—Avi Meyer —dijo una voz familiar con acento de Chicago.
—Avi, soy Pierre Tardivel, del LNLB —Pierre apretó el botón de transmisión de su fax.
—Eh, Pierre. ¿Qué hay de nuevo con Klimus?
—Nada, pero…
—Nosotros tampoco tenemos nada todavía. Tengo un agente en Kiev, trabajando con archivos de su época en campamentos de refugiados, aunque…
—No, no, no. Klimus no es Ivan Marchenko.
—¿Qué?
—Estaba equivocado. No es Marchenko.
—¿Seguro?
—Positivamente.
—Maldita sea, Pierre. Llevamos meses en esto por su insistencia…
—He visto a Marchenko. Cara a cara.
—¿En Berkeley?
—No, en San Francisco. Y Molly le vio en la calle, con una gabardina.
—¿Qué es esto? ¿La nueva versión de las apariciones de Elvis? —Avi resopló ruidosamente. Su tono dejaba claro que lamentaba haberse dejado liar por un sabueso aficionado—. Mierda, ¿a quién va a señalar ahora? ¿A Ross Perot? Tiene orejas de jarra, después de todo. ¿O a Patrick Stewart? Ése sí que es un calvo de aspecto sospechoso. ¿Qué tal el Papa? El muy jodido tiene acento de Europa Oriental, y…
—En serio, Avi. Le he visto. Ahora se hace llamar Abraham Danielson. Es el fundador de una compañía llamada Seguros Médicos Cóndor.
Ruido de teclas al fondo.
—No tenemos expediente de nadie con ese nombre, y… ¿Cóndor? ¿No es la gente de esa póliza de aborto que no le gusta? Maldita sea, Pierre, le dije que no fuese jodiendo al Departamento de Justicia. Podría hacer que le encerrasen por esto. Primero nos pone sobre la pista de su jefe porque le ha cabreado de alguna forma, y ahora nos azuza contra el tipo cuya compañía ofende su delicada sensibilidad…
—No, le digo que esta vez no hay duda.
—Claro, claro.
—Hablo en serio, joder. Ese tipo es un monstruo…
—Porque fomenta los abortos.
—Porque es Ivan Grozny. Porque dirige el Reich Milenario. Y porque ha ordenado la ejecución de miles de personas aquí en California.
—¿Puede probarlo? ¿Puede probar una palabra de todo eso? Porque si no puede…
—Compruebe su fax, Avi.
—¿Qué? Oh… un segundo. —Pierre pudo oír cómo Avi dejaba el auricular y se movía por su despacho. Un momento después volvió a coger el aparato—. ¿De dónde ha sacado esta foto?
—La tomó un periodista del San Francisco Chronicle.
—¿Es… cómo ha dicho que se llamaba, Abraham Danielson?
—El mismo.
—Mierda, se parece a Marchenko.
—A mí me lo va a contar —dijo Pierre con satisfacción.
—Haré que mi ayudante revise sus papeles de inmigración; puede que lleve un par de semanas. Pero si esto no funciona, Pierre…
—Ya sé, ya sé… deportación instantánea.
Amanda todavía no había dicho nada en voz alta, aunque, de acuerdo con Molly, podía articular mentalmente varios cientos de palabras… muchas más de las que tenía que aprender en el lenguaje de signos.
Era sábado por la tarde, la hora de la visita semanal de Klimus. El viejo llegó a las tres. No llevaba ningún regalo para Amanda (nunca lo hacía), pero sí su habitual libretita de notas en el bolsillo delantero. Se sentaba en el sofá, tomando notas sobre el comportamiento de Amanda y su aptitud para comunicarse con las manos. Molly debía mantener a la niña alejada de su zona: Amanda entendía que, a menos que estuviese cerca de su madre, ella no podía leer sus pensamientos, pero no entendía que tal habilidad era un secreto, así que Molly mantenía las distancias, esperando que nada en el comportamiento de la niña le diese una pista a Klimus.
A las dos horas, Klimus se levantó para marcharse, pero Molly se puso a su lado.
—Por favor, quédese.
Klimus parecía sorprendido. Estaba acostumbrado a la hostilidad de Molly y Pierre.
—¿Para qué?
—Para charlar un poco, nada más —dijo Molly, inclinándose más hacia él.
—¿Sobre qué?
—Oh, esto y aquello… Cosas. Realmente no nos conocemos mucho… y bueno, si va a ser parte de la familia, creí que deberíamos…
—Soy un hombre muy ocupado.
Pero Pierre se sentó también, en una silla frente a la cama.
—Hemos puesto más café. Estará en un minuto.
Klimus exhaló y extendió los brazos.
—Muy bien.
Amanda gateó hasta su madre y empezó a subírsele al regazo, pero Molly impidió que siguiera avanzando.
—Ve con tu padre —dijo. Obviamente, Amanda pensaba que aquel regazo a mano era tan bueno como el de su padre, pero al fin pareció encogerse de hombros y se acercó a Pierre, que la sentó sobre él.
—Cuéntenos algo de usted.
—¿Por ejemplo?
—Oh, no sé. ¿Qué programas de televisión le gustan?
—Sólo veo 60 minutos. Todo lo demás es basura.
Las cejas de Pierre se alzaron. 60 minutos había sido el primer programa en hablar de Ivan Marchenko. Por eso Klimus conocía el nombre.
—Pues bien —dijo Klimus torpemente—. ¿Y cómo están sus amigos los Lagerkvist?
—Estupendamente. Ingrid está hablando de pasarse a la práctica privada.
—Ah. ¿Se quedaría en Berkeley?
—Si los Lagerkvist tienen algún plan de mudarse, lo guardan en secreto. —Molly hizo una pausa—. Los secretos son muy interesantes, ¿verdad? —Miraba directamente a Klimus—. Lo que quiero decir es que todos tenemos secretos: yo los tengo, Pierre también… incluso la pequeña Amanda, estoy segura. ¿Y qué hay de usted, Burian? ¿Cuál es su secreto?
«¿De qué va?» pensaba Klimus.
—Ya sabe… algo profundo, escondido…
Está loca si piensa que voy a hablarle de mi vida privada…
—No sé qué espera que le diga, Molly.
—Bueno, nada en realidad. Sólo estoy divagando. Me preguntaba qué es lo que hace ponerse en marcha a un hombre como usted. Ya sabe que soy psicóloga. Tendrá que perdonarme que me sienta intrigada por la mente de un genio.
Así está mejor. Un poco de respeto.
—La gente normal tiene todo tipo de secretos… cosas sexuales…
Cristo, ni siquiera recuerdo la última vez que lo hice…
—Secretos financieros… tal vez alguna pequeña trampa en la declaración…
No más que cualquier otro…
—O secretos relacionados con sus trabajos…
El de profesor universitario es el mejor trabajo del mundo: viajes, respeto, un dinero decente, poder…
—… o con su investigación…
No últimamente.
—Su investigación más temprana…
De todas formas, el premio tenía que ser para mí.
—¿Su… su Premio Nobel, quizá?
Tottenham se llevó el secreto a la tumba…
Molly le miró directamente a los ojos.
—¿Tottenham?
La piel de pergamino de Klimus adquirió un poco de color.
—Tottenham…
—¿Quién es ese hombre?
Mujer.
—¿O esa mujer?
Cristo, qué es…
—No conozco a nadie que se llame…
Amanda estaba jugando con los dedos de Pierre. Él habló en voz alta.
—Tottenham… ¿no será Myra Tottenham?
Molly miró a su marido.
—¿Conoces ese nombre?
Pierre frunció el ceño, pensando. ¿Dónde lo había oído antes?
—Una bioquímica de Stanford en los años sesenta. Hace poco leí un viejo artículo suyo sobre mutaciones sin sentido.
Los ojos de Molly se estrecharon. Había estudiado la biografía de Klimus en el Quién es quién como preparación para aquello.
—¿No estuvo usted en Stanford durante los sesenta? ¿Qué le pasó a Myra Tottenham?
—Oh, esa Tottenham —dijo Klimus encogiéndose de hombros. Murió en 1969, creo. Leucemia.
Puta frígida.
Molly arrugó la frente.
—Myra Tottenham. Un nombre bonito. ¿Trabajaban juntos?
Intenté trabajármela.
—No.
—Es triste cuando alguien muere así.
No para mí.
—Las personas mueren todo el tiempo, Molly. —Klimus se puso en pie—. Ahora, tengo que irme.
—Pero el café… —dijo Pierre.
—No, no. Me voy ya. Adiós.
Molly acompañó a Klimus a la puerta. Una vez se hubo ido, ella volvió al salón y dio una palmada. Todavía en brazos de su padre, Amanda se volvió para mirarla, sorprendida por el ruido.
—¿Y bien?
—Sé que nunca podré sacarte del hockey… pero la pesca es mi deporte favorito.
—¿Está muy lejos Stanford?
Molly se encogió de hombros.
—No mucho. Unos sesenta kilómetros.
Pierre besó a su hija en la mejilla y le habló con voz consoladora.
—Pronto no tendrás que ver a ese viejo malo.
Pierre no podía hacer el trabajo por sí mismo, ya que requería una mano demasiado firme. Pero el LNLB tenía un estupendo taller: se hacía una gran variedad de trabajo en el laboratorio, y las peticiones de herramientas y piezas de diseño especial eran muy habituales. Pierre hizo que Shari dibujase un esquema según su descripción verbal, y después tomó el autobús hasta la UCB, donde hizo una visita a Stanley Hall, sede del laboratorio de virus de la universidad. Había acertado: allí tenían las jeringuillas más estrechas que había visto jamás. Consiguió unas cuantas y volvió al taller.
El responsable del taller, un ingeniero mecánico llamado Jesús DiMarco, examinó el tosco esquema de Pierre y sugirió tres o cuatro refinamientos, tras lo cual cursó la orden de trabajo. El LNLB era un laboratorio del gobierno, y todo generaba papeleo… aunque no tanto como hubiese hecho en Canadá.
—¿Cómo va a llamar a este aparato? —preguntó.
Pierre frunció el ceño, pensando.
—Digamos que es un zumbador de broma.
DiMarco rio entre dientes.
—Bastante ingenioso —dijo.
—Llámeme Q.
—¿Cómo?
—Ya sabe… —Pierre silbó el tema musical de James Bond.
DiMarco se rio.
—Ah, ya. Venga a partir de las tres. Estará listo.
—Redacción —dijo la voz masculina.
—Con Barnaby Lincoln, por favor. Es un redactor financiero.
—Ha salido, y… oh, espere. Ahí viene. —La voz gritó en el teléfono; Pierre odiaba a la gente que no se apartaba el auricular de la boca al gritar—. ¡Barney! ¡Tienes una llamada! —El auricular cayó sobre una superficie dura, y alguien lo recogió momentos después.
—Aquí Lincoln.
—Barnaby, soy Pierre Tardivel.
—¡Pierre! Me alegra oírle. ¿Ha pensado en lo que hablamos?
—Suena interesante, sí. Pero no le llamo por eso. Ante todo, gracias por las fotos de Danielson, eran estupendas.
—Por eso me pagan la fortuna que me pagan —dijo Lincoln en tono de póquer.
—Necesito que haga algo más por mí.
—¿Sí?
—¿Va a entrevistar pronto a Abraham Danielson?
—Buenooo… no he entrevistado al viejo desde… demonios desde hace seis años.
—¿Le atendería si llamase?
—Supongo que sí.
—¿Puede organizar una entrevista? ¿Puede verle, aunque sean cinco minutos?
—Claro, ¿pero por qué?
—Hágalo. Pero pase por mi laboratorio antes de ir. Se lo explicaré todo aquí.
Lincoln se lo pensó por un momento.
—Más vale que sea una buena historia.
—¿Puede decir «Pulitzer»? —contestó Pierre.
La recepcionista acompañó a Barnaby Lincoln hasta el despacho.
—Barney —dijo Abraham Danielson, levantándose de su silla de cuero.
Lincoln avanzó, tendiendo la mano.
—Gracias por recibirme con tan poca antelación.
Danielson miró la mano de Lincoln. Éste la mantuvo extendida. Finalmente, le dio un firme apretón.
Pierre se había quedado trabajando en casa: últimamente era engorroso ir al LNLB, pues Molly tenía que llevarle en coche. Decidió ir al salón para reponer sus existencias de Diet Pepsi. El café era una forma demasiado peligrosa de conseguir su cafeína de la mañana: ahora volcaba su bebida al menos una vez por semana ahora, y no quería escaldarse. Y la Pepsi normal tenía mucho azúcar: arruinaría el teclado o el ordenador si se le cayese encima. Pero el aspartamo no era conductivo; aunque podía pringarlo todo, no arruinaría el sistema electrónico. Por supuesto, hizo bastante ruido al subir los escalones, pero el lavaplatos estaba en marcha y su traqueteo ahogaba los demás sonidos. Cuando entró en la sala, vio que Molly estaba sentada con Amanda en el sofá. Molly estaba diciéndole algo a la niña que Pierre no pudo entender, y Amanda parecía estar concentrándose mucho.
Las contempló por un momento, alegrándose de, al menos hasta cierto punto, haber dejado de sentir celos por la proximidad de su esposa con Amanda. Sí, seguía doliéndole no poder comunicarse con ella como le gustaría, pero había llegado a comprender lo importante que era aquella relación especial entre Molly y Amanda. Amanda parecía totalmente cómoda con la habilidad de Molly para meterse en su mente y oír sus pensamientos; casi era un alivio para la niña poder comunicarse sin esfuerzo con otro ser humano. Y el vínculo de Molly con su hija iba incluso más allá de lo normal entre madres e hijos; ella podía tocar la misma mente de Amanda.
Pierre seguía pensando principalmente en francés, y sabía, puesto que casi siempre hablaba en inglés, que a cierto nivel subconsciente lo hacía como defensa contra la lectura de sus pensamientos. Pero Amanda había aceptado la habilidad de su madre desde el principio, y no erigía ninguna barrera; tenían una intimidad que lo trascendía todo… y Pierre se alegraba al menos de eso. Su esposa ya no se sentía torturada por su don, sino que agradecía tenerlo. Y Pierre sabía que cuando él no estuviese, Molly y Amanda seguirían estando unidas para apoyarse entre sí y para enfrentarse juntas al futuro, casi como si fuesen una.
—Inténtalo otra vez —decía Molly, de espaldas a Pierre—. Puedes hacerlo.
Pierre entró en el salón.
—¿Qué estáis tramando?
Molly levantó la mirada, sorprendida.
—Nada —dijo con demasiada rapidez—. Nada. —Parecía avergonzada. Amanda tenía los ojos muy abiertos, como cuando era sorprendida haciendo algo malo.
—Pareces el gato que se comió el canario —dijo Pierre con una sonrisa divertida—. ¿Qué es…?
Sonó el teléfono, y Molly se levantó de un salto.
—Ya lo cojo yo —dijo yendo a la cocina—. ¡Pierre! ¡Es para ti!
Él entró cuidadosamente en la cocina. El ruido del lavaplatos era irritante, pero le llevaría varios minutos ir a otra habitación.
—¿Diga?
—¿Pierre? Soy Avi.
Molly volvió al salón; Pierre pudo oír que volvía a hablar con Amanda en tono de conspiración.
—Hemos encontrado los registros de inmigración de Abraham Danielson. Usted tenía razón, no es su verdadero nombre. Pero eso no es raro; muchos inmigrantes cambiaron sus nombres al llegar aquí después de la guerra. Según su solicitud de visado, su nombre es Avrom Darylchenko. Nacido en 1911, el mismo año que Ivan Marchenko. Aunque Klimus también nació aquel año, y no demuestra nada. Estaba viviendo en Rijeka cuando solicitó venir aquí.
—De acuerdo.
—No encontramos nada anterior a 1945 sobre Avrom Darylchenko, pero eso tampoco prueba una mierda. Muchos archivos se perdieron durante la guerra, y hay toneladas de material en la vieja Unión Soviética que nadie ha mirado todavía. De todas formas, es interesante que lo último que tenemos sobre Ivan Marchenko sea la declaración de Nikolai Shelaiev de que le vio en Fiume en 1944, y que lo primero de Avrom Darylchenko sea su solicitud de visado el año siguiente.
—¿Está muy lejos Rijeka de Fiume?
—Yo me preguntaba lo mismo; al principio no podía encontrar Fiume en mi atlas, y es que resulta que, no se lo pierda, Fiume y Rijeka son el mismo lugar. Fiume es el viejo nombre italiano de la ciudad.
—Jesús. ¿Y qué van a hacer ahora?
—Voy a enseñar la foto a los supervivientes de Treblinka. Mañana vuelo a Nuevo México para ver a uno de ellos, y después iré a Israel.
—¿No puede enviar la foto por fax a la policía de allí?
—No, quiero hacerlo personalmente. Quiero ver a los testigos cuando les enseñe la foto. La jodimos en el caso Demjanjuk por no llevar bien las identificaciones. Yoram Sheftel, el abogado israelí de Demjanjuk, dice que en todos sus años en el negocio no ha visto nunca a la policía de Israel llevar bien una identificación fotográfica. En el caso Demjanjuk, mezclaron su fotografía con otras siete, pero algunas de las fotos eran más grandes o más claras que otras, y muchas no se parecían en nada al hombre descrito por los testigos. Esta vez voy a supervisarlo todo, paso a paso. Así no habrá cagadas. —Una pausa—. En cualquier caso, tengo que ir.
—Espere… una cosa más.
—¿Quién es usted, Colombo?
Al menos era una mejora sobre la asunción generalizada de que era un vendedor.
—Cuando tienen a alguien en custodia, ¿qué registros de identificación guardan?
—¿A qué se refiere?
—Llevan archivos, ¿no? La caza de nazis consiste en demostrar identidades. Supongo que si tienen a alguien en custodia, tomarán medidas para asegurarse de que pueden identificar a esa persona años después si es necesario.
—Claro, tomamos las huellas digitales, incluso algún examen retinal…
—¿Toman muestras de tejido para la identificación del ADN?
—Ese tipo de pruebas no es legal.
—Eso no es una respuesta directa. ¿Lo hacen? Es bastante fácil, después de todo. Sólo hacen falta unas cuantas células. ¿Lo hacen?
—Entre nosotros, sí.
—¿Lo hacían ya en los 80?
—Sí.
—Entonces tendrán una muestra de tejido de John Demjanjuk en sus archivos.
—Supongo. ¿Por qué?
—Consígala. Haga que la envíen a mi laboratorio por mensajero.
—¿Por qué?
—Simplemente hágalo. Si tengo razón… si tengo razón, podré aclarar el misterio de lo que fue mal en el juicio de Ivan el Terrible en Jerusalén hace tantos años.