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La despedida

¡Ítram! Era un dulce susurro, la voz de Jezabel que llegaba al lugar donde solían encontrarse a escondidas durante el anochecer, cuando las sombras los amparaban de los ojos de los curiosos. Era un cerro a cubierto de los jardines que había en el barrio de Catllar. Él no tenía ningún problema para llegar, pero ella… No supo nunca cómo conseguía desaparecer de su casa durante una hora sin que la echasen en falta.

—Estoy aquí arriba, subido a la higuera —le contestó, y la ayudó a subir.

—Me ha costado llegar, no es fácil salir del barrio con este estado de excepción y asedio.

—Precisamente de eso te quería hablar —le dijo con una mueca de resignación—. Mañana me voy a Girona.

—¿A Girona? ¿Para qué?

—Para buscar ayuda. Estará el ejército del Papa de Roma y le llevaré un documento del conde solicitando su ayuda.

—¿Y cómo piensas salir si estamos rodeados? —preguntó Jezabel preocupada.

—Por el camino secreto de los judíos. ¿Te acuerdas del día en que me atendisteis en tu casa? —Jezabel asintió con la cabeza—. Así lo ha decidido el conde en asamblea. Simón me acompañará.

Jezabel se le lanzó al cuello y lo abrazó con mucha fuerza.

—Tengo miedo. —Y le cogió la cara con las dos manos mientras unas lágrimas comenzaban a bajarle por las mejillas—. Miedo por ti, miedo de no saber qué nos pasará, miedo…

Ítram le dio un beso, intentando que se le pasasen todos los temores que pudiese tener.

—No tienes que preocuparte por nada, Jezabel —dijo acariciándole la cara mientras le secaba las lágrimas, que no paraban de brotar de sus ojos verdes. Habían perdido el brillo porque estaban nublados, entelados de tristeza—. Conocemos el camino y nos protegeremos el uno al otro.

—Pero no sabéis qué os encontraréis cuando salgáis al otro lado del pueblo ni qué os espera en el camino hasta Girona.

—Tienes que confiar en mí —dijo a Jezabel y a sí mismo, pues eso le infundía valor y lo animaba. Se hacía el valiente delante de ella, pero la realidad es que también dudaba—. Lo conseguiremos y volveremos con la ayuda necesaria para romper el asedio. Prométeme que serás fuerte y no desfallecerás. Si sé que piensas en mí y me envías energía positiva, eso me hará más fuerte frente a cualquier reto que se me presente.

—Sí, de acuerdo, pero vigilad mucho tú y Simón, por favor. Te amo demasiado para perderte. Rezaré al Señor, Adonai, para que no os desampare ni un momento.

—Yo también te quiero, Jezabel. Todo saldrá bien, ya verás.

Volvieron a fundirse en un abrazo muy fuerte y permanecieron así mucho rato. Oía los sollozos de Jezabel mientras pensaba que él también sufriría, y mucho, sabiendo que el asedio ahogaba el condado y a todos los que vivían en él, incluyendo a Jezabel. Antes de irse y darse un beso largo y dulce, Jezabel se sacó un colgante que llevaba al cuello.

—Espera. Toma, llévate esto. —Y le dio el colgante—. Era de mi abuela, los ayudó y protegió durante la larga travesía por mar desde nuestra tierra hasta aquí. A ti seguro que también te protegerá.

—Gracias, Jezabel.

Lo ayudó a atárselo al cuello. Probó una última vez sus labios de fresa. No sabía cuándo podría volver a sentirlos.