Pierre entró por la puerta principal. Molly se apresuró a recibirle, con la pequeña Amanda gateando tras ella.
—¿Qué?
Pierre resopló, sin saber cómo dar la noticia.
—Es un clon.
Aunque había sido la primera en sospecharlo, Molly puso unos ojos como platos.
—Ese cabronazo.
Pierre asintió.
Amanda había llegado hasta su padre. Le miró con sus grandes ojos pardos, levantando los brazos hacia él.
Pierre miró hacia abajo.
Amanda.
Amanda Hélène Tardivel-Bond.
O…
O la Triste Hannah II.
La niña seguía levantando los brazos. Parecía confusa al ver que no la recogía.
No, maldita sea, pensó Pierre. Es Amanda… es mi hija.
Se agachó y la levantó del suelo. Ella le puso los brazos alrededor del cuello y se retorció de alegría. Pierre la sujetaba con una mano y revolvía su pelo castaño con la otra.
—¿Cómo te va? ¿Cómo está la chica de papá?
Amanda le sonrió. Hubiese querido llevarla al sofá del salón, pero era arriesgado. En lugar de ello la bajó al suelo, cogió su manita y recorrieron juntos el largo trecho. Pierre se sentó y Amanda se puso sobre su regazo.
Molly entró en la habitación y se sentó en la butaca de enfrente.
—¿Y qué hacemos ahora?
—No lo sé. Ni siquiera sé si debemos hacer algo.
—¿Después de lo que ha hecho?
Pierre levantó una mano.
—Lo sé. ¿Crees que no me importa? Dios, me siento como si hubiese violado a mi mujer. Quiero retorcerle el cuello, matarle con mis propias manos, pero…
—¿Pero qué?
—Pero hay que pensar en Amanda —acarició la cabeza de su hija, arreglando el pelo que él había revuelto antes—. Si vamos a por Klimus, puede que se sepa la verdad sobre ella.
Molly reflexionó.
—Tenemos que sacarle de nuestras vidas… no quiero que venga aquí para estudiarla. Mira, cuando se entere de que sabemos la verdad, tendrá que ceder. Lo que hizo fue contrario a la ética…
—Absolutamente.
—… así que se arriesga a perderlo todo si se descubre: su posición en el LNLB, sus contratos de consultoría… todo.
—¿Pero y si se descubre la verdad sobre Amanda?
—No lo sé. ¿No podríamos irnos de aquí? ¿Ir a Canadá y cambiar nuestros nombres? ¿Puedes volver a Canadá, no?
Pierre asintió.
—Sé que querías quedarte aquí, pero…
Pierre meneó la cabeza.
—Eso no importa. Haré lo que sea por mi hija… lo que sea —abrazó contra su pecho a Amanda, que ronroneó de placer.
—Profesor Klimus —dijo Pierre, en tono seco. Había pretendido mostrarse tranquilo y razonable, pero bastó con la visión del viejo para hacer que le hirviese la sangre.
Klimus levantó la vista. Sus ojos pardos pasaron de Pierre a Molly. Echó atrás su cabeza calva abajo y volvió la página de la revista abierta sobre su mesa.
—Estoy muy ocupado. Si quieren verme, tendrán que concertar una cita con mi secretaria.
Molly cerró la puerta del despacho.
—¿Cómo pudo hacerlo? —preguntó Pierre apretando los dientes.
Klimus alargó la mano hacia el teléfono.
—Creo que llamaré a seguridad.
Pierre le arrebató el auricular y lo puso violentamente en su sitio.
—No va a llamar a nadie. Le he preguntado cómo fue capaz de hacerlo.
—¿Hacer qué? —dijo Klimus, intentando fingir inocencia. Se frotó la mano de la que Pierre le había arrancado el teléfono.
—No intente jugar con nosotros. Conseguí una muestra del ADN de la Triste Hannah. Es el mismo que el de Amanda.
Klimus se inclinó hacia delante.
—Sí, es el mismo. ¿Qué le hizo sospecharlo?
—¿Y eso qué mierda importa ahora?
—Es el centro de la cuestión, ¿no? —dijo Klimus, abriendo los brazos—. Algo les hizo ver que el espécimen infantil no era un Homo sapiens sapiens. ¿Qué fue?
—«Espécimen infantil» —repitió Molly, estremecida—. No la llame así.
—¿Cómo supo que no era su hija?
—¡Maldita sea! ¡Dios…! —Pierre soltó un torrente de obscenidades en francés, incapaz de contenerse—. ¡Se sienta tan tranquilo, haciéndonos preguntas! ¡Debería partirle en dos, viejo de mierda!
Klimus encogió sus anchos hombros.
—Hacer preguntas es el trabajo de un científico.
—¿Científico? Usted no es un científico, es un monstruo.
Klimus se levantó.
—Usted, mocoso… Soy Burian Klimus —pronunció su nombre como una oración—. No se atreva a hablarme así. Puedo hacer que no vuelva a trabajar en ningún laboratorio del mundo.
Molly tenía la cara roja y respiraba entrecortadamente.
—Burian… confiábamos en usted.
—Querían un bebé, y lo tuvieron. Querían fertilización in vitro, un proceso caro, y la consiguieron gratis.
Pierre abría y cerraba los puños.
—Bastardo… no siente ningún remordimiento por lo que ha hecho.
—Lo que he hecho es maravilloso. No ha habido un niño como el espécimen infantil desde la Edad de Piedra.
—Deje de llamarla así, maldita sea —dijo Molly—. Es mi hija.
—Dígalo de nuevo.
—Basta… ni lo intente —dijo Pierre—. Sí, queremos a Amanda… pero eso no tiene nada que ver.
—Lo tiene todo que ver con ello. Y también con que usted, doctor Tardivel, va a sentarse y cerrar la boca.
—No voy a callarme. Voy a hablar con el director del LNLB y con la policía.
—No va a hacer nada de eso. Tendría que explicar la naturaleza de su queja… y eso significaría desvelar la naturaleza de la niña —Klimus se volvió hacia Molly, con expresión de suficiencia—. ¿De verdad quiere que su hija se convierta en una atracción pública, señora Bond?
—Cree que es su as en la manga, ¿verdad? —dijo Pierre—. Pues se equivoca. Estamos preparados para contar la verdad a cualquiera que pueda encerrarle.
—Haremos que le metan en la cárcel —siguió Molly—. Y después iremos a Canadá y cambiaremos de nombre… estoy segura de que le suena.
Klimus no pestañeó.
—Les aconsejo que no lo hagan. Si quieren lo mejor para el espécimen infantil…
—Ya me he hartado, hijo de puta —dijo Pierre. Cogió el teléfono, marcando el número del director del LNLB.
—Es decisión suya —dijo Klimus, encogiéndose de hombros—. Por supuesto, creí que ustedes preferirían evitar una batalla legal por la custodia.
—Cust… —los ojos de Molly se ensancharon—. No sería capaz.
—La niña es un clon, doctora Bond. Puede que usted la alumbrase, pero no es su madre biológica; no está emparentada con ninguno de ustedes.
—¿Dígame? —se oyó una voz masculina al otro extremo del teléfono.
—Usted decide, Tardivel. Estoy preparado para luchar hasta el final.
Pierre le miró fijamente, pero colgó el teléfono.
—Nunca podría ganar.
—¿No? El pariente más cercano de Amanda es la Triste Hannah… y los restos de Hannah están bajo la custodia legal del Instituto de los Orígenes Humanos, por un acuerdo con el gobierno de Israel. La doctora Bond no es más que una madre sustituta… y por lo general los tribunales no les reconocen muchos derechos.
Molly se volvió a Pierre.
—No puede hacerlo, ¿verdad? No puede llevarse a Amanda.
—Es usted un bastardo —dijo Pierre.
—Yo no —contestó Klimus, encogiéndose de hombros—. Si está en duda la filiación de alguien, es la de Amanda. Ahora, creo que les he preguntado cómo se dieron cuenta de que no era hija suya. Espero una respuesta —alargó la mano hacia el teléfono—. O puede que sea yo quien llame al director. Cuanto antes empecemos esta batalla legal, antes la terminaremos.
Pierre volvió a tirar del aparato.
—Veo que prefieren mantener la discreción. Muy bien, díganme cómo descubrieron la genealogía de Amanda.
La cara de Pierre estaba roja, y sus puños se abrían y cerraban espasmódicamente. Molly no dijo nada.
—Es una niña muy fea, ya lo sé —dijo Klimus.
—Maldito sea… monstruo —contestó Molly—. Es preciosa.
Klimus no pareció oírlo. Hablaba en tono circunspecto, mirando a uno y a otro.
—Sí, teníamos ADN de Neanderthal, pero quedaban muchas preguntas que no podíamos contestar. ¿Eran capaces de hablar, por ejemplo? Hay un gran debate al respecto entre los antropólogos… deberían oír a Leakey y Johanson discutiéndolo. Bueno, ahora lo sabemos, no podían hablar en voz alta. Probablemente tenían su propio y eficaz lenguaje de signos. Veremos si Amanda aprende el Ameslan* más rápido de lo normal. Puede que tenga más aptitudes que nosotros para comunicarse mediante signos. Y la mayor pregunta de todas: ¿son la misma especie que nosotros? Es decir, ¿era el hombre de Neanderthal el Homo sapiens neanderthalensis, sólo una subespecie, capaz de producir descendencia fértil con un humano moderno? O era algo totalmente distinto, Homo neanderthalensis. Quizás capaz de tener un hijo estéril con un humano moderno, de la misma forma en que un caballo y un asno pueden producir una mula, pero no de tener descendientes fértiles. Bueno, lo averiguaremos en cuanto Amanda llegue a la pubertad.
—Que le jodan —dijo Molly.
—Sería una opción.
Ella se abalanzó contra Klimus, dispuesta a matarle. Pierre se interpuso, agarrando a su mujer y haciendo que se sentase de nuevo.
—Ahora no —le dijo.
—Seguiremos con la charada de que es su hija —dijo Klimus sin inmutarse—. Pero la visitaré cada semana y llevaré un registro de su crecimiento y sus aptitudes intelectuales. Cuando llegue el momento de publicar esa información, lo haré como haría usted, doctora Bond, en un caso de estudio psicológico, refiriéndome al espécimen infantil meramente como «niño A». Ustedes no emprenderán ninguna acción contra mí; si lo hacen, entablaré una lucha por la custodia que hará que la defensa de O.J. Simpson parezca el primer caso de un abogado del turno de oficio —se volvió hacia Pierre—. Y usted, doctor Tardivel, no volverá a hablarme en ese tono nunca más. ¿Estamos de acuerdo?
Pierre, furioso, no dijo nada.
Molly miró a su marido.
—No dejes que se la lleve. Cuando…
Se detuvo bruscamente, pero a veces es posible leer las mentes sin tener el beneficio de un capricho genético. Cuando tú no estés, será todo lo que me quede.
—De acuerdo —dijo él, con la mandíbula crispada—. Vámonos, Molly.
—Pero…
—Vámonos.
—Hasta el sábado —dijo Klimus—. Ah, llevaré equipo para tomar muestras de sangre. Supongo que no les importará.
—Jodido cabrón.
—Palos y piedras rompen los huesos —repuso Klimus, encogiéndose de hombros—. Pero los de Amanda me pertenecen**.
Molly se levantó, con la cara completamente roja.
—Vamos —dijo Pierre.
Salieron del despacho. Pierre dio un portazo y aferró la mano de su esposa antes de empezar a andar por el pasillo. Llegaron a su laboratorio; Shari no estaba.
—Maldito sea —dijo Molly, rompiendo a llorar—. Maldito sea, maldito sea, maldito sea. Tenemos que encontrar alguna forma de librarnos de él. Si hubiese un caso de asesinato justificado, sería éste.
—No digas eso.
—¿Por qué no? Sé que piensas lo mismo.
—Antes no estaba seguro, pero ahora sí. Este tipo de experimentos es puro y jodido Hitler. Klimus tiene que ser Marchenko —abrazó a su esposa—. No te preocupes, va a morir, sí. Pero no le mataremos nosotros. Lo harán los israelíes, colgándole por sus crímenes de guerra.