El turno de guardia de Doc en la fundición no comenzaba hasta las once de la noche, así que a Kurtz le quedaban unas horas que matar. Se sentía cansado, se le estaban juntando los días con las noches.
Utilizó parte de los quinientos dólares sacados del cajero —Kurtz le prometió a Arlene devolvérselos a fin de mes— para llenar el depósito del Buick. Después, entró en la tienda de la gasolinera Texaco y compró un mechero Bic, ocho metros de cordel y cuatro Coca-Colas de medio litro, pues era la única bebida que venía en botella de cristal. Kurtz vació el contenido de las Coca-Colas y rellenó de gasolina las botellas, asegurándose de que el dependiente no le viera hacerlo. Entró en el baño e hizo jirones sus calzoncillos bóxer. Metió los trozos de tela en la boquilla de las botellas llenas de combustible y las introdujo con cuidado en el hueco para la rueda de repuesto del maletero del Buick. No tenía un plan concreto, todos estos preparativos eran para cuando visitara el Club Social Seneca, si es que lo llegaba a hacer.
Sin calzoncillos hacía más frío.
Era la primera nevada de noviembre en Buffalo, o un simulacro al menos, pues poca nieve cuajó en las calles. Kurtz se dirigió al paso elevado de la autopista, aparcó en una calle paralela y subió la cuesta de cemento donde se encontraba el frío cubículo de Pruno. No estaba allí. Kurtz recordó el otro lugar donde el viejo solía estar. Se puso en camino.
En esta zona, parte de la autopista se elevaba sobre veinte raíles, y bajo el breve recodo del puente se levantaba una destartalada ciudad de cajas de cartón, tejados de plomo, hogueras y unos pocos faroles. Las locomotoras diésel traqueteaban en la gran extensión a escasos trescientos metros de la ciudad de los sin techo. Los pocos edificios altos de Buffalo recortaban el cielo más allá de los raíles. Kurtz bajó la cuesta de cemento y fue de chabola en chabola.
Pruno estaba jugando al ajedrez con Soul Dad. La mirada de Pruno no estaba centrada, sin duda estaba muy colocado con alguna sustancia, aunque a pesar de ello su juego no se resentía. Soul Dad le hizo un gesto para que entrara. Kurtz tuvo que agacharse para pasar por el umbral de la estructura cubierta de plástico de construcción.
—Joseph —le saludó Soul Dad extendiéndole una mano—. Me alegro de volver a verte. —Kurtz estrechó la poderosa mano del hombre negro y calvo. Soul Dad podría tener más o menos la edad de Pruno, pero su aspecto era bastante mejor. Era uno de los pocos sin techo que conocía que no era ni esquizofrénico ni adicto a nada. Era fuerte, calvo, con barba y muy dado a llevar chaquetas de tweed sobre sus suéteres. En invierno llevaba debajo hasta dos o tres camisas. La voz melodiosa de Soul Dad albergaba el halo de sabiduría de un erudito. Kurtz pensaba que sus ojos eran los más tristes que había visto en su vida.
Pruno lo miró como si Kurtz fuera una criatura alienígena que hubiera sido teletransportada en ese momento adonde ellos estaban. El escuálido hombre parecía tener menos frío con la chaqueta bomber que Kurtz le había dado. Regalo de Sophia Farino a los sin techo, pensó Kurtz, y sonrió al caer en la cuenta de que cuando ella se la dio a él, fue también como hacerle un regalo a un sin techo.
—Acerca una de las cajas para sentarte, Joseph —bramó Soul Dad—. Ya casi estábamos llegando al final.
—Miraré un rato —dijo Kurtz.
—Tonterías —dijo Soul Dad—. Esta partida seguirá al menos un día entero o así. ¿Quieres un poco de café?
Soul Dad se agachó, casi gateando, para llegar junto a un hornillo situado al fondo de la chabola. Kurtz reparó en lo poderoso de la espalda, brazos y hombros del hombre bajo la chaqueta de tweed. No tenía ni idea de cómo pirateaban la electricidad, pero lo cierto es que el hornillo eléctrico funcionaba y Soul Dad poseía un ordenador portátil que descansaba cerca de su saco de dormir. Una caótica animación fractal —programada probablemente por él mismo— hacía las veces de protector de pantalla, añadiendo algo de luz a la del farol.
Soul Dad y Kurtz se tomaron el café, mientras Pruno se mecía, cerrando los ojos de vez en cuando para apreciar mejor algún tipo de espectáculo que tenía lugar en el interior de su cabeza. Educadamente, Soul Dad le hizo a Kurtz algunas preguntas sobre sus últimos once años y medio; él intentó responder con humor. Algo de ingenio tuvieron sus respuestas, pues la grave risa de Soul Dad sacó a Pruno de su estupor.
—Bueno, ¿a qué debemos el placer de esta visita nocturna, Joseph? —le preguntó al fin Soul Dad.
—Joseph está luchando contra molinos de viento… un molino de viento llamado Malcolm Kibunte, para ser concretos —respondió Pruno por él.
Las espesas cejas de Soul Dad se alzaron.
—Malcolm Kibunte no es un molino de viento —dijo con suavidad.
—Si es algo, es un asesino hijo de puta —dijo Kurtz.
Soul Dad asintió.
—Eso y más.
—Satanás —dijo Pruno—. Kibunte es Satanás reencarnado. —Los ojos legañosos de Pruno trataron de centrarse en Soul Dad—. Tú eres el teólogo. ¿Cuál es el origen del nombre «Satanás»? Lo he olvidado.
—Es una palabra hebrea —dijo Soul Dad, al tiempo que hurgaba en una caja para sacar algunas frutas y piezas de pan—. Significa «el que se opone, obstruye o actúa como un adversario». De ahí lo de «el Adversario» —movió el tablero de ajedrez a un lado y puso algo de comida enfrente de Kurtz—. «Y tú toma trigo, cebada, habas, lentejas, mijo y centeno; ponlos en una vasija y hazte con ellos pan» —entonó con su voz grave y resonante—. Ezequiel 4, 9. —Partió el pan ceremoniosamente y le dio un pedazo a Kurtz.
Kurtz sabía que, dos veces a la semana, una panadería de Buffalo dejaba en su aparcamiento una camioneta llena de pan de tres días de antigüedad. Los sin techo también lo sabían. El estomago de Kurtz rugió. No había comido nada en todo el día. Agarró la abollada taza metálica de café en una mano y aceptó el pan con la otra.
—Canción de Salomón 2, 5 —continuó Soul Dad, poniendo dos manzanas demasiado maduras sobre la caja delante de Kurtz—. «Reanimadme con manzanas». Kurtz no pudo evitar sonreír.
—¿Hay recetas en la Biblia y además recomienda comer manzanas?
—Claro —dijo Soul Dad—. El salmo del Levítico 7,23 es tan moderno como para aconsejar: «No comeréis grasa de ganado vacuno, ovino o cabrío», aunque si tuviera algo de beicon lo freiría para compartirlo contigo.
Kurtz se comió el pan, le dio un mordisco a la manzana y sorbió del café casi hirviendo. Fue una de las mejores comidas de su vida.
Pruno parpadeó.
—El Levítico también dice: «No consumirás ningún tipo de sangre». Me temo que eso es lo que Joseph tiene en mente para este Satanás de Malcolm.
Soul Dad negó con la cabeza.
—Malcolm Kibunte no es ningún Satanás… El hombre blanco que le da el veneno es Satanás. Kibunte es el Mastema del libro perdido, el de los Jubileos…
Kurtz se estaba perdiendo.
Pruno se aclaró la garganta flemosa.
—Mastema fue el demonio que le ordenó a Abraham matar a su propio hijo —le aclaró a Kurtz.
—Pensé que Dios fue el que hizo eso —dijo Kurtz.
Soul Dad meneó tristemente la cabeza.
—Ningún dios al que mereciera la pena reverenciar haría tal cosa, Joseph.
—Los Jubileos son apócrifos —le dijo Pruno a Soul Dad. Entonces, como si recordada algo obvio, añadió—: Diabolos. Es la palabra griega para definir a «el que arroja algo al camino de otro». Kibunte es diabólico, pero no satánico.
Kurtz le dio otro sorbo a su café.
—Pruno me recomendó una lista de libros cuando me encerraron en Attica. Al verla no pensé que fuera demasiado larga, y aun así me pasé gran parte de estos diez años enfrascado en ella y pese a todo no conseguí llegar hasta el final.
—Sapientia prima est stultitia caruisee —dijo Pruno—. Horacio. «Deshacerse de la estupidez es el comienzo de la sabiduría».
—A Frederick siempre se le dio bien proponer listas de superación personal —dijo Soul Dad riendo.
—¿Quién es Frederick? —preguntó Kurtz.
—Ese solía ser mi nombre —dijo Pruno, y cerró de nuevo los ojos.
Soul Dad miró a Kurtz.
—Joseph, ¿sabes por qué Malcolm Kibunte es solo un mero agente de Satanás y el hombre blanco tras él es Satanás en persona?
Kurtz negó con la cabeza y le dio un mordisco a la manzana.
—Yaba —dijo Soul Dad.
A Kurtz le sonaba un poco esa palabra, pero no demasiado.
—¿Eso es hebreo? —preguntó.
—No —dijo Soul Dad—. Es un tipo de metanfetamina, como el speed, solo que pega tanto y es tan adictiva como la heroína. La yaba se puede fumar, comer e inyectar. Todos los orificios se pueden convertir en una puerta hacia el cielo.
—Una puerta hacia el cielo —repitió Pruno, sin formar ya parte de la conversación.
—Una droga del diablo —dijo Soul Dad—. Una verdadera asesina para una generación entera.
Yaba. Chutarse yaba. De eso le sonaba a Kurtz el nombre. Algunos de los reclusos más jóvenes lo hacían, en la prisión había muchas drogas disponibles. Kurtz nunca tuvo demasiado interés en las adicciones de los demás.
—¿Kibunte está traficando con yaba? —dijo Kurtz.
Soul Dad asintió lentamente.
—Empezó por lo normal, ya sabes, crac, speed, heroína… Los Blood ganaron la guerra de bandas que tuvo lugar a primeros de los noventa, y a los vencedores le corresponde todo el botín. Malcolm Kibunte proporcionaba este botín. Primero las drogas derritecerebros; crac, cristal, speed, polvo de ángel. Desde hace ocho o nueve meses la yaba ha pasado del Club Social Seneca a todos los rincones de las calles. Los enganchados lo compran barato, pero necesitan mucho y a menudo. El precio sube rápido, hasta que en un año o así se queda estancado.
—¿De dónde viene la yaba? —preguntó Kurtz.
—Eso es lo más fascinante —dijo Soul Dad—. Proviene de Asia, del triángulo dorado, pero su consumo se limita a los Estados Unidos. De repente, de entre todos los lugares, nos encontramos en Buffalo con grandes cantidades.
—¿Las familias de Nueva York? —dijo Kurtz.
Soul Dad abrió sus grandes manos.
—No lo creo. Los colombianos controlaron el tráfico de drogas durante décadas, pero en los últimos años las familias han vuelto a escena para ayudarlos a regular casi todo el flujo de productos opiáceos. La repentina introducción de la yaba, a pesar de proporcionar increíbles beneficios, no parece parte del plan del crimen organizado.
Kurtz apuró el café y soltó la taza.
—La familia Farino —dijo—. Alguien de la familia esta suministrándosela a Malcolm. ¿Podría venir desde Vancouver? ¿De dónde…? —Kurtz se detuvo a mitad de la frase.
Soul Dad asintió.
—¡Dios mío! —murmuró Kurtz—. ¿Las tríadas? Controlan el flujo de heroína a Norteamérica en la costa oeste, y poseen multitud de laboratorios de cristal en Vancouver. ¿Por qué iban a proveer a una familia de la mafia de aquí? Las tríadas están en guerra con las familias de la costa oeste…
Kurtz guardó silencio durante unos minutos, pensando. En algún lugar de aquella ciudad de chabolas, un viejo comenzó a toser descontroladamente hasta que acabó callándose.
—¡Cristo bendito! Eso del arsenal de Dunkirk… —dijo finalmente.
—Creo que tienes razón, Joseph —bramó Soul Dad con su potente voz. Cerró los ojos y entonó—: «Nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los principados y potestades, contra los soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio» —abrió los ojos y sonrió mostrando sus dientes blancos—. Carta a los efesios, 6,12.
Kurtz continuaba distraído.
—Me temo que mi lucha será contra la carne y la sangre, tanto como contra los principados y potestades.
—¡Ah! —dijo Soul Dad—. Vas a enfrentarte a esa gentuza del Club Social Seneca.
—Y no tengo ni idea de cómo llegar a Malcolm Kibunte —dijo Kurtz.
Pruno abrió los ojos.
—¿Qué libro de mi lista te gustó más y al mismo tiempo entendiste menos?
Kurtz pensó durante un momento.
—El primero, creo. La Ilíada.
—Es posible que la solución a tu problema se halle en ese libro —dijo Pruno.
Kurtz sonrió.
—¿Quieres decir que si construyo un gran caballo para Malcolm y sus chicos y me escondo dentro, ellos me empujarán dentro del Club Social Seneca?
—O saeculum insipiens et inficetum —dijo Pruno sin molestarse en traducirle.
Soul Dad suspiró.
—Está mencionando a Catulo. «Oh estúpida edad sin gusto». Cuando Frederick se pone así me acuerdo de aquel comentario de Terencio: Ille solus nescit omnia. «Solo él es ignorante de todo».
—¿Ah, sí? —dijo Pruno, abriendo los ojos legañosos y fijándolos en Soul Dad—. Nullum scelus rationem habet —señaló a Kurtz—. Has meus ad metas sudet oportet equus.
—Y una mierda —respondió Soul Dad—. Dum abast quod avemus, id exsuperare videtur. Caetera, post aliud, quum contigit, Illud, avemus, ¡et sitis aequa tenet!
Pruno pasó a hablar en algo que parecía griego y comenzó a gritar.
Soul Dad le respondió en algo que bien podría ser hebreo. Una lluvia de saliva volaba en ambas direcciones.
—Gracias por la cena y la conversación, caballeros —dijo Kurtz. Se puso en pie y se dirigió hacia la baja entrada.
Los dos hombres discutían ahora en una lengua totalmente desconocida para Kurtz. Se habían olvidado por completo de él.
Kurtz no tuvo reparos en marcharse de allí.