente anotó su nombre, dirección y número de teléfono y se dirigió a la puerta del dormitorio. A la luz del proyector, tenía un parecido desconcertante con un actor vestido de policía.

—¿Estaba usted aquí?

—Sí, estaba aquí. Eso es lo que vi. —Ahora parecía incapaz de explicarse—. Estaba en el otro tejado —consiguió decir.

El agente siguió su desinflada sombra hasta la ventana y miró hacia arriba.

—¿Qué estaba haciendo aquí?

—Mirar. ¿Qué iba a hacer? —En aquel mismo momento se arrepintió de la brusquedad de sus palabras; si alguien la estaba acusando era ella misma (acusándose de haber sido demasiado lenta para detener a Graham)—. Quiero decir que estaba intentando gritarle que no hiciera lo que hizo.

—¿Tenía alguna razón para sospechar que lo haría?

—¿Antes de verlo allí arriba? No. —Todo estaba empezando a parecerle irreal—. ¿Por qué iba a hacerlo? Había estado tomando una copa con él a mediodía y no podía estar más feliz.

—¿Lo bastante feliz como para cometer una imprudencia?

—No. No era de ese tipo de gente.

El agente siguió haciendo preguntas hasta que pareció convencido de que Sandy ya no podía contarle nada más, lo que no hizo más que acentuar su impresión de haberle fallado a Graham.

—Esperemos que su hijo pueda arrojar alguna luz sobre esto —dijo el policía.

—¿Qué hijo?

—¿No es su hijo el que estaba allí abajo con él?

—¿Toby? —Ocultarlo sólo podía perjudicarlo—. Vivían juntos.

—Ah. —Él miró hacia la cabina de proyección, cuyo desorden ya había observado—. ¿Qué tipo de películas hacían ustedes?

Fue más la inocente forma de hacer la pregunta que sus implicaciones lo que enfureció a Sandy, pero perder los estribos no iba a ayudar a Toby en nada.

—No hacíamos películas. Graham era investigador cinematográfico en la Metropolitan. Se dedicaba a buscar películas desaparecidas. Me había invitado esta noche a un preestreno privado.

—¿Qué tipo de película era?

—Una antigua película de Boris Karloff y Bela Lugosi.

—¿Eso es todo? En fin, yo dejaría a mis hijas ver algo así. —Pareció aliviado por Sandy—. Así que ustedes dos tenían relaciones profesionales.

—No. Éramos buenos amigos.

—Comprendo que esto sea doloroso para usted —dijo él en tono desafiante—. ¿Y dónde estaba su amigo mientras sucedía todo esto?

Ella aclaró la inocencia de Toby lo mejor que pudo, mientras el policía parecía cada vez más contrariado.

—Por favor, piense cuidadosamente —dijo él—. ¿Ha podido ver algo que explique de algún modo el comportamiento de Nolan?

Sandy intentó quitarse de la cabeza el recuerdo de la caída de Graham, pero no podía, como un niño fascinado por algo.

—No se me ocurre nada.

—No creo que estuviera huyendo de una vieja película de miedo.

—No estaba huyendo —dijo ella, y en el mismo momento deseó que su respuesta no hubiera sido tan rápida. Parecía disminuir su capacidad de pensar. Mientras intentaba imaginar qué le habría ocurrido a Graham, entró Toby.

Miró inexpresivamente hacia la cocina, notando el persistente olor a pastel quemado, y sus ojos se posaron sobre Sandy y el policía Avanzó hacia el haz de luz del proyector frotándose los brazos como si quisiera entrar en calor, y entró en la sala con paso vacilante. Después de varios minutos dejó escapar un grito de rabia y dolor.

El policía de nariz chata, que había subido con él, esbozó una sonrisa forzada e hizo un gesto amanerado con la mano para indicar a su colega lo que era Toby.

—No hay nada malo en mostrar las emociones —dijo Sandy con voz estrangulada.

—Depende de qué tipo de emociones —repuso el policía arrugando su pequeña nariz—. Hay algunas que están mejor bien guardadas.

—Quizás olvida usted que han matado a una persona. Si es incapaz de dejar de lado sus prejuicios, al menos podría mostrar algo de compasión —dijo Sandy entre dientes, y se repitió que tenía que mantener la calma, pues podía predisponer a aquellos hombres en contra de Toby. Fue Toby quien la interrumpió al aparecer en el umbral.

—¿Quién ha hecho esto? —preguntó desafiante—. ¿Dónde está la película?

—Todo estaba así cuando entré, Toby. No había ninguna película puesta.

—Pero él la puso. Lo estaba haciendo cuando salí —gritó—. La lata está todavía en el suelo.

Ambos policías fruncieron el entrecejo como si intentaran decirle algo a Sandy por gestos. Cuando Sandy se lo explicó, el del bigote intervino de nuevo.

—¿Qué valor tenía esa película?

—Mucho. A Graham le había costado dos años encontrarla.

—¿Tiene idea de lo que puede valer?

—Para un coleccionista, mucho, diría yo. ¿Está sugiriendo…?

—¿Qué podría haber sorprendido a un ladrón con las manos en la masa? ¿Hubiera esto explicado que actuara como lo hizo?

Toby tomó aire con tanta fuerza que sus ojos parecieron secarse.

—No le hubiera costado nada dominarlo.

—¿No nos estará diciendo que a su edad iba a ponerse a perseguir a un ladrón saltando por los tejados? —dijo el de nariz chata.

—Quizá le sorprenda, pero no es necesario ser heterosexual para ganar medallas de atletismo.

Sandy no conocía aquella faceta de Graham, pero Toby sacó un álbum de fotos de una estantería y lo tiró sobre el sofá.

—Quizá con esto lo crea.

Eran fotos de un Graham mucho más joven, en camiseta y pantalón de deportes. En una de ellas estaba rompiendo con el pecho una cinta de llegada, y sus carnosos labios estaban contraídos por el esfuerzo. Sandy encontró las fotos desgarradoras, pero el policía no pareció impresionado.

—¿Por qué piensa que pudo entrar un ladrón? —preguntó finalmente el policía.

—Dejé la puerta cerrada sin llave —dijo Toby con los ojos llenos de lágrimas—. Me dijo que lo hiciera, y pensé que no pasaría nada estando él en casa.

El policía intercambió con su compañero una mirada que indicaba que conocía demasiado bien la historia.

—Ha dicho usted que vio saltar al señor Nolan —dijo a Sandy el policía del bigote—. ¿Realmente lo vio saltar?

¿Por qué tenía que repetirlo una y otra vez?

—Ya se lo he dicho.

—Y está segura de que lo hizo voluntariamente.

—No había nada…, nadie más en el tejado.

—Al menos no lo hay ahora —dijo el de nariz chata mirando al dormitorio, y Sandy sintió que la realidad se tambaleaba, ya que ahora había varias figuras en lo alto. Claro, pensó cuando él les hizo un signo con el pulgar hacia arriba, eran policías—. ¿Y bien?

—¿Y bien? —repitió su compañero.

El de nariz pequeña señaló a Sandy con la cabeza.

—La doctora ha dicho lo mismo que ella.

Así que no tenía por qué sentirse amenazada, pensó ella, demasiado cansada para enfurecerse.

—No se puede tocar nada hasta que vengan los de «huellas». Pero no creo que lo hagan hasta mañana por la mañana —dijo a Sandy el policía del bigote mientras se ponía la gorra—. Lo siento por su amigo. Siempre decimos a la gente que no intervengan si sorprenden a un delincuente en acción.

Salió lentamente detrás de su colega, como si estuviera pensando qué más podía añadir. Su lentitud de movimientos pareció hacer más espeso el aire de la habitación. La habitación estaba demasiado iluminada, y la oscuridad tras las ventanas demasiado negra; el contraste de luz y oscuridad ponía nerviosa a Sandy.

—¿Quieres venir a casa esta noche? —preguntó a Toby.

—Gracias, Sandy, pero creo que debo esperar aquí a que venga el forense. Y aunque no fuera necesario, quiero estar con Graham. Pero quédate si no quieres estar sola.

—Mejor me voy a casa. Los gatos… —comenzó a decir, con la sensación de que el comentario estaba fuera de lugar.

No se retiró hasta que subió la doctora, que les ofreció un tranquilizante.

—Yo me quedaré con él —prometió a Sandy.

En el exterior, el aire nocturno se posó sobre el rostro de Sandy como una helada y distante máscara. Paró un taxi y al entrar se acurrucó a un lado. Ante sus ojos fueron pasando melancólicamente las calles teñidas de oscuridad. Cuando el taxi se detuvo frente a su casa, pagó con movimientos mecánicos y echó a andar por el sendero. Subió las escaleras mientras el temporizador contaba los segundos de luz, abrió la puerta, se dirigió al salón y lanzó un grito al sentir unas garras que la aferraban en la oscuridad. El gato saltó atrás mientras ella encendía la luz y rompía a llorar. Si no hubiera tenido que llamar a la Metropolitan para informar de lo que le había ocurrido a Graham, podía haber seguido llorando hasta el amanecer.