CAPÍTULO 9

El laboratorio de Pierre era casi como cualquier otro que hubiese visto: un póster de la tabla periódica en una pared; un ajado ejemplar de la Biblia Rubber abierto sobre un escritorio; montones de recipientes de laboratorio en sus soportes; una pequeña centrifugadora; una terminal UNIX con notas Post-it pegadas al borde del monitor; una ducha de emergencia, para casos de accidentes químicos; un área de trabajo rodeada de cristal bajo una campana extractora de humo. Las paredes eran de ese enfermizo amarillo crema que parece tan común en los ambientes universitarios. La iluminación era fluorescente; el suelo, de baldosines.

Pierre estaba trabajando en uno de los contadores que se alineaban a lo largo de las cuatro paredes de la sala, mirando las posiciones de ADN en un panel iluminado encima del contador. Llevaba una manchada bata blanca de laboratorio, pero sin abotonar por arriba, de forma que podía verse su camiseta del Carnaval de Invierno de Québec. Nunca había quedado más sorprendido que cuando un estudiante americano confundió al Bonhomme de su camiseta con el gigante de malvavisco de Los Cazafantasmas… algo semejante a confundir al Tío Sam con el Coronel Sanders del pollo frito.

Burian Klimus apareció en la puerta, con aspecto desconcertado. Junto a él había una atractiva mujer asiático-americana de cabello negro, que llevaba moldeado como un crespo halo alrededor de la cara.

—Ahí lo tiene —dijo Klimus.

—Sr. Tardivel, soy Tiffany Feng, de Seguros Médicos Cóndor.

Pierre asintió en dirección a Klimus.

—Gracias por traerla, señor —el viejo genetista frunció el ceño y se marchó.

Tiffany tendría poco menos de treinta años. Llevaba un maletín negro, chaqueta azul y pantalones a juego. Su blusa blanca estaba abierta en el escote más de lo que uno podría esperar. A Pierre le hizo gracia: sospechó que Tiffany se vestiría de forma distinta según su cliente fuese hombre o mujer.

—Lamento el retraso, había un tráfico terrible en el puente. —Ella le entregó una tarjeta profesional amarilla y negra, y estudió apreciativamente el laboratorio—. Obviamente, es usted un científico.

—Soy biólogo molecular. Trabajo en el Proyecto Genoma Humano.

—¿De veras? ¡Es fascinante!

—¿Sabe algo de ello?

—Hemos tenido algunas buenas conferencias en el trabajo —ella sonrió—. Creo que está usted interesado en hablar sobre opciones de seguro.

Pierre hizo un gesto a Tiffany para que tomase asiento.

—Así es. Soy de Canadá, y nunca he tenido un seguro médico. El plan de Québec para residentes me cubrirá todavía durante algún tiempo, pero…

Tiffany asintió.

—He ayudado a varios canadienses en su caso. Su plan provincial de salud cubre sólo el valor monetario que tendrían los mismos servicios en Canadá, donde el gobierno fija los precios. Pero aquí no hay ese control: como verá, los gastos son más elevados y su plan de Québec no cubre el extra. Además, los planes provinciales cubren los gastos médicos, pero no cosas como habitaciones de hospital privadas -hizo una pausa—. ¿Tiene algún seguro bajo el plan de la asociación de la facultad?

—No pertenezco a su personal: sólo soy un investigador visitante.

Ella puso su maletín sobre el banco y lo abrió.

—Bien, entonces necesita un programa global. Nosotros ofrecemos lo que llamamos nuestro Plan Oro, que cubre el cien por cien de todas sus facturas hospitalarias por emergencias, incluyendo traslados en ambulancia y todo lo que pueda necesitar, como sillas de ruedas o muletas. También cubre sus necesidades médicas rutinarias, como chequeos médicos anuales, tratamientos y demás. —Le entregó un tríptico ribeteado en oro.

Pierre tomó el folleto y le echó un vistazo. Los enfermos de Huntington solían acabar sus vidas con una larga estancia en el hospital. Si tenía la enfermedad, querría una habitación privada, por supuesto, y… ah, bien. El seguro cubría servicios de enfermería a domicilio e incluso tratamientos experimentales.

—Suena bien. ¿Qué hay de las primas?

—Siguen una escala —ella sacó una carpeta amarilla y negra del maletín—. ¿Puedo preguntarle su edad?

—Treinta y dos.

—¿Fuma?

—No.

—¿Tiene algún problema médico, como diabetes, sida o un soplo cardíaco?

—No.

—¿Viven todavía sus padres?

—Mi madre sí.

—¿De qué murió su padre?

—Mmm… se refiere a mi padre biológico, supongo.

Tiffany pestañeó.

—Sí.

Henry Spade había muerto cuatro años atrás; Pierre había asistido al funeral en Toronto.

—Complicaciones de la enfermedad de Huntington.

Ella cerró la carpeta, mirando a Pierre por un momento.

—Oh, eso complica bastante las cosas. ¿Tiene usted la enfermedad?

—No lo sé.

—¿No tiene síntomas?

—Ninguno.

—La enfermedad se transmite en un gen dominante, ¿verdad? Así que tiene usted un cincuenta por ciento de posibilidades de haberla heredado.

—Correcto.

—¿Pero no se ha hecho la prueba?

—No.

Ella suspiró.

—Esto es muy irregular, Pierre. Yo no decido a quién se cubre y a quién no, pero puedo decirle lo que va a pasar si cursamos su solicitud ahora: la rechazarán en base a su historial familiar.

—¿De verdad? Supongo que debería haber tenido la boca cerrada.

—No le hubiese hecho ningún bien a largo plazo: una reclamación relacionada con su enfermedad de Huntington sería investigada. Si comprobásemos que conocía usted su historial familiar al hacer la solicitud, perdería sus derechos. No, ha hecho bien en decírmelo, pero…

—¿Pero qué?

—Como ya le he dicho, esto es muy irregular. —Volvió a abrir la carpeta, yendo a una de las últimas secciones—. No suelo enseñar esta tabla a los clientes, pero… bien, lo explica claramente. Como puede ver, tenemos tres niveles básicos de primas en cada categoría por edad/sexo. En la compañía los llamamos niveles A, M, y B, por alto, medio y bajo. Si usted tuviera un historial familiar que mostrase, digamos, una predisposición al infarto a partir de los cuarenta años, algo así, le extenderíamos la póliza, pero al nivel A, el superior. Si su historial familiar fuese favorable, le ofreceríamos el nivel M, que también es bastante elevado…

—¡Y tanto! —dijo Pierre, mirando las cifras de la columna «Hombres 30-34».

—Sí, pero eso es porque no se nos permite exigir pruebas genéticas a los solicitantes. Por tanto, debemos asumir que usted podría tener un serio desorden genético. Ahora, se supone que después de enseñarle ese nivel tengo que decirle: «Bien, como sabe no está obligado a hacerse una prueba genética, pero si lo hace voluntariamente, y los resultados son favorables, puedo ofrecerle este nivel, el B».

—Es sólo la mitad que el M.

—Exactamente. Es un incentivo para hacerse la prueba. No le obligamos a ello, pero si lo hace voluntariamente, puede ahorrarse un montón de dinero.

—No parece muy justo.

Tiffany se encogió de hombros.

—Muchas compañías de seguros lo hacen así ahora.

—Pero usted está diciendo que no puede conseguir cualquier seguro médico debido a mi historial familiar.

—Cierto. La enfermedad de Huntington es simplemente demasiado costosa, y su nivel de riesgo, un cincuenta por ciento, es demasiado alto para considerar la idea de cubrirle. Pero si la prueba demuestra que no tiene el gen…

—Pero yo no quiero hacerme la prueba.

—Bueno, entonces se complica todavía más —suspiró ella, intentando explicarlo mejor—. El mes pasado, el Gobernador Wilson firmó un proyecto de ley del Senado. Entrará en vigor el primero de enero, dentro de diez semanas. La nueva ley dice que las aseguradoras médicas de California no podrán seguir usando pruebas genéticas para discriminar a quienes tienen el gen portador de una enfermedad pero no muestran síntomas de ella. En otras palabras, no podremos considerar la posibilidad de tener el gen de Huntington o el ALS o cualquier otra enfermedad tardía como condición preexistente en personas por lo demás sanas.

—Bueno, es que no es una condición preexistente.

—Con todos los respetos, señor Tardivel, eso es una cuestión de interpretación. La nueva ley es la primera en todo el país. En los demás estados, tener los genes es una condición preexistente, aunque no muestre los síntomas. Incluso los pocos estados que tienen leyes antidiscriminación genética, como Florida, Ohio, Iowa y un par más, hacen excepciones para las compañías de seguros, permitiéndoles recurrir a los actuarios y precedentes para decidir a quién aseguran y con qué primas.

Pierre frunció el ceño.

—Pero lo que está diciendo es que, como estamos en California, si espero hasta el uno de enero, no podrán rechazarme por mi historial familiar.

—Se equivoca: sí que podremos. Hay información válida de que es usted un solicitante de alto riesgo, y no estamos obligados a asegurarle en ese caso.

—Entonces, ¿qué diferencia hay?

—La diferencia es que la información genética tiene prioridad sobre el historial familiar. ¿Ve? Si tenemos información genética concreta, tiene prioridad sobre cualquier otra cosa que podamos inferir de los historiales médicos de sus padres o hermanos. Si se hace usted la prueba, de acuerdo con la nueva ley estatal tenemos que darle una póliza sin tener en cuenta sus resultados relacionados con la enfermedad de Huntington. Aunque la prueba demuestre que tiene el gen del Huntington, tendremos que aceptar su solicitud siempre que la presente antes de mostrar síntomas: no podremos rechazarle o gravarle basándonos en información genética.

—Espere, es una tontería: si no me hago la prueba, hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que acabe reclamándoles un montón de dinero a causa de mi Huntington, así que me rechazan por mi historial familiar. Pero si me hago la prueba, y aunque se demuestre que hay un cien por ciento de posibilidades de que vaya a tener la enfermedad y costarles mucho dinero, ¿tendrán que asegurarme?

—Así es, o al menos así será cuando la nueva ley entre en vigor.

—Pero yo no quiero hacerme la prueba.

—¿No? Pensaba que le gustaría saberlo.

—No. No me gustaría. Es muy raro que los casos de riesgo se hagan la prueba. No queremos saberlo con seguridad.

Tiffany se encogió de hombros.

—Bien, si usted quiere estar asegurado, sólo tiene esas opciones. Mire, podemos llenar ahora los formularios, pero ponerles fecha de uno de enero… bueno, dos de enero, el primer día laborable del año. Yo le llamaré ese día, y usted me dirá lo que quiere. Si ya se ha hecho la prueba, o ha decidido hacérsela, cursaré la solicitud. Si no, me limitaré a romperla.

Era obvio que Tiffany no quería arriesgarse a perder una venta, pero demonios, aquello ya les había llevado demasiado tiempo; Pierre no quería pasar por la misma charla otra vez.

—Me gustaría ver otros planes antes de tomar una decisión —dijo.

—Por supuesto. —Tiffany le mostró varias pólizas: los predecibles Planes Plata y Bronce, con beneficios más reducidos, un plan exclusivamente hospitalario, otro sólo de medicinas, y otros. Pero ella le recomendó el Plan Oro, y Pierre estuvo de acuerdo, diciéndose que el escote de Tiffany no había tenido nada que ver en su decisión.

—No lo lamentará —dijo ella—. No sólo está comprando un seguro médico: está comprando tranquilidad mental. —Sacó un formulario de su maletín—. Si puede rellenar esto… y no olvide ponerle fecha de dos de enero del año que viene. —Se abrió la chaqueta: en su bolsillo interior tenía una hilera de bolígrafos idénticos de punta retráctil. Sacó uno y se lo entregó a Pierre.

Él apretó el botón con el pulgar para sacar la punta, y llenó el formulario. Al terminar, le entregó el papel a Tiffany, pero empezó a guardarse distraídamente el bolígrafo en su bolsillo.

Ella le hizo un gesto.

—¿Mi bolígrafo?

Pierre sonrió con mansedumbre y se lo devolvió.

—Perdone.

—Bien, le llamaré a principio de año. Pero tenga cuidado hasta entonces: no queremos que le pase nada antes de estar asegurado.

—Aún no sé si me haré la prueba.

—Eso depende de usted.

A mí no me lo parece, pensó Pierre, pero decidió no alargar la cuestión.