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La aljama

La asamblea se volvió a reunir en la sinagoga. Era la tercera vez en menos de medio año. Algo inusual. El Consejo, formado por una veintena de miembros de la comunidad, solía reunirse cuando lo consideraban oportuno. Últimamente había habido una serie de sucesos que casi los había obligado a convocar el Consejo. Primero fue para reprobar la actitud de Jezabel —llevar a Ítram a la sinagoga y al micvé sin autorización—, y su padre, un insigne consejero de la aljama, tuvo que escuchar la repulsa de la asamblea. El motivo de la segunda convocatoria fue doble: repudiar y castigar severamente a Jeremías, el vigilante de las obras del puente, y acordar de qué manera la comunidad podía compensar el agravio que había recibido el conde por culpa de sus malas artes.

Dado que no se ponían de acuerdo en la manera de hacerlo, decidieron darse tiempo para reflexionar y convocar la asamblea en otra ocasión.

Pero en la reunión siguiente, a la orden del día se había añadido otro punto, y mucho más urgente que pensar en la manera de satisfacer el agravio al conde.

El rabino que presidía la reunión tomó la palabra:

—Tenemos una situación que nunca antes se había dado. El conde me ha hecho saber que Besalú está rodeada y asediada por las tropas de Hugo de Empúries. Una maniobra que ha ido paralela a otra que se ha hecho desde dentro del castillo: les han envenenado las aguas del pozo. Todos los caballos han muerto y también algunas personas.

»Cree que los ataques a la cantera y la traición de Jeremías formaban parte de un mismo complot para debilitar el condado, hacerlo vulnerable y atacarlo. No aguantará muchos días más, como mucho dos o tres semanas. El condado nos pide ayuda.

»Ha sido muy sincero, no me ha ocultado nada y me ha dicho sin rodeos que las provisiones se están acabando, no tienen agua y, dado que las arcas están vacías, necesitará dinero, ¡nuestro dinero!

Se levantó un rumor por toda la sinagoga entre los miembros del Consejo.

—¡No se lo podemos negar! —añadió tajante el rabino—. Nos ha ofrecido siempre su protección y ahora que él, el condado, nos necesita, nuestra comunidad no le puede volver la espalda. Además, pensad que si el castillo cae, luego caeremos nosotros.

—Podemos darles alimentos, pero ¿dinero? ¿Para qué quiere dinero el conde? —interrumpió el tesorero, Cresques Belshom.

—Resulta que tiene que enviar a alguien fuera del castillo para que traiga ayuda de Girona, pero tiene todas sus tropas aquí, y eso significa que hay que mantenerlas, hay que alimentar a todo un ejército para aguantar el tiempo suficiente hasta que vengan los refuerzos. No necesita el dinero ahora sino más adelante. Lo que necesitan con urgencia son los alimentos.

»He estado pensando y creo que nuestro deber es ayudarlo, de manera que restablezcamos el buen nombre de nuestra comunidad por todo el asunto de Jeremías. ¿Estáis de acuerdo? —preguntó el rabino.

Se extendió un susurro que duró bastante rato hasta que se fue apagando. Finalmente se levantó en medio del Consejo Salomón Fanegues, el boticario.

—Honorable rabino, distinguidos miembros del Consejo, una petición de esta naturaleza, tan desesperada y dramática como la que nos hace el conde, requiere una respuesta muy meditada. No sólo porque nos jugamos mucho dinero sino porque nos va el honor.

—Me he guardado para el final un detalle trascendental —dijo el rabino—. Os hará cambiar de parecer y ver muy clara nuestra colaboración, ya que no nos podemos negar de ninguna manera. Con gran sorpresa por mi parte, el conde me ha prometido que nos devolverá la menorá.

—¿La menorá? —exclamó todo el Consejo de la aljama al completo.

—¡No puede ser! —decían unos.

—¿Cómo es que la tiene el conde? —preguntaban otros.

—¿Y qué hace en Besalú? —se sorprendían algunos miembros de la asamblea.

—Se habían mencionado todos los lugares más remotos e inverosímiles del mundo. ¿Por qué iba a estar aquí? —preguntaban al rabino.

—Calma, calma… Durante muchos años ha permanecido oculta en el monasterio, después de que los condes cristianos saqueasen Córdoba en las luchas contra los árabes. Desde entonces nuestra menorá ha estado aquí, en Besalú. Y ahora la recuperaremos. Ahora seguro que entendéis por qué no podemos negarnos a ayudar al conde.