Apéndice C.
El botones y la dama llamada Tuck

[Para el contexto, véase la nota 11 del capítulo 5]

Durante años, Dan Sperber y sus colegas Scott Atran y Pascal Boyer han expresado su escepticismo acerca de la utilidad de la perspectiva del punto de vista de los memes. Primero, permítanme tratar de expresar claramente su principal objeción, antes de relatarles por qué no me han persuadido, a pesar de lo mucho que he aprendido de ellos. Éste es mi resumen de su posición:

Es obvio que los elementos culturales (ideas, diseños, métodos, comportamientos…) tienen explosiones poblacionales y extinciones, y que también hay importantes y nada fortuitos parecidos de familia entre tales elementos y los modelos que los inspiran, o con aquellos de los que descienden. No obstante, en la mayor parte de estos casos, aunque no en todos, el fenómeno de la transmisión no es el tipo de copia de alta fidelidad que requiere el modelo genético. La causa de un nuevo ejemplar no es en absoluto la copia: «La causa puede meramente desencadenar la producción de un efecto similar» (Sperber, 2000:169). Cuando se producen de ese modo, las similitudes entre los ejemplares no son como las similitudes entre los genes, y por lo tanto requieren de un tipo diferente de explicación darwiniana. La cultura evoluciona, pero no lo hace estrictamente a partir de la descendencia con modificación. Y aunque es verdad que hay unos cuantos memes que cumplen con las especificaciones de Dawkins —como las cartas en cadena, por ejemplo—, dichos memes verídicos juegan un rol relativamente insignificante en la dinámica de la evolución cultural (Sperber, 2000:163). En lugar de ello, es mejor concentrarse en las condiciones y en las predisposiciones que pueden distinguirse en los mecanismos psicológicos que comparten las personas (Atran, 2002: 237-238; Boyer, 2001: 35-40).

Mi principal réplica a esta objeción puede encontrarse en el apéndice A: «Los nuevos replicadores». Aquí voy a extender esa réplica concentrándome en la locución «en lugar de ello» que, más arriba, aparece en cursivas. Quiero objetar la convicción de los sperberianos de que ellos necesitan darles la espalda a los memes con el fin de estudiar las restricciones y las predisposiciones de la psicología. Atran (2002: 241 y ss.), por ejemplo, se queja de que el enfoque memético sufre de «ceguera mental» en tanto ignora el papel detallado que juegan los mecanismos psicológicos específicos en la formación de los elementos culturales que proliferan. Sobre este punto no hay en absoluto un desacuerdo obvio, pues Atran concede que hay una proliferación diferencial de elementos culturales. Es tentador ver esta disputa como si fuera un artefacto producido por problemas de comunicación: por un lado (algunos) memeticistas prometen demasiado, y por otro lado los antimemeticistas aceptan sus palabras. Como dije al final del apéndice A, la memética ni reemplaza ni se anticipa a la psicología más de lo que la genética poblacional reemplaza o se anticipa a la ecología. (¿Acaso la genética poblacional sufre de «ceguera al entorno»? En general sí, aunque en realidad no importa, pues sus modelos típicamente no entran en detalles respecto de cómo y por qué existen presiones selectivas en el ambiente; simplemente muestran cómo los efectos de estas fuerzas selectivas, cualesquiera que sean, se manifestarán en las poblaciones a lo largo del tiempo, a medida que las migraciones, los nacimientos y las muertes hagan mella. Para obtener toda la explicación biológica todavía necesitamos de la ecología, y para obtener toda la explicación cultural los memeticistas todavía necesitan de la psicología —aunque en el fragor de su partidismo puedan negarlo—).

Boyer expresa la objeción sperberiana en términos similares, pero pese a su establecida oposición a los memes, con frecuencia es incapaz de resistir la tentación de formular sus ideas en términos de replicación diferencial. De hecho, un comentarista simpatizante ha resumido su teoría con la tesis de que «la religión puede ser entendida primariamente como la explotación sistemática de sistemas psicológicos mundanos por variedades especialmente virulentas de conceptos culturales» (Bering, 2004:126). «Virulento» no es exactamente la palabra que Bering está buscando, pues sus connotaciones (que aparecen en el diccionario) son todas negativas; «prolífico» o «apto» serían un resumen más adecuado de la tesis de Boyer, dado que es cuidadoso cuando se muestra neutral con respecto a si la religión es un acompañamiento bueno o malo para la vida humana; no obstante, y dejando esto de lado, parecería que Bering incluyera a Boyer entre los memeticistas a pesar de sus declaraciones. ¿Por qué no, entonces, animar a Boyer, a Atran y a Sperber a concentrarse en las fuerzas selectivas proporcionadas por la psicología, como tan bien saben hacerlo, dejándoles la (trivial) labor de unificación a los memeticistas que trabajan al final del pasillo?

Pero aun hay más. Queremos concebir la evolución cultural en términos de memes y en términos de las restricciones de la psicología —y las subsiguientes restricciones que emergen de las anteriores interacciones entre los memes y esas mismas restricciones!—. Consideremos un experimento que podríamos llevar a cabo inspirados por las investigaciones de Heath, Bell y Sternberg (2001) sobre «leyendas urbanas». ¿Te enteraste del botones que fue grabado por una cámara de seguridad metiéndose los cepillos de dientes de los huéspedes por entre el…? ¿Y qué me dices del conductor que escuchó un fuerte golpe y que, cuando detuvo su auto muchos kilómetros después, encontró el cuerpo de un bebé incrustado en la parrilla de su auto? Tras notar que muchas de las leyendas urbanas más populares involucran historias espantosamente desagradables, estos estudiosos investigaron el papel que juega el asco en el aumento de las probabilidades de transmisión de una amplia variedad de leyendas urbanas. Suministraron «alelos» competidores (versiones alternativas) de cada historia y encontraron que, efectivamente, cuanto más desagradable eran las versiones, mejor viajaban. Desafortunadamente, no midieron la transmisión real, sino simplemente las convicciones de las personas respecto de cuan probable era que llegasen a repetir las historias. Investigar es costoso. Pero los experimentos mentales son baratos, de modo que imaginemos un experimento que podría ilustrar muy bien no sólo la idea de los sperberianos, sino también la razón por la cual no creo que sea un buen argumento en contra del enfoque memético.

Supongamos que inventamos unas mil leyendas urbanas distintas —nuevas, que aún no estén circulando en Internet— y que las implantamos cuidadosamente en decenas de miles de escuchas distintos, una para cada uno, y que cada historia les llega a unos diez escuchas. Además, tratamos de ponerles unas «etiquetas radioactivas» a estos candidatos a meme al incluir detalles delatadores en cada versión implantada, algo como «¿supiste del taxista brasileño que…?». Y supongamos que gastamos grandes cantidades de dinero en rastrear sus trayectorias, contratando ejércitos de detectives privados para que escuchen a hurtadillas a nuestros sujetos iniciales, interceptando sus teléfonos y demás (otra de las virtudes de los experimentos mentales: ¡uno no tiene que pedir permiso al comité interno de revisión de la universidad ni a la policía!). De modo que obtenemos una gran cantidad de datos muy buenos respecto de cuáles historias se evaporan tras ser contadas tan sólo una vez, y cuáles son en realidad transmitidas, y con qué palabras. El resultado con que sueñan los sperberianos es que… ¡no obtengamos nada! Casi todas nuestras etiquetas radioactivas desaparecerían, y todo lo que quedaría de las miles de distintas historias serían unas siete historias (digamos) que siguen siendo reinventadas, una y otra vez, debido a que ellas fueron las únicas que les cayeron en gracia a todas las restricciones psicológicas innatas. Y si observamos los linajes, podríamos ver que, por decir una cifra, cien historias que inicialmente eran bastante diferentes, eventualmente convergieron todas en una sola historia, en su más cercano «atractor» en el espacio de las leyendas urbanas. Algunas veces una historia se modificaría gradualmente en la dirección del atractor favorecido. No obstante, si el escucha ya la conocía, una nueva historia podría terminar en un callejón sin salida: «Oye, qué interesante. Eso me recuerda… ¿alguna vez has oído respecto del tipo al que…?».

Si éste fuera el resultado veríamos que todo el contenido en las leyendas urbanas, que prevaleció a lo largo del tiempo, ya estaba implícito en la psicología de los escuchas y de los narradores, y que virtualmente ninguna leyenda fue replicada con fidelidad a partir de las historias iniciales. Éste es el modo en que Atran (2002: 248) expresa esta misma idea:

En la evolución genética sólo hay una «selección débil» en el sentido de que no hay determinantes fuertes de cambio direccional. Como resultado, los efectos acumulados tras pequeñas mutaciones (del orden de una en un millón) pueden conducir a un cambio direccional estable. En contraste, en la evolución cultural hay una considerable «selección fuerte», en el sentido de que las expectativas moduladas pueden obligar poderosamente a la información transmitida a entrar a ciertos canales y no a otros. Como resultado, a pesar del «error», la «interferencia» y la «mutación» tan frecuentes en la información socialmente transmitida, los mensajes tienden a virar (retenidos bruscamente o lanzados hacia delante) hacia rutas cognitivamente estables. Son los módulos cognitivos, y no los memes mismos, los que permiten la canalización cultural de las creencias y de las prácticas.

Sería casi como si cada uno de nosotros tuviera un disco compacto en nuestros cerebros con unas cuantas (docenas o cientos de) leyendas urbanas grabadas en él; cada vez que escuchamos una aproximación muy cercana a una de estas leyendas urbanas, esto activa al disco compacto para que se dirija a esa pista y la reproduzca —una «producción provocada», no la imitación de lo que hayamos escuchado—. (Esto es lo que sugiere el «ejemplo teórico» de los grabadores de sonido de Sperber [2000:169].) Por supuesto que un resultado tan extremadamente nulo es muy poco probable, y si en realidad algo del contenido efectivamente logró replicarse de anfitrión en anfitrión, aquellos que fueron infectados por él podrían establecer una nueva restricción sobre el destino de cualquier leyenda urbana que lleguen a escuchar después. La canalización cultural puede deberse tanto a la exposición cultural anterior como a nuestros propios módulos cognitivos subyacentes. Si usted no ha escuchado la historia del enano chino, quizá pueda replicar aquella del niño que tenía un jerbo por mascota, transmitiéndola así de manera más o menos intacta; y si la ha escuchado, quizá tienda luego a mezclarla y a transformarla en algo que eventualmente emergerá como la historia de la mujer policía y el jerbo, y así sucesivamente. Para investigar la interacción entre los contenidos culturalmente transmitidos y las restricciones que compartimos independientemente de la cultura, realmente hay que rastrear la replicación de los memes —tanto como sea posible—. Nadie dijo que, en la mayor parte de los casos, éste iba a ser un programa de investigación práctica.

Un extraordinario ejemplo de esto ocurrió en la preparación de este libro. Uno de los lectores del penúltimo borrador notó un error tipográfico en el capítulo 2, y como éste se repitió en la bibliografía, se le ocurrió que quizás allí también lo había pasado por alto: el libro de Gould de 1999 es Rocks of ages, me dijo, pero yo había escrito Rock of ages. Mi primera reacción fue de franca incredulidad. Pensé que era mi lector quien estaba cometiendo el error; la primera palabra del libro de Gould no podía ser «Rocks». ¿O sí? Yo había leído el libro y había advertido que sus juegos de palabras (los estudios paleontológicos de las edades de las rocas, mientras que…), pero se me había escapado totalmente el que hubiera puesto la mutación en su título, ¡debido a que el himno del título estaba tan bien marcado en mi memoria!* Debí verificar personalmente cuál era el título del libro que, en efecto, era Rocks of ages. Pero luego me dirigí a Internet para ver si yo era el único en haber cometido ese error. El 23 de marzo de 2005 había aproximadamente tantas referencias a«Rock of ages» de Gould (3 860) como a «Rocks of ages» de Gould (3 950), y aunque resultó que muchas de las primeras entradas no tenían errores ni en lo que respecta al título del libro de Gould como al título del himno, entre las entradas que tenían el título mal escrito no sólo había reseñas del libro sino también discusiones sobre el libro, tanto positivas como negativas. Tras una inspección casual no parecía haber ningún patrón obvio en los errores, pero éste bien puede ser un excelente proyecto elemental en memética computacional para todo aquel que quiera profundizar un poco. Con seguridad, debe haber una interesante historia que contar respecto de la frecuencia con que este error se ha deslizado sigilosamente tras una mutación, así como respecto de quién ha copiado el error de quién (véase la discusión de Dawkins [1989:325-329] sobre un error de transcripción similar de un título, y una introducción a los métodos de la memética utilizando los recursos del índice de Citación Científica).

Además de tener los mecanismos genéticamente evolucionados o los módulos tan adorados por los psicólogos evolucionistas, nuestros cerebros están cargados con toda suerte imaginable de mecanismos culturalmente transmitidos, y su presencia o su ausencia establecen inmunidades y receptividades en los anfitriones, tan poderosas como —o quizás incluso más poderosas que— las restricciones exhibidas por la maquinaria subyacente. En su capítulo en contra de los memes, Atran me cita respecto de este tema, pero pasa por alto lo que estaba tratando de decir. Yo había dicho que la estructura de las mentes de los chinos y de los coreanos es «radicalmente diferente» de la estructura de las mentes de los norteamericanos o de los franceses (Dennett, 1995b: 365), y Atran supone (2002: 258) que lo que estoy tratando de sostener es algo más sutil a propósito del modo en que personas con distintas lenguas nativas interpretarán dibujos, atribuirán causalidad o culparán en distintos escenarios. Cita experimentos en los que personas de diferentes grupos culturales responden de modos muy similares en una variedad de circunstancias diseñadas por psicólogos para obtener tales diferencias. Pero yo tenía en mente algo mucho más simple y mucho más obvio: ¡las personas con mentes chinas no se reirán, ni recordarán, ni repetirán chistes contados en inglés! (Hace algunos años, el brillante cantante y compositor Lyle Lovett lanzó un álbum titulado Joshua judges Ruth. Me di cuenta de que, en general, mis amigos no captaban el juego de palabras; les preguntaba cuál sería el título del siguiente álbum de Lovett y ninguno de ellos respondía. ¿Acaso será «First and second Samuel»* —que sería lo primero que me vendría a la mente, gracias a las enseñanzas de mis clases de catecismo, hace más de medio siglo—. Y así como podemos estar seguros de que será muy difícil que los chistes contados en francés lleguen a difundirse en los barrios angloparlantes, también podemos estar seguros de que las visiones políticas de una persona, o su conocimiento artístico (o de mecánica cuántica, o de prácticas sexuales), podrán proporcionar fuertes restricciones y predisposiciones a su receptividad y a su voluntad para transmitir los variados candidatos a meme. Por ejemplo, en mi opinión, el siguiente es uno de los limericks más graciosos con los que me he encontrado, aunque a usted sólo le parecerá gracioso si ya ha escuchado muchos otros limericks:

There was a young lady named Tuck

Who liad the most terrible luck:

She went out in a punt,

And fell over thefront,

And was bit on the leg by a duck.*

No pude resistirme a transmitírselos. ¿Quién lo transmitirá una vez más? Eso depende en gran medida de qué otros memes infecten su cerebro, así como el cerebro de aquellos con quienes usted hable. En el complejo mundo de la transmisión cultural, los patrones debidos directamente a las características fijas de la psicología humana quizá no resulten una amenaza tan permanente. De modo que me parece que aquellos que siguen a Sperber en su oposición a los memes están sosteniendo cosas que pueden decirse mucho mejor en el lenguaje de los memes: por ejemplo, una de las cosas que ellos están diciendo es que la evolución convergente juega un papel tan dominante en la evolución cultural, que la transmisión del diseño por medio de la descendencia, propiamente dicha, entre los linajes culturales a la hora de explicar las similitudes observadas es un factor mucho menos importante que la formación del diseño por las fuerzas selectivas. Esto, con frecuencia, es muy plausible, y en todo caso puede investigarse. No obstante, también debemos estar alertas ante la posibilidad de que muchas de las similitudes, digamos, entre el islamismo y el cristianismo puedan deberse a la religión ancestral abrahámica que tenían en común, y no a que cada una se haya ajustado a condiciones similares halladas entre sus adherentes humanos.