CAPÍTULO 8

Su relación avanzaba muy bien. Habían estado tres veces en el apartamento de Molly, pero ella no había visto aún su casa: aquella fue la gran noche; la A&E emitía otro telefilme de Cracker con Robbie Coltrane, y a los dos les encantaba la serie. Pero Molly sólo tenía un televisor de trece pulgadas, y el de Pierre tenía veintisiete… lo mínimo para ver los partidos de hockey de forma decente.

Pierre hizo un poco de limpieza, recogiendo los calcetines y la ropa interior del suelo del salón, quitando los periódicos del sofá verde y naranja, y limpiando el polvo en lo que consideraba un trabajo respetable… pasando la manga de su jersey de los Montreal Canadiens por encima del televisor y el estéreo.

Encargaron una pizza de La Val durante el último intermedio, y al terminar la película charlaron sobre ella mientras esperaban. A Molly le gustaba mucho el uso de la psicología en la serie; el personaje de Coltrane, Fitz, era un psicólogo forense que trabajaba con la policía de Manchester.

—Desde luego, es un tipo asombroso.

—Y sexy —añadió Molly.

—¿Quién, Fitz?

—Sí.

—¡Si le sobran cuarenta kilos, es un alcohólico, un ludópata y fuma como una chimenea!

—Pero esa mente… esa intensidad…

—Acabará en urgencias con un ataque al corazón.

—Lo sé —suspiró Molly—. Espero que tenga un buen seguro médico.

—Gran Bretaña es como Canadá: hay seguridad social.

—Eso no suena muy bien por aquí. Pero debo decir que me gusta la idea de una medicina socializada. Es una pena que Hillary no lo consiguiera. —Una pausa—. Supongo que no te hizo ninguna gracia tener que pagar por tu seguro médico.

—Seguramente no me la hará. Todavía no me he hecho un seguro.

Molly se quedó boquiabierta.

—¿No tienes seguro médico?

—Pues… no.

—Estarás cubierto por el plan de la facultad.

—No. Al fin y al cabo, no soy miembro de la facultad, sino un simple postdoctorado.

—Pierre, deberías hacerte algún seguro médico. ¿Y si te pasa algo?

—Supongo que no había pensado en ello. Estoy tan acostumbrado al sistema canadiense, que me cubría de forma automática, que no se me había ocurrido hacer nada al respecto.

—¿Todavía te cubre el plan canadiense?

—En realidad es un plan provincial, el de Québec. Pero este año no he cumplido los requisitos de residencia, así que no, no estoy cubierto.

—Más vale que hagas algo pronto. Un accidente podría dejarte en la ruina.

—¿Puedes recomendarme a alguien?

—Yo no tengo ni idea. Estoy bajo el plan de la facultad. Creo que es Sanidad Secoya. Pero no sé qué compañía es mejor para seguros individuales. He visto anuncios de una que se llama Bay Area, y otra… ¿cómo era? Cóndor, creo.

—Les llamaré.

—Mañana. Hazlo mañana mismo. Mi tío se rompió una pierna y tuvieron que ponerle en tracción. No tenía seguro, y la factura fue de treinta y cinco mil dólares. No le quedó más remedio que vender su casa para pagarla.

Pierre le dio unas palmaditas en la mano.

—De acuerdo entonces. Será lo primero que haga mañana.

Por fin llegó su pizza. Pierre llevó la caja a la mesa del comedor y la abrió. Molly comía sus porciones directamente de la caja, pero a él le gustaba que le quemase el cielo del paladar, así que metía cada porción en el microondas durante treinta segundos antes de atacarla. La cocina olía a queso y pepperoni, junto con el aroma del cartón ligeramente húmedo de la caja.

Tras terminar su tercera porción, Molly preguntó, como caído del cielo:

—¿Qué opinas de los niños?

Pierre se sirvió un cuarto pedazo.

—Me gustan.

—A mí también. Siempre he querido ser madre.

Pierre asintió, sin saber qué se esperaba que dijese.

—Quiero decir —continuó Molly— que el doctorado me ocupó mucho tiempo, y… bueno, no encontraba a la persona adecuada.

—Eso pasa a veces.

Molly picó de su pizza.

—Oh, sí. Por supuesto, no es ningún problema insuperable… Me refiero a no tener un marido. Tengo un montón de amigas que son madres solteras. Sí, en su mayoría no lo planearon así, pero de todas formas lo hacen muy bien. De hecho, yo…

—¿Qué?

Ella apartó la vista.

—No, nada.

Pierre sintió curiosidad.

—Dime.

Molly lo pensó durante un rato.

—Hice algo muy estúpido… hace unos seis años, más o menos.

Pierre enarcó las cejas.

—Tenía veinticinco años y, francamente, había perdido la esperanza de encontrar un hombre con el que pudiera tener una relación a largo plazo. —Levantó la mano—. Sí, ya sé que veinticinco años son pocos, pero ya tenía seis más que mi madre cuando ella me tuvo a mí, y… bueno, no quiero entrar en detalles ahora, pero lo había pasado muy mal con los chicos, y no parecía que eso fuese a cambiar. Pero yo quería un niño, y… bueno, me acosté con algunos hombres… cuatro o cinco ligues de una noche. —Volvió a alzar la mano, como si sintiese la necesidad de hacer que pareciese menos sórdido—. Todos eran estudiantes de medicina; procuraba elegir con cuidado. Lo hice cada vez en el mejor momento de mi ciclo; sólo quería quedarme embarazada. Entiéndeme, no buscaba un marido… sino un poco de esperma.

Pierre tenía la cabeza ladeada. Estaba claro que no sabía cómo responder.

Molly se encogió de hombros.

—Pero no funcionó; no me quedé embarazada. —Miró al techo por unos momentos y tomó aire—. Sólo conseguí una gonorrea. —Suspiró ruidosamente—. Supongo que tuve suerte de no coger el sida. Dios, qué idiota fui.

La cara de Pierre debió de reflejar su sorpresa. Ya se habían acostado juntos algunas veces.

—No te preocupes. Estoy completamente curada, gracias a Dios. Hice todas las pruebas de seguimiento después de la cura con penicilina. Estoy limpia. Fue una estupidez, pero… quería un hijo.

—¿Por qué paraste?

Molly miró al suelo. Apenas se oía su voz.

—La gonorrea afectó a mis trompas de Falopio. No puedo quedarme embarazada de la manera normal; si alguna vez lo hago, tendrá que ser por fertilización in vitro…, y eso cuesta dinero. Unos diez mil por intento la última vez que miré. Mi seguro no lo cubre, pues mis trompas obturadas no son una condición congénita. Pero he estado ahorrando arriba.

—Oh.

—Yo… bueno, pensé que debías saberlo… —Calló, y se encogió de hombros otra vez—. Lo siento.

Pierre miró su porción de pizza, que ya se había enfriado, y cogió distraídamente un pimiento verde. Se suponía que estaban cortados por la mitad, pero aquel había llegado entero a una de sus porciones.

—No sé si es lo mejor, pero supongo que soy lo bastante anticuado como para creer que un niño debería tener padre y madre.

Molly encontró su mirada, y la sostuvo.

—Opino exactamente lo mismo.

A las dos de la tarde, Pierre entró en la oficina del Centro Genoma Humano… y descubrió sorprendido que había una fiesta. No bastaba con el habitual suministro de golosinas caseras de Joan Dawson: alguien había salido y comprado bolsas de nachos y galletitas de queso, y varias botellas de champán.

Apenas había entrado cuando otra genetista, Donna Yamashita, le dio un vaso.

—¿Qué celebramos? —preguntó por encima del ruido.

—Por fin han conseguido lo que querían de la Triste Hannah —contestó Yamashita con una sonrisa.

—¿Qué Hannah? —preguntó él, pero Yamashita ya se había ido para saludar a alguien. Pierre se acercó a la mesa de Joan. Ella tenía un líquido oscuro en su copa. Probablemente cola sin azúcar: como diabética, no podía beber alcohol—. ¿Qué pasa? ¿Quién es la Triste Hannah?

Joan sonrió amablemente.

—Es el esqueleto de Neanderthal prestado por la Universidad Hebrea de Givat Ram. El doctor Klimus llevaba meses intentando extraer ADN de los huesos, y hoy ha conseguido una serie completa.

El propio viejo se había acercado a ellos… y por una vez había una sonrisa en su cara ancha y con manchas hepáticas.

—Así es —dijo con su fría y seca voz. Miró a un rechoncho paleontólogo de la UCB que estaba a su lado—. Ahora que tenemos ADN Neanderthal, podremos hacer algo de verdadera ciencia sobre los orígenes humanos, en lugar de aventuradas especulaciones.

—Eso es maravilloso —replicó Pierre por encima del estruendo de los reunidos—. ¿Qué antigüedad tienen los huesos?

—Sesenta y dos mil años —dijo Klimus triunfalmente.

—Pero el ADN se habrá degradado tras todo ese tiempo.

—Eso es lo bueno del lugar donde encontraron a la Triste Hannah. Murió en una cueva, quedando completamente aislada… Era toda una buena mujer de las cavernas. Las bacterias aeróbicas de la cueva consumieron todo el oxígeno, así que ha pasado los últimos sesenta mil años en un entorno libre de oxígeno, lo que impidió que sus pirimidinas se oxidasen. Hemos recuperado veintitrés pares de cromosomas.

—¡Menuda suerte! —dijo Pierre.

—Claro que sí —contestó Dona Yamashita, que había vuelto a aparecer junto al codo de Pierre—. Hannah contestará a muchas preguntas, incluyendo la gran cuestión de si los Neanderthal eran una especie separada, Homo neanderthalensis, o sólo una subespecie de la humanidad moderna, Homo sapiens neanderthalensis, y…

Klimus cortó a Yamashita.

—… y podremos decir si murieron sin dejar descendencia, o si se cruzaron con el hombre de Cro-magnon, mezclando sus genes con los nuestros.

—Es estupendo.

—Por supuesto, quedarán muchas preguntas sin contestar sobre los Neanderthal, como detalles de su aspecto físico, cultura y demás. Pero hoy es un día notable. —Klimus dio la espalda a Pierre, y en una inesperada muestra de exuberancia, golpeó el borde de su copa con su pluma Mont Blanc—. ¡Escuchen todos! ¡Atiendan, por favor! ¡Quisiera proponer un brindis…! ¡por la Triste Hannah, que pronto será la Neanderthal mejor conocida de la historia!