—¿Dónde está el cabrón del detective? —preguntó Doo-Rag, sentado en el borde del enorme escritorio de Malcolm—. Es casi la una de la madrugada. El cabrón ya tendría que haber llamado.
—Bájate del puto escritorio —le ordenó Malcolm.
Doo-Rag obedeció despacio, ofendido, y se trasladó al sillón de cuero junto a la pared. Se entretuvo jugueteando con la Mac-10, poniendo y quitando el seguro repetidas veces.
—Doo, haz de nuevo ese ruido y le diré a Cutter que tenga una charla contigo, capullo —dijo Malcolm.
Doo-Rag le miró con cara de pocos amigos, pero dejó descansar la Mac-10 sobre el sofá a su lado.
—Entonces, ¿dónde está ese poli blanquito hijoputa? —repitió Doo-Rag.
Malcolm se encogió de hombros.
—¿Y cómo es que el poli no nos contó dónde iba a pillar a ese cabrón de Kurtz?
Malcolm sonrió.
—Es probable que se imaginara que iba a mandarte a ti, a Cutter y a una docena de los chicos para asegurarme de que terminaba el trabajo, y entonces Hathaway perdería los diez mil de la Mezquita de la Muerte.
—Pero sí que nos dijo dónde trabaja Kurtz —comentó Doo-Rag—, en el sótano de debajo de ese sex shop. Ya deberíamos estar allí.
—Allí no hay nadie a estas horas de la madrugada —dijo Malcolm—. Aguanta un poco, Doo. Si el poli no mata a Kurtz esta noche, tú y tus chicos podréis ir mañana de visita a ese sótano.
Cutter dejó de mirar por la ventana y se sentó en la esquina del escritorio. Malcolm no dijo nada. La mirada rebosante de odio de Doo-Rag hacia Cutter se trasladó rápidamente a Malcolm y regresó de nuevo al albino. Los dos hombres la ignoraron.
—¿De verdad vas a dejar a ese poli blanquito reclamar los diez mil de la Mezquita de la Muerte? —preguntó Doo-Rag un minuto después.
Malcolm se encogió de hombros.
—Por esa razón Hathaway se ha cargado a un traficante de armas que no conocemos y no se lo ha dicho a sus amigos polis. Por algo ha ido esta noche él solo a volarle la cabeza a Kurtz. Si quiere todo el dinero para él no puedo hacer nada.
Doo-Rag sonrió burlón.
—Podrías meterle a Hathaway una bala en el culo.
Malcolm miró a Cutter y frunció el ceño.
—No se mata a un poli, Doo. Solo un loco haría algo así.
Los tres se encontraban en el despacho de la parte trasera de la segunda planta. Al otro lado de la puerta, en la sala de billar, otros ocho Blood jugaban unas partidas o dormían en los sillones. Abajo había otros veinte, la mitad de ellos despiertos. Todos iban armados.
Malcolm quitó los pies de lo alto de la mesa y caminó hacia la ventana. Doo-Rag dejó la Mac-10 en el sillón y se puso a su lado. Los dos hombres eran puro contraste. Las manos de Malcolm, con sus dedos sobrenaturalmente largos, reposaban tranquilas en el alféizar de la ventana. Por contra, Doo-Rag no paraba de mover las suyas espasmódicamente, haciendo crujir los dedos y agitándolos en el aire. El paisaje no era especialmente interesante: el Camaro rojo de Doo-Rag, el Mercedes de Malcolm, varios coches pertenecientes a algunos miembros antiguos de los Blood y un contenedor de basura. Malcolm tenía instalada una alarma bastante sensible en el SLK, ya que lo tenía aparcado casi siempre en la calle. Había tirado el dinero, nadie iba a robarle el coche a Malcolm Kibunte en el Club Social Seneca.
En ese justo momento, el Camaro rojo de Doo-Rag comenzó a arder.
—¿Qué coño? —gritó el Blood alcanzando un falsete increíblemente agudo.
Cutter se acercó lentamente a la ventana.
Las llamas cubrieron el techo, el capó y el maletero del Camaro de Doo-Rag, que ardió por completo en pocos segundos. Era obvio que la chispa provenía del tanque de gasolina, a pesar de ello el coche no explotó espectacularmente como pasaba en las películas, sino que se limitó a arder con fuerza.
—Ese es mi coche, tío. ¿Qué coño pasa aquí? —gritó Doo-Rag, dando saltitos. Regresó al sillón a por su Mac-10 y se asomó a la ventana, a pesar de que no había nadie a la vista en el aparcamiento o en el callejón cercano—. ¿Qué coño es esto?
—Cállate —dijo Malcolm. Se estaba hurgando entre los dientes molares con un palillo de plata. Buscó con la vista su Mercedes en el otro extremo del aparcamiento, cerca de la puerta trasera del club, alejado de las llamas del Camaro. No había nadie cerca.
Cutter articuló algo a medio camino entre un gruñido y un bufido. Señaló al fuego y repitió los mismos sonidos.
Malcolm pensó un momento y negó con la cabeza.
—No. No vamos a llamar al teléfono de emergencias todavía. Veamos qué pasa.
Y lo que pasó fue que el Mercedes de Malcolm explotó sin previo aviso. Esta vez sí fue como en las películas. Los cristales de las ventanas enrejadas del segundo piso se agitaron con fuerza.
—¿Qué coño! —gritó Malcolm Kibunte—. ¿Qué bastardo le ha hecho eso a mi coche! —Algunos de los Blood del primer piso ya habían salido al exterior, dando vueltas con las armas automáticas preparadas. El calor de las llamas de los dos coches los empujó de nuevo adentro. Malcolm se giró hacia Cutter.
—Llama a los putos bomberos. —Sacó el Magnum Smith & Wesson Powerport 357 y bajó corriendo por las escaleras.
Dos camiones con bombas de agua y un coche de apoyo llegaron menos de dos minutos después. Uno de los grandes camiones ocupó el callejón casi por completo. Las mangueras comenzaron a trabajar y unos cuantos hombres portando varias más aparecieron por el otro lado, cerca de la entrada del club social. Los bomberos no cesaban de gritarse instrucciones los unos a los otros. Los Blood vociferaban deambulando de un lado a otro con sus armas en la mano.
Los bomberos retrocedieron. El chisporroteo de las llamas producía un ruido ensordecedor.
Malcolm reunió a Cutter y a varios de los otros en la puerta trasera. El jefe de bomberos, un hombre bajito de poderosa complexión que según la placa que lucía en el grueso abrigo se llamaba Hayjyk, se acercó a Malcolm desafiante.
—¿Tú eres el gilipollas al cargo? —preguntó Hayjyk.
Malcolm se limitó a mirarle sin abrir la boca.
—Ya hemos llamado a la poli, si no os guardáis esas putas pistolas vais a ir todos a la cárcel y vamos a dejar que esos putos coches ardan. Las llamas están a punto de alcanzar también a los otros cuatro.
—Soy Malcolm Kibu… —comenzó a decir Malcolm.
—¡Me importa una mierda quién seas! Para mí no eres más que un pandillero. Esas armas fuera de mi vista, ¡ya! —Al hablar, Hayjyk se inclinó tan cerca de Malcolm que la parte superior de su casco de bombero le rozó la mandíbula.
Malcolm se dio la vuelta y le indicó a sus hombres con un gesto de la mano que volvieran dentro. Tres coches de policía aparcaron detrás del camión bomba, en el callejón, añadiendo su iluminación giratoria, blanca y roja, al espectáculo de luces que destellaban en los edificios de alrededor.
—Esperad un momento —gritó Malcolm, señalando a los cuatro bomberos que entraban por la puerta de atrás siguiendo a los Blood—. No podéis entrar ahí.
Hayjyk le dedicó una sonrisa sin humor, dio unos pasos atrás y le indicó a Malcolm que le siguiera. Eso hizo Malcolm, con una mano en el Magnum 357.
Hayjyk señaló el tejado del Club Social Seneca.
—¡Estáis ardiendo, capullo!
Malcolm se escabulló entre los bomberos con la intención de llegar a las escaleras de atrás. Estaba cerrado por dentro. Se valió de la ayuda de Cutter y Doo-Rag para abrirse camino por el pasillo, apartando de en medio a miembros de los Blood y bomberos por igual.
—¡No podéis volver a entrar ahí! —gritó Hayjyk.
—Tengo que recoger unos papeles de mierda —dijo Malcolm subiendo las escaleras a grandes zancadas. La sala de billar de la segunda planta estaba llena de humo. Los bomberos estaban de pie en dos de las mesas caídas, golpeando el techo con sus enormes hachas. El espectáculo puso enfermo a Malcolm. Alguien había roto el cristal de la ventana trasera del despacho, así que estaba libre de humo. Malcolm le indicó a Doo-Rag que cerrara y atrancara la puerta. Enseguida comenzó a sacar papeles, armas y drogas del escritorio y a meterlo todo en una bolsa de basura negra. Por suerte, la heroína, el crac, la yaba, la coca y las demás drogas estaban en el almacén cercano a la Universidad de Nueva York. Malcolm nunca se habría arriesgado a tener consigo cualquier mierda que pudiera incriminarle más de lo debido. Lo que sí necesitaba era salvar sus papeles y archivos.
Un bombero surgió de la oscuridad de la escalinata trasera empuñando un hacha en la mano derecha. La izquierda la tenía metida en el bolsillo y llevaba puestas unas gafas con respirador que le cubrían casi toda la cara.
—Estarán más seguros fuera —dijo el bombero a través de la máscara.
—Que te jodan, tío —dijo Doo-Rag.
El bombero se encogió de hombros, dio un paso al frente y golpeó la cabeza de Malcolm con la parte roma del hacha. El gigantón cayó pesadamente al suelo. Sonaron dos sonidos seseantes —¡fiu!, ¡fiu!—, y Doo-Rag salió volando contra la puerta cerrada del despacho, golpeándola con fuerza antes de caer al suelo. Un manchurrón de sangre comenzó a extenderse por la moqueta.
—Os dije que estaríais más seguros fuera —comentó el bombero.
Cutter comenzó a hacer un movimiento pero no lo terminó. Una H&K USP Tactical 45 negra de polímero había aparecido de repente en la mano izquierda del bombero.