Súbitamente, alguien empezó a aporrear la puerta cerrada. Una parte del techo se derrumbó sobre el escritorio de Malcolm. La mirada de Kurtz se distrajo solo un instante, lo bastante para darle tiempo a Cutter a abrir su navaja y abalanzarse contra él con la intención de clavársela en el corazón. Kurtz dio un salto hacia atrás, sin soltar la pistola, pero viéndose obligado a apartarla de su objetivo. Cutter se le acercó más. El inconveniente del hacha era que resultaba un arma pesada, complicada de manejar con una sola mano. Atacó al albino trazando un arco descendente con ella, al tiempo que saltaba a un lado. El movimiento le sirvió al menos para rechazar la estocada. Cutter ya tenía preparada otra, y el cuchillo siseó muy cerca del cuello de Kurtz.
En ese momento decidió prescindir del hacha, se pasó la pistola H&K a la mano derecha e intentó controlarla a pesar de que Cutter le había agarrado esa misma muñeca. Le propinó un aparentemente fútil rodillazo en las pelotas al albino bajo y fornido, y acto seguido sintió la hoja de su navaja rompiendo el costado izquierdo del pesado chaquetón de bombero.
Las fibras de metal y asbesto cosidas en el forro del chaquetón frenaron el avance de la hoja y le dieron a Kurtz la oportunidad de apartar el brazo de Cutter de un manotazo antes de que la navaja traspasara la camisa y luego la piel. El albino atacó de nuevo. Kurtz y Cutter se batían por toda la habitación respirando con dificultades a causa del humo, montando a cada paso una involuntaria y torpe coreografía. La máscara de Kurtz se llenó de vaho. En una de las embestidas del albino, la hoja ascendió con fuerza suficiente como para poder partir en dos la cara de Kurtz, pero el grueso plástico del respirador absorbió el golpe. Kurtz trató desesperadamente de liberarse la mano derecha para poder usar la pistola; la simple y pura verdad era que Cutter era más fuerte que él.
El albino se topó con el cadáver de Doo-Rag y se vio obligado a hundir los pies en el rostro del muerto para poder mantener el equilibrio. Kurtz se golpeó dolorosamente en el muslo con el borde del escritorio de Malcolm. El vaho de la máscara no le dejaba ver bien, sin embargo le resultaba imposible quitársela con ambas manos ocupadas. Por si fuera poco, Cutter le forzó a retroceder a rastras sobre el escritorio.
El albino alargó la mano, tratando de ampliar las distancias entre ellos con la amenaza de la hoja. En lugar de resistirse al ataque, Kurtz entró en una dura pugna directa con Cutter. Ambos hombres acabaron tirados por el suelo. El tanque de oxigeno tamborileaba en el suelo con un sonido hueco. La pistola H&K del 45 salió despedida, rodando por la moqueta, y acabó junto al brazo de Malcolm. El hombre, inconsciente, emitió un gruñido pero no se movió. El humo comenzaba a convertir la permanencia en la habitación en algo inaguantable; mientras, los bomberos gritaban en la sala contigua. Los golpes pararon, dando paso a la acción; alguien estaba destrozando la puerta acorazada con un hacha.
Cutter volteó la navaja y rajó la muñeca izquierda de Kurtz, traspasando el chaquetón y provocando un géiser de sangre.
Kurtz apretó los dientes y se tiró al suelo de espaldas, haciéndose daño en la columna. Cutter lanzó una mano, meneando la hoja.
Las pesadas botas de bombero se llevaron todos los cortes. En un determinado momento, Cutter apartó la navaja lo justo para darle a Kurtz la oportunidad de propinarle una fuerte patada en el pecho y hacerle caer por las escaleras y empotrarse contra la puerta de abajo. Kurtz la había cerrado antes de subir.
Se quitó la máscara. En lugar de ir a por la pistola, para lo que no tendría otro remedio que darle la espalda a las escaleras, sacó del bolsillo del chaquetón una botella de medio litro rellena de gasolina y usó el mechero Bic barato para prender la corta mecha. A esas alturas, Cutter ya venía de vuelta por la mitad de los escalones. Kurtz le arrojó el cóctel molotov contra el pecho, donde explotó, llenando de llamas el escaso paso de las escaleras. El calor hizo retroceder a Kurtz, justo cuando la puerta del despacho se rompió y cedió. El brazo de un bombero asomó por la abertura para quitar el pestillo y girar el pomo.
Cutter se abalanzó como un ariete contra la puerta cerrada al final de la escalinata para intentar salir. Al no ceder, subió de nuevo los peldaños, lenta e inexorablemente. Cuando el albino en llamas consiguió llegar arriba, Kurtz se quitó de la espalda el pesado tanque de oxígeno, se lo enganchó en un brazo a Cutter y le dio una patada que lo volvió a mandar escaleras abajo. Kurtz se hizo a un lado un segundo antes de la explosión.
Se sacó del bolsillo el revólver de cañón chato del 38 para colocárselo a Doo-Rag en la mano inerte; no pasaría la prueba de la parafina, pero a la mierda. Se acercó a Malcolm para echárselo a los hombros, tal como hubiera actuado un bombero de verdad, y salió por la puerta. Al ver que en el pequeño despacho entraban más hombres con hachas y policías, Kurtz se puso de nuevo sobre la cara el ahora inútil respirador.
—¡Dos hombres caídos! —gritó Kurtz, señalando el cadáver de Doo-Rag y las llameantes escaleras. Los bomberos se apresuraron hacia el fuego y los dos policías se agacharon junto a Doo-Rag.
Kurtz cargó a Malcolm a través de la sala humeante, bajó las escaleras sorteando una marea de hombres uniformados que subían vociferando órdenes, cruzó la sala de billar, la puerta principal y por último dejó atrás los coches con sus ruidosas sirenas y a la embobada multitud. Evitó la ambulancia y el grupo de los Blood cercados por la policía y se adentró en el callejón del otro lado de la calle. Al llegar al Buick, que ya tenía el maletero abierto y preparado, metió dentro a Malcolm, le quitó el Magnum y lo cacheó someramente.
Finalmente cerró el maletero y echó un vistazo a su alrededor. El Club Social Seneca estaba ardiendo por completo y la atención de todo el mundo se centraba en el edificio en llamas. Kurtz sacó la 45 del chaquetón y la arrojó al asiento delantero. Escondió el respirador entre los arbustos, junto al propio chaquetón, las botas, el mono y el Magnum 357. Se montó en el coche de Arlene y lo puso en marcha. Abandonó el callejón en dirección opuesta al club y salió al bulevar para seguir luego en dirección norte.
A estas alturas ya habrían descubierto que Doo-Rag había muerto a causa de los disparos. Tarde o temprano también descubrirían a uno de los bomberos atado e inconsciente junto a un contenedor de basura cercano al callejón. Obviamente, todo aquello formaba parte del plan trazado por Kurtz. Él mismo había llamado al teléfono de emergencias antes de prender los trapos empapados de gasolina en los tanques de combustible del Camaro y el SLK.
Kurtz reconoció que a pesar de su poco aprecio por las armas alemanas, las pistolas de polímero y los silenciadores, la H&K había funcionado bastante bien. Apenas le supuso unos pocos minutos regresar al pequeño almacén de Doc tras ocuparse de Hathaway. Allí, abrió la cerradura y se apropió de las armas que sabía que eran imposibles de rastrear.
Kurtz no había robado la idea de La Ilíada después de todo. La sugerencia de Pruno de que acudiera a la literatura para inspirarse le recordó a una novela de espionaje de bolsillo que leyó en Attica. Trataba de Ernest Hemingway jugando a ser espía en Cuba durante la Segunda Guerra Mundial. En el libro se usaba la treta de la falsa alarma de incendios. Kurtz no estaba orgulloso de haberse influenciado por algo así, pero ya robaría ideas de los clásicos en otra ocasión.
Se cubrió la herida superficial de la muñeca izquierda y siguió su camino, hacia el norte.