[Para considerar el contexto, véase la nota 14 del capítulo 8]
Los filósofos se han pasado décadas inventando experimentos mentales diseñados para probar o para refutar el principio de indeterminación de la traducción radical de W. V. O. Quine (1960): la sorprendente aseveración de que en principio podría haber dos modos diferentes de traducir un lenguaje natural a otro lenguaje natural, sin que hubiera absolutamente ninguna evidencia que pudiera decir cuál era el modo correcto de traducir el lenguaje. (Quine insistió en que, en dado caso, no habría un modo correcto; cualquier modo sería tan bueno como otro, y no habría nada más que decir). En un principio parecería sumamente improbable que esto fuera posible. Por ejemplo: ¿no es cierto que en el caso de dos posibles traducciones rivales de una oración, una persona bilingüe y bien informada siempre puede decir cuál es la mejor traducción de un lenguaje a otro? ¿Cómo puede ser que no
Si piensa que la solución es obvia, entonces no ha leído, o no ha entendido, la voluminosa literatura filosófica sobre este curioso rompecabezas. Un buen lugar para empezar, luego de haber leído la obra maestra de Quine, Palabra y objeto (1960), sería el número especial de la revista Synthese de 1974 dedicado a una conferencia sobre intencionalidad, lenguaje y traducción, en la Universidad de Connecticut, en la que Quine se enfrentó con sus más distinguidos oponentes, dejándolos, tanto a ellos como el problema, sin resolver —que es como el asunto ha permanecido hasta hoy (Quine, 1974a, b)—.
El caso de las creencias fundamentales de Philby nos ha permitido echar un vistazo muy tentador a cuan cerca podemos estar, en el mundo real (en contraste con el extraño mundo de muchos experimentos mentales de los filósofos), de un caso de indeterminación de la interpretación radical (véase el ensayo de David Lewis «Radical interpretation», 1974, en el número de Synthese). Podemos imaginar a dos infatigables observadores siguiendo cada movimiento de Philby, grabando cada una de sus vocalizaciones, leyendo sus documentos más secretos, escuchándolo hablar mientras duerme, e incluso (ya estamos otra vez en tierra de filósofos) registrando cada una de sus ondas cerebrales; y podemos ver cómo, sobre la base de la misma evidencia, podrían terminar sosteniendo firmemente dos veredictos opuestos: «después de todo, él es un británico leal»; «no, él es un soviético leal».
Por supuesto, no serviría de nada tan sólo preguntarle a Philby; ambos observadores son bien conscientes de cómo respondería a dicha pregunta, y sus teorías rivales lo explicarían igualmente bien. (Para un argumento relacionado, véase mi discusión sobre las creencias de «Ella» en «Real patterns», 1991b). No hay duda de que es inmensamente improbable que, en dado caso, ninguna de las dos interpretaciones llegue jamás a resolver el misterio, pero (Quine insistió) no es imposible. Ésa era su idea. Probablemente, en toda situación del mundo real, dos interpretaciones tan radicalmente diferentes acerca de una historia de vida completa se equilibrarían, sólo por un tiempo muy corto, sobre el filo de la navaja que representa la ausencia de un veredicto. Tarde o temprano una interpretación habría de colapsar dejando a las demás victoriosas. No obstante, no debemos cometer el error de suponer que ésta fue una certeza metafísica, garantizada por algún hecho especial interno que resolviera el asunto. Desde esta perspectiva, incluso podemos llegar a advertir que el mismo Philby pudo haber llegado a preguntarse cuál era la verdad, ¡y no ser capaz de saberlo! También nuestro sujeto bilingüe imaginado, a quien se le ha preguntado cuál es el manual de traducción correcto, se enfrentaría con este problema. Podría quedar asombrado al descubrir que él mismo no tiene recursos para decir cuál es «correcto», y en ese caso, insistiría Quine, no habría ningún hecho que determinase cuál está bien. Todas serían traducciones igualmente buenas, y eso es todo lo que uno podría decir.
Si todavía se le escapa el asunto, quizá pueda ayudarle considerar un caso más simple del mismo fenómeno: mi «crucigrama quineano». No es fácil inventarse un crucigrama con dos respuestas igualmente buenas, pero aquí hay uno. ¿Cuál es la solución real? Ninguna, pues deliberadamente me las arreglé para hacerlo de ese modo. En principio, es posible hacer un crucigrama de más alta dimensión, un Philby, cuya estructura e historia enteras, así como su conjunto actual de inclinaciones, sean igualmente susceptibles de recibir dos interpretaciones intencionales diferentes. En la práctica es imposible, pero no por esa razón debemos imaginar que haya una categoría de hechos internos que podrían resolver cualquier caso.
La traducción literal del crucigrama es, por supuesto, imposible, de modo que las respuestas están en inglés. Para el lector interesado, he aquí las claves en su inglés original: Across: 1. Dirty stuff. 2. A great human need. 3. To make smooth. 4. Movie actor. Down: 1. Vehicle dependent on Hfi. 2. We usually want this. 3. Just above. 4. u.s. State (abbrev.). [N. del T.]