—¿Entiendes, tío? —le preguntó Malcolm Kibunte a Doo-Rag por cuarta vez—. Lo procesarán mañana, lo transferirán por la noche o al día siguiente a primera hora, y acabará en la prisión del condado con los presos normales.
—Entiendo —dijo Doo-Rag, asintiendo levemente. La mirada perdida se le extravió un poco más, no obstante, se mantuvo lo bastante centrada para los propósitos de Malcolm.
—Bien —dijo Malcolm, y le dio unas palmaditas en la espalda al pobre idiota.
—Lo que no entiendo, tú sabes, lo que tengo que decirte —señaló Doo-Rag, mirándole con el mentón pegado al cuello—, es cómo es que te has vuelto tan jodidamente generoso, tú sabes, en la vejez. ¿Sabes lo que quiero decir, sabes, Malcolm? Que me des diez billetes de la Mezquita si te elimino al blanquito este, tú sabes, ¿me entiendes o no?
Malcolm le mostró las palmas de las manos.
—No es para mí, Doo. Son los del bloque de la Mezquita de la Muerte los que lo quieren muerto. No hay forma de que yo mismo pueda colarme en la prisión para cazar al nota, tío, por eso te lo digo a ti. Si quieres darme algo de la recompensa por mí está bien, lo que está claro es que de ninguna manera voy a entrar yo ahí dentro para perseguirle, ¿me oyes? Entonces, si tu gente hace el trabajo —Malcolm se encogió de hombros— el cabrón acaba muerto. Los hermanos de la Mezquita se quedarán tan felices y al final todos contentos.
Doo-Rag continuaba con el ceño fruncido, dándole vueltas a la idea en su mente drogada sin encontrar el gato encerrado.
—Mañana es día de visita en la prisión del condado —dijo—. Entra temprano, como a las diez, se lo diré a Lloyd, a Meadita y a Daryll. El blanquito será fiambre antes del cierre.
—Puede que no lo transfieran hasta pasado mañana —le recordó Malcomí—. Aunque es posible que sea mañana. Lo procesarán y lo meterán en el bus para la prisión del condado mañana mismo.
—Cuando sea —dijo Doo-Rag.
—¿Tienes su foto, tío?
Doo-Rag se dio unos golpecitos en la mugrienta chamarra militar de camuflaje de la guerra del Golfo.
—¿Recuerdas su nombre, tío?
—Curtís.
—Kurtz —dijo Malcolm, tocando el durag[2] rojo que le cubría la cabeza a Doo-Rag y que era el obvio motivo de su sobrenombre—. Kurtz.
—Como sea —dijo Doo-Rag, meneando la cabeza y saliendo del SLK. Echó a andar por la avenida arrastrando los pies, y poco a poco se le fueron uniendo varios de sus secuaces. Doo-Rag se metió la mano en los pantalones caídos, sacó varios frasquitos de crac y los fue distribuyendo como si fueran caramelos.