El funeral de Joan Dawson se celebró dos días después en una iglesia episcopaliana. Pierre y Molly asistieron. Mientras esperaban a que empezase el servicio, Pierre se encontró luchando para contener las lágrimas; Joan había sido siempre tan amable, tan amistosa, tan servicial…
Burian Klimus llegó a la iglesia. No parecía correcto aprovechar una ocasión tan solemne, pero Molly no tenía muchas oportunidades de verle. Cuando el anciano se sentó en un banco al fondo, ellos se pusieron a su lado, con Molly junto a él.
—Es una pena —dijo ella en voz baja.
Klimus asintió.
—Pero qué vida tuvo. Alguien me ha dicho que Joan nació en 1929. No puedo imaginar lo aterrador que debió de ser para una niña de diez años ver cómo el mundo iba a la guerra.
—No más difícil que para un hombre de veintiocho años —dijo secamente Klimus.
—Perdone —contestó Molly—. ¿Dónde estuvo usted durante la guerra?
—En Ucrania, sobre todo. —Y Polonia.
—¿Estuvo usted en Polonia? —Klimus la miró—. La, bueno, la familia de mi padre estuvo allí.
—Sí, durante un tiempo.
—Había un campo allí… Treblinka.
—Había varios campos.
—Unos lugares terribles. —Molly intentó otra aproximación—. «Burian»… ¿es el equivalente ucraniano de «John»? Todos los idiomas parecen tener su versión de ese nombre: «Jean» en francés, «Ivan» en ruso…
—No. En ucraniano, «John» también es «Ivan». —Klimus pareció embarazado por un momento—. «Burian» significa en realidad «vive cerca de las hierbas».
—Oh, me encantan los nombres ucranianos. Son tan musicales. Klimus, Marcynuk, Toronchuk, Mymryk… Marchenko.
Ivan Marchenko, pensó Klimus, formando espontáneamente el nombre.
—Sí, supongo que lo son.
—La guerra debió de ser terrible, y…
—No me gusta pensar en ello, y… oh, discúlpeme. Allí está el Decano Cowles; tendría que ir a saludarle. —Klimus se levantó y se alejó de ellos.
Mientras circulaban hacia el cementerio, Pierre se volvió para mirar a su esposa.
—¿Qué tal? ¿Hubo suerte?
Molly se encogió de hombros.
—No sé qué decir. Desde luego, no pensaba nada como, «eh, en realidad soy Ivan el Terrible y maté a cientos de miles de personas». Tampoco es ninguna sorpresa, mucha gente que ha hecho cosas terribles en el pasado ha elaborado complejos mecanismos de defensa psicológica para impedir que los recuerdos afloren a su mente. Eso sí, conoce el nombre «Ivan Marchenko»: enseguida unió las palabras en su cabeza.
Pierre frunció el ceño.
—Bien, veré a Avi Meyer esta tarde. Puede que tenga respuestas concretas sobre el pasado de Klimus.
Avi Meyer voló directamente a San Francisco desde Kentucky, donde había estado investigando a algunos miembros octogenarios del KKK. Había acordado reunirse con Pierre en Skates, en el paseo marítimo de Seawall Drive. El restaurante daba a la Bahía, apoyado en unos pilares que no parecían lo bastante fuertes para sostenerlo. Las gaviotas se posaban en el borde del tejado, intentando mantenerse a pesar del viento. Era media tarde, y el cielo estaba oscurecido. Consiguieron una mesa junto a uno de los ventanales, viendo San Francisco al otro lado de las aguas.
—Muy bien, agente Meyer —dijo Pierre en cuanto se sentaron—. Sé que es usted una especie de cazador de nazis. También sé que fui atacado, y que mi amiga Joan Dawson está muerta. Dígame cuál es la relación, y por qué está fisgando en el LNLB.
Avi sorbió su café. Miró más allá de las plantas colgantes, hacia el exterior. Un avión de carga volaba a través de la Bahía, en dirección a Alameda.
—Vigilamos sistemáticamente los laboratorios genéticos de universidades y corporaciones.
—¿Qué?
—También echamos una mirada a los departamentos de física, ciencias políticas, y algunas otras áreas.
—¿Para qué?
—Son los sitios donde hay más posibilidad de que acabe un nazi. No hace falta que le diga que siempre ha habido una cierta controversia acerca de la investigación genética. Crear una raza superior, discriminación basada en la composición genética…
—¡Oh, venga!
—Usted mismo mencionó a Felix Sousa…
—Él no pertenece al CGH; es sólo un profesor de bioquímica de la universidad, y además…
—… y además está Philippe Rushton, en su Canadá natal, dándole un nuevo significado a lo del «Gran Norte Blanco».
—Rushton y Sousa son demasiado jóvenes para ser nazis.
—Las universidades están llenas de gente que se oculta de una cosa o de otra; en Canadá, la mitad de sus profesores llegaron huyendo del reclutamiento para la guerra de Vietnam.
—Igual que su presidente, por amor de Dios.
Avi se encogió de hombros.
—¿Ha visto El extraño, la película de Orson Welles? Es sobre un nazi que trabaja como profesor en un colegio americano. Podría contarle cien casos reales parecidos.
—Y por eso piensa que Burian Klimus es Ivan Marchenko.
La pequeña boca de Avi se quedó abierta.
—Es usted bueno —dijo por fin.
—Necesito saber si es cierto.
—¿Por qué tanto interés? He revisado sus expedientes de McGill y la Universidad de Toron…
—¿Que ha hecho qué?
—No fue un activista universitario, ni pertenecía a ningún grupo de justicia social. ¿Por qué le importa lo que pudo hacer Klimus hace medio siglo? Un francófono de Montreal… ¿Por qué iba a preocuparse?
—Maldita sea, ya le dije que no soy antisemita. Puede que haya un problema con eso en Québec, pero yo no soy parte de él. —Pierre intentó tranquilizarse—. Mire, he visto fotos de Demjanjuk. Sé el aspecto que tenía en su juventud, y que se parecía a Klimus.
Una camarera se acercó a ellos.
—Sprite —dijo Pierre. Ella asintió y se marchó.
—Klimus se parece todavía más a Marchenko que Demjanjuk —explicó Avi.
Pierre parpadeó.
—¿Tienen fotografías de Marchenko? —Ninguno de los artículos del banco de datos mencionaba su existencia.
—Los israelíes tienen el expediente SS de Marchenko desde 1991. —Abrió su maletín, sacó un sobre de papel manila, y extrajo dos hojas. La primera era una fotocopia de un formulario de aspecto antiguo, con una pequeña foto de cabeza y hombros en el ángulo superior izquierdo. La segunda era una ampliación de la foto: mostraba a un hombre de unos treinta años, cara ancha (retorcida por un ceño cruel), calvicie incipiente y orejas protuberantes.
Las cejas de Pierre se elevaron.
—Puede ver que se parece a Demjanjuk.
Avi frunció el entrecejo tristemente.
—Dígame.
Pierre estudió las fotocopias.
—¿Es Burian Klimus? —preguntó Avi, dando golpecitos en la foto ampliada.
—Las orejas son distintas.
—Las de Klimus no sobresalen. Pero es bastante fácil de arreglar.
Pierre asintió y volvió a mirar la foto.
—Sí. Sí, podría ser Klimus.
—Es lo que pensé yo al ver la foto de Klimus en People, cuando le nombraron director del Centro Genoma Humano. Si es Marchenko, no tiene usted idea de la clase de monstruo que era. No sólo gaseaba a la gente: la torturaba, la violaba. Le gustaba cortar los pezones a las mujeres.
Pierre hizo una mueca.
—¿Pero aparte del parecido, tiene alguna prueba de que Klimus sea Marchenko?
—Es un genetista.
—Eso no es un crimen. —El tono de Pierre fue cortante.
—Y nació en el mismo pueblo de Ucrania que Ivan Marchenko… y el mismo año, 1911.
—¿De veras?
—Uh-huh. Y también está lo que le ocurrió a usted. Su ataque fue la primera conexión directa entre el movimiento nazi y la tarea genética que se realiza en el laboratorio.
—Pero Chuck Hanratty era un neonazi.
—Cierto. Pero muchos grupos neonazis fueron fundados por auténticos nazis de la Segunda Guerra Mundial. ¿Sabe cómo se llama el fundador del Reich Milenario?
—No.
—En los documentos incautados por la policía de San Francisco, aparece con el nombre en clave de Grozny.
El estómago de Pierre dio un vuelco. Alguien llamado Grozny le había encargado que te matase, le había dicho Molly tras leer la mente de Hanratty.
—Grozny —repitió—. ¿Qué significa?
—Ivan Grozny es como se dice en ruso Ivan el Terrible. Así llamaban los prisioneros de Treblinka a Ivan Marchenko.
Pierre se sentía confuso.
—Pero es una locura. ¿Qué podría tener Grozny contra mí?
La camarera apareció con el Sprite de Pierre.
—Es una buena pregunta.
—¿Y qué hay de Joan Dawson? ¿Por qué iba a querer matarla Klimus?
Avi meneó la cabeza.
—No tengo ni idea. Pero si fuese usted, vigilaría mi espalda.
Pierre frunció el ceño y contempló las olas de la Bahía.
—Es el segundo que me lo dice últimamente. —Tomó un sorbo de su bebida—. ¿Y qué hacemos ahora?
—No hay nada que podamos hacer, al menos hasta tener alguna prueba sólida. Pero estos casos no se resuelven de la noche a la mañana: si Klimus es Marchenko, ha evitado ser descubierto durante más de cincuenta años. Tenga los ojos bien abiertos y avíseme de todo lo que descubra.